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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

jueves, 8 de mayo de 2008

EL YELMO DE LA SALVACIÓN

Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Ef.6:17).

Está determinado perfectamente, que la mente es el área de batalla donde se libran las más espantosas luchas de vida y muerte, y es, entre Satanás y el cristiano fiel. Satanás conoce nuestras debilidades y sensibilidades, nuestra conducta, y a partir de éstas condiciones, en su asecho, somos atacados y en ocasiones zarandeados como ramas con el propósito de hacernos morder el polvo en los campos áridos del pecado y de la condenación angustiante.

En el capítulo 6 de Efesios, el apóstol Pablo anima al creyente a colocarse el Yelmo de la Salvación para detener las malignas saetas de seducción satánica. En toda guerra, todo buen soldado sabe a ciencia cierta que deberá llevar en la frágil cabeza, susceptible de ser herida fácilmente, el Casco Protector, ya que es menos probable de salir con lesiones serias en dicha región que al no tenerlo.
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El Yelmo al que se refiere Pablo, es aquel forjado en la Palabra de Dios, y que nos capacita para protegernos de los Dardos de Fuego del enemigo que pudieran desviarnos de los caminos de justicia por los llanos caóticos de impiedad. Éstos Dardos son de diferentes tamaños y de intensidad quemante muy variable.

Es importante conocer la Palabra de Dios para que nuestra cabeza, donde reside la mente, sea protegida al poder discernir cualquier situación maligna que no se apegue al conocimiento divino. Juan anima a los creyentes a valorar las palabras de las personas que trasmiten enseñanzas o mensajes, ya que muchos falsos profetas se habían levantado con herejías destructivas en es tiempo en que florecía el cristianismo, donde el legalismo y el gnosticismo se levantaban devastadoramente con pasos gigantescos, envolviendo en sus poderosas zarpas a hombres que, aún, habiendo conocido el camino de la verdad, fueron enredados en sus proclamaciones completamente torcidas (2.P. cap.2); por otro lado, Pablo alerta a los cristianos a no aprobar ni abrigar teorías extrañas, dogmas sincréticos, lejanos a los principios bíblicos verdaderos, haciéndoles ver la importancia de extraerlos de las vidas de quienes los habían hecho suyos:
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«Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos profetas han salido por el mundo» (Jn.4:1).

«Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos que se levantan contra el conocimiento de Dios, llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo». . . (2.Co.10:3-5).

Ejemplo claro a seguir, lo vemos en la contienda que sostuvo el Señor Jesucristo contra el mismo diablo, al ser tentado en el desierto por éste, cuando el Maligno es hecho espiritualmente pedazos por medio de la Palabra de Dios, articulada por la Boca Santa del Mesías Bendito (Mt.cap.4).

Amigo, si su lucha es a través de lógicas ideas y conceptos racionales, es seguro que tarde que temprano el diablo lo hará caer en el abismo más profundo de la iniquidad y de la desesperación (Leer por favor el capítulo 3 de Proverbios).

Confiar en Dios, es confiar en su Palabra para ponerla por hecho, cueste lo que cueste, y es por eso, que su mente habrá de llenarse de los límpidos decretos que se sustraen de ella al escrutarla, para lograr debidamente una perspectiva celestial, si quiere vivir siempre una vida cristiana victoriosa por el resto de la vida, en un mundo de malignidades y detracciones absurdas, sin participar en sus acuerdos de muerte:

«Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre» (1 Jn.2:16, 17).

Dios les bendiga.