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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

miércoles, 10 de agosto de 2011

UN ESTUDIO INTERESANTE DE FIL 2:5-9

Por Anthony F. Buzzard, Teólogo Unitario.

En Filipenses 2 Pablo describe el estatus exaltado del hombre Jesús. Como el reflejo de Dios, su Padre, él estaba en la “forma de hombre” (el texto no dice que él era Dios), pero él no consideró tal “semejanza con Dios” un privilegio para ser explotado para su propia gloria. Jesús, quien como Mesías estaba investido con una igualdad funcional con Dios y que fue destinado a sentarse a la diestra del Padre, se humilló a sí mismo siendo el siervo de la humanidad, aun al punto de someterse a una muerte de criminal en la cruz. Jesús no tomó ventaja de su posición real como representante de Dios, sino que adoptó el carácter de un esclavo. El contraste es entre el rango de Dios----Siendo Jesús el comisionado de Dios---y el rango de un siervo. El contraste no es, como es frecuentemente creído, entre siendo Dios en la eternidad y llegando a ser hombre. Renunciando a su derecho de gobernar, y rehusando la oferta de tener el poder sobre los reinos del mundo de Satanás (Mat. 4:8,9), Jesús obedientemente interpretó el rol de un siervo dispuesto a sufrir en manos de un mundo hostil. Lo que Pablo tenía en mente es la carrera del hombre Cristo Jesús (1 Tim. 2:5), no la encarnación de un miembro preexistente de la Divinidad. La humildad de Jesús es el exacto opuesto de la arrogancia de Adán. El primero no abusó de su estatus de “Dios” que le fue dado para reflejar a Dios su Padre, ni tampoco se aprovechó de su privilegio para fines egoístas. Adán, bajo la influencia del Diablo trató de asirse a una igualdad con Dios a la cual no tenía derecho. Jesús, por la obediencia perfecta a Dios, fue capaz de reflejar la mente y personalidad del único Dios, su Padre.

Describiendo la vida ejemplar del Mesías en la tierra, Pablo no tuvo la intención de hacer ninguna mención a un ser preexistente. El estaba pidiendo a los Filipenses a ser humildes como Jesús. Jesús había sido un modelo de humildad y de servicio. Sin embargo él había nacido dentro de una familia real de la casa de David y había calificado a través de su auto negación para un estatus exaltado como gobernante mundial, como predijo el Salmo 2 siglos antes de que naciera. Cuando fue preguntado por Pilato:

“¿Luego, eres tú rey? Su respuesta fue, “Tú hablas correctamente. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo” (Juan 18:37). Jesús venció la ambición natural de conquistar el mundo (aunque el conquistará legítimamente a las fuerzas del Anticristo en su segunda venida). Su ejemplo de sumisión paciente a la voluntad de Dios lo ha conducido a su exaltación a la diestra del Padre. El punto no fue que un miembro preexistente de la Trinidad había recobrado una posición temporalmente renunciada, sino que un ser humano real, el Mesías, en quien el carácter del Padre estaba perfectamente reflejado (Col. 1:15) había demostrado humildad y obediencia y había sido sumamente vindicado y exaltado por Dios.

Pablo en otra lugar describe la carrera de Jesús como una demostración de humildad cuando él señala que “Por amor a vosotros se hizo [Jesús] pobre, siendo rico, para que vosotros en su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). El Mesías, aunque designado Rey de Israel y del mundo, se sacrificó a si mismo por otros. Sin, por su puesto, hacer las mismas afirmaciones como Jesús, Pablo usa un lenguaje similar de su propia carrera. El era “pobre, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Cor. 6:10). Y “ni buscamos gloria de los hombres... aunque podíamos seros carga como Apóstoles de Cristo” (1 Tes. 2:6). Pablo también se vio a si mismo y a sus colegas Apóstoles como siervos mesiánicos sufrientes cuando él aplicó “las profecías del siervo” a su propia misión (Hechos 13:47; cp. Isa. 42:6; 49:6).

La lectura tradicional Trinitaria de Filipenses 2 depende casi enteramente sobre la comprensión de la condición de Jesús “en la forma de Dios” como una referencia a una vida preexistente como Dios en el cielo, en lugar de una identidad legal con Dios como una persona humana en la tierra. Desafortunadamente los traductores han hecho mucho para reforzar esta opinión.

El verbo “era” en la frase “era en la forma de Dios” ocurre frecuentemente en el Nuevo Testamento y de ninguna manera lleva el sentido de “existiendo en la eternidad,” aunque algunas versiones tratan de forzar ese significado en él. En 1 Corintios 11:7, Pablo dice que un hombre no debe cubrirse la cabeza puesto que él es imagen y gloria de Dios. El verbo “es” aquí es una forma del mismo verbo vertido “era” que describe a Jesús como “en la forma de Dios.” La intención de Pablo no era introducir el vasto tema de un eternamente divino segundo miembro de la Trinidad que se convirtió en hombre, sino enseñar la importante lección de humildad, basada en el ejemplo del histórico Jesús. No hay una evidencia clara en este pasaje de que Pablo fue un Trinitario que creía en la tradicional doctrina de la encarnación.

Sugerimos la siguiente traducción del original de Filipenses 2:5-8: “Adopten la misma actitud como el Mesías Jesús: quien, aunque teniendo estatus divino, no consideró su igualdad con Dios algo para ser explotado para su propia ventaja, sino que no hizo nada correspondiente a su rango al tomar el rol de un esclavo y siendo como los otros hombres. Pareciendo ser como un hombre ordinario, se humilló a si mismo por medio de ser obediente hasta el punto de la muerte, incluso muerte por crucifixión.” No hay nada en el texto que nos exija pensar en un ser preexistente.

La exaltación del Mesías a la diestra de Dios es el cumplimiento del Salmo 110:1. Ha sido bien argumentado de que el texto debería leer, “en el nombre de Jesús toda rodilla se doblará...” no “al nombre de Jesús...” (Fil. 2:10). Así la exaltación suprema de Jesús a la diestra del Padre no altera el hecho que todo lo que Jesús logró es para la gloria de Dios. El señor a la diestra de Dios, debe recordarse, es adoni (“señor”), el cual nunca es el título de la Deidad.