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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

martes, 19 de enero de 2010

LA IDENTIDAD DE LA MUJER DE Ap. 12:1




Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

Ap. 12:1 «Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas».

El sustantivo «señal» aquí (seimeîon, gr.), aparece por primera vez en el libro de Apocalipsis, y propone un significado importante de una representación de algo, de un símbolo manifestado en la visión del apóstol Juan, y que es «grande» (méga, gr.). Esa señal está implicada relevantemente con el destino escatológico y profético de la nación de Israel. «La gran señal» apunta hacia los tiempos antiguos con el nacimiento del Señor Jesucristo; y hacia adelante, para ser especifico, con su glorioso reinado terrenal.

No pocos estudiosos han aceptado que el apóstol Juan escribió el capítulo 12 de Apocalipsis en base a literatura de la mitología babilónica; otros creen que tomó prestado escritos de la mitología grecorromana para elaborar el capítulo nombrado. Esto no es posible, porque el apóstol Juan estaba íntimamente relacionado con las escrituras del Antiguo Testamento y con el contenido de sus enseñanzas anti paganas. Sabemos que el Antiguo Testamento repele todo concepto salido del paganismo y ensalza al Dios único y soberano que existe. Sería lo bastante contradictorio que el apóstol Juan haya transigido mitologías paganas mientras por otro lado las rechace, por lo visto en el transcurso del libro de las Revelaciones. Las mitologías paganas son generalmente politeístas donde los múltiples dioses son presentados con un proceder conductual corrupto e hipócrita, envidioso y siniestro, intrigante y vengativo, insano y homicida, muy parecido al de los individuos humanos que son indiferentes a los principios morales y éticos. Esto hace menos probable que Juan haya echado mano de ellas para elaborar el capítulo 12 de Apocalipsis.

«La gran señal» que Juan mira extraordinariamente, es una «imagen», un «simbolismo» que nos conduce al Antiguo Testamento, para ser exacto, a Gn. 37:9-11. En estos versos vemos que José tuvo un sueño que le contó a su padre y a sus hermanos, donde el Sol, la Luna, y Once Estrellas se postraban o se inclinaban delante de él. La Biblia dice que Jacob, su padre, le reprendió preguntándole: « ¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti?».

Es razonable en el buen escrutinio decir aquí que el Sol representa a Jacob, el padre de José; la Luna representa a Raquel, la esposa de Jacob y madre de José; y las Once Estrellas son los hermanos de José. Si analizamos y comparamos este sueño con la visión de apóstol Juan en Ap. 12:1 encontraremos sin dificultades analogías asombrosas puesto que se trata del mismo simbolismo, y trae a la memoria en su evocación sobrenatural a la nación de Israel, que es la Mujer cuando es vista como un «todo» («una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas»). Cómo es Juan, y no José, quien mira ahora la visión simbólica, aprecia en la cabeza de la Mujer una corona de «Doce Estrellas» y no de «Once», ya que José como una «Estrella» más, está incluido en la alegoría percibida por el apóstol Juan. José miró Once Estrellas por no estar implicado, visiblemente, en el sueño que miró.

Los católicos aseguran que la Mujer de Ap. 12:1 es la virgen María y la Iglesia. El único parecido que hay entre la Mujer de Ap. 12:1 y la virgen María es que cada una es «madre,» pero no es lo suficiente para sostener la teoría romanista católica. El error estriba en que la Mujer de Ap. 12:1 es una «señal», un «simbolismo» que no acuerda con la verdadera naturaleza de la virgen María que literalmente fue una «mujer», en el completo y cabal sentido de la palabra, y no una “señal” o “alegoría”. Estemos listos ante la mentira:

«Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere» (Jn.2:3-5).

«Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo» (Jn.19:26).

Es injustificable que la Iglesia sea la Mujer apocalíptica, según lo estimado por los distraídos católicos. El problema radica en que la Iglesia cristiana nació en el día del Pentecostés, sobre el fundamento de la persona de Jesucristo como el Mesías de Dios esperado, en su muerte y gloriosa resurrección. Ap. 12:5 dice:

«Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono» (Ap.12:5).

Teniendo como referencia el texto anterior, se podría decir, de cierto modo, que fue Cristo el que vino a dar “alumbramiento” o “luz” a la Iglesia, pero no la Iglesia a Cristo, quedando resuelto con este creíble argumento que la Mujer de Ap. 12:1 carece de la más ínfima afinidad con la virgen María o la Iglesia. Es más lógico pensar que la Mujer de Ap. 12:1 sea la nación de Israel que dio luz («dio luz», éteken, gr.), a Jesús el Mesías («un hijo varón», huión áresen, gr.), «que regirá con vara de hierro a todas las naciones» (hós méllei poimaínein pánta tà en hrábdio sideraî, gr.):

«Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad» (Miq. 5:2).

Si tenemos cuidado, en Ap. 12:9 se observa que el dragón («el gran dragón», ho drákôn ho mégas, gr.), el diablo y Satanás, («que se llama diablo y Satanás», ho kaloúmenos diábolos kaì ho Satanás, gr.), «persigue a la descendencia de ella» (Ap. 12:17), es decir, a los hijos de Sion, a la prole natural israelita. El capítulo 12 de Apocalipsis es uno escatológico y está reservado tan sólo para la nación de Israel, cuando sea perseguida por las asesinas y desquiciadas marionetas humanas manipuladas por Satanás en la Gran Tribulación Escatológica. «La descendencia de ella», no se refiere a los creyentes en Cristo fuera del Pueblo de Israel. Es más juicioso pensar que la Mujer es la nación de Israel. El Arca del Pacto que aparece en Ap. 11:19, es un símbolo muy especial y exclusivo que habla de los planes de Dios para esta nación. Dios nos dice en esta representación vetero testamentaria que «no se ha olvidado de su Pueblo», como muchos erróneamente admiten, empujados por elucubraciones teológicas incongruentes y perniciosas (la teoría del reemplazo, supersesionismo). De igual modo, el sueño de José en Gn. 37:9-11 está estrechamente relacionado con el Pueblo de Jacob. Otra cosa que apoya lo que exponemos, es que en el Antiguo Testamento en bastantes ocasiones se contempla a Israel como una «mujer» que padece dolores de parto, como la Mujer de Ap. 12 (véase Ap. 12:2 parar corroborar lo citado con anterioridad):

«…y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de llamas» (Is. 13:8).

«Como la mujer encinta cuando se acerca el alumbramiento gime y da gritos en sus dolores, así hemos sido delante de ti, oh Jehová» (Is. 26:17).

«Porque oí una voz como de mujer que está de parto, angustia como de primeriza; voz de la hija de Sion que lamenta y extiende sus manos, diciendo: ¡Ay ahora de mí! que mi alma desmaya a causa de los asesinos» (Jer. 4:31).

«Duélete y gime, hija de Sion, como mujer que está de parto; porque ahora saldrás de la ciudad y morarás en el campo, y llegarás hasta Babilonia; allí serás librada, allí te redimirá Jehová de la mano de tus enemigos» (Mi. 4:10).

La Mujer de Ap. 12:1, es con precisión la nación de Israel que dio al Santo Mesías (véase Ro. 9:5), a Cristo Jesús, el «hijo varón», que «reinará con vara de hierro sobre todas las naciones» en su segunda venida a la tierra, porque «fue arrebatado para Dios y para su trono» (Ap. 12:5).

«La Mujer vestida del Sol» no puede ser la Iglesia de Cristo debido a que el Mesías Hombre dio origen a la Iglesia y no viceversa (Mt.16:18). Esta Mujer, que es «una señal», una representación simbólica, exime en su carácter alegórico toda probabilidad de que sea la virgen María. La Mujer que aparece vestida del Sol, con Doce Estrellas sobre su cabeza, y con Luna debajo de sus pies, «constituye una buena e indudable indicación de que se le debe de identificar con Israel».

Amén.