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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

lunes, 22 de diciembre de 2008

LA CLASE DE SIMON EL MAGO EN LA ACTUALIDAD

Por Ing° Mario A Olcese

Leamos Hechos 8:9-24:

“Pero había un hombre llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande. A éste oían atentamente todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran poder de Dios. Y le estaban atentos, porque con sus artes mágicas les había engañado mucho tiempo. Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. También creyó Simón mismo, y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y grandes milagros que se hacían, estaba atónito. Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo. Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí”.

En estos versículos de Hechos nos enfrentamos a dos clases de “sanadores” que de igual forma lograron cautivar a sus oyentes con sus obras milagrosas. Por un lado tenemos a un agente de Satanás, a un tal Simón el Mago, que tenía embelesado al pueblo de Samaria, haciéndose pasar por un grande, por alguien importante, o por un elegido de la divinidad. Este se presentaba como alguien que estaba por encima de sus oyentes, y que era la misma encarnación del gran poder de Dios. Y aunque no se precisa lo que éste hacía, es probable que imitara los milagros registrados en los evangelios. Y por otro lado tenemos a Pedro y Juan, quienes, como apóstoles de Jesucristo, hacían milagros y señales por el Espíritu Santo que moraba en ellos.

Simón el Mago se quedó impresionado por el poder de los apóstoles de impartir el Espíritu Santo que daba poder para hacer cosas extraordinarias. Su mente carnal lo llevó a pensar que de Dios se podía obtener cualquier don por dinero. El creía que a Dios se le podía comprar con dinero, y que se podía obtener sus favores con el oro o la plata. Una mentalidad totalmente carnal y diabólica que es característica de los falsos ministros que pretenden canalizar de favores o milagros de Dios con el desembolso de grandes sumas de dinero.

Aquí vemos que a diferencia de Simón el Mago, los apóstoles impartían el Espíritu Santo por medio de la imposición de manos, y sin exigir nada de dinero a cambio. Sus prédicas estaban exentas de avaricia y de exigencias de dinero. Un contraste muy claro con el de Simón el Mago, que todo lo veía dinero, y con las de los predicadores del evangelio de la prosperidad, quienes suelen pedir dinero a su espectadores antes de que Dios pueda escuchar sus oraciones o peticiones por sanidad.

Sin duda, tanto Simón el Mago, como los apóstoles, despertaban la admiración de sus audiencias, y se nos dice que la audiencia de Simón el Mago vivía por largo tiempo engañada por este milagrero fraudulento que ejercía sus artes mágicas en Samaria. Entre su audiencia había gente “grande” tanto en edad como en estatus social. El tenía cautivado a todo un pueblo con sus poderes mágicos. Seguramente era un hipnotista, un sanador psíquico, alguien que levitaba, caminaba sobre las aguas, y cosas por el estilo.

Y seguramente Pedro evocó a este tipo de personas cuando dijo:
“Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme” (2 Pedro 2:1-3).

Sin duda alguna, el corazón de este tipo de gente no es recto delante de Dios, y es una maldad que estos sátrapas sigan procediendo de esa manera, engañando a los incautos con poderes que no vienen de lo alto, sino de lo más bajo. Y también estos son los grandes responsables de que el camino de la verdad sea blasfemado debido a su repugnante avaricia. Estas personas que usan la Palabra de Dios y los supuestos dones celestiales para enriquecerse, haciendo de sus seguidores una mercancía, serán severamente castigadas por Dios. Su condenación ciertamente no se tarda y su perdición no se duerme.