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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

martes, 29 de septiembre de 2009

LUZ PSEUDOESPIRITUAL



Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
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El reflejo de la ignorancia y el timo doctrinal se hace patente en tantos individuos que se dicen ser cristianos pero que se encuentran cegados por una gruesa venda negra que los imposibilita para ver con nitidez las verdades de Dios escritas en su Palabra.
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La profecía bíblica da taxativa razón que en los últimos tiempos habría de venir al mundo un gran engaño de índole religiosa; que falsos Cristos y maestros de muerte hablarían heretismos condenables sustentados con un formidable embauco de milagros y portentos no procedentes de Dios, sino evocados por el propio Satanás y sus esclavos espirituales de maldad. Los sabios babilónicos fueron incapaces de interpretar la inscripción puesta por la mano celestial, en el encalado de la pared del palacio del rey pagano Belsasar: MENE, MENE, TEKEL, URPASIN, eran palabras de la lengua aramea. El arameo no era un idioma desconocido por el pueblo babilónico. Los sabios seculares quizás leyeron la inscripción como «mina, mina, siclo, y medio siclo», pero el problema que estas palabra escritas por la mano de Dios no tenía sentido alguno para ellos; imposible les era interpretarlas por su nulo discernimiento espiritual, como hoy muchos creyentes no entienden el verdadero sentido de los propósitos de Dios que están en su Palabra Santa. Su mente es tan carnal como la de los sabios babilónicos y la herejía es depositada fuerte y tranquilamente en sus corazones.
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Indudablemente, hemos sido agredidos constantemente en nuestros blogs a causa del orgullo espiritual y la incomprensión que se tiene de la Biblia, por esas personas que han creído tener con seguridad toda la razón bíblica. Emotivamente impulsivos y vaporosos, no se detienen a analizar nuestros escritos que están estructurados con una hermenéutica y exégesis correcta, adecuada.
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A causa de un tradicionalismo doctrinal errado en las iglesias denominacionales, la mentira es atesorada por no mostrase la verdad. Las cadenas doctrinales confusas se arraigan, y romperlas, a la verdad, bastante trabajo cuesta. Cuando alguien quiere corregirles las herejías que han creído en el amor de Cristo, no hay respeto ni cordialidad de parte de ellos para debatir razonablemente, y al no poder hacerlo, las injurias verbales no se hacen esperar. De esa manera, justifican su ignorante orgullo “espiritual”. ¿Es esto de buenos cristianos? No, pero sí de los tercos, de corazones carnales y de mentes cerradas, que no quieren ver en nada la realidad de su contradicción. Nuestros blogs (el de mi amigo y hermano Mario Olcese y un servidor) no persiguen propósitos lucrativos, ni de otra clase. Cada día nos esforzamos seriamente y con grande preocupación con el fin de despejar dudas dogmáticas y de limpiar de mentiras y heretismos a los que no están fundamentados en la Palabra de Dios, y que buscan con sinceridad el Rostro del Creador por medio de ella, pero qué, para su mala fortuna, se les ha enseñado con magno error en las congregaciones que frecuentan.
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La teología de la prosperidad de las cosas materiales es el tema principal en las iglesias que profesan una torcida cristiandad, cuyo principio espiritual está guardado en los sótanos polvorientos y obscuros de la incertidumbre, de la ignorancia y del absoluto olvido. Las iglesias de Cristo (¿?) se han hecho sensacionalistas, expectantes a todo mover que parezca sobrenatural, y la obediencia a los estatutos divinos deja de tener, simplemente, importancia. En tales iglesias, la mayor parte de los creyentes no escudriñan la Santa Palabra: ¿Cómo conocer el carácter de Dios, sus propósitos y su soberana voluntad si no somos capaces de leer un solo texto bíblico a diario? Por esta razón, el concepto real del Dios Escritural es trastocado y la salvación de no muy pocos es puesta en tela de juicio. La herejía condena, independientemente de la buena conducta moral que en las iglesias de Cristo (otra vez: ¿?) pueda practicarse. Como hijos de Dios, óigalo bien amado lector, tenemos la obligación a diario de escrutar las Escrituras y creerlas como debe ser. Esto nos da fortaleza espiritual contra las asechanzas del Diablo, que anda como león rugiente buscando a quien devorar. Se ha enseñado de extraña forma, y esto lo promueve los herejes de la teología de la prosperidad, que el cristiano podrá exigirle a Dios para poseer lo que él quiera, materialmente hablando. Como “hijos de Dios”, según ellos, el Padre está obligado a cubrir todas las demandas materiales solicitadas por «sus fieles hijos». En realidad, esto no es bíblico. Dios dá cómo quiere, y exige santidad y obediencia primeramente para que pueda ser agradado por el creyente. Cristo solicita a los creyentes «pedir al Padre por el pan nuestro de cada día», es decir, por una necesidad tan elemental como es la del alimento diario. La teología de la prosperidad promueve lo mismo que el mundo busca: las riquezas y las comodidades desmedidas; por otro lado, el sufrir la sana doctrina para esta jerga de creyentes y líderes religiosos es tan sólo un cuento de la antigüedad, algo sin importancia para el caminar con Dios. Pero cuando Dios “no les cumple sus encargos”, entonces muchos se decepcionan y dejan las iglesias para seguir buscando la “anhelada prosperidad” en otras doctrinas por demás antibíblicas y que además no dejan de encaminarlos al Lago de Fuego (Cabe aquí mencionar, la infame e ingrata Nueva Era).
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Los milagros y sanidades vistos en las iglesias de corte carismático no llenan el requisito indispensable para que la Biblia los apruebe como tales. He sido testigo de gentes que han sido “medio sanadas” por los “héroes espirituales” del pseudocarismatismo neopentecostalista y que se dicen ser “los ungidos de Dios”. Cuando Cristo sanaba milagrosamente, lo hacía completamente sin dar cabida a la duda: la evidencia era contundente. Cosa contraria sucede ahora con los desdichados maestros de la prosperidad que no tienen ni una pizca del poder de Dios para realizar proezas y maravillas supranaturales. Nadie quedaba a medio sanar con Cristo. De la misma manera ocurrió con los apóstoles del Señor. Muchas de las supuestas sanidades físicas hechas por los fraudulentos tele evangelistas son por el efecto de la manipulación psicológica. Los tele evangelistas son unos maestros consumados, unos astutos mentalistas de primera clase para llevar a cabo con tremendo éxito esta semejante farsa. La gente ha caído en las redes de la mentira por la ignorancia en la Palabra, en una caquexia espiritual por falta de conocimiento doctrinal que les ha truncado la capacidad para el discernimiento de cualquier cosa. Pablo confirma que muchos milagros y portentos serán originados por el mismo Satanás en los postreros tiempos:
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«. . . inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos» (2 Ts.2:9).
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Los milagros en un principio tuvieron razón de ser. Daban testimonio del poder de Dios y de su existencia. Ahora, con la consumación del canon bíblico hace casi veinte centurias es absurdo que continúen. Tenemos la Palabra de Dios completa, suficiente para darnos cuenta de la veracidad de un Dios vivo que salva por medio de su Hijo, de sus propósitos benevolentes para la vida eterna futura. Otra cosa, sale sobrando. El engaño de los maestros de la prosperidad, puede llevar a terribles e irreversibles consecuencias al no desistirse de su letal influjo:
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«. . . y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos, por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, al fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia» (2 Ts.2:10-12).
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Únicamente me resta decir a los creyentes sinceros pero enredados en esta perversidad, que despierten y se afirmen en la Palabra de Verdad, de Aquel que hizo todas las cosas.
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Dios les bendiga siempre, hermanos y amigos que nos visitan.