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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

lunes, 14 de diciembre de 2009

EL NUEVO PACTO



Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (Jer. 31:31-34).

Es cierto que el Nuevo Pacto fue hecho en el pasado con las casas de Israel y de Judá, pero su efectividad se cristalizó hasta el tiempo de la Iglesia, donde los individuos de la nación de Israel que han creído en Jesucristo como su Señor y Mesías se han hecho parte del Cuerpo de Cristo junto a los gentiles creyentes que lo han recibido como su Señor y Salvador (Jn. 1:12; Ef. 2:12-18), «…porque no hay acepción de personas para con Dios» (Ro. 2:10-11), porque «…si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo» (Ga. 2:21 ), «Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn.1:17).

De tal modo que el sacrificio cruento de Cristo, el Mediador del Nuevo Pacto, abarca indefectiblemente la nación de Israel (Jn. 1:11; Ro.10:1; 11:1, 26), «ya que por la Ley ningún ser humano será justificado» (Ro. 3:20), «sino por la Fe en Jesucristo» (Ga. 2:16); y alcanza en la misericordia de Dios a los gentiles de todo el mundo (Ro. 9:25-26; Ap. 7:9; Ro.11:11,13) que han creído en el Mesías (Jn. 3:16, 36). El Nuevo Pacto ofrece un corazón renovado, un cambio personal en base al nuevo nacimiento (2 Co. 5:17), y que no podría conseguirse luego sin la ofrenda de sangre, siendo Cristo el sacrificio único y perfecto para la remisión de los pecados (Heb. 9:26; 10:12, 14, 18-19), porque «…sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (Heb. 9:22 b):

Cristo confirma «el Nuevo Pacto en su sangre», implicado en Dispensación actual de la Gracia:

«De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama» (Lc.22:20).

«…pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado» (Lc.1:17).

El Nuevo Pacto, por lo visto, es uno de Gracia y de Perdón, establecido en la sangre derramada de Cristo Jesús (véase Mt. 26:28; Ro. 5:9), y que está relacionado con Iglesia (Lc. 20:20; 1 Co. 11:25; 2 Co. 3:6; Heb. 8:9; 9:15. Véase también: Mr. 14:24: Ro. 11:27; Heb. 8:18-13; 12:24).

Dentro del dispensacionalismo hay quienes sostienen que el Nuevo Pacto únicamente se cumplirá hasta que Dios haya ejecutado en Israel su salvación y restauración, al principiar la era milenaria. Hay un punto de vista dispensacionalista que alega una doble aplicación de este Nuevo Pacto (Jer. 31:31): uno para Israel en el futuro; el otro para la Iglesia de Cristo de todos los tiempos. No creemos que el Nuevo Pacto tenga un cumplimiento exclusivo con el Pueblo de Israel hasta el Reino terrenal escatológico, porque es un Pacto de conversión que capacita al creyente anticipadamente para una vida de obediencia y santidad a Dios: imprescindible situación para merecer la teocracia venidera, cuando Cristo regrese visible y en gloria al mundo caído y corrupto (Stg. 1:12; Ap. 2:10; 2:26; Mt. 24:30). El Nuevo Pacto, por lo tanto, demanda una renovación espiritual personal primero (Jn. 3:7), porque «…si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt. 18:3).

Es improbable que el Nuevo Pacto que exige una conversión espiritual tenga que cumplirse selectivamente en Israel hasta la era milenaria, según lo dictaminado por el dispensacionalismo. Si el Nuevo Pacto está determinado para tener cumplimiento hasta el retorno de Cristo en el Pueblo de Sion, de ser así, ¿qué otra cosa garantizaría a la nación de Israel para ingresar en el Reino de Dios, si se ha de requerir forzosamente una trasformación espiritual para tal efecto, y qué tan sólo el Nuevo Pacto la puede conferir?

El dispensacionalismo pregona que Cristo juntará para el futuro la casa de Israel y de Judá para salvarla y hacer un Nuevo Pacto con éstas. La salvación que el dispensacionalismo expone aquí es escatológica y geográficamente nacional, y por lo que plantea, su conversión no es antes de la Parusía sino después de ésta, tomando como punto de referencia o partida el Nuevo Pacto de Jer. 31:31, tan citado ya en el presente escrito. Pablo escribe que el Nuevo Pacto «ha dado por viejo el primero». Con esto quiere decir, que la Ley ha sido desplazada por el Nuevo Pacto, claro está, efectivo hogaño, mas no escatológico, porque ha sido manifestado en el tiempo de la Gracia. Cristo, como el Mediador del Nuevo Pacto, fue sacrificado con terrible y cruenta muerte «para la remisión de las trasgresiones que existían bajo el primer pacto» (La Ley), para que de ese modo «los llamados reciban la promesa de la herencia eterna» (Heb. 9:15), de la cual sabemos, será futura y terrena (véase Sal. cap. 2; Mt. 5:5: Ap. cap. 20).


«Toda la nación de Israel»: ¿será salva literalmente?

«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados» (Ro.11:25-27).

«Todo Israel» (päs Israël, gr.), no significa en realidad la nación judía «como un todo». Es más seguro pensar que el apóstol Pablo se dirija a las personas de la nación de Israel que ha creído en el Evangelio salvífico en que se muestra a Cristo como la principal e ineludible causa o condición para el perdón de los pecados, para la justificación, vale redundar, tanto para el judío como para el gentil. Debe contemplarse que el rechazo de Israel es temporal, hasta que todos los que van a ser salvo entre los gentiles pongan su Fe en el Hijo de Dios; es entonces cuando la salvación llegará a una buena cantidad de judíos, de la misma forma que ha acontecido a otras naciones a través de su historia. «Todo Israel», reitero, no significa que todo judío de la nación de Israel será salvo. ¿Por qué? Porque Pablo no enseña tal cosa. Véase por favor para el despeje de cualquier duda Ro. 10: 2-3. Esta frase deberá comprenderse como igual que «la totalidad de los gentiles» (Ro. 11:25). Habrá en el futuro un giro notable de parte de los judíos hacia Cristo.

Fuera de Cristo, no existe otra alternativa diferente para salvación, porque él mismo dijo:

«…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí » (Jn.14:6).

Además:

«…donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos« (Col. 3:11).

«Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles)…» (Ga. 2:7-8).

«Nosotros, judíos de nacimiento, y no pecadores de entre los gentiles, sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Ga. 2:15-16).

Dios dicta, en Ro. 11:27, que hará un pacto con Israel después de haber quitado sus pecados: «Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados».

Es menester siempre tener en mente que este «pacto», o «alianza» (Biblia de Jerusalén), definitivamente no es el Nuevo Pacto, porque habría de requerirse de éste para quitar primero los pecados de la nación de Israel, y ya santificada en su conversión, sería entonces posible para Dios alianzar con ella, porque «…sin santidad nadie verá al Señor» (Heb. 12:14). Este «pacto» que aparece en Ro. 11:27, que sí es escatológico, es un pacto de obediencia a Dios, de bendiciones futuras y terrenales para Israel, por la sencilla razón que Dios prometió restaurarlo en la antigüedad, como veremos en los siguientes textos del Antiguo Testamento:

«…a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya. Reedificarán las ruinas antiguas, y levantarán los asolamientos primeros, y restaurarán las ciudades arruinadas, los escombros de muchas generaciones. Y extranjeros apacentarán vuestras ovejas, y los extraños serán vuestros labradores y vuestros viñadores. Y vosotros seréis llamados sacerdotes de Jehová, ministros de nuestro Dios seréis llamados; comeréis las riquezas de las naciones, y con su gloria seréis sublimes. En lugar de vuestra doble confusión y de vuestra deshonra, os alabarán en sus heredades; por lo cual en sus tierras poseerán doble honra, y tendrán perpetuo gozo» (Is. 61:3-7).

«He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios» (Jer. 32:37-38).

«Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma» (Jer. 32:40-41).

«…Hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles… » (Ro. 11:25b).

El Tiempo de los Gentiles:

Señala el tiempo en que Jerusalén ha estado en manos de los gentiles. Concluirá hasta que Dios haya cortado por medio de Jesucristo su dominante y egocéntrico control, en la Parusía. Dicho tiempo está relacionado con los sistemas inicuos del mundo (Lc. 21:24). El fin del Tiempo de los Gentiles vendrá en la Batalla de Armagedón, con la destrucción de los últimos gobernantes (reyes) de la tierra, entre los que se incluye el Anticristo Final (Ap. 16:12-16), cuando el Señor, el Libertador (ho ruomenos, gr.), intervenga judicialmente para salvar a Israel de su exterminio (véase Zac. 14:12; Ap. caps. 12 y 19). Por otro lado, «la plenitud de los gentiles» se llevará a cabo hasta que el último de los gentiles se haya convertido por el Evangelio al Señor. Con el regreso visible de Cristo a la tierra, simultáneamente se dará término a los sistemas terrenales y a la predicación del Evangelio para la salvación de los hombres: «…y entonces vendrá el fin» (véase Mt. 24:14).

Continuando….

«Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová, que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; mas la tercera quedará en ella. Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios» (Zac. 13:8-9).

Sin lugar a duda «la tercera parte» expresada arriba es el remanente de Israel que Dios persevera para el fin de los tiempos (véase Is. 11:11; Ro. 11:5). «Dos terceras partes» de Israel serán cortadas, es decir, se perderán, porque:

«No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes» (Ro.9:6-8).

Complementando por su importancia, «Todo Israel» no engloba o circunscribe a los que componen la nación israelita en general, a los que descienden de ella o que son descendientes físicos de Abraham, porque: «No son hijos de Dios según la carne», escribió Pablo. Para Pablo el verdadero Israelita es el que desciende «según la promesa», y por esta simple razón es contado como «descendiente». Así, qué, los descendientes según la promesa de la nación física de Israel, no en el sentido “racial”, son los que componen la Iglesia de Jesucristo, junto a los gentiles convertidos de las naciones del mundo. La Biblia nos muestra que la consumación de la salvación del creyente es literalmente futura, «preparada para ser reservada para tiempo final». Con esto queda claro que la salvación para los que pertenecen a la Iglesia de Cristo hodierno es «posicional», por no estar concretamente consumada.

Pedro escribe con relación a esto:

«…que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero» (1 P. 1:5).

En otra parte, el apóstol Pablo menciona que la salvación de los creyentes cada vez está más cerca:

«Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos» (Ro.13:11).

Dios salvará a su Iglesia en el tiempo postrero, cuando Cristo en su glorioso retorno haya derrumbado las organizaciones políticas, sociales, militares y religiosas del planeta. La salvación futura de la Iglesia compromete a la fracción de personas de la nación de Israel que ha creído en el Evangelio y en su proclamador Jesucristo, a los judíos que han sido renovados por el Nuevo Pacto. Pablo escribe que «Dios no ha desechado a su Pueblo Israel» (véase Ro. 11:1-2). La oportunidad de salvación para el Pueblo de Israel es por la Fe en Jesucristo, pero muchos de este Pueblo la rechazaron en el pasado, y bastantes la seguirán rechazando hoy y mañana, hasta perderse por su inevitable incredulidad.

Cristo les advirtió a los fariseos de la nación de Israel tocante a esto:

«Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Jn. 5:39-40).

Si Dios va a salvar a Israel primero, y me refiero a ella como entidad nacional, para ofrecerle después un Nuevo Pacto que promete una renovación espiritual, en la inauguración del gobierno milenario del Señor: ¿Dé que sirvió entonces el ministerio de evangelismo de Pedro para la conversión de sus paisanos? ¿Qué caso tuvo la muerte redentora de Cristo en la cruz del Calvario que fue destinada, no sólo para los gentiles inconversos, sino también para los judíos incrédulos en la Nueva Dispensación? ¿Dé qué serviría estar hoy predicándoles a los judíos ortodoxos y ritualistas, a los racionalistas y liberales, «el Evangelio de Cristo y a éste crucificado» (1 Co. 1:17; 2:2), el Mediador del Nuevo Pacto, que es de sangre y de regeneración interna, si Dios los guardará de todos modos del espantoso juicio para condenación eterna, considerando que el Nuevo Pacto, según el dispensacionalismo, posee un cumplimiento hasta el reinado terrenal de Cristo? Si no hay una genuina conversión en base al Nuevo Pacto, es imposible admitir con esto que alguien pueda llamarse “salvo”, o “hijo de Dios”, y no excluyo al judío aquí.

Cristo ahora es el Mediador del Nuevo Pacto, tan indispensable para la conversión espiritual de los hombres perdidos en el mundo, cualquiera que sea, y que capacita al creyente para la próxima teocracia. Pablo confirma la invalidez de la Ley pasada y caduca dada a Israel, la del Antiguo Pacto, por el Nuevo Pacto, valiéndose de Jer. 31:31-34:

«Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo. Porque reprendiéndolos dice: “He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”. Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer» (He.8:6-13).

Puntos que sostienen la actual viabilidad del Nuevo Pacto en la Iglesia de Cristo de todos los tiempos, y no para el milenio:

Desde la fundación de la Iglesia de Cristo en el día del Pentecostés en el 33 d. C. hasta la fecha, el Nuevo Pacto es uno que confiere renovación mental, un cambio en el corazón humano, en otras palabras, una regeneración espiritual en el creyente (Jer. 31:33; Is. 59:21). El perdón de los pecados está instituido en este Nuevo Pacto: «porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (Jer. 31:34). La provisión del espíritu santo también es hallada en el Nuevo Pacto (Jer. 31:31:33. Véase además Ez. 36:27). El conocimiento de la voluntad de Dios por medio del espíritu santo de Dios (Jn. 14:16-18; 1 Jn 2:27, compárese con Jer. 31:34a) es apreciado en Nuevo Pacto (Jer. 31:34).

El Nuevo Pacto fue hecho el Pueblo a las casas de Israel y Judá pero vino a cumplirse con la Iglesia de Cristo que está conformada por los individuos de la nación de Israel («El Israel de Dios»: Ga. 6:16) y por los gentiles del mundo entero que han considerado y aceptado correctamente el Evangelio y a su Humano y Santo proclamador. En el tiempo en que se escribió la profecía de Jeremías del Nuevo Pacto, Israel estaba dividido en dos reinos, antes de la deportación babilónica. Si somos atentos, en Jer.31:33, Dios hace mención de la nación de Israel como un «sola casa», y no como en Jer. 31:31 donde el Señor la presenta como «dos casas». La razón, es que en esta profecía «la casa de Israel» es divisada por Dios como una sola nación, en el tiempo de la Iglesia. El reino dividido finalizó en el año 772. a. C («…este es el pacto que hare con la casa de Israel en aquellos días»: 31:33b). El Nuevo Pacto tiene que ser sin duda uno para el tiempo de la Iglesia, porque en su carácter hallamos involucrada la regeneración espiritual del pecador: «Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo».

El Nuevo Pacto fue inicialmente hecho con el Pueblo judío, pero su cumplimiento se dio hace casi dos milenios, con el surgimiento de la Iglesia de Cristo; Iglesia compuesta por individuos de la nación de Israel (la casa de Israel) y los gentiles de las naciones del mundo (goyms).

La sangre del Nuevo Pacto que fue derramada en el Gólgota, es con certeza el cimiento de todas las bendiciones de la presente época para el creyente gentil (a parte del judío creyente) de la Iglesia de Cristo. Es así como el creyente gentil, antes un incrédulo pecador que fue tomado a misericordia por Dios en el Nuevo Pacto para su endógena restauración, comparte la Cena del Señor como recuerdo de la sangre del Nuevo Pacto (2 Co. 3:6). Además que este creyente es «hijo de Abraham por la Fe» (Ga. 3:7), uno que participa de la raíz y de la savia rica de la oliva, Israel, «porque la salvación viene de los judíos» (Jn. 4:22). Antes de su conversión, «un gentil extraño e incrédulo», «alejado de la ciudadanía de Israel», «ajeno a los pactos de la promesa » (Ef. 2:12), pero hoy, «no lo es más» (Ef. 2:19), porque «ha sido hecho cercano por la sangre de Cristo» (Ef.2:13). El creyente gentil ha recibido el benevolente provecho del Nuevo Pacto promulgado en un principio a la casa de Israel y de Judá: es «un ciudadano con el resto de los santos y servidores de Dios», «un miembro de la familia de Dios» (Ef. 2:19).

Cristo «en la cruz reconcilió con Dios al judío y al gentil en un solo cuerpo, la Iglesia, destruyendo en el madero las enemistades» (Ef. 2:16), «y anunció las buenas nuevas de paz (el Evangelio) a los que estaban lejos (los gentiles), y a los que estaban cerca» (los judíos) (Ef. 2:17)

Amén.

EL GNOSTICISMO EN LA IGLESIA PRIMITIVA Y EN LA ACTUAL


Con relación a Dios, en el pensamiento hebreo la principal virtud era la unidad y la integridad de la Deidad. Es decir, sólo hay un solo Dios, Yahvé. Hay un mundo que consiste en los cielos, la tierra, y Seol bajo la tierra, y toda la creación es buena. Cada ser humano es admirable como una unidad cohesionada. La salvación se encuentra en vivir la vida en relación de pacto con el Señor, y la salvación se experimenta en el tiempo inmediato, así como en el futuro.

En el pensamiento gnóstico, cada ser humano tiene un “alma”, que contiene una chispa divina, que aspira a volver a la “Pleroma”(proto cielo-la casa de los dioses con muchas habitaciones) tan pronto como se pueda liberar de la prisión de la “carne”. “En el gnosticismo “la vida correcta” no es tan importante como el “pensamiento correcto”. La salvación se logra mediante el aprendizaje de las palabras mágicas que permiten al alma a ascender a través de los siete cielos para el Pleroma. ¿Acaso no se parece mucho esta idea gnóstica a la creencia “cristiana” de la partida de las almas buenas al cielo para estar con el Dios Trino?

En el pensamiento hebreo, el Mesías es un ser humano, surgido de entre la gente, elegido por Dios y ungido para servir y hacer la redención, para llegar al pueblo de Israel. En el pensamiento gnóstico, el Salvador es un dios, enviado desde el Pleroma (proto cielo) a la Tierra por el buen dios principal para enseñar a todos los que escuchen las palabras mágicas, para la salvación de sus almas.

El gnosticismo tuvo una influencia definitiva en el periodo del Nuevo Testamento. Casi todas las personas de la época del Nuevo Testamento y del área percibieron la realidad en términos gnósticos. El cristianismo también añadió unos cuantos golpes al pensamiento gnóstico. Las enseñanzas cristianas primitivas estuvieron en tensión y diálogo con el gnosticismo, a veces tratando de refutar algunas de las enseñanzas gnósticas y sus maestros. Si los escritores del Nuevo Testamento no hubieran usado ideas gnósticas, el cristianismo habría sido rechazado de plano. La pregunta es: ¿Debe ser el cristianismo, gnóstico todavía?


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