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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

martes, 9 de junio de 2009

VENCEDOR: A TI TE DARÉ AUTORIDAD SOBRE LAS NACIONES


“Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones” (Apo. 3:21).


Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)

Una promesa pasada por alto
Una de las promesas que muchos cristianos parecen ignorar es que Jesús prometió que los vencedores, los que guardan sus obras (=los que lo imitan fielmente) hasta el fin, tendrán autoridad sobre las naciones. ¿Se imagina usted eso? ¡Autoridad sobre las naciones! Sí, mis amigos, autoridad, dominio y poder sobre naciones enteras. Pero esto se logrará solamente si el cristiano persevera hasta el fin. No es un dominio para el presente, sino para el futuro, cuando Jesús vuelva y le diga al buen siervo: “… está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades (Lucas 19:17).

¡Qué maravilloso es saber que Jesús nos ha llamado para ser parte de su gabinete gubernamental, por decirlo de alguna manera! El está llamando a hombres probos, de rectitud absoluta, para que demuestren durante su ausencia, aptitud e idoneidad para los más altos cargos de su gobierno, y así se conviertan en sus co-restauradores de la nueva sociedad que él va a implantar en el mundo cuando regrese por segunda vez.

La Iglesia como partido teocráctico

Estamos llamados a tomar parte del futuro gobierno de Cristo, un gobierno que estará conformado por su cuerpo ejecutivo o iglesia. Es el partido de Cristo, el partido de los príncipes del reino mesiánico, los que se han separado del mundo para integrarse al cuerpo gobernante del reino de Cristo, los que han optado por la santidad de vida, haciendo así la voluntad de Dios. Estos ejecutivos del reino han nacido de nuevo por el bautismo, y han recibido el Espíritu Santo de Dios para convertirse en Hijos de Dios y hermanos de Jesús. Son los que han recibido el ungimiento por el Espíritu, los que viven siguiendo las pisadas y mandamientos del Señor. Estos son los que se sentarán con el Señor en su reino, aquellos que recibirán el reino por heredad (Mateo 25:31,34). Estos príncipes se sentarán en la mesa del banquete mesiánico para celebrar la restauración del reino de Dios en la tierra, y beberán y comerán con Cristo en su reino.

La Esperanza pospuesta para el Reino mesiánico

Los primeros cristianos esperaban que el mismo Jesús implantara inmediatamente en la tierra su gobierno mesiánico. Esta expectativa se deja notar cuando los apóstoles le preguntaron instantes antes de partir al cielo, lo siguiente: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y Jesús simplemente les dijo: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que Dios puso en su sola potestad…” (Hechos 1:6,7). Evidentemente el tiempo para tal anhelada restauración sólo lo sabía el Padre, y ninguno más.

Algunos cristianos de Corinto, vehementes por ver el reino en acción creían equivocadamente que ya eran reyes coronados en plena función autoritativa en el mundo. Esto lo leemos en 1 Corintios 4:8, donde Pablo irónicamente les dice: “Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis. ¡Y ojalá reinaseis, para que nosotros reinásemos también juntamente con vosotros!”. Básicamente Pablo rechazó cualquier posibilidad de reinar sin Cristo y sin los apóstoles en este mundo impío, por más que se viva hoy saciado, libre, y en riqueza material. El Reino de Cristo no es para esta era en decadencia sino para la venidera de justicia.

Por otro lado, los zelotes, que no eran seguidores de Jesús, y que eran Judíos radicales y revoltosos, buscaron restaurar el reino antiguo de David por las armas pero sin lograrlo. La última revuelta de los zelotes en Masada resultó ser el paradigma del fracaso Judío por restaurar el reino mesiánico por la fuerza y por la voluntad humana.

El cuerpo de Cristo es su iglesia

Hoy, la mayoría de las iglesias, cualquiera sea su denominación, concuerdan que para ser miembros del cuerpo de Cristo es necesario “nacer de nuevo” por el bautismo. No se puede ser parte del cuerpo de Cristo sin este llamado “sacramento”. En Hechos 2:38-47, leemos que los que se bautizaron fueron añadidos a la iglesia de Cristo de manera automática. Ellos eran los nuevos hijos de Dios (adoptivos) que junto con Cristo heredarían las promesas. Los primeros discípulos de Cristo (los apóstoles) esperaban recibir el reino al igual que los demás Judíos que se convirtieron por la predicación de Jesús y sus apóstoles, especialmente de Pedro y Pablo. Jesús les dijo a estos Judíos (apóstoles y demás Judíos creyentes) que “a vuestro Padre os ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). Estos, los que recibieron a Cristo, se convirtieron en hijos de Dios, pero aquellos paisanos suyos que lo rechazaron, dejaron de ser los “hijos del reino” y entonces sus puestos vendrían a ser ocupados por los gentiles fieles de las naciones (Juan 1:11,12). Esta primera manada es comparativamente más pequeña que la gran manada o grande muchedumbre compuesta de millones de salvos que vendrían de las naciones para unirse al primer rebaño y ser así UN solo rebaño con UN solo Pastor. Todos estos salvos que son miembros del cuerpo de Cristo, e hijos adoptivos de Dios, e hijos de Abraham por la fe, serán los ejecutivos del reino, gozando de autoridad, poder y gloria con Cristo sobre las naciones aún no conversas, pero en proceso de reeducación e re instrucción durante el milenio.

El profeta Daniel ve este panorama milenario en Daniel 7:13,14, 18 y 27, y dice: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre. Y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán”.

Sin duda estos “santos del Altísimo” son los miembros de la iglesia de Cristo, su cuerpo místico de salvos, pues dice la Escritura de la Iglesia, así: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua (bautismo) por la palabra (el evangelio), a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:25-27)

La Tarea de la iglesia hasta la venida del Rey

Mientras tanto, la iglesia deberá seguir reclutando nuevos miembros para el reino de Cristo, el cual se establecerá en su segunda venida en gloria (Mateo 25:31,349. El evangelio que deberá ser predicado es el Reino de Dios, como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin (Mateo 24:14). Y todos los creyentes deberán pedir y buscar el reino de Dios con insistencia o perseverancia (Mateo 6:10,33). Ninguno que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino. Es decir, debemos enfocarnos en el tema del reino, predicarlo, sentirlo y vivirlo, sin mirar atrás, sin retroceder, sin vacilar (Lucas 9:60,62).

El premio: nuestra corona de gloria

Después de haber cumplido con la gran comisión de manera leal y perseverante, el Señor procederá a darnos nuestras coronas de gloria cuando regrese en toda su majestad. Dice la Escritura, así: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Pedro 5:4).

Hermanos míos, aquí hay una promesa muy clara, y esa es nuestra coronación para tener vida eterna en el reino de Cristo. Es la corona que corresponde a un victorioso, a uno que será rey del reino de Cristo. Y entonces se cumplirá lo dicho por Jesús:

“… está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades (Lucas 19:17).

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