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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

viernes, 7 de agosto de 2009

LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ Y LA RESURRECCIÓN DE CRISTO


Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Muchas veces, para ganarnos nuestro daño, los agentes de las tinieblas nos dicen la verdad».

Los Testigos de Jehová niegan la resurrección corporal de Cristo. Pasan por alto la realidad de este asombroso hecho históricamente genuino, relevante para los que se asientan en la fe cristiana. Sin la resurrección corporal de Cristo, es vana la predicación apostólica, es vana también la fe en el creyente. Si la resurrección de Cristo no fue, entonces los apóstoles son falsos testigos, unos mentirosos. Sin la resurrección corporal de Cristo nosotros estamos todavía en pecados, lo que durmieron en Cristo han perecido sin remedio, y como cristianos, somos las más míseras de las criaturas por creer que Cristo se levantó de entre los muertos (1 Co. 15:12-19), pero a la verdad, «mas ahora Cristo ha resucitado los muertos…» (1 Co. 15:20).

No cabe duda que Dios levantó a Cristo de la muerte, al resucitarlo corporalmente (Hech. 2:24: Ro. 4:24; 1 Co. 6:14; 2 Co. 4:14; Gal. 1:1; Ef. 1:20; Col. 2:12; 1 Ts. 1:10; 1 Tim. 2:8; 1 P. 1:21). Sin la resurrección corporal de Cristo, no es posible por lógica pueril que «seamos semejantes a él cuando se manifieste», cuando venga por segunda vez al mundo. Puesto que los cuerpos de los creyentes serán trasformados en la resurrección de los que murieron o de los que estén vivos (1 Ts. cap 4), significa que Cristo hubo de resucitar corporalmente. Los Testigos han distorsionado sagazmente la verdadera doctrina de la resurrección corporal de Cristo. Las escrituras no mencionan que los cuerpos físicos de los creyentes serán “espiritualizados” literalmente. Una cosa es un “espíritu”, que no tiene cuerpo, y otra cosa es un «cuerpo espiritual». Véase por favor 1 Co. 15:44 para confirmar este punto. Este es el «cuerpo espiritual» que se tendrá en la resurrección o en la transformación en vida, «semajnte al del Hijo del Hombre»:

1 Jn. 3:2 «Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es».

1 Co.15:51 «He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados…».

1 Co.15:52 «…en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados».

Los Testigos de Jehová, por efecto del engaño religioso, afirman que Cristo se “disolvió en gases” después de su muerte; otra, porque no se ponen de acuerdo, que fue “escondido” por el Padre en un lugar incógnito, no determinado, quién sabe dónde. Arguyen que la resurrección del Señor fue como un “agente espiritual”, como un “ser incorpóreo”. La resurrección de Cristo tuvo que ser obligadamente corporal, ya que su anatomía humana estaba ausente en el sepulcro en ese día glorioso en que venció a la muerte. El sudario que fue puesto en su cabeza fue visto por Simón Pedro enrollado, y en otro lugar aparte reposaban los lienzos que amortajaron el cuerpo del Señor cuando murió. Es evidente y racional que Cristo se deshizo del sudario y de los lienzos que cubrían su cuerpo:

Jn. 20:5 «Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró».

Jn. 20:6 «Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí…».

Jn. 20:7 «…y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte».
Jn. 20:8 «Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro; y vio, y creyó».

Jn. 20:9 «Porque aún no habían entendido la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos».

María cuestionó a Cristo pensando que era el «hortelano que había tomado el cuerpo del Señor» del sepulcro para llevárselo. En ese momento, María no se percató que charlaba con el mismo Señor Jesucristo con un «cuerpo restituido y vivo por la potencia de Dios». Clara evidencia es esta, además, de la resurrección corporal de Cristo:

Jn. 20:15 «Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré».

Cristo le ordenó María para que «no lo tocase porque no había subido aún al Padre» (Jn. 20:17). Si el Señor hubiese sido un espíritu incorpóreo, no existiría ninguna posibilidad de tocarlo. Entonces el mandato de Cristo hecho María, no dejaría de ser un absurdo innecesario:

Jn. 20:17 «Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios».

Al igual que los Testigos, en una errónea apreciación, los discípulos creyeron que Cristo era un “espíritu” cuando por primera vez lo vieron después de su resurrección. Pensaron que se trataba de un «espíritu» (Lc. 24:37). Para convencerlos de su confusión, Cristo les mostró su cuerpo. Les dijo que era el mismo que habían conocido como persona: «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy…» (Lc. 24:39 a), asegurándoles que no estaban ante un espíritu, porque «un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo» (Lc.24:39 b).

Es curioso que la misma incredulidad de Tomás el apóstol reafirme la resurrección corporal del Señor Jesucristo, porque Tomás dudaba que había sido resucitado de entre los muertos. Y para que no quedase la menor duda de su resurrección corporal, Cristo comió en la presencia de sus discípulos. ¿Puede hacer, acaso, un espíritu tal cosa?:

Lc. 24:41 «Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?».

Lc. 24:42 «Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel».

Lc. 24:43 «Y él lo tomó, y comió delante de ellos».

Cristo le mostró a Tomás el Dídimo (Jn. 20:24) su cuerpo resucitado y las lesiones que le infligieron en la cruz del Calvario con crueldad inimaginable. Cristo invitó a Tomás a que pusiera sus dedos en las heridas de los clavos y en la herida provocada por la agudísima y cortante lanza romana en el costado de su cuerpo:

Jn. 20:27 «Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Tomás, ya convencido de la resurrección corporal del Señor, únicamente pudo exclamar admirado:

« ¡Señor mió, y Dios mió!» (Jn. 20:28).

Para el conocimiento de los Testigos, el Señor no se esfumó como “por arte de magia”, como “ligera y volátil sustancia”, como el “gas metano de los pantanos”, ni tampoco fue escondido en un lugar “equis” por el Padre y Dios Todopoderoso, cosa que para los Testigos es una patética realidad. La Biblia jamás narra en su infalible contenido esta confabulada y semejante mentira de “decepcionante calidad”. Un “cuento chino” extremadamente alucinado (¿peyote?), inventado por las enfermizas y mitómanas mentes de los Testigos, que no deja uno de admirarles la genial habilidad que poseen para elaborar asombrosas fábulas que difícilmente un niño de cinco años las creería, pero que lo entretenerían emocionado con “viscosa baba en las comisuras”, y de las que testimonio damos de su fría iniquidad en este artículo, con base bíblica, sin rodeos, y que va al grano, y no con «sutiles y despistada mitologías huecas» como las que acostumbran los hijos del diablo adheridos como “cónicas lapas” al “sumergido casco” de la Watchtower.

Pablo dio fe que Cristo apareció primero a Cefas, después a los doce discípulos, luego a Jacobo, y después a más de quinientos hermanos después de su resurrección corporal. Por último, apareció al apóstol Pablo (Véase por favor 1 Co. 1:1-8).

Cristo fue visto resucitado y ascendiendo en el aire por sus fieles creyentes y hermanos (Heb. 2:11) con el propósito de sentarse a la «Diestra de Dios» en el tercer cielo. La Biblia que no miente, lo aclara con tanta sencillez. Sabemos a ciencia cierta a qué lugar el Hijo de Dios fue, y no fue exactamente a “un oculto escondrijo” como lo promulgan sin sentido los hijos malogrados de Russell, sino a un lugar «sublime y glorioso de santidad y pureza, en el que reina eternamente el Dios nuestro»:

Hech. 1:9 «Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos».

Hech. 1:10 «Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas…».

Hech.1:11 «…los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo».

Mr.16:19 «Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios».

Testigos de Jehová, vuelvo a preguntarles:

¿Están seguros qué su andar es por la resplandeciente senda de la eterna salvación?

Nuevamente, se los dejo de tarea.