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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

jueves, 4 de septiembre de 2008

LOS TÍTULOS DE JESÚS

Por Ing°. Mario A Olcese (Apologista)

Conociendo al Padre y al Hijo

En colosenses 1:9 descubrimos que Pablo oraba con Timoteo para que la iglesia en Colosas fuese llena del conocimiento de la voluntad de Dios. Notoriamente para Pablo, conocer a Dios era conocer Su voluntad. No es una cuestión de conocer la apariencia de Dios, sino más bien, Su carácter y voluntad. Conocer a Dios es saber qué piensa y exige Él de sus criaturas humanas. Millones andan a ciegas porque no conocen a Dios, y no entienden el porqué de su existencia en esta tierra. Es por esta infausta situación que Cristo vino a dar a conocer a Su Padre a los hombres, a través de sus hechos y enseñanzas (Juan 1:18, Juan 14:6-10). Él vino a liberarnos del diablo y de sus mentiras, pues recordemos que Jesús y Pablo señalaron a Satanás como el Padre de la mentira, y el obstructor de la verdad (Juan 8:44; 2 Corintios 4:4).

Jesús, por tanto, dio mucha importancia al conocimiento o ciencia que lleva a la inmortalidad. Es una ciencia o conocimiento espiritual que debe ser aceptado con fe y humildad; sin objeciones ni burlas. Y en 1 Timoteo 2:4, Pablo le escribe a Timoteo lo siguiente: “el cual (Dios) quiere que todos los hombres vengan al conocimiento de la verdad”. Aquí Pablo habla del conocimiento de la verdad, verdad ésta que se encuentra en Jesucristo mismo (Juan 14:6). El conocimiento de Dios y de Cristo equivale al conocimiento de la verdad. Conocer a Dios y a Su Hijo es conocer la luz, la verdad, la salvación, y la vida eterna. Todos estos puntos se concentran en el Padre y Su Hijo. Jesús y el Padre son UNO (Juan 10:30), pues ambos están unidos en voluntad y propósito. Esto significa que ambos concuerdan perfectamente y no se contradicen. Si dos no estuvieran de acuerdo, no podrían andar juntos. Lo que Jesús enseñó era la doctrina de Su Padre, y él la enseñó con mucha fe y seguridad a mucha gente.

Si uno se pregunta cuál es la voluntad de Dios para con nosotros, diríamos dos cosas básicas: 1).- Nuestra santidad de vida (1 Tesalonicenses 4:3), y 2).- Que creamos en su Hijo (Juan 6:40, Juan 1:12). El primer aspecto se refiere a nuestra vida limpia y consagrada a Dios, y el segundo se refiere a nuestra creencia en el nombre del Hijo de Dios. Pero: ¿Qué significa exactamente creer en el Hijo de Dios? Este es un punto crucial que muchos no entienden. ¿Acaso es creer que él es la Segunda Persona de la Trinidad?¿O acaso que él fue un “buen hombre” o un “Abatar”?

Creyendo en Su Nombre---Jesucristo

La Biblia dice que debemos creer en el nombre del Hijo. Se lee en el evangelio de San Juan con respecto a Jesucristo, así: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. ( Juan 1:11,12 --Ver También; Hechos 3:15,16; 1 Juan 5:13). Creer en su nombre es creer en su persona mesiánica, pues su nombre es Jesús, el Cristo (o Jesucristo). Cristo significa en hebreo Mesías (=el rey de Israel), o sea; Jesús, el Mesías o Jesús el Rey. Algunos, no obstante, creen que Jesucristo es sólo un nombre personal, y punto. Pero la verdad es que Jesu-Cristo es un nombre + un cargo o rango. El punto es éste: ¿Creemos que Jesús es el Mesías o rey de Israel prometido? En Mateo 16:15,16 vamos a encontrar a Pedro reconociendo a Jesús como el Cristo ( ó Jesu-Cristo). Dicen así los versículos bíblicos: “El (Jesús) les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: TÚ (Jesús) ERES EL CRISTO, EL HIJO DEL DIOS VIVIENTE”. En otras palabras, Pedro creyó que Jesús era el Cristo ó Jesu-Cristo. Él había creído en el nombre de Jesús, es decir, que Jesús era el Mesías de Dios. En otra ocasión Jesús tuvo que soportar la deserción de muchos de sus seguidores porque dejaron de creer en él debido a sus duras declaraciones. Entonces Jesús les dice a sus apóstoles: “¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente” (Juan 6:66-69). Nuevamente nótese que los apóstoles habían creído que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. O sea, habían creído que Jesús era el Cristo, o Jesu-Cristo. Habían creído en su nombre completo: JESUCRISTO (o Jesús el Cristo), EL HIJO DE DIOS. Esto significa, en buena cuenta, que Cristo es el REY DE ISRAEL, el Mesías o Cristo esperado. Desgraciadamente, millones de cristianos nominales no saben realmente qué significa el nombre y título: Jesucristo--- ¡Pero Ud. ya lo está comprendiendo!

El Significado de “Hijo de Dios”

Vimos arriba que Jesús es el Cristo o Mesías. Esto equivale al nombre y al título: Jesu-Cristo. Los discípulos habían creído en el nombre y título ‘Jesucristo’ en todo su alcance o extensión. Ahora bien, el título Hijo de Dios equivale igualmente a su rango de Cristo o Mesías. Esto quiere decir que la frase “Hijo de Dios” corresponde al título de Rey de Israel. Veamos algunas citas bíblicas:

1.- En Mateo 16:15,16 leemos que Pedro admite que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Es decir que el título Hijo de Dios tiene correspondencia con el título Mesías o Cristo, el futuro rey de Israel. No olvidemos que Dios le promete a David, que su hijo Salomón será su sucesor en el trono, y que se convertirá, al mismo tiempo, en Su hijo (de Dios) (1 Crónicas 28:5,6). De modo que un hijo de Dios tenía el rango de rey de la dinastía de David. El Hecho de que Cristo sea el Hijo de Dios tiene ese mismo parentesco dinástico ciertamente. Es decir, que Cristo tendrá, como Hijo de Dios, y de David, el derecho de heredar su trono y reino (de David) en un futuro. En Mateo 1:1 encontramos la verdad inobjetable de que Jesucristo desciende del rey David, su padre ancestral.

2.- La relación Hijo de Dios y Rey de Israel se deja ver en las siguientes palabras de Natanael a Jesús: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). Creer, por tanto, en el Hijo de Dios, es creer en que él es el futuro Rey de Israel. Desafortunadamente, son pocos los cristianos hoy que creen realmente que Jesús será el futuro rey del reino de David, en Israel. Aquí hay definitivamente un asunto que los cristianos de hoy deben meditar seriamente. Y es que creer en el Hijo de Dios, llamado Jesucristo ( o Jesús el Cristo), es creer que él, como Mesías, volverá en persona a Israel para restaurar el reino de rey David, el cual está temporalmente suspendido todavía desde 586 a.C. (Leer Lucas 1:31-33). Esto significa que Israel será una monarquía como la Jordana (su vecina), pero además, será teocrática.

3.- En Marcos 15:32 encontramos nuevamente la relación Cristo/ Rey de Israel en las palabras de los escribas y sacerdotes. Dice así el versículo en cuestión: “El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos...”. Es claro, entonces, que cuando Pedro admitió primero que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios, lo que estaba aceptando era que Cristo es el Rey de Israel, el prometido Mesías esperado. En buena cuenta, Pedro había mostrado su fe en el rey de Israel, Jesucristo, a pesar de que éste no vino con ejércitos o con un poder militar bien armado. Su fe fue grande en realidad, porque aceptar a Jesús como el Rey esperado, siendo pobre, y sin poder militar, sería muy difícil en circunstancias tan especiales. Pero hoy, los que niegan esta verdad de un Cristo que reinará en Jerusalén, no se dan cuenta que están torciendo el correcto sentido hebreo-cristiano de la palabra Mesías o Cristo, y no comprenden la confesión de fe de Pedro registrada en Mateo 16:16.

El Significado de “Señor”

Nosotros usamos frecuentemente el titulo “Señor” para los hombres. Decimos: “el Señor Juan”, “El Señor Pérez”, “el Señor Presidente”, “el Señor Alcalde”, “Su Señoría”, etc. Pero en el caso de Jesús, el título “Señor” tiene una connotación hebrea muy particular. San Pablo dice que hay efectivamente muchos señores, así como hay muchos dioses. No obstante, Pablo concluye que sólo hay UN SEÑOR y UN DIOS VERDADEROS (Véase 1 Corintios 8:5-6). Preguntémonos, ¿en que sentido Jesús es el único Señor?¿Qué significa “Señor” en su caso? Necesitamos saber de qué se trata su señorío en el sentido hebreo. Felizmente la Biblia nos da mucha luz al respecto. En Lucas 2:11 se nos habla del nacimiento de Cristo, de este modo: “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”. Aquí hay un anuncio celestial del nacimiento de un bebé que es Salvador, Cristo y Señor. Acá el señorío de Jesús está relacionado con su mesianismo. Es decir, Cristo es el Señor porque es el príncipe que está llamado a ser el rey de Israel. Señor, en su caso, implica más que Amo, implica Majestad y Soberanía. Él es el Rey esperado para tomar el trono de David, su ancestro, en Jerusalén. Nótese que el profeta Zacarías, hablando sobre la futura gloria de Sión, dice: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de jubilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna...y hablará paz a las naciones, y su SEÑORÍO será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra” (9:9,10). Observemos que el Señorío de Cristo tiene que ver con su poder y autoridad sobre el mundo entero. Acá se habla del futuro reino de Cristo, cuyo poder y dominio será mundial, y él será el Soberano sobre los reyes de la tierra ( Ver Apocalipsis 1:5).

Además, es interesante lo que dice el profeta Miqueas sobre el nacimiento de Cristo, y su posterior señorío sobre Israel, con estas interesantes palabras: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será SEÑOR EN ISRAEL, y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (5:2). Nótese que el profeta Miqueas habla de “UN SEÑOR EN ISRAEL”. Esta es una profecía que no sólo anuncia el nacimiento de Jesús en Belén, sino su futuro reinado sobre la nación de Israel. El evangelista y apóstol Mateo se refiere a la misma profecía de Miqueas de arriba, y la cita en su evangelio, así (compárelo por favor): “Y Tu Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un GUIADOR (ó REGIDOR) que apacentará a mi pueblo Israel” (Mateo 2:6). Entonces: ¡Señor es igual a Guiador o Regidor de Israel!

Evidentemente, Jesús no ejerció su función de regidor del pueblo de Israel, ya que los suyos (los judíos) no le recibieron cuando se presentó ante ellos personalmente hace dos milenios (Juan 1:12). Sin embargo, esta función la tendrá que cumplir cuando regrese nuevamente a la tierra, con sus ángeles de su poder (Mateo 25:31,34). Pablo dice que el reino de Jesucristo está indefectiblemente asociado con su manifestación en gloria ( Ver 2 Timoteo 4:1).

El Reinado de Jesucristo en Israel: Su Trascendencia

¿Qué importancia tiene el hecho de que Cristo será el regidor de Israel?¿Afectará este gobierno de Cristo sobre su pueblo, el mundo entero? La Respuesta la encontraremos en la misma Palabra de Dios, la Biblia. El profeta Daniel vislumbró una Era o Edad gloriosa en la cual un Rey y su reino cambiarían el mundo, y traerían la paz y la justicia a los pueblos. Es necesario leer todo el capítulo dos de Daniel, y en especial, el verso 44, que dice: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. Sí, Dios levantará un gobierno monárquico y teocrático que dominará sobre los demás reinos o gobiernos de la tierra, y que se hará prominente y duradero por mil años. Esta es la última escena del drama de la historia de la raza humana. Un solo gobierno mundial dominante en la persona del Hijo de Dios... ¡y la destrucción de los malvados e incorregibles! (Salmo 37).

Es indiscutible que el hombre es esencialmente político; pues éste ha buscado siempre el bienestar para él y los suyos. Sí, por milenios los hombres han luchado por su supervivencia, y han anhelado una justicia social para todos. Otros han buscado hacerse poderosos, y dominar sobre los débiles; erigiendo pueblos y naciones prósperas que dominan sobre otros pueblos más débiles para explotarlos. Los resultados han sido las revueltas, los descontentos, los derramamientos de sangre, y mil males más. Aún hoy, los pueblos más oprimidos buscan que no se les explote más, y desean el cambio radical del orden de cosas imperantes, y una justicia social auténtica. Los bancos y grupos económicos poderosos se enriquecen más y más a costa de los más pobres de las naciones más endeudadas del planeta. Desgraciadamente, las deudas de los países más pobres se hacen impagables, y año a año se acrecientan más y más hasta oprimirlos demasiado. Los políticos ya no saben cómo salir de este problema, y los pueblos ya no pueden soportar las cargas fiscales que pesan sobre ellos. Los pobres exigen un cambio, y por eso el reino de Dios es para ellos (Santiago 2:5).

Sin una justicia real y global, jamás podremos esperar que haya una paz verdadera en la tierra. Parece que esta justicia social jamás se producirá, porque los ricos son cada vez más codiciosos de dinero y poder, y no les interesa para nada el sufrimiento de los desposeídos. Estos ya están de antemano condenados por Dios, a menos, claro, que se arrepientan a tiempo. Dice Santiago 5:1-6 de los ricos: “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla, vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia”. Lo que se condenó hace dos milenios, se condena aún hoy. Además, el socialismo también fracasó en sus intentos de cambiar esta injusta situación social, porque el problema está en el hombre mismo, quien desgraciadamente se encuentra alejado de Dios y de Su voluntad, y además, está sumido en sus bajas pasiones. Así lo revela Santiago 4:1 con estas palabras: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?¿No es de vuestras pasiones, los cuales combaten en vuestros miembros?”. Entonces, La tarea consiste en cambiar al hombre para que se rinda a Dios y le obedezca. La separación del hombre de su Dios lo ha llevado a la ruina y al fracaso. Jesús dijo que apartado de él el hombre nada podía hacer (Juan 15:5).

En la profecía de Isaías, el profeta nos anuncia una era maravillosa en donde todos los males e injusticias de la tierra desaparecerán, cuando Dios mismo tome las riendas del poder de este mundo a través de su Cristo. Dice así el profeta Isaías: “Lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén. Acontecerá que en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (2:1-4).

Aquí el profeta nos habla de una era maravillosa en donde los conflictos bélicos desaparecerán por completo. Será una edad en donde Dios dominará sobre los pueblos a través de su Cristo, el futuro rey de Israel. Sobre este Cristo venidero, el profeta Hageo nos dice lo siguiente: “Y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos” (2:7). Efectivamente, vendrá el Deseado de todas las naciones, el hombre ideal para gobernar a los pueblos con equidad. Además, véase que Dios llenará de gloria su casa, o sea, el nuevo templo que habrá en la ciudad de Jerusalén.

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