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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

jueves, 23 de julio de 2009

CRISTO: EL HIJO DEL HOMBRE


Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)


«Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre» (Jn. 5:26-27).


Cristo Jesús, como el «Verbo de Dios» (Ap. 19:13), mejor dicho, como el representante o embajador de su «Palabra» (ho logos tou theou, gr.), es la revelación perfecta de lo Alto para la salvación de los hombres de todos los linajes, etnias, pueblos y naciones que «estaban sin Dios y sin esperanza» (Ef. 2:12), «destituidos de su gloria, por cuantos todos pecaron» (Ro.3:23).

Solamente el engendramiento sobrenatural de Cristo (Mt. 1:20; 1 Jn. 5:18), que lo define como un Hombre perfecto y santo, de naturaleza pura e intachable, pudo capacitarlo para redimir al mundo pecador, para este efecto, a los que han creído en su nombre (Jn. 1:12; 3:36; Ro. 10:9), por medio de su sacrificio vicario en la devastadora cruz romana, a manera de la sombra extinta del rito levítico sacrifical (Lev. cap. 9) para la expiación de los pecados del pueblo de Israel, manifestando con dolor, sangre, muerte y perdón, el sublime e infinito amor de Dios en la nueva dispensación, vigente hasta el día de hoy, y que culminará con el retorno del Hijo del Hombre a la tierra, porque «el juez está delante de la puerta» (Stg. 5:9).

Cristo anunció el Reino de Dios, Uno venidero, terrenal y teocrático, que es la culminación objetiva de la promesa de Dios hecha a Abraham en el pasado, promesa establecida, primeramente, a la nación escogida por Dios, Israel (Gn. 12:1-2; 15: 17-21; 17:8), y que trasciende además a las naciones del mundo, porque: «en ti serán benditas todas las naciones de la tierra». Así que, de judíos y gentiles, Dios ha hecho por medio de Jesucristo «un solo pueblo», la Iglesia (Ef. 2:14).

Cristo resucitó por el poder de Dios cuando fue desatado de los lazos incontenibles de la muerte. Cristo pudo morir en la cruz debido a su naturaleza Humana, aunque perfecta. Por lo tanto, Cristo como Hombre es «el primogénito de los muertos» (Ap.1:15), «el que vive y estuvo muerto» (Ap. 1:18). Dios no pudo antes, ni puede morir ahora ni mañana, porque «es el único que tiene inmortalidad»; de él emana toda vida (1Tim. 6:16).

Cristo descenderá como el Ser Humano que siempre ha sido, ya que es apreciado viniendo en las nubes del cielo como «Uno semejante al Hijo del Hombre» (Ap. 14:14; Dn. 7:13).

Cristo es un Individuo Humano especial dentro del raza humana, porque «Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo» (Mt. 1:16). Por esta razón, tuvo una relación muy íntima con la humanidad terrena por lo que fue posible en su sacrificio sangriento liberarla del Lago de Fuego a la que estaba sin remedio alguno condenada, de la «Gehenna» (Ap. 19:20; 20:10, 14, 15).

Cristo, como el «Segundo Hombre», y se infiere con certeza segura, el «Segundo Adán» (1 Co. 15:47), recobrará la naturaleza de todas las cosas tridimensionales como era en el principio de la creación y que fue imposible para el «primer hombre» sostenerla por su desobediencia y arrogancia en el Edén primitivo (Gn.3:17-19; Ro.8:19-21). Por este motivo, el cristiano fiel y elegido dejará de padecer enfermedades. El llanto, la muerte, el dolor y la tristeza nunca más serán en los que han creído en el Hijo del Hombre, «porque las primeras cosas pasaron» (Ap. 21:4).

Cristo, es un Agente Humano porque es el «León de la Tribu de Judá» (Ap.5:5), la «Raíz y el Linaje de David» (Ap. 22:16). Cristo retornará en Cuerpo Humano a la faz terrestre en gloria y en poder para juzgar como Hombre, con oficio judicial expedido por su Padre, a las naciones del mundo (Mt. 24:30; 25:31; Lc. 21:36), para concluir arrasadoramente con los tiempos del poder gentil que alzó por largísimo tiempo su estandarte autosuficiente y presuntuoso contra el Dios el cielo (Dan. caps. 2 y 7; Lc. 21.24). Cuando Cristo destruya el postrer gobierno del mundo inicuo, «los reinos del mundo vendrán a ser del Señor Dios y de su Hijo» (Ap. 11:15).

Cristo «reinará por los siglos de los siglos» (kaì basileùsei eis toùs aiônas tôn aiónôn, gr. Véase Ap. 11:15) el mundo restituido, en un tiempo limitado pero de plazo largo, de acuerdo a la palabra griega «aionios» (eterno), que no siempre significa «infinito» con respecto al «Crono» o «Cronos» (en griego antiguo Κρόνος Krónos, transliterado también Cronus y Kronos, «tiempo»), es decir, por «Mil Años» literales, dentro del marco histórico terrenal (Ap. 20: 4, 6). Al terminar su reinado mundial y milenario, «cuando haya suprimido toda autoridad y potencia», Cristo entregará entonces el cetro de poder al Dios Padre (1Co. 15:24).

Cristo reinará la tierra renovada como el «Rey Davídico» prometido, pero antes aplastará sin misericordia a sus enemigos con la rapidez del rayo. No le será difícil hacerlo con el «resplandor de su venida que será en llama de fuego, con el espíritu destructor de su boca, con la espada letal que emergerá de ella». Herirá mortalmente a sus enemigos que pelearán contra él en el sitio del Armagédon (2 Ts. 1:8; 2:8; Ap. 16:16; 17:14; 19:15). «Los reyes de la tierra», comandados por su jefe «el Anticristo», no podrán detenerlo en su intento para evitar que gobierne universalmente (Sal. 2:2).

Dios estableció con el rey David un pacto incondicional en el que le promete una descendencia física o «casa», un reino o gobierno político, de carácter teocrático, un trono en el cual se habrá de reinar con poder y dignidad, por largura de días. Cristo, como el Hijo de David y de su linaje, que evidencía su exclusiva Humanidad, restaurará, conforme la promesa antiguo testamentaria (2 S. 7:12-16), el reino de David su padre en el futuro. «El Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre…» (Lc. 1: 32:33).

Cristo, el Hijo de Dios, arribará al mundo como «Guerrero Invencible, como «Rey de reyes y Señor de Señores» (Ap. 19:16) para tomar posesión de su glorioso trono y para juzgar el mundo con autoridad delegada por el Padre, como una Persona Humana, «por cuanto es el Hijo del Hombre» (Jn. 5:27).

La existencia de Cristo empieza con su «engendramiento» y no antes. Su nacimiento virginal y humano le daría a conocer más tarde como el Hijo de Dios genuino que se autoproclamó como «el Hijo del Hombre» (Mr. 1:1; Mt. 26:63-64; Lc.1:32. «Hijo de Hombre» aparece 82 veces en el Nuevo Testamento), no por «adopción», como los creyentes en él (Ef. 1:5). Las frases como: «En el principio era el verbo» (Jn. 1:1, la palabra), «Antes que Abraham fuese, yo soy» (Jn. 8:58), «…con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese» (Jn.17:5), subjetivamente hace notar el «ideal», el «propósito», la «finalidad», la «razón» que estaba en la mente de Dios y que procedió a materializarse después en la Persona Humana de Cristo y en su obra terrenal. Si lo entendemos de este modo correcto, Cristo es «la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos» (Tit.1:2), es «el Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo» (Ap. 13:8), el que «fue destinado desde antes de la fundación del mundo…» (1 P. 1:20). La doctrina de la “encarnación de Cristo”, es un veneno religioso ajeno a las enseñanzas bíblicas que se conjugó a partir del gnosticismo (el Cristo aeónico) y de la filosofía platónica.

La conducta de Cristo fue Humana, pero a diferencia de la natural y caída, fue inmaculadamente perfecta. Sus necesidades fueron como la de cualquier hombre de esta tierra. Cristo, como usted hermano y amigo mió, tuvo cansancio (Jn. 4:6), tuvo hambre (Mt. 4:2; 21: 18), tuvo sed (Jn. 19:28), durmió a causa del sueño (Mt.8:24), fue tentado al igual que los hombres del mundo (Heb. 2:18; 4:15). Únicamente los seres vivos, como los hombres sin excepción, incluyendo al Hijo de Dios, han podido experimentar tales cosas. Dios, por su naturaleza, lógicamente, no. ¿No dice la Biblia qué «Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie»? (Stg. 1:13). Si Cristo es Dios, ¿cómo, pues, pudo ser «tentado» entonces? (Mt.4:1). ¿No contradeciría esto la Palabra Santa? ¿Si a Dios «nadie lo ha visto jamás» (1 Jn. 4:12), cómo es posible qué Cristo «haya sido visto y palpado por lo hombres»? (Jn. 1:14; 1 Jn. 1:1-3). Otra cosas es que Cristo «haya dado a conocer al Padre» (Jn. 1:18), y otra que sea la «imagen del Dios invisible» y no «Dios» (Col. 1:15).
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“El dios-hombre” es sin lugar a duda el “otro Jesús” de quien Pablo nos advierte en 1 Co. 11:4. Es absurdo conciliar a Cristo como “un ser conformado por dos naturalezas: una humana y otra divina”, doctrina que nació en el seno del catolicismo romano (dogma teo -antrópico, la kenosis) que “iatrogenizó” luego al “cristianismo protestante”. Sería catastrófico pensar que “un ser que es dios y hombre a la vez sea una persona humana en lo absoluto, o dios por completo”. Por otro lado, es lo bastante sensato admitir que tal concepto es tan sólo una monstruosa contradicción, una confusa y retorcida ambigüedad.

«El dios-hombre», el de los concilios católicos, es el resultado de las teologías místicas y abstractas de los “Primeros Padres de la Iglesia”, influenciados por filosofía griega antigua y con la cual encubrieron la verdadera Humanidad de Cristo, destrozando la esencia real del «monoteísmo hebreo» al equiparar al Hijo del Hombre con la Deidad.

Dios les bendiga siempre.