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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

jueves, 13 de enero de 2011

ATEÍSMO, FE Y RAZÓN


La percepción general respecto al ateísmo lo ubica dentro de la corriente “intelectual” moderna. La misma percepción, por implicación, ubica al teísmo dentro de un margen poco privilegiado, por decir lo menos, asociado al fanatismo y a culturas retrogradas, intolerantes, enemigas del progreso y avance de las ciencias. Pero ambas percepciones representan verdades a medias y generalizaciones subjetivas que es necesario analizar y digerir para asumir una opinión coherente con la razón.
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En términos generales se entiende por ateísmo al rechazo a la creencia en dioses o deidades, en contraposición al teísmo que es la creencia en al menos, una deidad. El ateísmo afirma que no existe realidad alguna más allá de la naturaleza (materia y energía), mientras el teísmo, sin negar la existencia de lo natural, cree que hay una realidad causal que trasciende tiempo y espacio.
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En un sentido más explícito, en el ateísmo se pueden distinguir dos proposiciones:
- La ausencia de creencia en Dios. Es decir, la consideración de que es totalmente innecesario el concurso de Dios para dar sentido y respuesta a la existencia de hombre y su entorno, pero sin aportar pruebas contra la existencia Divina.
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- La negación explícita de la existencia de Dios. Basada en presuntas evidencias racionales, científicas y humanistas que excluyen o contradicen la existencia de Dios.
Hasta este punto el ateísmo se afirma como una postura filosófica, pero más allá de esto soporta sus postulados en lo que considera asideros científicos que dan concreción a su doctrina. Estos dos enfoques (el filosófico y el científico) han constituido la arena del ya histórico debate que subjetivamente se ha catalogado como la “batalla entre la fe y la razón”. Pero, ¿es realmente acertado establecer esta división entre razón y fe?, y más aún, ¿puede el ateísmo adjudicarse el monopolio de la razón?
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Dado el carácter racional en el que se ha querido fundamentar al ateísmo, es coherente que bajo el análisis objetivo de sus argumentos, sea probada su fidelidad a la lógica y el sentido común. Como compensación, se aportarán del teísmo cristiano algunos argumentos, no en favor de sistemas religiosos, sino la sustentación según la razón para la creencia en el Dios de la Biblia.

A fin de que esta disertación provea algún beneficio personal, se han escogido tres temas alusivos a la cotidianidad humana, a saber:

1. El origen del universo
2. La existencia humana y el problema moral
3. La creencia en Dios y la existencia del mal

1. EL ORIGEN DEL UNIVERSO

El ateísmo, desde su percepción naturalista ha asumido diversas teorías sobre el origen del universo, a fin de sustentar la aparente incompetencia del enfoque teísta y de aportar evidencia en su contra. De esas teorías se pueden distinguir tres categorías o modelos cosmológicos; una de estas es la que afirma que el universo tal como lo conocemos no tiene edad. Señala, entre otras cosas, que si hubiera que asignarle un número a la antigüedad del universo solo podría ser “α” (infinito), en otras palabras, la historia del universo es una constante sin principio y sin fin; lo que se conoce como modelo cosmológico estacionario.

Otros consideran que la historia del universo (o universos), es una secuencia infinita de ciclos. A manera de ejemplo tenemos “La Gran Explosión”, o Big Bang. En este acaso, el universo es producto de la explosión de un cúmulo de materia y energía que pasa a expandirse, degradarse y comprimirse, para volver a estallar y repetir el ciclo, que ha venido ocurriendo y ocurrirá desde y hasta “los siglos de los siglos” (léase infinitamente). Esto es lo que se denomina modelo cosmológico cíclico.

Otro grupo no se aventuran más del allá de un “único” Big Bang, al que la ciencia mediante avanzadas técnicas de datación ha calculado hasta ahora una antigüedad de 13.700.000.000 (trece mil setecientos millones de años). Antes de esto no especulan siquiera en la existencia de “algo”. Analicemos entonces, en el marco de la lógica y la ciencia, estas teorías.

En primer lugar, el modelo cosmológico estacionario fue prácticamente descartado a partir de 1960, cuando bajo el peso de la evidencia científica obtenida por medio de la observación y posteriormente, con el descubrimiento de la “radiación de fondo de microondas” (1965) fue relegada como poco creíble. Para nadie es un secreto hoy que el universo no es inmutable.

Por otro lado, los modelos cíclicos, basados o no el Big Bang, presentan ciertos inconvenientes científicos. Por ejemplo, el uso del término “infinito” como expresión matemática es solo una idea que nos aproxima a un concepto demasiado extenso para ser cuantificado.

David Hilbert, matemático alemán de reconocida influencia a nivel mundial (finales del siglo XIX, comienzos del XX, que incluso se anticipó a corregir errores de Einstein en la Teoría de la Relatividad); dijo respecto al concepto: “el infinito no es algo que se pueda encontrar en la realidad, ni existe en la naturaleza ni provee una base legítima para razonar. La tarea que el infinito toma es solamente ser una idea”. Esto nos lleva a entender que la base matemática del modelo cosmológico cíclico, tiene muy poca capacidad para simular la realidad, por lo tanto no alberga la legitimidad que la razón y la ciencia requieren.

En ese mismo sentido, el problema del modelo cíclico se amplía debido al aumento de la entropía, ya que la segunda Ley de la Termodinámica conduce al principio práctico de que cada vez que se repite un ciclo, el universo debería ser mayor en proporciones. Por lo que mirando hacia atrás en una línea de tiempo, cada ciclo implicaría un universo mas pequeño, hasta encontrar en alguna “era remota”, un universo tan pequeño que la materia y la energía comprimidas en él, dan lugar a un primer Big Bang. Este principio deja sin piso la idea de la secuencia infinita, pues por muchas veces que se hubiese repetido la secuencia, siempre habría un principio o punto de partida. Vista entonces la imposibilidad científica de este modelo, es vano seguir profundizando en las incoherencias que lo destruyen.

Nos queda entonces, dentro de la realidad probable, un tercer grupo. Aquellos que no se atreven a especular si “antes” de un único Big Bang existió “algo” o no. Hasta ahora la matemática, la física, la química, la astronomía, y la lógica nos llevan a razonar que necesariamente el universo tuvo un origen y que más allá de él, cualquier “teoría” constituye una improbabilidad científica.

Las deslumbrantes “revelaciones” que científicos ateos, o peor aún, ateos seudocientíficos hacen cada cierto tiempo, no dejan de ser prejuicios cognitivos que bien afirma el método científico, siempre terminan hundiéndose como falacias. Esto prueba, que no todo lo que un científico dice, tiene el sello de la ciencia. Es aquí donde la mayoría de veces el ateísmo, por sustracción de materia se queda sin respuesta a las preguntas sobre el origen del universo, y abandonan el campo de la ciencia para aventurarse en la filosofía y más concretamente en la metafísica. Pero por el momento, y para seguir el hilo temático atendamos las siguientes consideraciones sobre el origen del universo:

* La ciencia en conjunto, sus principios y leyes nos llevan a concluir racionalmente que el universo tiene un origen o principio en el horizonte probable del tiempo.

1. El ateísmo afirma, contra la evidencia científica, que el universo es infinito en el horizonte de tiempo. O en su defecto (también contra la evidencia), que han existido secuencialmente universos a lo largo de un horizonte infinito de tiempo.

2. El teísmo cristiano afirma, dentro del cause científico, aunque no por causas científicas (ya que su fuente de información es anterior a las ciencias modernas) que el universo tiene un origen o principio en el horizonte probable del tiempo.

¿Invalida o confirma hasta ahora la ciencia lo que el teísmo cristiano afirma sobre el origen del universo? Ciertamente vemos que ciencia y teísmo concuerdan en el hecho de un universo finito. Por ende, hay peso de evidencia para considerar más plausible, por su confluencia con la razón, la posición del teísmo al respecto; anulando en este sentido, la disociación prejuiciosa del teísmo y la razón.

¿Invalida o confirma hasta ahora la ciencia lo que el ateísmo afirma sobre el origen del universo? Una por una las diversas teorías o modelos que han pretendido afirmar la infinitud del universo, han sido demolidas por el análisis y la evidencia científica. En ese orden de ideas, la ineludible aceptación del concepto de un universo finito deja sin piso las afirmaciones ateas, porque obliga a pensar en un origen y una causa más allá del espacio-tiempo y eso cae en el campo de la fe.

¿Cuál de esas dos doctrinas es más coherente con la razón y la ciencia? Queda demostrado que la pretensión del ateísmo de –negar- la existencia de una inteligencia supernatural, no se basa en evidencias científicas ni en argumentos lógicos, por lo tanto constituye un argumento en contra de la razón. También queda demostrado que, los argumentos (del asunto en trámite) del teísmo cristiano a pesar de estar en ocasiones más allá de la razón, no están en contravía de la razón y la ciencia.

Si hemos de creer a la ciencia o al teísmo cristiano que el universo tuvo un origen, la siguiente pregunta sería ¿qué o quién originó el universo? Pues bien, algunos ateos dicen al respecto que: “provino de la nada”. Semejante píldora indigerible, no solo para el científico, sino para el hombre común, ¿puede honrar el intelecto humano? ¿No afirma la primera ley de la termodinámica que la energía no se crea ni se destruye, sino que sufre transformaciones? ¿Cómo entonces puede “provenir” de la “nada”?

Si bien es cierto que en la “dimensión natural” o realidad material, la conservación de la energía es un hecho, la afirmación teísta de la Creación no contradice tal principio. En cambio, responde satisfactoriamente a la evidencia de un origen o principio de la realidad natural, argumentando racionalmente la existencia de una realidad por fuera de las barreras del espacio- tiempo, que originó o trajo a existencia la naturaleza y la vida, incluyendo el ajuste necesario para ellas. Más allá del significativo conjunto de interrogantes que pueda plantear esta realidad (la Creación) al intelecto humano, el significativo conjunto de repuestas a ellos, hacen parte de un debate que corresponde a teístas y a todo aquel que racionalmente acepte que la existencia de Dios es, al menos, una posibilidad plausible.


ATEÍSMO, FE Y RAZÓN
(SEGUNDA PARTE)
2. LA EXISTENCIA HUMANA Y EL PROBLEMA MORAL

Si Dios existe y es infinitamente poderoso y bueno ¿porqué permite el sufrimiento humano y las tragedias? Si el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios ¿por qué en nombre de Dios se han cometido muchas de las barbaries más aberrantes de la historia?

Estas parecen ser, en síntesis, las principales objeciones que se plantean como argumentos morales en contra de la existencia de Dios. En síntesis, también habría que preguntar ¿excluye la existencia de Dios la inmoralidad humana? Porque si de “justificar” a Dios se tratase, argumentos habría de sobra en el contexto de las Sagradas Escrituras (léase Biblia, en este caso) para argumentar en su favor; pero como de debatir la existencia de Dios se trata, se deben sustraer muchas de estas nociones y conceptos, limitándolas en lo posible a la razón. Así que, en primera instancia se deben extraer los conceptos y proposiciones implícitos en esos cuestionamientos.

El teísmo cristiano afirma la existencia de un Creador todopoderoso, justo y bondadoso. En oposición a esta creencia, el ateísmo expresa que la existencia de dicho Ser es incompatible con el desolador panorama humano de sufrimiento, tragedia y horror que históricamente ha caracterizado las diversas civilizaciones, culturas y sociedades. Toda vez que el éxito de un diseño reside en mayor medida en su diseñador, parece que el peso de la culpa recayera en Dios mismo, si éste existiese. Y es ese supuesto, la piedra de tropiezo del ateísmo, dado que sin Dios, no queda nadie a quien culpar por el sufrimiento humano excepto al mismo hombre. Pereciera que el ateo se constituye en creyente a fin de evadir la responsabilidad humana en sus desgracias (atribuyéndolas a Dios), y así mismo se constituye en incrédulo para gozar los beneficios de su propia existencia (atribuyéndolos a la evolución).

Asumiendo a Dios como Creador y al hombre como criatura hecha a su imagen, esta semejanza se manifiesta antes que todo en la capacidad intelectual humana, más no en el uso que de esta capacidad haga el hombre. Como agente moral responsable, el hombre ha tenido y tiene libertad de decisión sobre sus actos, por tanto, la proposición de que la responsabilidad de los efectos de esas decisiones deba residir en alguien diferente a quien ejecuta la acción, es un desatino de marca mayor. Sin embargo, en la creencia cristiana Dios provee una salida de la espiral destructiva en que se halla la humanidad, por medio de la expiación sustitutiva de Cristo, dejando impreso en la Cruz, la perfecta manifestación de la justicia y el amor de Dios por su creación.

Considerando entonces, respecto a la condición moral humana, que la tesis creacionista caracteriza al hombre como agente moral responsable, y que el ateísmo por sustracción de materia no puede asignar culpa alguna a alguien diferente al mismo hombre, hay que concluir que no hay culpa en Dios, y en lo que a su intervención incumbe para solucionar el problema moral ya fue ejecutado por medio de Cristo. Queda entonces, como siempre, a decisión del hombre asumir una posición al respecto, mientras que, según afirma la doctrina cristiana se cumple el plazo establecido para que Dios restaure su creación a un estado de perfección. En todo caso, el argumento ateo de la incompatibilidad de la existencia de Dios con la subsistencia del sufrimiento humano, solo refleja el desconocimiento de los argumentos teístas, pero nunca una proposición coherente con la razón.

Por otra parte, sería deshonesto ignorar los escandalosos y aberrantes hechos que “religiosos” de todos los tiempos han ejecutado en “nombre de Dios”, y los no menos escandalosos hechos que algunos llamados “hombres de Dios” han ejecutado a título propio. En ese sentido, sería prejuicioso afirmar que esos hechos constituyen la realidad de todos los creyentes, tanto como si se afirmara que los más de 100.000.000 (cien millones) de asesinatos que se le imputan al comunismo ateo, constituyeran a todo ateo en un criminal. Nada más lejos de la realidad. Por esto, es necesario identificar plenamente qué actos corresponden a la voluntad humana en obediencia a los preceptos de Dios, y cuales al hombre en función de sus intereses particulares. Para este propósito es vital contar con un referente de lo que realmente es un “hombre de Dios”, y lo encontramos perfectamente definido en Jesús, el autor y consumador de la fe, según enseña la Biblia.

¿Le resulta compatible a alguien la imagen de Jesús con la de Hitler?, ¿o con la de los hombres del Clero que crearon y ejercieron la Inquisición?, ¿la cacería de brujas?, ¿las Cruzadas? y un largo bochornoso etcétera. Pues bien, en la misma medida en que dista la imagen del Jesús históricamente conocido con la de aquellos hombres, dista también la condición moral de esos con la de un creyente genuino. Los rótulos religiosos han servido con una indecente frecuencia como un antifaz para pederastas, criminales y pervertidos de todos los calibres, pero ¿se puede razonar por eso que la corrupción humana es una evidencia de la inexistencia de Dios? ¿O es más bien el resultado de una deliberada oposición a El? El referente de un verdadero hombre de fe, a saber, Jesús, es concluyente en esta disertación.

Un asunto no menos escabroso lo constituye la relatividad moral ateísta. Ya que no existe Dios, la vida ni el castigo eternos, ¿que relevancia tiene hacer bien o mal? Más aún ¿Qué son el bien y el mal? La respuesta general de ateísmo sobre ello, debido a que el naturalismo ateo es en esencia materialista, afirma que las normas morales son relativas a la cultura o sociedad en que se desarrollan. Esto en palabras claras, quiere decir que lo que se considera bueno en una sociedad, no lo es necesariamente en otra, porque las consideraciones morales son un subproducto del desarrollo evolutivo tanto del individuo como de la sociedad. El ateísmo cree en el progreso moral, pero ¿cómo medir el progreso cuando no hay un referente universal? ¿Cómo definir si una sociedad es moralmente superior a otra sin una noción “estándar” del bien y el mal? Por tanto, lo que el ateísmo define como progreso moral corresponde realmente a un concepto de diversificación moral, sin que los cambios representen necesariamente un avance positivo. Los valores morales universales y el respeto que por ellos se pueda profesar en el ateísmo, provienen necesariamente de nociones teístas, sin querer con esto en ninguna medida decir que no son valederos y plausibles para el ateo, sino inconsistentes con el fundamento de su doctrina.

Habiendo expuesto por la razón que la inmoralidad humana y sus efectos no excluyen de manera alguna la existencia de Dios, que los crímenes de muchos religiosos no guardan relación con la doctrina de Cristo, sino una abierta oposición a ésta. Habiendo expuesto también la concepción moral relativista del ateísmo, queda a consideración personal definir cuales lineamientos de vida son más convenientes:

1. Ser un ateo “respetuoso” de los valores morales absolutos, aún cuando esto contradiga la relatividad moral que fundamenta al ateísmo, y con ello constituirse en un ateo inconsistente.

2. Ser un ateo abiertamente relativista en cuanto a la moral, y con ello carecer de referentes sólidos para el progreso moral.

3. Considerar el teísmo cristiano, expresado en la figura de Jesús, como una alternativa plausible para el progreso moral del individuo y la sociedad.