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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

lunes, 8 de marzo de 2010

LA PREEXISTENCIA DE CRISTO Y EL GNOSTICISMO

Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

No solamente la filosofía griega contribuyó para el establecimiento dentro de la Iglesia de la herejía que habla de un “hijo de dios preexistente y divino”, sino también el gnosticismo, una mezcla de esta filosofía, primordialmente, la platónica, y de otras ideas orientales, puso su “granito de arena” para consolidarla más, logrando distorsionar en su negativa dualidad la naturaleza Humana tan exclusiva del Cristo de las escrituras.

En el tiempo en que Juan escribió su primera carta que lleva su nombre, en la ciudad de Efeso, entre el año 80-95 de la era actual, el movimiento gnóstico, que se desarrolló con plenitud en el Siglo II, estaba en su etapa inicial, como doctrina precursora.

El gnosticismo es un conjunto de corrientes sincréticas filosófico-religiosas que llegaron a mimetizarse, con el cristianismo los tres primeros siglos de nuestra era, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos. Surge entonces, un gnosticismo pagano y un gnosticismo cristiano, aunque el más significativo pensamiento gnóstico se alcanzó como rama heterodoxa del cristianismo primitivo. EL gnosticismo adoptó un “disfraz cristianizado” para quedarse en la Iglesia de Cristo. Sus efectos, han sido deletéreos hasta la fecha.

El término proviene del griego Γνωστικισμóς (gnostikismós); de Γνωσις (gnosis): “conocimiento”. Este “conocimiento” sólo estaba al alcance de los “iniciados”.
Es difícil hablar del gnosticismo en sí por la gran variedad de doctrinas que lo constituyen. Aquí nos ocuparemos de «uno» por su importante predominio en el cristianismo.

El fundador y promulgador del gnosticismo cerinto, Cerinto de Efeso, según Ireneo, fue un hombre educado en la sabiduría de las egipcios, que aseguraba recibir inspiración angélica. Cerinto, tenaz adversario del apóstol Juan, dijo que “el Cristo divino descendió sobre el Jesús humano en le momento preciso de su bautismo, para dejarlo antes de su muerte en la cruz del Calvario”.

“El descenso del Cristo divino sobre un cuerpo humano”, de acuerdo al gnosticismo cerinto, vino a conjugar después en su aporte las luxadas doctrinas de la “encarnación de Cristo” y de su presunta “divinidad” que lo hace “igual al Padre”, desfigurando el «monoteísmo hebreo» del Vetero Testamento (Dt. 6:4) y que es confirmado por Cristo en el Nuevo (Mr.12:29), y por el apóstol Pablo (1Co. 8:6), abriéndole el camino a la falsa y despótica “trinidad”. Estas extrañas teorías doctrinales, desconocidas en las escrituras, quedaron plasmadas y “patentadas” en los profanos aposentos de la Iglesia católica romanista y que aparecen delante del mundo en sus laudables “credos”, dos de los cuales, a continuación presentamos. Tales heretismos fueron aceptados cordialmente, con “amigable y ceñido abrazo”, por el cristianismo protestante ortodoxo, irónicamente, a pesar de su inacabable y mortal lucha “teológica” contra la Iglesia Papal. A decir verdad, no difieren mucho con respecto a sus religiosas normativas terrenales:

Credo Niceno, fragmento.

«…Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos…».

Credo de Atanasio, fragmento.

«Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.

Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre y el Hijo y otra (también) la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso (también) el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno (también) el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios; Así, Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede.

Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad de la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha sentir de la Trinidad…».

El Cristo de la Biblia fue moldeado por los hombres inconcientes y sin temor a las consecuencias postreras, en “uno que preexistió como una deidad atemporal, antes de la historia de las eras. Un Cristo preencarnado que descendió en un cuerpo carnal para asumir dos naturalezas, una humana y otra divina”, según la teoría de la “hipóstasis”, oscuro y grosso error que procede del necio y fatuo corazón, pero indetectable en su mentira para los desapercibidos e ignorantes.

Esta “encarnación”, que no nunca ha sido bíblica, ha desplazado violentamente al verdadero «engendramiento» de Cristo. Cristo, hasta ahora, tiene en el cielo el mismo cuerpo Humano con qué fue engendrado, con qué creció, y con qué murió, pero que fue glorificado en su resurrección. La Biblia afirma que Cristo es «Hombre», y no «Dios». En el verso siguiente, la diferencia entre el «Hijo de Dios» y el «Dios Padre», está confirmada poderosamente:

«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre…» (1 Tim. 2:5).

El gnosticismo cerinto, como la filosofía griega pagana y la hipóstasis trinitaria, conflige con la connotación verdadera de las palabras del apóstol Juan cuando escribe:

«…Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios…» (1 Jn. 4:2).

«Que Jesucristo ha venido en carne» (Iesöun Christon en sarki elëluthota, gr.), describe la Humanidad de Jesucristo dada en su engendramiento sobrenatural y no a través de una determinada “encarnación”. La locución «ha venido en carne», no implica un descenso célico-terrenal del Hijo de Dios para tomar una forma diferente. Todos los seres humanos, de cierto modo, «hemos venido en carne al mundo».
El gnosticismo cerinto, que afectó con mística sutileza perjudicial a la Iglesia de Cristo, choca con la naturaleza Humana, única y genuina de Cristo, quien fue concebido por el espíritu santo, engendrado por el poder de Dios, mas no “encarnado”.

«Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS» (Lc. 1:31).

Cristo mismo se autoproclamó como el «Hijo del Hombre» por ser esencialmente un Individuo Humano, siendo Hijo de Dios por su concepción sobrenatural:

«Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre» (Mt.24:37).

La doctrina de la trinidad católico-cristiana protestante es claramente «gnóstica-aeónica». La palabra “aeon”, o “aion”, significa “edad” o “siempre existente”, o se relaciona con la “eternidad”, que llegaron a ser aplicados al poder eterno y divino, y a los a tributos personificados de tal poder, para extenderse y designar las emanaciones sucesivas de la divinidad en la “pleroma” o mundo espiritual invisible que los gnósticos concibieron como los intermediarios necesarios entre lo espiritual y los mundos materiales. De tal manera, partiendo de aquí, el “Cristo divino, aeónico, eterno e inmaterial, fue encarnado en un cuerpo humano”, mientras que la Biblia afirma en desacuerdo que Cristo fue «engendrado» por Dios. En esta definición gnóstica de “aeon”, no es difícil ni complicado encontrar un “hijo preexistido” y anterior al mundo material como una de estas “emancipaciones divinas de las altas orbes celestiales” y que nada tienen que ver con el glorioso «cielo de Jehová».

Juan reaccionó con fuerza y celo para advertir a los cristianos de su época contra el precursor de la herejía gnóstica que negó la Humanidad de Cristo pero que por otro lado elaboró desviadamente para difundir una imposible preexistencia aeónica y que sirvió de marco para el erguimiento del dogma “trinitario”, sagaz mimetismo que pudo incursionar en la Iglesia de Jesucristo.

Juan, en el capítulo cuatro de su epístola primera, nos anima a «discernir los espíritus», para detectar a los falsos maestros, «los anticristos que han salido del mundo» y que excretan blasfemias inmundas, que predican en las congregaciones de Cristo herejías destructoras.

«Dios es espíritu» (Jn. 4:24), y por tal cosa, en improbable que posea un cuerpo humano.

Cristo es un Ser Humano en todo el sentido de la palabra, especial, siempre ajeno a la naturaleza humana común y caída, y hogaño, todavía, permanece trasformado en su glorificación.

Con el mismo cuerpo Humano que ascendió al cielo (Hech. 1:9-11), el Hijo de Dios vendrá por segunda vez a la tierra a juzgar a vivos y a muertos para levantar inmediatamente después su reino terrenal de mil años de dicha y paz perdurables.

Como cristianos, «somos miembros del cuerpo, de la carne y huesos de Cristo», por la sencilla razón, de que él es un Ser Humano:

«…porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos» (Ef. 5:30).
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Amén.