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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

viernes, 2 de octubre de 2009

¿HOMBRE, DIOS, O AMBOS?


Por Antonio Piñero

Al tratar la teología básica del judeocristianismo (VI), basada –creemos- en los recuerdos más inmediatos posibles de Jesús, nos preguntamos hoy si estos cristianos mesianistas de Jerusalén y Galilea consideraban a Jesús un mero hombre o, por el contrario, pensaban que también er Dios.

Una primera respuesta nos la proporciona Lucas en su tan mencionado capítulo 24 de su Evangelio. Ocultando su personalidad, pregunta el Resucitado, a sus propios discípulos camino de Emaús:

“17 El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. 18 Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» 19 El les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo”.

El pasaje me parece nítido: sus discípulos veían en Jesús a un profeta, un mero hombre, aunque en contacto con Dios y heraldo suyo. Según Lucas, el que lo consideraran así, no era dificultad alguna para que luego los discípulos, reflexionando un poco tras la enseñanza de Jesús a partir de las Escrituras, admitieran con gozo el hecho de la resurrección, porque quien lo resucitaba era Dios.

Esta concepción es expresada por Pedro, en su segundo gran discurso ante el pueblo de Jerusalén. El primero había sido en Pentecostés; el segundo cuando se dirigía al Templo pero se vio rodeado por las muchedumbres agolpadas junto a él, porque en nombre de Jesús había curado a un tullido (capítulo 3). Según Lucas, les habló así:

[… ] 15 Dios lo resucitó (a Jesús) de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello […] 17 «Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes. 18 Pero Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los profetas: que su Cristo padecería.

19 Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, 20 a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, 21 a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas. 22 Moisés efectivamente dijo: El Señor Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos; escuchadle todo cuanto os diga. 23 Todo el que no escuche a ese profeta, sea exterminado del pueblo.

Jesús, pues, era un profeta de Dios, según Pedro, no Dios mismo. Y que un profeta fuera resucitado por Dios de entre los muertos para cumplir su misión de orden escatológico era una idea –al parecer- normal entre los judíos de la época. Los Evangelios mismos nos ofrecen la prueba de que podía ser así.

En efecto, Herodes Antipas, tras degollar al Bautista, pensó que Jesús no era más que Juan vuelto a la vida y que le seguía molestando (Mc 6,14). Muchos judíos pensaban que Elías había vuelto a la vida reencarnándose, por así decirlo, en Juan Bautista (Mc 9,11-12).

Que Jesús era un mero hombre lo había puesto ya de relieve el mismo Pedro en su primer discurso, en Pentecostés, según Lucas, Hechos 2, donde explica la efusión extraordinaria del Espíritu porque “estaban en los últimos tiempos”, es decir, poco antes del fin del mundo (v. 17):

“22 «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis […] 24 a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio […] 29 «Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente.

30 Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, 31 vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. 32 A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos.

33 Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís.34 Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra 35 hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. 36 «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado»”.

Este pasaje es diáfano a mi entender.

1. El texto llama a Jesús “nazoreo” (en éste y en otros pasajes se fundamenta la discusión si Jesús era un nazir…, o si la opinión de que no había nacido en Nazaret es secundaria, temas en los que no vamos a entrar ahora).

2. Jesús es un mero hombre. Es Dios quien lo acredita. Es Dios quien milagros a través de él. Es Dios quien lo resucita (también en Hch 3,15, como hemos visto)
3. Jesús era un profeta.

4. David profetizó que resucitaría.

5. Es Dios quien lo que exalta al cielo y lo sienta a su derecha.

6. Jesús recibe de Dios el Espíritu Santo; esto es un don, que él no posee por sí mismo.

7. Es Dios quien allanará su vuelta a la tierra para concluir su misión, acabando con sus enemigos.

8. El crucificado ha sido constituido “Señor y Mesías (“Christós)” por Dios mismo.

9. La mención especial del mesianismo indica en Pedro su creencia de que Jesús acabará, muy pronto, cumpliendo la misión que le había encargado el Padre.

He comentado este texto del modo siguiente en la Guía para entender el Nuevo Testamento (Trotta, Madrid, 3ª ed. 2008) p. 232:

El tenor de las expresiones de Pedro en los Hechos que acabamos de citar da a entender que, para la comunidad de los primeros momentos, Jesús durante su vida terrena había sido al fin y al cabo un mero hombre, excepcional y taumaturgo, sí, profeta y proclamador de la venida del Reino, sí, pero un ser humano como los demás.

Gracias, sin embargo, a su resurrección por la acción divina, ese hombre había sido exaltado al rango de “señor y mesías”, que por fin iba a terminar su misión. Pertenecía ya de algún modo al ámbito de Dios, era su ayudante, como podían serlo en el imaginario judío Elías, el profeta Henoc o Melquisedec (Epístola a los hebreos).

Transcurrido el tiempo que la divinidad estimara oportuno, este mesías vendría como ungido de Dios y juez mesiánico a juzgar a las doce tribus de Israel, es decir, a instaurar el Reino. Entonces comenzaría el gobierno de Dios sobre Israel.

A pesar de contener elementos novedosos como la muerte del mesías, esta perspectiva podía ser aceptable para cualquier judío de aquellos años ya que era evidente que la divinidad, tan lejana, no actuaría por sí mismo para instaurar su reinado, sino a través de ayudantes especiales.

El recuerdo de este de “mesías que ha de venir” junto al de “señor” como apelativos de Jesús se conservó en la invocación escatológica “Ven señor (Jesús)”, que se pronunciaba en arameo, Maranathá, como testimonia el mismo Pablo, aunque escribe siempre en griego (1 Cor 16,22).

Pero ¿qué significaba “Señor” para los judeocristianos? Al parecer, no todo quedaba en la consideración de Jesús como mero hombre. El judeocristianismo pensó enseguida –a tenor de ciertas ideas judías sobre personajes semi celestiales que había en la época- que Jesús era uno de ellos. Es decir, algo más que un hombre, sin dejar de serlo. ¿En qué sentido podía ser Jesús un ente celestial?

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com