Datos personales

Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

TRASFORMACION DE MUERTE

Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
.
Sólo Dios es capaz de transformar genuinamente la vida de los seres humanos que se encuentran en vicios, en iniquidades y maldades de todas formas por causa del pecado. La Palabra de Dios da vida al hombre, y lo hace nueva criatura, y el caminar juntamente con Cristo, en la justicia del cielo que caracteriza dicho caminar, se establece con firmeza el carácter del Señor en su corazón como consecuencia a la fiel obediencia aprendida en su Palabra, siendo grato, si se aplican correctamente sus mandatos, ante los ojos Del que lo ve todo:

«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co.5:17).

«El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 Jn.2:6).

La verdadera humildad representa la sujeción a los designios de Dios. Los creyentes ahora, en vez de concientizar en lo que la Biblia dice para el cambio de sus vidas, se dejan tiranizar bajo las normativas y leyes que los líderes profanos proponen. Para esto, escogen versículos de la Biblia que pueden manipular a sus conveniencias, y con agregados de la razón hacen un perfecto protocolo de mentira para someter engañosamente en un vivir altamente ajeno a lo que la Palabra enseña. Les muestran un vivir místico emocional y reprimido ante la adversidad, volátil ante los ojos de Dios. El sufrir la sana doctrina, pasa a ser una cómoda forma social al que le llaman «cristianismo piadoso», y que el inconmovible Dios ve inaceptablemente con espanto, ira y tristeza. Claro, hay un cambio conductual, externo, falso, y puede ser, sin duda alguna, notable, pero, desafortunadamente, no es aquel que Dios exige conforme al carácter de Cristo, que es la imagen del Padre, sino semejante a la de sus pastores y maestros, que son vistos y alabados como si fueran el mismo Rey de las ordenanzas santas.

El hombre cambia con provecho espiritual por la Palabra Divina, y no genuinamente por las palabras de los mentirosos que gobiernan las iglesias cristianas. Carismáticos y elocuentes, los obispos de Satanás, poseen personalidades muy propicias para sintonizar las mentes ignorantes a sus propósitos, que terminan siendo fácilmente manipulables para el cambio («nuevas criaturas» de orden terreno-eclesial).

El cristiano de hoy, se ha inclinado a ser social, porque gusta del sistema del mundo, y no va lejos del romanista católico. Ahora, es difícil diferenciar entre uno y otro, ya que los romanistas se han hecho carismáticos, y la idolatría, a las imágenes, marca una poca diferencia entre ellos. Lo demás, es casi igual.

El cristiano de ahora, no escudriña la Palabra para su conversión, pero está atento a las sincréticas doctrinas propuestas de los líderes, que han logrado atiborrar las iglesias con monstruosos y bestiales adeptos cuasi cristianos, que han aprendido en sus congregaciones una falsa disciplina de «santidad», muy parecida a la disciplina conductual que enseña la psicología. Terrible propagación hipnótica, hecha por sus dictadores de esperpéntica «luz», que son vistos como «hijos de lo Alto», tocados por el «poder de Dios» para portentos y predicas «maravillosas», y que son los «elegidos» para lo buena obra suprema, pero en realidad son quienes los conducen erradamente bajo la influencia del espíritu del mundo, cubierto de una brillante y fina capa de mansedumbre y de amor, y que serán separados a la izquierda del Señor Jesucristo, cuando venga a juzgar el mundo en su gloriosa y segunda venida.

«Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él » (Ro.8:9).

«Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Jn.3:3).