Por Antonio Piñero
Los términos para reino y reinado son en griego basileia, en hebreo clásico mamlaká y en arameo malkut. Todos ellos significan “realeza” de modo general.
• “Reinado”, en español, sería “ejercer la realeza”, el mando, la soberanía. Sería la noción dinámica de Dios que ejerce su soberanía sobre el universo, sobre su pueblo elegido, sobre todos los pueblos, o sobre la historia, etc.
• “Reino” sería el territorio sobre el que se ejerce esa realeza o soberanía. Sería como la realidad concreta que es gobernada por Dios, una realidad espacio-temporal que de algún modo constituya un ámbito en el que Dios ejerza su soberanía.
En el Evangelio de Mateo sobre todo aparece por lo general “reino de los cielos” en vez de “reino de Dios” (sólo 4 veces: 11,28; 19,24; 21,31.43). Se ha pretendido buscar alguna diferencia de matiz, pero no parece que exista ninguna, en verdad. Parece que “reino de los cielos” era un modo propio de Mateo -un piadoso escriba judío hecho judeocristiano- de evitar la palabra “Dios”. Por tanto, si tal expresión era propia del Evangelista, parece poder concluirse que la expresión más original en boca de Jesús era “reino de Dios”.
Los rasgos mínimos, esenciales, del Reino de Dios en los que todos los judíos estaban de acuerdo eran los siguientes:
1. Dios, como creador, es rey de toda la tierra, de todas las naciones
2. Desgraciadamente no todos los pueblos, ni mucho menos, reconocen esa realeza. En realidad, sólo Israel. Este es el pueblo elegido por Dios para manifestar plenamente su realeza.
3. Tarde o temprano el reinado divino será reconocido por todas las gentes, lo quieran o no. Dios se encargará de que así sea. Esta esperanza se describe de modo diverso. La más típica se halla en el libro de Daniel 2,35-45: los poderes del mundo están simbolizados por una estatua gigantesca, pero con pies de barro; de una montaña se desprende por obra de Dios una piedra, que pulveriza la estatua; la piedra –el poder de Dios- va creciendo y ocupa toda la tierra.
Señala James D.G. Dunn, en Jesús recordado (obra que comentaremos en su momento) que en la exégesis moderna, cuando se trata de precisar y concretar cuál sería exactamente el pensamiento nuclear de Jesús, hay un buen número de propuestas:
• Para unos sería el reino la restauración del Israel completo (la reconstitución de las doce tribus de las cuales se habían perdido nueve y media desde la invasión de Israel por parte del rey asirio Salmanasar, que terminó con ese reino y la destrucción de su capital Samaria en el 721 a.C.)
• Para otros sería como la concretización de la definitiva “vuelta del destierro de Babilonia”, nunca producida totalmente, una suerte de culminación historia global de la salvación de Israel.
• Para otros sería como el símbolo de las protestas de las gentes israelitas contra las desigualdades sociales y la opresión en el Israel del siglo I. Esa protesta sería profética, al estilo antiguo, y llevaría consigo el deseo de Dios acabara de una vez con tanta desgracia, ya sea Él solo, ya con la participación de los seres humanos (por las armas /por el arrepentimiento)
• Para otros sería el anuncio de la llegada de una sociedad humana casi perfecta, utópica, en la que los hombres se realizarían perfectamente. En concreto (J. D. Crossan) el reino de Dios sería una revolución impulsada por Dios que llevaría a una sociedad igualitaria a favor del campesinado mediterráneo en su conjunto y en particular el de Israel.
• Para otros sería el “reino” una metáfora que implicaría que Dios impondría en los hombres una sociedad donde imperara la “voluntad incondicional de hacer el bien”.
• Para otros finalmente (sobre todo después de Norman Perrin) la expresión “Reino de Dios” no sería más que un símbolo flexible empleado por Jesús con la conciencia de que no era posible utilizar nada mejor para indicar, o evocar, que vendría un tiempo (¿o que ha empezado ya?) en el que Dios actuaría como rey. Pero un símbolo consciente de que detrás no hay más que un “mito”, es decir, un modo de expresión de una realidad divina, cierta y existente, es verdad, pero que no se puede expresar totalmente con palabras humanas.
Como se ve, hay multitud de interpretaciones… precisamente porque Jesús -como indicábamos- nunca precisó, o nunca tuvo necesidad de precisar, el núcleo de su pensamiento acerca del “Reino” (Tal vez porque era harto conocido por sus paisanos).
Estoy de acuerdo con James Dunn en que lo mejor para explicar en lo posible el concepto de “Reino de Dios” hay que pensar en los términos de una especie de “historia o narración global” -tomada del Antiguo Testamento y de los escritos apócrifos judíos que lo complementan incluidos los manuscritos de Qumrán- de los elementos de ese reino, de las ideas populares en torno a él que estaban presentes en las mentes de los que escuchaban a Jesús.
Esos elementos son unos catorce e intentaremos ofrecer de ellos un panorama en próximas entregas.
Seguiremos, pues.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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