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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

viernes, 6 de marzo de 2009

TIENEN LOS PASTORES AUTORIDAD SOBRE LA IGLESIA?


Por: Ricardo Puentes Melo


Lo que nos muestra la Biblia

PRIMERA PARTE


Una respuesta positiva a esta pregunta nos llevaría obligatoriamente a aceptar una diferencia en el pueblo de Dios y la existencia de clase clerical y legos. O, dicho en otras palabras, al responder positivamente la pregunta del título estaríamos dando por hecho que la iglesia de Cristo está dividida entre una clase sacerdotal (que dirige) y una clase de legos (pueblo, que obedece a la clase sacerdotal). Esto, queridos hermanos, es falso. Las Escrituras nos muestran que los pastores, ancianos, líderes, presbíteros, superintendentes, o cualquier otro título que se le dé a un hombre para investirlo de un nivel superior espiritual, es una interpretación incorrecta de la Palabra de Dios que va en contra del mensaje del Evangelio, como lo vamos a demostrar siempre teniendo como base la bendita Biblia, entendida como un todo y no –como hacen algunos- sacando textos de su contexto y del mensaje principal de las Sagradas Escrituras. Un precioso hermano, a quien admiro y respeto mucho, me envió las siguientes reflexiones acerca del tema de la autoridad, con relación al punto de vista que defiendo:


Por eso digo que enfrentamos un grave problema, que en realidad es un pecado. Pensemos que la rebelión fue el pecado por excelencia de Lucifer. (…)Ese mismo espíritu mentiroso y rebelde ha entrado subrepticiamente en la iglesia local, y muchos determinan qué está bien y qué está mal en función de su entendimiento, su sola conciencia, sus intereses o excusas diversas y relativas a la “paz que sienten”, etc. y no en función de lo que dice la Palabra de Dios. (…) Jesús no está aquí con nosotros como persona física, como venimos diciendo, ahora es el Espíritu Santo el que debe gobernar la Iglesia. Para ello, también cuenta con sus colaboradores. (énfasis mío) (….) En la iglesia local, el Señor ha levantado a hombres idóneos, a los cuales se les llama ancianos (presbiteros o episkopes en gr.) como administradores de Dios. Son los responsables ante Dios del buen funcionar en la iglesia local. (…)Veamos Tito 1: 7, 9; “Es necesario que el obispo (anciano) sea irreprensible como administrador de Dios…retenedor de la palabra fiel tal y como ha sido enseñada, para que pueda también exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” Si nos damos cuenta, en la iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra. 2) Con ella exhortar y convencer a los que contradicen. Esto implica autoridad espiritual. Esa autoridad espiritual es siempre conforme a la Palabra de Cristo, y no conforme a opiniones o voluntades personalistas. Pero si es conforme a la Palabra de Cristo, entonces el poder no es el del pastor como hombre, sino el de la misma Palabra de Cristo. (…)”El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Lucas 10: 16) (Jesús definió una paridad importante: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo.) (subrayado mío) (….) Por lo tanto, la Palabra enseña que los miembros de una congregación de Cristo, estén sujetos al pastor y ancianos de esa congregación, así como a los responsables delegados. Veremos que esa sujeción y obediencia a los ministros congregacionales, son siempre en cuanto a la autoridad de la misma Palabra de Cristo. El hermano cita Hebreos 13:17: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” Y pasa a explicar este texto frase por frase, de una manera extraordinaria –como suele hacerlo- pero que en esta ocasión no comparto por no tener suficiente soporte Bíblico ni estar de acuerdo con el mensaje de Cristo al respecto.

Pero vamos por partes.

Contexto histórico y antecedentes de la epístola a los Hebreos

El libro de Hebreos, como todos sabemos, fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C. y tuvo como objetivo principal exhortar y alentar a los primeros cristianos –de origen judío- que esperaban vacilantes la Segunda Venida del Señor y que dudaban de si habían tomado la decisión correcta al convertirse a Cristo. Muchos estaban considerando seriamente regresar al judaísmo. Aunque esta carta estaba dirigida a los cristianos hebreos, no sobra recordar que sus enseñanzas también son aplicables a los cristianos gentiles. En la introducción a la carta a los Hebreos, el comentarista de The Expositor’s Greek Testament hace estas observaciones importantes: El objetivo del escritor (…) era desvelar el verdadero significado de Cristo y de Su obra, y de ese modo eliminar los escrúpulos, las vacilaciones y las suspicacias que rondaban las mentes de los cristianos judíos, turbando su fe, limitando su disfrute, y rebajando su vitalidad. (…) Rara vez, si acaso alguna, se ha emplazado a los hombres a que efectúen una transición de similar coyuntura y acompañada de tanta oscuridad. (…)Habiendo sido educado en una religión de la que había sido persuadido a creer que era de autoridad divina, se le pedía ahora al judío que considerase como anticuada una gran parte de su creencia. Acostumbrado a enorgullecerse de una historia marcada en ciertas etapas por visitas angélicas, voces divinas e intervenciones milagrosas, se le invita ahora a desplazar su fe desde instituciones y personas venerables a una Persona, una Persona en la cual la gloria terrenal brilla por su ausencia y en la que aquellos aparentemente mejor cualificados para juzgar no pudieron descubrir nada excepto la impostura que le mereció una muerte de malhechor. (…) Habiendo atesorado con extraordinario entusiasmo, como su herencia exclusiva, el Templo con todas sus asociaciones reverenciadas, su Dios residente, su altar, su majestuoso sacerdocio, su relación completa de ordenanzas, ahora el instinto de cristiano recién convertido lo obsesiona de que hay una carencia esencial en todos esos arreglos y de que para él son irrelevantes y obsoletos. (…) Para el judío, en unas palabras, Cristo debe haber creado tantos problemas como los que resolvió (…) muchos cristianos judíos deben haber pasado aquellos primeros días en una inquietud angustiosa, llamados a confiar en Jesús por todo lo que sabían de Su santidad y verdad y, no obstante, penosamente perplejos e impedidos de una confianza perfecta por la espiritualidad inesperada de la nueva religión, por el desprecio de sus antiguos correligionarios, por el abandono obligado de todos los adornos y la gloria externos, y por la aparente imposibilidad de encajar en un todo consistente la magnificencia de lo viejo y la exigüidad de lo nuevo. (Tomo IV. Pp 237-238).

Es evidente que lo “viejo” estaba lleno de magnificencia, pompa, esplendor… Todo lo que necesitaba de los sentidos físicos para poder ser apreciado. Ahora, bajo el Nuevo Pacto, era necesaria la fe, que no se basa en nuestros sentidos físicos, sino en las realidades seguras e invisibles, eternas de la palabra de Dios. Por fe andamos, no por vista (2 Cor. 5:7). Pablo contrasta la fe con la vista, la antepone. Igual hace el escritori de Hebreos: (fe) es la convicción (o evidencia segura) de lo que no se ve (Hebreos 11:1). Lo “viejo” echaba mano del mundo visible con el propósito de impresionar y atemorizar. Todo tenía ese objetivo: la majestuosidad del templo, la solemnidad de los coros, la enormidad en número de sus trabajadores, su atuendo ceremonial, la actividad de los sacerdotes y levitas cuando hacían de mediadores ante Dios a favor del pueblo. El pueblo de Israel creía que en el templo la presencia de Dios era especialmente evidente y, de esta manera, para acercarse a Él, acudían allí con ofrendas tangibles para celebrar las fiestas sagradas que tenían lugar tres veces al año. Nada… Nada de esto estaba presente en la nueva fe cristiana. No había edificios, no había coros solemnes con individuos especialmente preparados para ello, tampoco había trabajadores en el templo porque no había templos cristianos sino que se reunían en hogares privados comunes y corrientes; la fe cristiana no necesitaba tampoco esas fiestas especiales tres veces al año, no había rituales ni clase sacerdotal, ni altares ni sacrificios materiales; tampoco se necesitaba en la fe cristiana ningún símbolo especial. Incluso en la celebración de la cena del Señor, se empleaban cosas extremadamente corrientes: pan y vino, normales en todas las mesas de creyentes y gentiles. Definitivamente, como dice el comentarista arriba citado, era la “exigüidad de lo nuevo”.

Los cristianos hebreos tuvieron que aprender que el servicio a Dios, su adoración, no dependía de asistir a ningún “sitio sagrado” especial ni necesitaba de una “clase sacerdotal” nombrada por Dios para que lo gobernara en los asuntos espirituales. Tuvieron que aprender también que el reunirse no era un acto especialmente “religioso” más que otros aspectos de su vida cotidiana como el comer en familia, asistir a los enfermos o visitar a los hermanos en desgracia. Las reuniones de esos cristianos tenían como objetivo el amor fraternal, el animarse unos a otros (Hebreos 10:25) para edificación mutua, evidenciando que había una relación de familia bajo la jefatura del Hijo de Dios –no de ningún hombre-, donde todos los reunidos eran iguales ante Dios, sin rangos espirituales. Lamentablemente, muchos de esos cristianos hebreos estaban regresando a las cosas “viejas”, a las cosas que necesitaban de los sentidos físicos, como la pompa, la clase separada sacerdotal de “siervos o ministros de Dios” con vestidos y funciones especiales; empezaron a necesitar de nuevo los edificios especiales sagrados, los altares visibles, los coros y todas las demás cosas que impresionaban la vista y los demás sentidos físicos. La “solemnidad” de los nuevos lugares especiales sagrados encontró nicho en las emociones de los creyentes quienes “sentían” algo especial cada vez que llegaban a estos edificios “sagrados” del cristianismo. Tal como lo vemos hoy. De igual manera, la Cena del Señor, que estaba caracterizada por la informalidad y el compañerismo cristiano cálido en un ambiente de familia, se fue convirtiendo en una ceremonia revestida por la religiosidad de lo “viejo”. Como sucede hasta hoy en muchas iglesias “cristianas”, quien administra el “sacramento” es el pastor, ministro, reverendo, o como quiera ser llamado pero que no es otra cosa que un oficiante separado del laicado, con presunto derecho divino para “administrar el sacramento” a la iglesia. Nada más alejado de la “exigüidad de lo nuevo”, de la guía del Espíritu Santo, por fe y no por vista.

Los cristianos permitieron poco a poco que hombres –una nueva clase sacerdotal- se colocaran como mediadores entre ellos y Dios y regresaron a la comodidad de lo “viejo” en virtud de considerarse justos por seguir instrucciones de la nueva clase sacerdotal y asistir regularmente a los servicios religiosos. El pertenecer como “miembros” a un sistema religioso les dio –todavía lo hace- un sentimiento de seguridad y justicia. Dejaron de apreciar el inmenso valor espiritual del regalo que Dios estaba haciendo bajo el Nuevo Pacto, regresaron a la seguridad que les daba la gloria externa de lo “viejo” y despreciaron los deseos de Dios para darle importancia a lo que ellos consideraban como correcto. Pablo nos lo dice: Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios. (Romanos 10:3)

Muchos pastores cristianos intentan que la grey regrese a lo “viejo” estableciendo su propio punto de vista de lo que es agradable a Dios, sin tener en cuenta las palabras del profeta: Y todas nuestras justicias (son) como trapo de inmundicia. (Isaías 64:6) La palabra es clara. No importa lo que nos parece justo a nosotros; no interesa qué tan “espiritual” pueda parecer cierto arreglo en la iglesia. Si no se ciñe a la palabra de Dios, no son más que trapos de inmundicia. Así, pues, los cristianos estaban regresando a la guía y dirección que les imponían seres humanos –bien o mal intencionados- olvidando que Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Romanos 8:14) Y: Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (Gálatas 5:18) Es decir, la ley, “lo viejo” con toda su pompa, sus ceremonias, su clase sacerdotal, sus coros, sus edificios especiales sagrados, sus altares visibles, sus ofrendas visibles, su distinción entre clero y laicado, todo eso quedó abolido por el sacrificio de nuestro Señor. Los cristianos debían de ahí en adelante permitir la guía invisible del Espíritu Santo, y el aceptar ese guía invisible mostraba que eran hijos de Dios. Todo lo que les daba sentido seguridad: templos sagrados, clase sacerdotal, altares visibles, etc., fue hecho obsoleto mediante el sacrificio bendito de Cristo. Las rutinas religiosas y las personas que antes reverenciaban como sus sacerdotes, sumando las cosas visibles ya descritas, se habían evidenciado como tremendamente deficientes y conducentes a error fatal. Después de que Pedro habló a los judíos todavía incrédulos, acerca de la clase sacerdotal que había repudiado a Cristo empujando al laicado a repudiarlo también; y después de que les dijo que ya no necesitaban esa estructura religiosa porque el Espiritu Santo sería el guía particular de cada individuo, los oyentes dijeron compungidos: “Varones hermanos, ¿qué haremos..?” (Hechos 2:37)

Aunque es evidente que hoy en día no existe una clase sacerdotal “cristiana” que rechace de plano a Cristo, cada uno de nosotros debe decidir si obedece a Dios o a los hombres, si acepta la jefatura de los pastores, sacerdotes o ministros “cristianos”, por considerarlo más conveniente y práctico, o se coloca bajo el mando directo de Jesucristo. Cada uno de nosotros debe decidir si acepta sin cuestionar ni verificar las instrucciones de los pastores o, por el contrario, escudriñan las Escrituras para ver si la exhortación tiene fundamento bíblico, siguiendo el ejemplo de los cristianos de Berea quienes no se atemorizaron ni reverenciaron la investidura apostólica de Pablo cuya autoridad –él sí que la tenía– le había sido dada directamente por Jesucristo. Pablo no se ofendió con ese proceder ni reclamó su legítima autoridad apostólica sino que, por el contrario, llamó “nobles” a estos cristianos.

Igual que los hebreos a quienes fue dirigida la carta, a muchos cristianos de hoy en día se les hace difícil aceptar esta verdad bíblica. No pueden entender cómo es posible seguir la guía del Espíritu Santo sin necesidad de un “intérprete” o “mediador” humano.”; igual que los primeros cristianos hebreos, muchos cristianos de hoy encuentran sumamente complicado aceptar un servicio sagrado sin necesidad de “edificios sagrados”, coros especiales, personal de la iglesia dividido –como en la antigüedad precristiana- en diversos oficios dentro del “templo de Dios”, ujieres, diáconos, líderes, pastores, profetas, apóstoles y todo ese complicado cuerpo “ministerial” que niega la simplicidad y sencillez del verdadero cristianismo y su apelación a la fe que encuentra su fuerza y poder en lo que no se puede ver, en lo eterno; en contraste, la mayoría de “cristianos” de hoy encuentran más conveniente seguir siendo guiados por vista y no por fe, contradiciendo el mandato divino.

Una diferencia entre el viejo pacto de la Ley y el Nuevo pacto de la gracia, es que la ley de Dios está ahora escrita en los corazones de quienes voluntariamente se acogen bajo la “ley de la gracia” o “ley de la libertad”. Y esto permite que cualquier persona, no solamente una clase sacerdotal especial (llámense pastores, ministros, ancianos, etc., cuyos significados veremos más adelante), pueda ofrecerse ELLA MISMA como ofrenda viva en servicio a Dios, en adoración a Él, de tal manera que su vida entera sea de adoración a Dios y no limitar este servicio a ciertas actividades o lugares, sólo cuando se va a la iglesia-edificio dejando de ofrecerse como sacrificio vivo el resto del tiempo. Pablo, en su carta a los Romanos, en el capítulo doce habla de un abanico extenso de actividades que son consideradas por el apóstol como parte de “ofrecerse en sacrificio vivo”, y que abarca expresiones de afecto, humildad, amabilidad, vivir en paz no solo dentro de la comunidad cristiana sino con todo el mundo. Cuando el apóstol Pablo define cómo se ofrece esa “ofrenda viva”, no menciona en ningún lugar la asistencia a los cultos, el servicio en alguna sede institucional religiosa, la participación en los coros, o la especial deferencia con alguna clase sacerdotal. Pablo nos dice que sirvamos al Señor orando, compartiendo para los hermanos en necesidad, sirviendo a los otros miembros del cuerpo cuya única cabeza es Cristo. No podemos, pues, esgrimir argumentos de ignorancia acerca de tales cosas porque ya contamos con la advertencia del apóstol Pablo: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. (Col 2:8) Conforme a esta advertencia del apóstol Pablo contra el engaño, y retomando la advertencia del amado hermano que me hizo llegar sus reflexiones acerca del tema, con una advertencia bien intencionada: “enfrentamos un grave problema, que en realidad es un pecado. Pensemos que la rebelión fue el pecado por excelencia de Lucifer”, vamos pues a seguir la guía del Espíritu Santo, mediante la palabra de Dios para escuchar atentamente lo que el Señor nos quiere decir respecto al tema; asumamos la actitud de Cornelio:Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que el Señor te ha mandado. (Hechos 10:33)

¿Es pecado de rebeldía no obedecer ni someterse a los pastores o ancianos de la iglesia..?

Ese es, creo yo, el punto central del asunto. El hermano que me envió sus reflexiones asegura que sí es pecado esa desobediencia y que es un asunto grave de rebeldía. Dice también que “es el Espíritu Santo el que debe gobernar la Iglesia. Para ello, también cuenta con sus colaboradores”. Arguye el hermano que tales colaboradores son los pastores y que al ser delegados por Dios para “administrar” sus bienes, eso implica ya, de por sí, una autoridad espiritual. Escribe una frase el hermano que resume su posición frente al tema:

Jesús definió una paridad importante: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo

Lamentablemente, no tengo más remedio que estar en desacuerdo con este querido hermano de quien, entre otras cosas, he aprendido muchísimo y me ha guiado con sabiduría hacia el conocimiento de Cristo. Pero tampoco puedo ignorar que esto que asegura es totalmente contrario al espíritu cristiano. Es, en cambio, la misma actitud mostrada por los escritores cristianos del siglo II cuando, y tal como el apóstol Pablo había predicho, algunos ancianos perdieron gradualmente la dirección de la pauta establecida por nuestro Señor para regular todas las relaciones cristianas. En vez de dar pleno énfasis a la única autoridad de Dios y Cristo, estos ancianos comenzaron a enfatizar cada vez más su propia autoridad recordando, por supuesto, y tal como me recuerda mi querido hermano, que esa autoridad provenía de Dios y de Cristo. Muertos los apóstoles, entonces, se empezó a manifestar sutilmente el hombre de iniquidad. En las Homilías Clementinas se dice lo siguiente a un superintendente: Y su trabajo consiste en clarificar lo que es apropiado, lo que deben seguir y no desobedecer los hermanos. Por tanto, la sumisión habrá de salvarlos, pero la desobediencia les acarreará el castigo del Señor, ya que al presidente [el superintendente presidente] se le ha confiado el lugar de Cristo. Por lo que, en efecto, el honor u honra mostrados al presidente se consideran como dirigidos a Cristo y, mediante Cristo, a Dios. Y lo que he dicho es que esos hermanos no pueden ignorar el peligro en el que incurren al desobedecerle, ya que quien desobedece sus órdenes a Cristo desobedece, y quien desobedece a Cristo ofende a Dios.Es indiscutible que el desobedecer a un superintendente que pregona ocupar el lugar de Cristo, era una orden del “obispo” que cualquier cristiano estaría obligado a desobedecer. Nadie puede ocupar el lugar de Cristo. Incluso, si tales órdenes del “obispo” no fueran frontalmente contrarias a la Escritura, esas órdenes –según la Biblia- pueden ser cuestionadas como instrucciones que, sin embargo, sobrepasan lo que especifica la Sagrada Escritura y, por tanto, pueden someterse si así lo prefiere el cristiano, a lo que su juicio personal y su propia conciencia le dicten. Esa injerencia del autoritarismo –tanto en esa época como ahora-, es un intento para recubrir a los humanos imperfectos con el honor que tan sólo pertenece al Maestro perfecto, nuestro único Salvador Jesucristo.

Lo que menciona mi querido hermano, pues, no es de ninguna manera un razonamiento nuevo. Una llamada similar a la obediencia implícita en la congregación y a un respeto reverencial hacia la autoridad humana se encuentra también en los escritos de Ignacio de Antioquía, a principios del siglo segundo, en los que utiliza los siguientes términos: Por nuestra parte debemos recibir a cualquiera a quien el Maestro de la casa envió para estar al frente de sus domésticos, como lo haríamos con El que le envió. Está claro, pues, que hemos de tener al obispo (el superintendente único) en la misma estima en la que tendríamos al Señor mismo. (¡Vaya si se extralimita don Ignacio..!) Ignacio, al equiparar la obediencia al obispo [o superintendente] -siendo él “obispo de Antioquía”- a los presbíteros [ancianos] y a los diáconos con la obediencia a Cristo, “quien los ha nombrado” (nunca se nos dice cómo), consecuentemente está diciendo que el desobedecerlos constituye también una `desobediencia a Cristo Jesús’. Ignacio no deja lugar a una posible motivación correcta, a una eventual desobediencia a los hombres para obedecer a Dios, cuando dice: “Quien no rinde obediencia a sus superiores se muestra autosuficiente, pendenciero y arrogante.” O, en palabras de mi querido hermano: quien no obedece a un pastor, se muestra”rebelde” y peca contra Dios mismo. ¿La Biblia apoya esta enseñanza..? No, de ninguna manera. Es una enseñanza de muchas iglesias “cristianas”, especialmente de Asambleas de Dios, (de donde procede este hermano) que la autoridad es un principio divino (lo cual es cierto) y que todo aquel que tiene autoridad está bajo autoridad (también es cierto). Lo que tuercen deliberadamente u ocultan por desconocimiento es que la única autoridad del cristiano es Cristo, no hombre alguno. Esa es la única autoridad que debe reconocer todo cristiano. La autoridad que se adquiere es sobre el pecado y sobre Satanás, no sobre otros cristianos; y tal autoridad procede de Jesús cuando obedecemos sus mandamientos.No es cierto que Jesús delegue a cierta clase sacerdotal (o pastoral según el caso) para ejercer como autoridad espiritual sobre otra clase de cristianos legos. El hermano cita 1 Corintios 4:1 para apoyar su punto:

“Téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4: 1)

¿A quién se refería Pablo..? ¿A alguna clase sacerdotal especial..? ¿A los pastores, ancianos, líderes o superintendentes..? No. Pablo se refería a TODOS los cristianos, a todos nosotros que somos ministros o siervos del Señor. Sus palabras estaban dirigidas a quienes hemos nacido de nuevo y somos hijos de Dios con derecho a “administrar” sus misterios. “A vosotros se os ha concedido el conocer los misterios del Reino de Dios, pero a los demás, sólo a través de parábolas, de modo que “viendo no vean y oyendo no entiendan”. (Lucas 8:10) Esa responsabilidad no es otra que la de predicar la salvación mediante la fe en la muerte de nuestro Señor en la cruz, su sepultura y su resurrección al tercer día. La administración de estos “misterios” no debe colocarnos en posición de superioridad respecto a otros hombres, ni siquiera de los incrédulos, como nos muestra el capítulo 3 de la carta a los Corintios. El hermano avanza en sus reflexiones asegurando correctamente que el Espíritu Santo puede hablar (incluso a los pastores) a través de cualquier hermano cristiano: “no importa cual sea su don o ministerio; si lleva cuarenta años en el Evangelio, o si sólo dos semanas; si es pastor o si es “simple” oveja. Todo ello nos mantiene humildes.” Cuando el hermano dice que escuchar a cualquier hermano sea un pastor o una “simple” oveja, “nos mantiene humildes”, presumo que se refiere a los pastores que muestran humildad cuando el Espíritu Santo les habla por medio de una “simple” oveja. Esto lo ratifica el hermano citando a Tito 1:7-9:Es necesario que el obispo (anciano) sea irreprensible como administrador de Dios…retenedor de la palabra fiel tal y como ha sido enseñada, para que pueda también exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Énfasis suyo) Y agrega: Si nos damos cuenta, en la iglesia local los ancianos, comúnmente llamados pastores, tienen la responsabilidad ante Dios de, entre otras cosas: 1) Ser retenedores de la Palabra.2) Con ella exhortar y convencer a los que contradicen. Esto implica autoridad espiritual.

çEn realidad, no es exacto lo que el hermano menciona aquí, que los “ancianos” eran comúnmente llamados “pastores”. La palabra griega para “anciano” es “presbíteros”, mientras que la palabra griega para “pastor” es Poimén. Ambos términos designan diferentes funciones o servicios. Y vamos a ver qué significado tenían según el sentido con que fueron escritas.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

¿TIENEN LOS PASTORES AUTORIDAD SOBRE LA IGLESIA (SEGUNDA PARTE)
Antes de entrar de lleno al tema, es necesario recalcar lo dicho antes, que cada cristiano del primer siglo mantenía una relación personal con Dios a través de Jesucristo, el Sumo Sacerdote, sin la mediación innecesaria de otra persona humana. Cada cristiano, incluso las “simples” ovejas eran parte integrante del sacerdocio real. En realidad, nunca existió en la mente de estos cristianos primeros nada semejante a categorías como ovejas “simples”, o legos, y ovejas “especiales” o pastores.

Es muy cierto que los ancianos cristianos tenían autoridad bíblica. Pero era una autoridad para exhortar, enseñar y reprender. Esta autoridad era para emplearla en el servicio a otros, no para tenerlos subordinados bajo ningún punto de vista. Un cristiano podía libremente desobedecer a un anciano si las instrucciones de este siervo fueran contrarias a la Escritura o, aún no siendo contrarias, si la conciencia del reprendido así se lo dictaba. Un hijo de Dios, una persona que ha nacido de nuevo, es guiada por el Espíritu Santo. Si tal guía es genuina, jamás se opondrá a la enseñanza y a las directrices bíblicas.

La autoridad de los ancianos era usada para apoyar, aconsejar, incluso reprender, pero jamás para dominarlos o someterlos esgrimiendo amenazas ni exigiendo la misma obediencia que a Cristo. Cuando surgía el error escritural, los ancianos lo refutaban con argumentos bíblicos, a través de la persuasión, sin intimidación ni la tiranía de la autoridad. Aún con todo, si los argumentos no convencían al hermano, éste estaba en libertad de actuar guiado por su conciencia. Evidentemente, en una iglesia guiada por el Espíritu Santo –repito- no ocurrirán estos enfrentamientos sin fin, sino que las partes en disputa, bajo la guía del Espíritu de Dios llegarán a conclusiones que favorezcan la obra del Señor. Es decir, los ancianos –que eran personas de mayor edad y no una especie de “cargo” o posición”- usaban la autoridad de la Palabra para aconsejar a un hermano sin exigir nunca obediencia a ellos sino a la Palabra. De igual manera, el exhortado tenía la libertad de defender su posición y de asumir una actitud de acuerdo a su consciencia. No por esto era tachado de pecador o rebelde. Claro, si el asunto no envolvía un tema claramente doctrinal estipulado específicamente en las Escrituras.

Al abordar el tema de la autoridad y, en general, cualquier texto referente a las relaciones que deben existir entre los cristianos, siempre debemos tener presente la máxima de nuestro gran Maestro: “

Porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos”. (Mateo 23:8)
Con esto claro, que todos somos hermanos y que nuestro único cabeza es Cristo, razón por la cual no estamos obligados a obediencia a otro hermano, analicemos el texto de Hebreos 13:17:

“Obedeced a vuestros dirigentes y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no os traería ventaja alguna”.

Es de anotar que el texto no dice que hay que obedecer a los “pastores” (Poimén en griego) ni a los ancianos (presbíteros, en griego). La palabra usada aquí es una forma verbal que denota más una acción que un cargo (literalmente “quienes guían” “quienes los estiman”)

Sea cual sea la palabra, dando por hecho que sea “dirigentes”¿Implica eso automáticamente una virtual sumisión hacia personas que llevan la delantera? De ninguna manera, puesto que el mandato de Cristo no se limitaba sólo a la prohibición de ser llamados “líderes”, sino que estaba en contra de que alguien asumiera la posición o el oficio de líder, llevando a la práctica ese tipo de control autoritario. Y autoritario significa reclamar obediencia a sí mismo, así sea bajo la excusa de que “yo sólo ordeno lo que está en las Escrituras”. Nada puede ser usado como pretexto para exigir hacia nosotros ni siquiera un mínimo de obediencia invistiéndonos de una inexistente autoridad espiritual que Cristo jamás delegó a ningún hombre. (excepto a sus apóstoles en esa dispensación especial, pero ni aún ellos tenían derecho a reclamar obediencia)

De la palabra griega (peithomai) que se traduce como “ser obediente” u “obedecer” , el Theological Dictionary of the New Testament (Abridget Edition) dice:

Esta palabra asume acepciones tales como `confiar’, `estar convencido’, `creer’, `seguir’ e incluso `obedecer’.

La acepción “obedecer” es tan sólo una de las varias traducciones posibles de la palabra usada (peithomai) y en este caso se alista en último lugar. Otras traducciones, como la Reina-Valera 2000, y la SSE vierten esta palabra como “escuchar”.

De hecho, el escritor inspirado de Hebreos, en el versículo 7 del mismo capítulo 13 deja en claro que quienes “toman la delantera” no habrían de transmitir su propio punto de vista, ni interpretaciones ni mandamientos, sino la “palabra de Dios”

El comentarista bíblico Albert Barnes, dice que la expresión “quienes toman la delantera” (o “jefes” en otras traducciones) tiene el sentido de “guías”, o maestros que actúan dirigiendo las ovejas hacia Cristo no hacia sí mismos. Si esa guía se acomoda a las enseñanzas de Cristo, una respuesta positiva sería lo pertinente y el camino correcto en cuanto que representaría la sumisión a sus enseñanzas. Incluso en asuntos no tratados especificamente por las Escrituras, dice Barnes, el cristiano habría de cooperar libremente mientras ese consentimiento no rebasara los dictados de la conciencia propia.

Pero nada hay que indique una sumisión automática, servil e incuestionable, como la que existe hacia una autoridad superior con el derecho a exigir obediencia, con la capacidad de amenaza de exclusión sobre cualquiera que no le obedezca, o con el peligro de que: Si se desecha al que tiene la autoridad delegada por Cristo, se desecha al mismo Cristo.

Alberto Ribera, ex sacerdote jesuita de alto rango, gran conocedor de la historia de la iglesia y asesinado por denunciar y desenmascarar la Orden jesuítica y sus maquinaciones para corromper la iglesia de Cristo, menciona que: “Los `primeros Padres’ (de la iglesia) seguían la mayor parte del antiguo sistema babilónico, además de la teología judía y la filosofía griega. Pervirtiendo la mayoría de las enseñanzas de Cristo y Sus apóstoles, prepararon el camino para la maquinaria católica romana que se iniciaría. Con fervor atacaron a la Biblia y la corrompieron añadiéndole y quitándole palabras. [...] A través de los años, los jesuitas lograron tomar ese poder (el de los pastores protestantes) para ponerlo en manos de las sedes denominacionales, y ahora han empujado a casi todas las denominaciones protestantes hacia los brazos del Vaticano“. (La Historia Secreta de los Jesuitas, pp. 8,9).

Evidentemente, la obediencia debida hacia las Escrituras, fue desviada hacia los hombres –incluso pastores y ancianos cristianos- y esto ha favorecido a la Iglesia Católica, la Gran Ramera, para la consolidación de una iglesia universal que será controlada por el Anticristo mediante el Falso Profeta.

Otro comentarista nos dice que: “El significado básico del término griego utilizado (peithomai) implica que el consentimiento voluntario otorgado por la persona cristiana surge como resultado de tener `confianza’ primero, de estar `convencido’ y `creer’ en lo que proviene de esos hermanos cristianos, y sobre esa base él o ella responden positivamente. Como hermanos y hermanas cristianos, han entrado en una asociación voluntaria de creyentes, y a lo que se incita es a una respuesta libre y de buena gana, sobre la base de trato amable, ya que así se llevarán a cabo los trabajos de pastoreo de esos hombres con mayor gozo, y hacerlo de otra manera no reportaría ventajas para aquellos mismos a quienes se sirve. No se realiza como consecuencia de una obligación que la “autoridad” de una organización tenga el derecho a exigir de ellos.”

Así que la respuesta a nuestro subtítulo: ¿Pastores, están sobre la grey..? no puede ser más que un rotundo No.

La autoridad, desde el punto de vista del evangelio de Cristo.

Sucedió un día, que enseñando Jesús al pueblo en el templo, y anunciando el evangelio, llegaron los principales sacerdotes y los escribas, con los ancianos, y le hablaron diciendo: Dinos: ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es el que te ha dado esta autoridad? (Lucas 20:1,2)

La autoridad era un asunto fundamental del cual nacía el conflicto entre Jesús y los líderes religiosos de su día. La clase sacerdotal entendía que la autoridad residía en ellos mismos y se extendía hacia aquellos en quienes ellos la delegaban; exactamente igual a como sucede en la inmensa mayoría de las iglesias “cristianas” de hoy. Igual que en el tiempo de Jesús, la clase sacerdotal “cristiana” reclama para sí una autoridad divina para nombrar otros “pastores” y “ancianos” que al ser nombrados se colocan sobre el resto de cristianos en una relación “especial” con Jesucristo. La mayoría de las denominaciones de hoy no aceptan a nadie que se llame a sí mismo “pastor” si no demuestra con credenciales o carnets lo que dice ser. Asambleas de Dios, por citar un ejemplo conocido, carnetiza a sus pastores y demás “líderes” con diferentes tipos de credenciales según el rango que ocupen en la aristocracia espiritual. Alegan en Asambleas de Dios que “nadie puede tener autoridad si no está bajo autoridad” torciendo esta enseñanza para validar la dinastía sacerdotal a la que sólo llegan ciertos privilegiados anulando de un brochazo el sacrificio de Cristo quien al morir permitió que TODOS fuéramos parte del sacerdocio real. En Asambleas de Dios y la gran mayoría de denominaciones que proceden o pertenecen a este concilio se enseña que nadie tiene derecho a enseñar la palabra si no se ha pasado por su escalera de éxito “subiendo” las posiciones necesarias hasta el pastorado local o la “superintendencia” regional, nacional o continental. Igual sucede en las denominaciones pequeñas. Un cristiano maduro que llega a una de estas “iglesias” a servir, es instado a que enseñe sus credenciales y recomendaciones pastorales. Nada de esto sería necesario si se aceptara la guía del Espíritu Santo quien es el único que confiere autoridad, quien recomienda y quien nombra sin necesidad de expedir carnés de cristiano. ¿Cómo saber si alguien es cristiano o es un infiltrado..? Fácil, dejándose guíar por el Espíritu Santo, no entendiendo esto como esperar a recibir una revelación extrasensorial y milagrosa (que puede ocurrir) sino por medio de su bendita palabra. El Espíritu Santo y la Biblia nunca se contradicen.

Las autoridades religiosas del tiempo de Jesús veían en él una amenaza para la estructura de su autoridad. Para ellos Jesús no era más que un intruso, un maestro no carnetizado, ni autorizado, una persona religiosamente sediciosa, alguien que minaba su posición ante la gente, un “aparecido” que no les había solicitado permiso a ellos para enseñar siguiendo el conducto regular establecido. Sus enseñanzas eran heréticas y peligrosas, ya que no se amoldaba a las normas establecidas por los líderes religiosos, las interpretaciones elaboradas por los maestros para la comunidad del pueblo del pacto de la ley mosaica.

Desde entonces, la cuestión de la autoridad espiritual ha surgido una y otra vez. Increíblemente, quienes un día habían resistido valerosamente a la “tiranía de la autoridad”, señala un comentarista, “con frecuencia ellos mismos han sido seducidos después por la llamada a lo que parecía “práctico” desde el punto de vista humano, o por las oportunidades de dominio sobre otros que se presentaron”. Quienes una vez conocieron a Cristo y avanzaron en su conocimiento y fe, cuando tuvieron posibilidades de ejercer control sobre otros –ya sea debido a su conocimiento avanzado u otra cosa- no desperdiciaron esta oportunidad de vanagloriarse y recibir una “merecida” honra. Cuando esto sucede, la verdad es reemplazada por razonamientos engañosos y por apariencias de algo plausible. La conciencia deja paso a la conveniencia. La integridad es sustituida por el pragmatismo y por el punto de vista de que el fin justifica los medios. Qué triste.

La pregunta es, en concreto y de nuevo, ¿existe algún tipo de autoridad humana legítima en la iglesia..? Claro que existe. Pero no entendiendo la “autoridad” como un permiso para controlar, bajo ningún pretexto y en ningún grado, a otro hermano en la fe. La autoridad es y será siempre de la Palabra, sin que esto signifique –como algunos lo pretenden- que la bendita Palabra, de algún modo especial y confuso, entregue su autoridad a alguna persona para que ésta la ejerza sobre otros seres humanos. La autoridad de la Palabra nunca es delegada. El único papel que debe ejercer un ministro (servidor, que todos lo somos) es el de citar la Palabra a un pecador o discípulo, y la autoridad de ésta actuará sobre quien lo permita. De esta manera, se cumple perfectamente el principio básico de que TODOS podemos y debemos exhortarnos unos a otros.

Vigilad, hermanos, para que ninguno de vosotros tenga un corazón malvado y sin fe que le haga apostatar del Dios vivo; al contrario, exhortaos mutuamente todos los días, mientras perdura aquel “hoy”, para que nadie se endurezca por la seducción del pecado. (Hebreos 3:12-13)

De igual manera, todos debemos someternos a nuestros hermanos cristianos: Someteos unos a otros en el temor de Dios. (Efesios 5:21) Obviamente, siempre en el temor a Dios, no al hombre.

El someterse, el obedecernos unos a otros, no significa que cada uno tenga, a su vez, el derecho legal y divino de ejercer dominio sobre otros. Esta también es una premisa jesuita para obtener el control sobre todo hombre y organización de cualquier tipo, incluso religiosa. Edmond Paris, otro mártir que denunció la satánica Orden de los Jesuitas, nos dice que la disciplina eclesiástica y el concepto de subordinación son importantes para los objetivos de Satanás; y que “sólo hay que leer esos textos (de Ignacio de Loyola) para percibir el carácter extremo, si no monstruoso, de la sujeción del alma y del espíritu que se impone a los jesuitas haciéndolos instrumentos dóciles en las manos de sus superiores; y peor aún, convirtiéndolos desde el principio en enemigos naturales de toda clase de libertad. (…) No solo la voluntad sino el razonamiento y los escrúpulos morales deben sacrificarse para dar lugar a la virtud primordial de la obediencia.. (Loyola) declaró: `incluso si Dios les diera un animal sin raciocinio como señor, no vacilarán en obedecerle como amo y guía, porque Dios ordenó que así fuera’ (…) tal obediencia requiere que se sacrifique la voluntad y el criterio propio.“. (La Historia Secreta de los Jesuitas, pp. 28,29) La misma excusa que utilizan, sin prueba alguna, la mayoría de pastores y ancianos “cristianos”, que Dios ordenó la sujeción a ellos, es usada como argumento contundente y de obligatorio cumplimiento entre los jesuitas. Sintómatico.

Aunque uno, como cristiano, no debe obediencia a ningún hombre, evitando obvios peligros de apostasía, un cristiano en uso de su libertad cristiana, aceptará de buena gana una exhortación que tenga base bíblica sólida; y esta exhortación no dependerá del ropaje de “autoridad espiritual” de hombre alguno sino de la bendita palabra de Dios, razón más que suficiente para obedecer la invitación. Aún con todo, cada persona es libre y personalmente responsable ante Dios –y sólo ante Él- de si obedece o no. Nadie tiene el derecho de juzgar sobre otro hermano si éste es guiado por su consciencia y el asunto no es claramente probado en las Escrituras. Nadie tiene derecho a exigir obediencia sobre otro hermano.

Pongamos un ejemplo concreto: Yo, Ricardo Puentes, supongo que tengo conocimiento suficiente de las Escrituras para entender que no debo aceptar más guía que la del Espíritu Santo. Sabiendo esto, busco apoyar a otras personas que, aunque llevan varios años “en Cristo”, no lo conocen ni han nacido de nuevo; y empiezo a enseñarles los rudimentos básicos del cristianismo –rudimentos sin los cuales es absolutamente imposible avanzar hacia la perfección en Cristo. Mi hasta entonces “pastor” cree que estoy subvirtiendo la autoridad y me llama “rebelde” echándome fuera de lo que él llama “su” iglesia, ignorando conscientemente que las enseñanzas que predico tienen fundamento bíblico y entonces el pastor previene a los hermanos que yo no tengo “carnet” ni autorización de Asambleas de Dios para enseñar. El pastor en cuestión no utiliza la Biblia para refutar lo que digo sino que esgrime su “autoridad” entregada a él por otro pastor de Asambleas de Dios. Saca sus credenciales y carnets y yo, para evitar conflictos mayores me voy de “su” iglesia advirtiéndole que cumpliré sus deseos de no acercarme –por iniciativa propia- a ninguna de las ovejas bajo su “mando” pero que siempre estaré dispuesto a obedecer primero a Dios antes que a los hombres, así estos tengan carnets o credenciales de pastor. Le digo que si alguna persona me busca o me la encuentro en la calle e inicia ella la conversación, estaré dispuesto a compartir el mensaje del evangelio con ella. Al poco tiempo algunas personas nos visitan a mi esposa y a mí, buscando tan solo que escuchemos sus problemas y angustias. No solo las escuchamos sino que les damos consejo basado en la Biblia y usando únicamente la autoridad de la Palabra. Comenzamos la instrucción de los rudimentos de la doctrina cristiana sin necesidad de que yo tenga un carnet que me dé permiso para ello. ¿Tengo autoridad para enseñar…? Claro que sí. Si todo lo que enseño está basado en la Biblia y si acepto la guía del Espíritu Santo para ello. ¿Necesito que algún tipo de autoridad humana me delegue su autoridad para enseñar, exhortar y ayudar a otros hermanos cristianos..? No, de ninguna manera. Nadie la necesita.

Mirando el asunto desde el otro punto de vista, desde la perspectiva de las personas a quienes estoy enseñando, ¿tengo yo autoridad sobre ellos..? ¡Jamás permita el Señor esto..! Sería un insulto al sacrificio de Cristo. Todos los días oro y le pido al Señor que no permita que yo me enseñoree sobre mis hermanos más débiles, sino que cumpla con la gran Comisión, cual es enseñarles lo que dice la Biblia, aconsejarles en sus problemas no con base en mi entendimiento sino con la Escritura y conducirlos paciente y laboriosamente hacia Cristo. Cuando cada nueva oveja llegue a la estatura de Cristo, a su conocimiento pleno, mi labor como “guía” cesa inmediatamente. Esta oveja ya no necesita de ser guiada porque ya ha encontrado a Cristo y debe dejarse llevar por la guía invisible del Espíritu Santo, quien, además, lo ha guiado desde el comienzo haciendo que el creyente evalúe cada enseñanza y dándole la medida de fe necesaria para avanzar de gloria en gloria, tal y como promete la bendita palabra. Por esa razón, una persona que ha nacido de nuevo, que ha aceptado la guía del Espíritu Santo, que ha aceptado el sacrificio de Cristo como su único medio de salvación, ya pertenece a la iglesia de Cristo. No es necesario que se inscriba como “miembro” en alguna denominación ni que reciba una certificación escrita de ninguna “autoridad” humana, para que Cristo ya la vea como parte de su iglesia. Evidentemente, este ser nacido de nuevo debe buscar reunirse con otros compañeros de creencia pero jamás, por ningún motivo, debe permitir ser esclavizado por otros hombres, así estos esgriman una “autoridad espiritual”. Si debe sacrificar su libertad cristiana en aras del compañerismo cristiano, la persona debe decidir por sí misma preguntándose qué haría Jesús en esas circunstancias y qué enseña el ejemplo neotestamentario al respecto.

Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo. (Efesios 4:14-15)

El objetivo de cada maestro, pastor, evangelista, etc., no es el de constituir una pirámide de autoridad ni conformar una especie de cuerpo sacerdotal. Cada término de estos (pastor, maestro, evangelista) designa una función, no un cargo. Es decir, yo no puedo ser “nombrado” pastor, maestro, etc., sino que, ejerciendo una de esas funciones, o cualquier otra al servicio de otros cristianos, (que es la única manera de ejercerlas) cumplo con la orden de Cristo para cada uno de nosotros: la de servir.
Entonces, ¿cuál es el objetivo, la meta, de nuestro servicio como pastores, maestros, etc..? Que sea la misma palabra la que nos conteste:

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. (Efesios 4:11-13)

Ahí esta la razón de pastorear, evangelizar y enseñar: Para que todos lleguemos a la unidad de fe y del conocimiento de Cristo; para que todos consigamos la estatura de la plenitud de Cristo.

La función de un pastor no es pretender que cada cristiano recién convertido esté perpetuamente bajo su “cobertura”, sino que cada uno crezca hasta alcanzar la madurez.

¿Quiere decir esto, por ende, que una vez alcanzada la madurez, yo no necesito consejo de otros cristianos..? No. Cada uno de nosotros, como lo requiere Cristo, está para apoyar y ser apoyado, para aconsejar y ser aconsejado, para exhortar y ser exhortado. Eso es cristianismo en acción. Nadie debe gloriarse de su “espiritualidad” o conocimientos bíblicos. Antes bien, como dice el apóstol inspirado, hay que estar permanentemente alerta para no caer.

Esa es la clase de autoridad que apoya la Biblia. No es una autoridad sustentada en la persona o su posición en el rango sacerdotal; la autoridad no descansa sobre la persona y sí sobre la Escritura; la función de la persona es guiar hacia la autoridad bíblica sin exigir un derecho –que no existe- a ninguna recompensa por hacer lo que está obligado a hacer, ni reclamar un honor que no le corresponde y que sólo es debido al Gran Pastor, Maestro y Salvador, nuestro Señor.

Así que, el asunto está en la clase de autoridad, su finalidad y qué limites tiene.

Entendiendo que TODOS somos iguales y que no tenemos derecho a reclamar obediencia de otros hermanos, hallamos sentido a la enseñanza de Jesús de que la iglesia es una familia cuya cabeza es él mismo. Cualquier cosa que afecte esa relación de hermandad no puede ser genuinamente cristiana. Cualesquiera títulos o posiciones oficiales que, de por sí, coloquen a alguien en un nivel espiritual diferente al de los demás o que de alguna manera llegue a entrometerse en el exclusivo derecho del Hijo de Dios como Amo y Maestro de sus seguidores, es -fuera de cualquier duda- una desviación perversa del espíritu del cristianismo. Cualquiera que reclame un honor u autoridad sobre sus hermanos, está desviándose de la verdad; el ejemplo de los apóstoles no le apoya… la Biblia no le apoya.

Por otro lado ¿Qué hay en cuanto a lo que encontramos en las Escrituras Cristianas sobre denominaciones, tales como “pastor”, “maestro”, “profeta”, “anciano”, y demás? Un comentarista bíblico dice que: “Era evidente que todas eran referidas, no a cargos o posiciones oficiales en una estructura de autoridad, sino a los servicios que habían de prestarse a la comunidad de hermanos, se trataba de cualidades y habilidades personales puestas al servicio de otros. La autorización para que dichas personas ejercieran esos servicios no los constituía en cabezas espirituales sobre sus hermanos”. Y la razón, queridos hermanos, es porque “Cristo es la cabeza de todo varón”, no hombre alguno.

Esos servicios, las cualidades y las habilidades estaban orientadas hacia la ayuda de las personas en su “crecimiento” como cristianos maduros, no para que permanecieran mental y espiritualmente como bebés, constantemente necesitados de la asistencia de otros para pensar, para tomar de sus decisiones, y ser así fácilmente llevados de una enseñanza a otra. Habían de ser como niños en su relación con Dios y Jesucristo, pero no con respecto a los hombres. El propósito de asociarse en congregación era el de facilitar su crecimiento como “personas maduras”, capaces de tomar sus propias decisiones, hombres y mujeres “plenamente adultos” que correctamente no admiten otro cabeza espiritual que a Cristo. Ninguno de los que enseña a otros deben intentar hacer pensar a los discípulos que están en deuda con él; ni pretender que los demás obedezcan sus sugerencias o guías ni hacer que quienes no lo hagan se sientan irrespetuosos, desobedientes, rebeldes o cualquier otra cosa que no tiene, de ninguna manera, base bíblica:

¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. (1Cor.3:5-7)

El escritor inspirado lo dice: Sólo somos servidores (o ministros) por medio de los cuales otras personas creen. Ni el que planta es algo, ni el que riega. Sólo Dios. Amén.
Pablo, escribiendo a Timoteo, describió la comunidad cristiana en términos de una relación familiar. (1Timoteo 5:1,2). Los hermanos que eran ancianos en edad y en experiencia cristiana podrían desempeñar correctamente un papel similar al de un hermano mayor dentro de la familia. Como ejemplo ilustrativo, si faltaba el cabeza de una familia, sus hijos mayores podían encargarse de hacer cumplir las instrucciones de ese cabeza de familia, exhortar al apego a las instrucciones dadas por el padre. Pero los hijos mayores JAMÁS podrían actuar como si en realidad fueran ellos el cabeza de familia, como si a ellos correspondiera el establecer las normas de conducta para la familia más allá de lo que hubiera establecido y encomendado el cabeza legal de la misma. Tampoco podrían, por ende, esperar, sugerir o exigir el reconocimiento y la sumisión que apropiadamente correspondía tan sólo al cabeza de la familia. De modo que así debería ser en la familia o casa cristiana, que tiene a Cristo como su Cabeza y Dueño, regida mediante las instrucciones dadas por él mismo, ya fuera directamente o a través de los apóstoles que eligió.

Pastores y ancianos… ¿Están sobre la grey..?