Datos personales

Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

sábado, 4 de octubre de 2008

ISRAEL Y LOS GENTILES

Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)

El Apóstol identificó a los corintios a quienes él escribió su primera epístola como descendientes de los israelitas que partieron de Egipto con Moisés: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar” (1 Cor. 10:1).

Pablo identificó a estos mismos corintios como gentiles: “Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos” (1 Cor. 12:2).

Notemos que Pablo les dijo a los corintios (descendientes de aquellos israelitas que estuvieron en el desierto) que habían sido gentiles cuando apostataron con los paganos al adorar ídolos mudos. Así que si este es el caso, ¿no es posible concluir que Pablo haya sido el apóstol de los “israelitas-gentiles” que aún estaban mezclados entre las multitudes paganas de las distintas naciones que él visitó? En todo caso, hubo muchos israelitas desperdigados por todo el mundo que necesitaban recibir el mensaje del reino para que nuevamente se unieran al cuerpo de Cristo que comenzó siendo integrado primordialmente por Judíos y Benjaminitas (Hechos 2:38-44).

Por cierto que para Pablo los gentiles también incluían a los que no son israelitas de raza, a gente de otras naciones, los cuales también son llamados para ser descendencia de Abrahán y convertirse en Judíos adoptados o espirituales. Las Escrituras nos dicen que los que son de la fe son hijos de Abraham, y conforman su descendencia real (Gál.3:7,9,29). Tanto los gentiles como los Judíos naturales creyentes en el Mesías se constituyen en la descendencia de Abraham y en el verdadero Israel— el Israel de Dios.

En Efesios el apóstol Pablo dice: “Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. 12 En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. 14 Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, 15 aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, 16 y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. 17 Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; 18 porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. 19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efe. 2:11-19).

Aquí tenemos entonces que los gentiles en la carne (los de las naciones) hemos sido hechos cercanos al pueblo de la promesa por la sangre de Cristo. Jesús hizo de ambos pueblos uno solo, derribando la pared de separación que nos dividía. Y es así que los gentiles ya no son vistos como extranjeros ni advenedizos por los elegidos Judíos, sino conciudadanos con los santos, y miembros de la familia de Dios.

Una sola Esperanza

Los más de los cristianos tienen la idea de que la iglesia es un cuerpo separado del cuerpo Judío, y que ambos tienen promesas y pactos distintos. Se sostiene que la iglesia tiene promesas mejores y celestiales mientras que Israel recibe promesas terrenales. Esto, sin embargo, contradeciría lo que Pablo dijo a los mismos efesios, cuando les escribe: “Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; 5 un Señor, una fe, un bautismo, 6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (4:4-6).

Así que si sólo hay una esperanza de nuestra vocación, es lógico suponer que la esperanza de la antigua Israel creyente (AT) y la de la iglesia del NT (compuesta de Judíos y gentiles creyentes) es la misma. Esto quiere decir que debemos averiguar qué cosas Yahweh prometió a su pueblo fiel y prístino de antaño para estar seguros de lo que obtendremos si en verdad somos de Cristo. Este es un asunto importante, porque por siglos el catolicismo ha desdeñado al pueblo prístino de Dios como caduco e infiel. Aun los protestantes no tienen claro este cuerpo único y persisten en enseñar que ambos pueblos (Judío y gentil) gozan de distintos pactos y promesas, lo cual es un residuo desafortunado heredado del romanismo.

La Rica Savia del Olivo

Todos los creyentes en Cristo debemos entender que Dios definitivamente no ha rechazado a su pueblo el cual desde antes conoció. En Romanos el apóstol Pablo dice: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. 2 No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Rom. 11:1,2). Entonces, si Dios no rechazó a su pueblo, sus promesas siguen vigentes para ellos. En Romanos 9:4 el apóstol Pablo, hablando de las promesas antiguas de Dios, dice: “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas”. Es decir, nada ha cambiado con la adopción, el pacto, la ley, el culto y las promesas de los israelitas. Luego Pablo dirá a los injertados (gentiles) en el buen olivo que: “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, 18 no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti” (Romanos 11:17,18). Entonces está claro que la rica savia que mantiene fuerte y vivo al olivo natural (Israel) nutre a los que han sido injertados a él. Ahora los gentiles, los llamados Griegos o paganos, e incluso los israelitas perdidos y recuperados de entre las naciones, pueden nutrirse de este buen olivo, haciendo suyos los pactos, promesas, el culto, las leyes, y la gloria.

La tragedia que aún subsiste en que existe la idea de que los Judíos son unos parias, desposeídos, rechazados y marginados por Dios. Y aunque es verdad que la mayoría eran unos cabezas duras, hombres rebeldes, impíos; sin embargo, siempre quedó un remanente que se mantuvo fiel a sus principios religiosos. La gran mayoría de Judíos hoy vive de espaldas a Dios como verdaderos gentiles no conversos (paganos). Muchos son idólatras (aman el dinero), son blasfemos, son mundanos, y hasta ateos. Pero hay otros que son piadosos y que han puesto su confianza en el Dios de sus padres y en el Mesías Cristo, el Jesucristo de los llamados cristianos. Estos son, junto con los conversos gentiles, el verdadero pueblo de Dios, los herederos de las promesas y pactos del Altísimo.

La Ventaja del Judío

Pablo admite que el Judío tiene siempre preeminencia sobre el gentil convertido, cuando dice: ¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión? 2 Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios (Rom. 3:1-3). El hecho de que los Judíos fueron los depositarios de la Palabra de Dios los hace más grandes que los gentiles. Esto es importante, ya que muchos creen que la iglesia gentil es de mayor importancia que la iglesia compuesta de judíos naturales por el número de integrantes. No es extraño, pues que Pablo siempre ponga primero a los judíos sobre los gentiles cuando escribe:

“Mas gloria y honra y paz á cualquiera que obra el bien, al Judío primeramente, y también al Griego” (Rom 2:10).

“Tribulación y angustia sobre toda persona humana que obra lo malo, el Judío primeramente, y también el Griego” (Rom 2:9).

“Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud á todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al Griego” (Rom. 1:16).

Un mismo evangelio para Judíos y Gentiles

Curiosamente muchos llamados cristianos sostienen que Jesús predicó un evangelio para sus hermanos de raza (el evangelio del reino) y que Pablo predicó otro evangelio para los gentiles llamado, “el evangelio de la gracia”. Sin embargo, como ya hemos visto al comienzo de este estudio, el apóstol Pablo consideró gentiles a sus propios hermanos de raza de Corinto, al llamarlos “gentiles” mientras estaban en la idolatría (1 Cor. 12:2). Así que, ¿por qué les predicaría a ellos el evangelio de la gracia a no ser que éste sea el mismo evangelio del reino que predicó el Señor a sus paisanos? Y hay evidencias contundentes para concluir con certeza que el evangelio de la gracia de Pablo era el mismo evangelio del reino que predicó Jesucristo a los suyos. Sólo bastan leer los versículos 24 y 25 de Hechos 20, que dicen: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. 25 Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro”. ¿Quién puede estar tan ciego para no percatarse de que Pablo equiparó el evangelio de la gracia con el evangelio del reino de Dios? Evidentemente las frases “evangelio de la gracia” y “el evangelio del reino” que aparecen en dos versículos consecutivos son sinónimos. Definitivamente Pablo predicó también el Reino de Dios a los gentiles israelitas y a los gentiles de las naciones. El mensaje fue siempre el mismo: El Reino de Dios. Por eso Pablo dijo que su evangelio era realmente el evangelio de Jesucristo, el único y singular evangelio (Romanos 1:9, Gál.1:6-9).

¿Qué evangelio escuchó Abraham?

Abraham es el padre de los fieles, por tanto su fe es la fe de Jesús, y la nuestra. Siendo que Abraham vivió muchísimo antes que su descendencia real, Jesucristo, ¿qué evangelio escuchó él y de quién? Pues la respuesta está en la misma Biblia, dónde leemos: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. 9 De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham” (Gál. 3:8). Así que Abraham escuchó de antemano del mismísimo Dios el evangelio o Buena Nueva de bendición para todas las familias de la tierra a través de él y su simiente, Jesucristo. Y esta Buena Nueva fue igualmente la esperanza de todo Israel, que aguardaba la venida de la simiente de Abraham que traería las bendiciones a todos en la tierra.

Entonces el mensaje divino para todo el mundo es el mismo que recibió Abraham con relación a una tierra bendita que sería implementada por el Hijo de Abraham, el hijo de David (Mat. 1:1) en el reino de Dios. Este es el evangelio de la gracia de Dios. Por tanto, mal haríamos en sostener que la esperanza de la iglesia es una y la esperanza de Israel es otra. Ambos grupos nacionales tienen un mismo llamado y una sola esperanza vocacional pues en Cristo ya no son dos pueblos sino uno (la iglesia de Israel). Jesús desea darle a los suyos, a todos aquellos que le aceptan y siguen, una tierra de justicia cuando se establezca el reino de Dios.

Más sobre este tema en:

www.eterblogs.com/evangelio/