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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

jueves, 10 de septiembre de 2009

EL CRISTIANO, LA ENVIDIA Y LAS RIQUEZAS


Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; Por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, Viendo la prosperidad de los impíos (Sal.73:2-3).

En estos pasajes que fueron escritos por un hombre de Dios, Asaff, director principal de la música del santuario, según el AT, apreciamos el gran conflicto interno que le ocasionó el éxito de los que nunca habían conocido a Dios en las cosas materiales. La frustración de este piadoso y justo hombre era evidente ante la aparente prosperidad de los impíos, escribiendo Asaff que por tal razón sus pies estuvieron a punto de deslizarse, y quizás, no a la búsqueda de las riquezas y banalidades, sino para desistir en el camino de luz que exige en su trayecto pruebas y luchas difíciles como son arduas tribulaciones, aflicciones agobiantes y carencias por de más (Jn.16:33; Ro.8:35). Asaff llegó pensar que el estar sirviéndole a Dios en santidad no sería más que una cuestión intrascendental, una pérdida de tiempo solamente:

Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, Y lavado mis manos en inocencia; Pues he sido azotado todo el día, Y castigado todas las mañanas (Sal.73:13-14).

Asaff valientemente plasma en su Salmo que tuvo envidia de lo ricos arrogantes ya que miraba en éstos un vivir prácticamente insufrible, sin aflicciones ni tristezas como las demás gentes que difícilmente sustentan sus vidas con lo poco o muy poco que tienen para hacerlo; en cambio, los ricos, en su "modo vivendis", no pasan por preocupaciones materiales de ninguna clase, pudiendo cubrir cualquier necesidad o apuro sin el más mínimo esfuerzo, por más grave que el problema pueda ser:

Porque no tienen congojas por su muerte, Pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, Ni son azotados como los demás hombres. Por tanto, la soberbia los corona; Se cubren de vestido de violencia. Los ojos se les saltan de gordura; Logran con creces los antojos del corazón. Se mofan y hablan con maldad de hacer violencia; Hablan con altanería. Ponen su boca contra el cielo, Y su lengua pasea la tierra (Sal.73:4-9).

De esa manera, nosotros como hijos de Dios en esta dispensación de la gracia, nos vemos inclinados así como Asaff a desear, y con envidia importante y morbo a veces, lo que hombres prósperos y protervos poseen. Su mover en el mundo es cómodo y holgado a causa de sus riquezas que les han dado notables lujos y ancha solvencia, jactándose de no sufrir faltas o privaciones.

Como los seres humanos que padecen continuas y fuertes necesidades que los inclinan a desear riquezas para suplirlas, Asaff experimentó este estado de turbación también, y en medio de la peligrosa disyuntiva, entendió su error y comprendió, al entrar al Santuario donde servía, en la Presencia de Dios, cual habría de ser, un día, el final de los hombres materialmente prósperos que han negado al Señor:

Hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos (Sal.73:17).

El conocimiento de los propósitos finales de Dios para el creyente, que están relacionados con el su Reino Terrenal, con la vida sempiterna futura, son velados a causa de los pensamientos negativos que son germinados por envida a los pudientes y que en ocasiones son incrédulos a Dios, por la aflicción y la atracción insana de aquellas formas o maneras que se derivan del sistema del mundo, que ofrecen de modo regular una vida de riqueza y de lujos materiales pero que muchas veces, lo peor de todo, que por circunstancia determinada no están al alcance del creyente en Cristo. El problema estriba, que al profesante cristiano, le cuesta bastante entender que el Reino de Dios no es bebida ni comida, sino justicia, paz y gozo (Ro.14:17), y que el Reino de Dios y su justicia tendrán que ser buscados primero, porque lo que se requiere para el sustento físico, Dios lo añadirá conforme a su Voluntad Soberana (Mt.6:33). "Lo peor de todo", como arriba escribí, es que no se ha comprendido exactamente que Dios no es un cumplidor obligado a los más extraños caprichos que al creyente le puedan pasar por la mente ya que él es Soberano para dar como quiere o no hacerlo a pesar de la petición más "rogada" y "ayunada" y porque además rompen con su esquemas y decretos espirituales fundamentados en su Voluntad Perfecta, caprichos muy contrarios a su carácter santo.

Todos, de una u otra manera (y quién lo niegue es debido a un astronómico orgullo espiritual que carga sobre sus hombros y que no tardará en romperle "las espaldas" por su enorme pesadez), nos hemos vistos presionados por un conflicto interior a causa de las necesidades que demandan soluciones inmediatas, por carestías que inducen a la desesperación, por tremendas deudas que no pueden resolverse al momento y que parece que no tienen nunca fin, causándonos frustración, haciéndonos perder la dirección espiritual, a pesar del buen conocimiento que tengamos en la Palabra de Dios. La presión por tales cosas, nos hace girar nuestras cabezas donde los ricos prosperan, y como creyentes en Cristo, aún bajo la unción Dios, somos incitados a identificarnos con peligrosidad con los "bienes" excesivos (lujos fatuos) de este mundo, así como Asaff lo experimentó con elevado degrado.Pero a diferencia de Asaff y de los buenos cristianos que pasan por semejantes penalidades y que han deseado por un momento lo intrascendente y perecedero del mundo pero que han reflexionado a tiempo para corregir su grave error y darse cuenta que es "mejor aspirar las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, y no las de la tierra" (Col.3:1-2) otros, bajo la influencia del engaño doctrinal que es promocionado por los falso profetas y heréticos maestros que presiden en las congregaciones anunciadas como "cristianas", han creído de forma torcida estar en la posición correcta al anhelar sin medida lo que el mundo ofrece, sin poder asimilar en lo absoluto que los enemigos de Dios son los amigos del mundo (Stg.4:4), que el mundo y sus atracciones pasarán, que la vanagloria de la vida, los deseos de los ojos y los de la carne son del mundo, porque el que ama al mundo, es imposible que el amor del Padre pueda estar en él (1 Jn.2:15-16).

La problemática del asunto es que esta clase de personas no poseen una capacidad espiritual discernidora que los haga recapacitar de la idea o doctrina antibíblica denominada como la teología de la prosperidad, muy de moda en a actualidad, teología herética que es parte de la gran apostasía escatológica que fue profetizada por el apóstol Pablo en 1 Ti. 4:1, que auspicia con fervor el enriquecimiento material en las congregaciones que se dicen ser de "Cristo".

Estas personas que componen dichas congregaciones, no han tenido una conversión genuina y buscan con naturalidad las "provisiones que ofrece el consumismo mundano e innecesario”, porque existe en sus "aplanados" y terrenales corazones una codicia irreflexiva, es por eso que aceptan de sus inútiles e infernales pastores las atractivas y convenientes propuestas de esta teología de las avaricias y de las ambiciones desordenadas, de otro modo, con un sensato y adecuado conocimiento previo Escritural, les sería bastante fácil ver con sano alumbramiento el error fatal de la situación comentada:

Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero (Sal.119:105).

Assaff consideró su terrible error de envidiar la prosperidad de los hombres impíos y malvados, así como los buenos cristianos también lo han considerado con buena conciencia cuando han sido empujados, por las situaciones adversas y propias de la vida, a envidiar a los hombres inconversos que tienen riquezas y pompa de sobra, cosa que aprovechan los maestros de la prosperidad para arruinarlos más con condicionantes promesas ("siembra y cosecha", "da y más obtendrás") que no son bíblicas sino del codicioso corazón humano.

Así como Asaff pudo darse cuenta del futuro fin de los impíos que no pasaban calamidad y pena por las cantidades excesivas de oro y plata que poseían en aquel antiguo entonces, al entrar al santuario, a la presencia de Dios, a su claro conocimiento, el cristiano confundido y anémico en la Palabra de Dios debería entrar también al santuario, a la pasión de leer y comprender las Santas Escrituras para que se percate de una vez por todas que el primer propósito de Dios para él como creyente en Cristo no está en las obtención de las cosas materiales de la tierra, inconsecuentes para bendita eternidad, que le darían, si las llegase a obtener, una vida de monarca o de sultán, sino que va más allá de la línea que demarca la gloria de los sistemas convencionales que han sido erguidos en el mundo en todos los tiempos, alejados de Dios y potencialmente condenatorios para el creyente que ha decidido aprobarlos y abrazarlos.

Hermanos: entendamos con seriedad y perfección que el cielo y la tierra pasarán (Mt.24:35), así como los deseos del mundo y sus concupiscencias (1Jn.2:17a).

Cuidemos que nuestras mentes estén por encima de toda condición terrenal egocéntrica, mirando con firmeza arriba, bajo la tutela del espíritu santo (1Co.2:16); y aunque estamos en el mundo, no somos de él (Jn.17:16), y si nos sostenemos en santidad y obediencia, permaneceremos para siempre (1 de Jn. 2.17b), para disfrutar en el futuro como reyes y sacerdotes de las gratas y merecedoras bendiciones y de la gloria del Reino de Jesucristo en la venidera tierra restituida (Ap. 20:4-6).

Esta el la herencia de Dios prometida para sus hijos desde la antigüedad con su fiel siervo Abraham, legado que es muchísimo mejor que toda prosperidad mundana, cualquiera que sea la tal, y que un día desperecerá como la hojarasca que es quemada por el fuego abrasador, como el expiro que se extingue lento del que ha muerto precisamente en ese último momento de exhalación.

Dios les bendiga siempre mis hermanos y amigos míos que nos visitan con agrado.

Amén.