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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

lunes, 31 de agosto de 2009

UNIPERSONAL





Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

Dios: «Espíritu supremo, personal, existente por sí mismo, e infinito en todo género de perfecciones, y la causa de todo».

El nombre de Dios aparece en una notable cantidad de veces en el primer libro de la Biblia, en el Génesis. Se encuentra treinta y cinco veces en los treinta y cuatro versículos que lo componen. La traducción del término Dios aquí, es «Elohim», y está en plural, pero no denota «cuantidad» en sí mismo, sino «cualidad». Este término se usa en la forma singular para señalar que Dios es «Uno», en «cuanto a forma y no en cuanto a número», enseña «Un Ser Unipersonal y Absoluto», y no “uno conformado por tres personas distintas”. La «Unipersonalidad de Dios» concuerda con el pensamiento hebreo monoteísta del Antiguo Testamento:

«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Dt. 6:4)

En el lenguaje judío, en el idioma hebreo, la forma plural de «Elohim» indica plenitud intensa que tiene relación con la Omnisciencia, la Omnipotencia, y con la Omnipresencia de Dios, con su Eternidad, y con su Perfección Infinita de todos sus atributos intrasmisibles.

La palabra «Eloihm» no enseña una “pluralidad numérica de Dios” como se ha creído mayormente. Es un término «mayestático» que exalta a Dios como «Creador», que expresa «Honor» y «Majestad» en su pluralidad. En cuanto al concepto de la “pluralidad cuantitativa” del término «Elohim», no es posible aceptarlo con deliberada intención, ya que el Antiguo Testamento es completamente «monoteísta» en su perspectiva de Dios. El Antiguo Testamento identifica a Dios como el «Solo», «Único», y «Verdadero»:

«Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí. Yo te ceñiré, aunque tú no me conociste, para que se sepa desde el nacimiento del sol, y hasta donde se pone, que no hay más que yo; yo Jehová, y ninguno más que yo…» (Is. 45:5-6).

« Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios» (Is. 44:6).

En el Nuevo Testamento, Pablo reconoce específicamente que hay un «solo Dios», el «Padre», y hace una ancha y marcada diferencia entre éste y Cristo: …« y un Señor, Jesucristo…» (1 Co. 8:6). Si Cristo hubiese sido una persona diferente dentro de la Deidad, es seguro que Pablo lo revelaría al instante y sin “rodeos”, pero vemos que el texto no lo explica así. Pablo no menciona que Cristo sea Dios, “uno igual al Padre”. Esta es una prueba suficiente que echa por la tierra la doctrina trinitaria.

La diabólica doctrina trinitaria emergió en el pútrido y corrompido seno del catolicismo romano, para anclarse cómodamente después de su mordaz hazaña dentro de las congregaciones del denominado “cristianismo protestante”, y no para «vida», sino para «perdición y muerte eterna», por ser una herejía “hecha y derecha”.

El Dios celoso fue claro y directo en decirle al Pueblo judío que se abstuviera de «adorar dioses ajenos, de hacerse imágenes, y semejanzas de arriba, de abajo, y de las aguas, para inclinarse ante ellas y venerarlas» (Ex. 20:3-5). El trinitarismo ha permitido con error que Cristo, el Hijo de Dios, sea “una de estas semajenza adoradas de arriba”, “una celestial”, al despojarlo de su incomprendido, absoluto y genuino carácter Humano, por ser Hijo de Dios y Hombre (1 Tim. 2:5), engendrado por el espíritu santo en la virgen madre (Mt.1:20). Esta insana permisión le quita al verdadero Dios el honor y la adoración única que se merece por lo qué es en realidad.

La idea torcida de la trinidad, será la ruina y condenación para muchos que no quieren abrir los ojos ante su letal y sutil mentira, idea siniestra que fue elaborada por las enfermas y religiosas mentes de la iglesia católica romana, incitadas por el diablo:

Para reflexión, no se diga más:

«Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado» (Jn. 17:3).



Amén.