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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

martes, 28 de julio de 2009

EL ADVENTISMO Y EL CUARTO MANDAMIENTO


Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

Con error, los adventistas han enseñado y obligado la observancia del sábado por el domingo dentro de sus grupos, a pesar que la observancia del primero perteneció a la ya pasada y obsoleta «Ley mosaica». Señalan, que, “quienes guardan el domingo por el sábado están bajo el juicio de Dios”, porque la observancia del domingo es el “sello de anticristo”, su “marca diabólica”. Es bueno recordarles a nuestros amigos adventistas, que el sábado es tan sólo un memorial de la vieja creación. La antigua creación fue culminada en el sexto día por Dios, y el séptimo día, Dios descansó de su magistral obra creativa universal. Este día en que descansó el Señor, en que reposó, fue «santificado y bendecido» por él (Gn. 2:2, 3). La Ley mosaica fue promulgada únicamente para la nación de Israel y para los foráneos o extranjeros que «estaban dentro de sus puertas». Dios estableció para el pueblo de Israel el mandato de guardar el día de reposo para santificarlo. La orden de guardar el día de reposo, el sábado, no fue un mandato para otras naciones de origen gentil, aparte de Israel. Véase por favor Ex. 20:8-11 para confirmar el dato anterior. En el libro de Nehemías vemos que el mandato de guardar el sábado fue tan sólo para Israel:

«Tú eres, oh Jehová, el Dios que escogiste a Abram, y lo sacaste de Ur de los caldeos, y le pusiste el nombre Abraham; y hallaste fiel su corazón delante de ti, e hiciste pacto con él para darle la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del jebuseo y del gergeseo, para darla a su descendencia; y cumpliste tu palabra, porque eres justo. Y miraste la aflicción de nuestros padres en Egipto, y oíste el clamor de ellos en el Mar Rojo; e hiciste señales y maravillas contra Faraón, contra todos sus siervos, y contra todo el pueblo de su tierra, porque sabías que habían procedido con soberbia contra ellos; y te hiciste nombre grande, como en este día. Dividiste el mar delante de ellos, y pasaron por medio de él en seco; y a sus perseguidores echaste en las profundidades, como una piedra en profundas aguas. Con columna de nube los guiaste de día, y con columna de fuego de noche, para alumbrarles el camino por donde habían de ir. Y sobre el monte de Sinaí descendiste, y hablaste con ellos desde el cielo, y les diste juicios rectos, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos, y les ordenaste el día de reposo santo para ti, y por mano de Moisés tu siervo les prescribiste mandamientos, estatutos y la ley» (Nehe. 9: 7-14).

El día de reposo quedó como un recuerdo de la liberación de Israel de la tierra de Egipto por la mano misericordiosa de Dios. El pueblo de Israel honró a Dios por su liberación de la esclavitud de faraón sujetándose al cuarto mandamiento de la pasada Ley (2 Co. cap. 3). Con la venida de la nueva dispensación de la gracia que revela a Cristo, la Ley mosaica pereció, y con ésta, el cuarto mandamiento, porque «el fin de la Ley es Cristo» (Ro. 10:4). Ya Pablo había advertido a los creyentes de su época contra los judaizantes que los obligaban a practicar los ritos de la Ley muerta e intrascendente, presionándolos a guardarla. Imposible que fuese de ese modo, porque «si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo» (Ga. 2:21).

El hombre es «justificado por la fe en Jesucristo, y no por las obras de la Ley». Esto, hay que metérselo bien en la cabeza (Gal. 2:16; 2:20). Los judaizantes razonaron que no bastaba el creer en Cristo para obtener la salvación. Para tales era imprescindible guardarla además: “una muleta innecesaria para la gracia”. Pablo muestra en su carta a los Gálatas lo infructuoso de la Ley para salvar, sin olvidarnos, por supuesto, de la observancia del sábado (Col. 2:16-17):

«Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas» (Gal.3:10-12).

«Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses; mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?» (Gal. 4:8-9).

«Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído» (Ga. 5:1-4).

«Porque ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse en vuestra carne» (Gal. 6:13).

Con la observancia de la Ley se procede para continuar en esclavitud, por lo que hemos visto (Gal. 4:3-11). No se concibe “estar en la Ley mosaica y ser de Cristo a la vez”. Como cristianos, nos encontramos en el «nuevo pacto» que fue vaticinado en el Antiguo Testamento por el profeta Jeremías, mas no en la Ley de Moisés (Véase Heb. 8: 8-13). Con la Ley estamos sentenciados a muerte irremediable a causa del pecado (Ro. 8:2), pero con Cristo morimos para resucitar a una «nueva vida» (Ro. 6:4). Cuando Cristo murió clavado en la cruz, con él quedaron horadados «los decretos que eran contrarios a nosotros», es decir, las ordenanzas y ritos de la eclipsada Ley que sujetaban al hombre a esclavitud y muerte; lógicamente, la observancia del sábado por ser un rito de la Ley, también quedó «clavada en el hosco madero» (Col. 2:13-17). Únicamente por la «gracia divina» es que logramos ser salvos (Ef. 2:4-5). La observancia del sábado, como rito de la Ley pasada, sale sobrando para ofrecer la salvación en el hombre pecador. Para el adventista, la observancia del sábado en el cristiano vendría a ser, como rito obligadamente necesario, una especie de “factor sinérgico” que “capacitaría a la gracia” para que la salvación pudiera efectuarse en aquel pecador que ha creído en Cristo. Las ordenanzas de la Ley nada pueden hacer para salvar al hombre en esta nueva dispensación. Sobra y basta con la «gracia» para que el más pecador, rebelde y terrible de los seres humanos obtenga «vida eterna».

Dios concluyó su obra creativa en el sexto día y descansó en el séptimo día. En la antigua dispensación este día fue ordenado para Israel. En cambio, el primer día de la semana, el domingo, conmemora la resurrección de Cristo y no la antigua creación que languidece más cada día por la destructiva mano de la humanidad irresponsable. La «antigua creación» es la sombra de la «nueva creación», un «día de reposo mucho más excelente que el primero» (Heb. 4:3-11), que se manifestará en un «nuevo orden mundial futuro», en una tierra restituida de las consecuencias del pecado, que fue afectada en su tierna y perfecta naturaleza en el principio de la creación de Dios. «Nuevo orden cosmológico» y que Cristo regirá cuando retorne por segunda vez a esta tierra (Ap. 20:4, 6). Cristo es la cabeza de la «nueva creación». La vieja creación será una que quedará en el pasado, en las irrecuperables partículas del polvo del olvido. Con Cristo esperamos esta «nueva creación» porque «reinaremos juntamente con él» (2 Tim. 2:12; Ap. 5.10). Es correcto pensar, que tan absurdo es seguir guardando el día de reposo escrito en las tablas de la gloria pasada, ya que está adherido a la «antigua creación». La creación vieja, caída y trastornada, «gime hoy por el cambio, por su renovación». Porque esta creación será «libertada de la esclavitud de corrupción que inició en el Edén por el pecado del primer hombre, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:19-21).

Es un error histórico desmedido de parte del desubicado adventismo haber considerado que la celebración del día domingo por la observancia del sábado en la Iglesia fue maquinada por Constantino y el “Papa” en el Siglo IV, ya que estaba profetizado que el anticristo, y que los adventistas han identificado con el “Papa”, habría de «cambiar los tiempos y la ley», de acuerdo a Dn. 7:25. Elena G. White escribe así esta absurda y fracturada declaración al respecto:

«A principios del Siglo IV el emperador Constantino expidió un decreto que hacia del domingo un día de fiesta pública en todo el imperio romano. El día del sol fue reverenciado por sus súbditos paganos y honrado por los cristianos...» («El Conflicto de los Siglos», o «América en la Profecía», cap. 3, pág 50).

Históricamente está escrito que la observancia del día domingo por el sábado no se promulgó con el decreto que la Señora White, amante del plagio, menciona en su famoso y retorcido libro (yo lo he leído muy minuciosamente, y vaya, ¡qué desastre y calamidad!). Antes ya de este “oficio real” los cristianos se reunían el día domingo para celebrar la resurrección de Cristo (1 Co. cap. 15), al que llamaron «el día del Señor».

Constantino no provocó en algún momento el cambio de observancia de un día por otro. Lo que hizo, simplemente, fue “oficializar” la observancia del día domingo que existía ya como costumbre tradicional de los cristianos prístinos para festejar el día de la resurrección de Cristo. La fecha de la legalización de la observancia del día domingo por el emperador Constantino está registrada en el año 321. d. C.

Existen pruebas irrefutables de parte de los Padres de la Iglesia Primitiva que dan fe de la observancia del día domingo, y no del día sábado, por los primeros cristianos fieles y creyentes:

Justino Mártir, en el año 145 d. C. escribió:

«Mas el domingo es el día en que todos tenemos nuestra reunión común, porque es el día primero de la semana y Jesucristo, nuestro salvador, en este mismo día resucitó de la muerte».

Ignacio, un hombre convertido a Cristo bajo el ministerio del apóstol Pablo, dijo:«Todo aquel que ama a Cristo celebra el día del Señor….no guardando ya más los sábados, sino viviendo de acuerdo con el día del Señor, en el cual nuestra vida se levantó otra vez por medio de él y de su muerte. Que todo amigo de Cristo guarde el día del Señor».

Ignacio de Antioquia, otra vez:

«Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor (domingo) en que nuestra vida es bendecida por Él y por su muerte» (Ignacio de Antioquia, a los Magnesios 9:1).

Tertuliano, en Apologético cap. XVI, escribió:

«...y asimismo, si nos damos a la alegría el día del sol (el domingo), por razón muy distinta que la de tributar culto al sol, seguimos en ello a los que designan el día de Saturno (el sábado) a comer y descansar, sin seguir por ello la costumbre judía que desconocen» (de guardar el Shabat).

En el año 300 d. C. Victoriano plasmó esto:

«En el día del Señor acudimos a tomar nuestro pan con acción de gracias, para que no se crea que observamos el sábado con los judíos, lo cual Cristo mismo, el Señor del sábado, abolió en su cuerpo».

Efectivamente: Cristo reveló que era el Señor del sábado. Dijo que el «sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado» (léanlo mis amigos por favor en Mr. 2:23-28). Los fariseos legalista, indolentes y orgullosos hostigaron al Hijo de Dios por las buenas obras que realizaba el día sábado (véase Lc. 6:6-11). De la misma manera que Cristo, nuestros actos de bondad al prójimo no podrán detenerse en cualquier día de la semana, y el sábado, no es la excepción. Como intensivista de la medicina crítica, no podría dejar jamás de atender una urgencia médica que ponga la vida de un ser humano por guardar el día sábado de la Ley caduca y pasada, porque sería inconsecuente, maligno y egoísta. Si yo fuese el único médico disponible en cierta área o ciudad para resolver una grave urgencia en día sábado, menos lo guardaría. No es posible ser un fanático legalista y dejar de practicar el amor que Dios nos demanda para con el prójimo y que deberá llevarse a cabo en cualquier momento inesperado. El amor al prójimo es el segundo mandato más grande del Divino para el creyente en Cristo. En este mandato se cumple toda la Ley (véalo en Ga.5:14). El amor al prójimo no tiene ninguna relación con la observancia del día sábado. Los propósitos de cada uno son en todo diferentes. Cristo nos dio un «mandamiento nuevo», y si es «nuevo», nada tiene que ver éste con la antigua Ley. El «nuevo mandato» dice:

«Que os améis unos a los otros» (Jn. 13:34).

Si guardamos el día sábado según la Ley mosaica en esta dispensación nueva, perderemos la oportunidad de practicar el amor de Dios conforme el «mandato nuevo», que es categórico y no ritualista, dado por Cristo. «Cada día», «cada hora», y «cada segundo», los hombres padecen de grandes necesidades y nosotros “deberemos ser” de bendición para ellos «cada día», «cada minuto», y «cada «segundo» de «cada semana», contando el sábado, por supuesto, porque «al que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es contado por pecado» (Stg. 4:17). Si somos ritualmente legalistas terminaremos siendo como el indiferente sacerdote, o el indolente levita, que dejaron abandonado a su suerte el hombre herido que «descendió de Jerusalén a Jericó», por no perder su “servicio religioso” pero que el samaritano compasivo rescató de la muerte en un acto de amor desinteresado e incondicional (Lc.10:30-37).

El fanatismo religioso y ritualista dentro del adventismo va en contra de los designios del Divino. El observar el sábado en el tiempo de la gracia salvadora y autosuficiente promueve al legalismo que tanto combatió el apóstol Pablo y qué también fue un ciego legalista, a la irresponsabilidad y al desamor hacia el prójimo. El adventismo tendrá que considerar con seriedad su grave error. El guardar el sábado en esta dispensación, propone que el sacrificio de Cristo es incompetente por sí mismo para redimir a la humanidad pecadora.

Por terminar, es bastante extraño que en el «concilio de Jerusalén» no se haya concientizado el mandato de guardar el sábado, cuando se discutía la hueca y fatua relación de la Ley mosaica con los creyentes en Cristo. ¿Olvidaría Dios establecerlo? Yo creo que no:

«Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien. Así, pues, los que fueron enviados descendieron a Antioquia, y reuniendo a la congregación, entregaron la carta; habiendo leído la cual, se regocijaron por la consolación» (Hech. 15:28-21).

Amén.

Referencia para estudio:

«Reina Valera 1960».

« ¿Cuál Camino?»
De Luisa Jeter de Walker.