Por Sir. Anthony F. Buzzard (Unitario)
A Pedro le fue dada una magnífica oportunidad de expresarse en el asunto de la identidad de Jesús cuando específicamente Jesús le preguntó: “¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Jesús aplaudió la idea inspirada de Pedro, al responderle: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat.16:15-17). La definición de Pedro de la identidad de Jesús es simple y clara. Es una definición repetidamente subrayada a través el Nuevo Testamento. Es también la refrescante declaración no complicada de un discípulo de Jesús inadvertido de alguna de las complejidades del Trinitarianismo. Desafortunadamente, esta confesión central Cristiana ha sido seriamente mal entendida. Con una completa indiferencia hacia el significado bíblico del término “Hijo de Dios”, se ha afirmado que Pedro quiso decir que Jesús era “verdadero Dios”.
Debe ser admitido que la añadidura del término “Hijo del Dios viviente” al título de “Mesías” (Mat. 16:16) de ningún manera altera el hecho de que Jesús era una persona humana completa. Los pasajes paralelos en Lucas y Marcos (Lucas 9:20; Marcos 8:29) registran el reconocimiento que hace Pedro de Jesús como el “Cristo de Dios” y simplemente “el Cristo,” respectivamente. Estos escritores no sintieron la necesidad de ampliar el título aún más. Esto prueba que la frase añadida de Mateo “Hijo del Dios viviente” no afecta dramáticamente la identidad de Jesús. “Hijo de Dios” es virtualmente un sinónimo para Mesías basado en el Salmo 2:2,6,7: Mesías (el ungido)= Rey = Hijo de Dios. Ambos títulos—-Mesías e Hijo de Dios—señalan al esperado hijo de David, Rey de Israel. Hijo de Dios es equivalente en el Nuevo Testamento de Rey de Israel (Juan 1:49). Salomón fue también “Hijo de Dios” (2 Sam. 7:14), como lo fue colectivamente toda la nación de Israel (Exo. 4:22). Muy significativo también es Oseas 1:10, donde Israel en su futura restauración será merecedora del mismo título dado por Pedro a Jesús, “hijos del Dios viviente”
Como una nación los Judíos estaban ansiosamente esperando al prometido Mesías. El factor en el Mesianismo de Jesús que causó ofensa fue la insistencia de Jesús de que él debía sufrir la muerte en lugar de deshacerse del yugo Romano. Sería sólo a través de la resurrección y su eventual retorno a la tierra en la Segunda Venida que el Reino prometido de gloria sería establecido. Es verdad que Pedro fue lento en captar que el Mesías debía primero sufrir la muerte. Sin embargo, él fue alabado calurosamente por Jesús porque había comprendido que su maestro era verdaderamente el Hijo de Dios Mesiánico. Pedro había sido privilegiado de escuchar el mensaje que Jesús dio a Israel. El había presenciado sus milagros de sanidad; él había estado presente cuando Jesús había confundido a los líderes religiosos por su superior sabiduría; él había visto la autoridad ejercida sobre los demonios, y los muertos resucitados. El pudo consultar el Antiguo Testamento y observar cómo Jesús había exactamente cumplido las muchas profecías concernientes al predicho Salvador de la nación. Lo que Dios le reveló a Pedro estaba basado en evidencia sólida verificable. Y la confesión de que Jesús es el Mesías vendría a ser el fundamento de la fe de la Iglesia para todos los tiempos (Mat. 16:16,18).
Sin el beneficio de un previo adoctrinamiento de que Jesús era un ser eternamente preexistente y por tanto Dios, un lector del Nuevo Testamento deduciría que el esperado Mesías era una persona humana real, un descendiente de Abraham y de David, engendrado sobrenaturalmente (Mat. 1.20). Como nosotros, él vino al mundo como un infante indefenso; creció en conocimiento y sabiduría; experimentó todas las debilidades comunes de la humanidad—hambre, sed y fatiga; tuvo las emociones profundas de cualquier persona expresadas en ira, compasión, y temor a la muerte; tuvo su propia voluntad y oró para que pudiera escapar de la muerte cruel que sabía enfrentaría. El murió la muerte de un hombre mortal, y antes de su muerte, como un hijo amante y compasivo, proveyó para la continua seguridad de su madre. Después de su muerte, los seguidores de Jesús reaccionaron inicialmente como si él fuera un hombre que había fallado en su tarea de causar la restauración de Israel, tal como otros así llamados Mesías anteriores a él habían fallado también (Lucas 24:21). Si no estuvieran nuestras mentes nubladas por siglos de adoctrinamiento y por un desafortunado mal entendimiento acerca del significado del título “Hijo de Dios” en el ambiente Judío de ese tiempo, tendríamos poca dificultad de comprender, como Pedro, que Jesús era el Mesías, no Dios.
¿Es de suponerse que Israel fue tomado por sorpresa por el arribo de Dios mismo?¿Qué debía ser el Mesías de acuerdo a las expectativas de los profetas de Israel? Un hombre, Dios-hombre, un ángel de un orden máximo? ¿Qué estaban Pedro y el resto de Israel buscando? La historia muestra que un número de hombres se habían hecho pasar por el Salvador de Israel y ganaron seguidores entre la comunidad Judía. La nación esperó correctamente que el libertador viniera de la línea real de David. Ellos previeron un hombre que ascendería al restaurado trono de David, revestido con poder para extender su reinado para abarcar a todas las naciones. Esto fue lo que todos los profetas habían previsto. Así la última pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús antes de su partida final fue:”Señor, restaurarás el reino a Israel en este tiempo”? (Hechos 1:6). Ellos tenían toda la razón para creer que Jesús, como Mesías, causaría ahora la prometida restauración. La respuesta de Jesús fue meramente: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7). Jesús no cuestionó el hecho de que el reino sería algún día restaurado a Israel. El tiempo del gran evento no sería revelado. Que el Mesías restauraría el Reino fue la común creencia de Jesús y sus discípulos. Era, después de todo, lo que todos los profetas habían constantemente predicho.
Los discípulos esperaron que el Mesías naciera de la simiente de David. Como le habría parecido a cualquier Judío monoteísta, el término Hijo de Dios llevaba el significado de realeza que había adquirido en el Antiguo Testamento. Este designaba un ser humano, un rey especialmente relacionado con Dios e investido con Su espíritu. Que éste implicara la Deidad de Jesús en un sentido Trinitario hubiera sido la información más asombrosa y revolucionaria que jamás invadiría la mente de Pedro o de cualquier otro religioso Judío. En ningún lugar de entre las palabras registradas de los Apóstoles primitivos, con la posible excepción de Tomás, hay siquiera la más ligera indicación de que ellos estaban teniendo trato con un Dios-hombre. ¿Supo Judas que él estaba traicionando a su creador y Dios? Y en las ocasiones cuando los apóstoles desertaron de Jesús, ¿estuvieron ellos enterados de que estaban abandonando a Dios?¿Creyeron ellos que Dios les estaba lavando los pies en la Última Cena? Cuando Pedro sacó su espada para cortar la oreja del soldado, ¿pensó él que el Dios que lo había creado estaba de algún modo incapacitado de protegerse a sí mismo? En el Monte de la Transfiguración, después de que los discípulos vieron una visión de Jesús en un futuro estado glorificado junto con Moisés y Elías, ellos quisieron construir tres tabernáculos, uno para cada uno de estos tres hombres (Mat. 17:4). ¿Por qué no hubo una distinción hecha entre estos tres, si uno de ellos era Dios?
El Mesías humano había aparecido en Galilea como portador del mensaje del Reino del único Dios (Luc. 4:43; Mar. 1:14,15,etc). El Evangelio del Reino contenía una expectativa tan realista y vívida de gloria futura que surgió una rivalidad entre los discípulos en cuanto a quien sería el mayor en el Reino Venidero. El mensaje del Reino tuvo que hacer con la tierra prometida a Abraham—promesas aún no cumplidas. Concernían con el reestablecimiento del trono de David y la permanente restauración y expansión de las fortunas de la nación de Israel. Sus profetas estaban interesados con la futura existencia de Israel como un testigo del único Dios dentro de la nueva sociedad organizada bajo la teocracia. El cielo, como una recompensa para las almas desencarnadas, estaba completamente fuera del pensamiento de los discípulos. Lo que buscaron fue la herencia de la tierra (Mat. 5:5; 20:21; cp. Apo. 5:10) y el futuro reinado con el Mesías en un mundo restaurado en un paraíso, como todos los profetas lo habían previsto.6 La restauración del mundo del caos del reinado de Satanás fue su sueño. Finalmente ellos dieron sus vidas para anticipar ese mensaje, pero ellos no vivieron para ver cumplidas sus esperanzas.
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A Pedro le fue dada una magnífica oportunidad de expresarse en el asunto de la identidad de Jesús cuando específicamente Jesús le preguntó: “¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Jesús aplaudió la idea inspirada de Pedro, al responderle: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne y sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mat.16:15-17). La definición de Pedro de la identidad de Jesús es simple y clara. Es una definición repetidamente subrayada a través el Nuevo Testamento. Es también la refrescante declaración no complicada de un discípulo de Jesús inadvertido de alguna de las complejidades del Trinitarianismo. Desafortunadamente, esta confesión central Cristiana ha sido seriamente mal entendida. Con una completa indiferencia hacia el significado bíblico del término “Hijo de Dios”, se ha afirmado que Pedro quiso decir que Jesús era “verdadero Dios”.
Debe ser admitido que la añadidura del término “Hijo del Dios viviente” al título de “Mesías” (Mat. 16:16) de ningún manera altera el hecho de que Jesús era una persona humana completa. Los pasajes paralelos en Lucas y Marcos (Lucas 9:20; Marcos 8:29) registran el reconocimiento que hace Pedro de Jesús como el “Cristo de Dios” y simplemente “el Cristo,” respectivamente. Estos escritores no sintieron la necesidad de ampliar el título aún más. Esto prueba que la frase añadida de Mateo “Hijo del Dios viviente” no afecta dramáticamente la identidad de Jesús. “Hijo de Dios” es virtualmente un sinónimo para Mesías basado en el Salmo 2:2,6,7: Mesías (el ungido)= Rey = Hijo de Dios. Ambos títulos—-Mesías e Hijo de Dios—señalan al esperado hijo de David, Rey de Israel. Hijo de Dios es equivalente en el Nuevo Testamento de Rey de Israel (Juan 1:49). Salomón fue también “Hijo de Dios” (2 Sam. 7:14), como lo fue colectivamente toda la nación de Israel (Exo. 4:22). Muy significativo también es Oseas 1:10, donde Israel en su futura restauración será merecedora del mismo título dado por Pedro a Jesús, “hijos del Dios viviente”
Como una nación los Judíos estaban ansiosamente esperando al prometido Mesías. El factor en el Mesianismo de Jesús que causó ofensa fue la insistencia de Jesús de que él debía sufrir la muerte en lugar de deshacerse del yugo Romano. Sería sólo a través de la resurrección y su eventual retorno a la tierra en la Segunda Venida que el Reino prometido de gloria sería establecido. Es verdad que Pedro fue lento en captar que el Mesías debía primero sufrir la muerte. Sin embargo, él fue alabado calurosamente por Jesús porque había comprendido que su maestro era verdaderamente el Hijo de Dios Mesiánico. Pedro había sido privilegiado de escuchar el mensaje que Jesús dio a Israel. El había presenciado sus milagros de sanidad; él había estado presente cuando Jesús había confundido a los líderes religiosos por su superior sabiduría; él había visto la autoridad ejercida sobre los demonios, y los muertos resucitados. El pudo consultar el Antiguo Testamento y observar cómo Jesús había exactamente cumplido las muchas profecías concernientes al predicho Salvador de la nación. Lo que Dios le reveló a Pedro estaba basado en evidencia sólida verificable. Y la confesión de que Jesús es el Mesías vendría a ser el fundamento de la fe de la Iglesia para todos los tiempos (Mat. 16:16,18).
Sin el beneficio de un previo adoctrinamiento de que Jesús era un ser eternamente preexistente y por tanto Dios, un lector del Nuevo Testamento deduciría que el esperado Mesías era una persona humana real, un descendiente de Abraham y de David, engendrado sobrenaturalmente (Mat. 1.20). Como nosotros, él vino al mundo como un infante indefenso; creció en conocimiento y sabiduría; experimentó todas las debilidades comunes de la humanidad—hambre, sed y fatiga; tuvo las emociones profundas de cualquier persona expresadas en ira, compasión, y temor a la muerte; tuvo su propia voluntad y oró para que pudiera escapar de la muerte cruel que sabía enfrentaría. El murió la muerte de un hombre mortal, y antes de su muerte, como un hijo amante y compasivo, proveyó para la continua seguridad de su madre. Después de su muerte, los seguidores de Jesús reaccionaron inicialmente como si él fuera un hombre que había fallado en su tarea de causar la restauración de Israel, tal como otros así llamados Mesías anteriores a él habían fallado también (Lucas 24:21). Si no estuvieran nuestras mentes nubladas por siglos de adoctrinamiento y por un desafortunado mal entendimiento acerca del significado del título “Hijo de Dios” en el ambiente Judío de ese tiempo, tendríamos poca dificultad de comprender, como Pedro, que Jesús era el Mesías, no Dios.
¿Es de suponerse que Israel fue tomado por sorpresa por el arribo de Dios mismo?¿Qué debía ser el Mesías de acuerdo a las expectativas de los profetas de Israel? Un hombre, Dios-hombre, un ángel de un orden máximo? ¿Qué estaban Pedro y el resto de Israel buscando? La historia muestra que un número de hombres se habían hecho pasar por el Salvador de Israel y ganaron seguidores entre la comunidad Judía. La nación esperó correctamente que el libertador viniera de la línea real de David. Ellos previeron un hombre que ascendería al restaurado trono de David, revestido con poder para extender su reinado para abarcar a todas las naciones. Esto fue lo que todos los profetas habían previsto. Así la última pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús antes de su partida final fue:”Señor, restaurarás el reino a Israel en este tiempo”? (Hechos 1:6). Ellos tenían toda la razón para creer que Jesús, como Mesías, causaría ahora la prometida restauración. La respuesta de Jesús fue meramente: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:7). Jesús no cuestionó el hecho de que el reino sería algún día restaurado a Israel. El tiempo del gran evento no sería revelado. Que el Mesías restauraría el Reino fue la común creencia de Jesús y sus discípulos. Era, después de todo, lo que todos los profetas habían constantemente predicho.
Los discípulos esperaron que el Mesías naciera de la simiente de David. Como le habría parecido a cualquier Judío monoteísta, el término Hijo de Dios llevaba el significado de realeza que había adquirido en el Antiguo Testamento. Este designaba un ser humano, un rey especialmente relacionado con Dios e investido con Su espíritu. Que éste implicara la Deidad de Jesús en un sentido Trinitario hubiera sido la información más asombrosa y revolucionaria que jamás invadiría la mente de Pedro o de cualquier otro religioso Judío. En ningún lugar de entre las palabras registradas de los Apóstoles primitivos, con la posible excepción de Tomás, hay siquiera la más ligera indicación de que ellos estaban teniendo trato con un Dios-hombre. ¿Supo Judas que él estaba traicionando a su creador y Dios? Y en las ocasiones cuando los apóstoles desertaron de Jesús, ¿estuvieron ellos enterados de que estaban abandonando a Dios?¿Creyeron ellos que Dios les estaba lavando los pies en la Última Cena? Cuando Pedro sacó su espada para cortar la oreja del soldado, ¿pensó él que el Dios que lo había creado estaba de algún modo incapacitado de protegerse a sí mismo? En el Monte de la Transfiguración, después de que los discípulos vieron una visión de Jesús en un futuro estado glorificado junto con Moisés y Elías, ellos quisieron construir tres tabernáculos, uno para cada uno de estos tres hombres (Mat. 17:4). ¿Por qué no hubo una distinción hecha entre estos tres, si uno de ellos era Dios?
El Mesías humano había aparecido en Galilea como portador del mensaje del Reino del único Dios (Luc. 4:43; Mar. 1:14,15,etc). El Evangelio del Reino contenía una expectativa tan realista y vívida de gloria futura que surgió una rivalidad entre los discípulos en cuanto a quien sería el mayor en el Reino Venidero. El mensaje del Reino tuvo que hacer con la tierra prometida a Abraham—promesas aún no cumplidas. Concernían con el reestablecimiento del trono de David y la permanente restauración y expansión de las fortunas de la nación de Israel. Sus profetas estaban interesados con la futura existencia de Israel como un testigo del único Dios dentro de la nueva sociedad organizada bajo la teocracia. El cielo, como una recompensa para las almas desencarnadas, estaba completamente fuera del pensamiento de los discípulos. Lo que buscaron fue la herencia de la tierra (Mat. 5:5; 20:21; cp. Apo. 5:10) y el futuro reinado con el Mesías en un mundo restaurado en un paraíso, como todos los profetas lo habían previsto.6 La restauración del mundo del caos del reinado de Satanás fue su sueño. Finalmente ellos dieron sus vidas para anticipar ese mensaje, pero ellos no vivieron para ver cumplidas sus esperanzas.
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