No hay duda que el Señor Jesucristo realizó asombrosos milagros por el poder de Dios en el transcurso de su ministerio terrenal. Cristo sanó gente con lepra (Mt. cap. 8), sanó un ciego (Mt. cap. 9), sanó una mano seca (Mt. cap 12), de forma milagrosa alimentó una multitud gigantesca de personas (Lc. cap. 9), resucitó a Lázaro de los muertos (Jn. cap. 9), y a otros más (Lc. cap. 7 y Mr. cap. 5), convirtió el agua en un vino de excelencia (Jn. cap. 2), sanó un paralítico (Jn. cap. 5), sanó cojos, mudos y mancos (Mt. cap. 15), desalojó de las personas demonios de modo milagroso (Mt. cap. 15, véase también Mr. cap 5). El mismo fue un «milagro de Dios» en su resurrección (Mr. cap. 16). Hoy en día, esto ya no es posible, por razones bien estipuladas y que más adelante miraremos. Por desgracia, los sanadores de la fe han hecho creer a los aturdidos ignorantes que son capaces de realizar actos milagrosos como los de hace dos mil años y que la Biblia, en el Nuevo Testamento, describe. El movimiento que promociona semejante blasfemia de embrollo y ofensa se le conoce como el de la «súper fe» y el cual ha sido inspirado hace ya buen tiempo por la nociva y mortal Nueva Era. Dios deja en esta situación su infinita y perfecta soberanía y el hombre viene a tomarla como quitarle un dulce a un infante de “cuatro abriles”, para hacer y deshacer como le plazca, regularmente, conforme su voluntad natural que está más decompuesta que una extremidad diabética gangrenada por bacteroides anaeróbicos. Dios termina siendo un esclavo y sirviente del hombre y éste ocupa el lugar de Dios. Es evidente que la deificación del hombre ha sido instigada desde el huerto del Edén (véase Gn. 3:5). Margot Adlert, famosa hechicera dice: “Nosotros somos dioses y podemos llegarlo a hacerlo muy bien”. Apreciamos claramente que el trabajo de Satanás no ha sido en vano en todo. La fe para estos insolentes y arrogantes hombres es tan sólo un «accesorio mixturado» para adquirir lo que se les pegue en gana, según las vanas exigencias de la mente podrida y carnal. No es esta fe la que nos hace esperar con paciencia la corona victoriosa del mundo venidero y restituido, la que nos enseña a soportar las tentaciones y las pruebas más atractivas y difíciles para merecerlo cuando el fin llegue. No, no, hermanos y amigos queridos, no es esta la fe que Dios nos enseña en la Biblia, sino una fe extraña y polvorienta que ha sido manipulada para alcanzar lo que el sistema terrenal anti-Dios ha puesto en su sensual y ófrico “aparador”, innegablemente, condenatoria para los que la abrazan y acicalan como perro faldero. Esta fe promueve y promete salud física y riquezas materiales, comodidades para el solaz del corazón mundano. La Biblia posee, obviamente, una directriz espiritual antiterrena y vertical. Sus expectativas no concuerdan con los insanos intereses del mundo marchito y perverso. La fe verdadera es la que conduce al creyente a una mejor y excelente vida que emanará cuando Cristo retorne al mundo por segunda ocasión, visible y en poderosa gloria. El apóstol Juan anima al creyente a «no amar las cosas del mundo, a que se desentienda de la vanagloria de la vida, y de todo lo que los ojos y la carne pudieran llegar a desear» (1 Jn. 2:15-17). Adversamente, los maestros de de la súper fe empujan a los deplorables profesantes del falso cristianismo a buscarlas con tesón. Por lo visto, aman demasiado las “virtudes letales” del mundo moderno y no quieran pagar el sacrificio por «otro» desmedidamente mejor y que está «prometido para los que aman y honran a Dios», en las buenas y en las malas, pase lo que pase (Stg. 1:12).
Las promesas para la salud física y de las ganancias materiales por medio de la fe que los maestros de la prosperidad manejan, es una carnada muy atractiva para ganar “gordos y suculentos adeptos” que un día dejarán bastantes dividendos económicos en las congregaciones en las que se han de incorporar. No buscan a Dios por lo qué es, sin por lo qué Dios puede hacer por ellos. Si esta fe no funciona, lo más probable que estos bandidos vociferen que no fue la suficiente de parte de la persona enferma para sanar o que la persona merece estar enferma (Muy parecida a la idea farisaica en enfermedad). «Para un roto, un descosido hay», dice el viejo refrán. Como las sectas de la «escuela de la unidad del cristianismo» y de la «ciencia de la mente», los sanadores de la súper fe del movimiento neo-pentecostalista (quienes han sido influenciados, sin saberlo, por el pensamiento de las nombradas sectas que principian con Phineas Quimby y después con Mary Baker Eddy) como Cash Luna, Benny Hinn, César Castellanos, y otros más de la misma extirpe “underground”, niegan la enfermedad en el cristiano. Sostienen que Dios desea ver por siempre a sus hijos con rebosante y maravillosa salud física y con dinero a granel en el bolsillo, aparte. No hay cabida para el más leve resfrío ni para la más insignificante diarrea en el creyente: “Sanos, hasta la muerte” (¿usted cree amigo neo-pentcostalista qué morirá por la enfermedad de “estar sano”?).
Tanto Phineas Quimby como Mary Baker Eddy, creían que los desordenes físicos eran producto de la mente, una “mera ilusión y no una realidad”. Así surgió el falso concepto de sanar las enfermedades con el “poder de la mente”, es decir, “la mente controla las enfermedades para hacerlas desaparecer de la economía corporal como si se tratase de humo o nieve”. Este pensamiento ha influenciado al mundo religioso neo-pentecostalista al cual se le adoctrina hasta estos instantes presentes para negar la enfermedad física: “Yo declaro en el nombre de Cristo que no estás enfermo varón de Dios”, mientras que este “varón de Dios” muere, y morirá, por un adenocarcinoma de la cabeza del páncreas avanzado y sin remedio oncológico. Si esto es verdad, entonces no existen virus ni bacterias que causen neumonías, bronquitis, encefalitis, meningitis, abscesos, gastroenteritis, y septiciemas; no hay nematodos ni helmintos que causen desnutrición en las personas por infestación entérica, ni amibas capaces de perforar el intestino grueso del ser humano. Todo lo que me enseñaron en la facultad de medicina con respecto a las enfermedades, no es más que una mentira crasa del tamaño del sistema solar.
Los maestros de la prosperidad pasan por “desapercibido”, porque les conviene, lógicamente, que el cuerpo humano no dejará de estar naturalmente corrompido hasta el día de su gloriosa transformación, ya sea que viva o que esté muerto (1 Ts. cap. 4 y 1 Co. cap 15, véanse por favor). Por esta razón sencilla los hijos de Dios tenemos tendencia a la muerte por enfermedades con pronóstico reservadamente incierto o de evolución sombría.
La redención es espiritual y no corporal en el preciso momento de la conversión (Is. cap. 53). ¿Dónde existen cristianos qué tengan más de doscientos años de edad, “falsos maestrillos de la prosperidad mundana”? Acuérdense:
«Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:15-17).
Muchas de las muertes en verdaderos cristianos son por enfermedades incurables, otras por accidentes, hasta inducidas por terceros, por descuido o deliberadas.
En la Biblia, los milagros tuvieron una finalidad cronológica bien establecida, como a continuación veremos:
Los milagros bíblicos se agrupan en tres categorías, a saber:
1. Los manifestados en el éxodo israelita:
Los hechos por medio de Moisés. Moisés hizo señales y milagros maravillosos que dieron testimonio de la presencia de Dios. Por ejemplo, la separación de las aguas del mar rojo, la alimentación del pueblo de Israel con el maná comestible proporcionado por Dios, la provisión de agua en el desierto.
2. Los manifestados en el tiempo de Elías y Eliseo:
Dios a través del profeta Elías hizo descender fuego delante de los profetas de Baal. El fuego de Dios vino a consumir el altar empapado con agua, las piedras y su fundamento. Este milagroso suceso mostró al pueblo israelita la falsedad de la adoración baálica en la que se encontraba sumergido. Fue una manera de parte de Dios para hacerlo despertar de su abominable práctica idolátrica. Elías profetizo una sequía de tres años y medio que finalizó con la oportuna intervención del Señor (véase 1 de R. cap. 18).
3. Los manifestados en el tiempo de Cristo y sus discípulos:
En los evangelios existe una buena cantidad de milagros realizados por el Señor Jesucristo. Uno de los propósitos de los milagros fue dejar un testimonio genuino al mundo seglar, al pueblo judío y a la Iglesia que el Dios verdadero obraba de modo sobrenatural a través de su Hijo y Mesías. Otro, glorificar a Dios y su nombre. Otro, establecer el fundamento de la sobrenaturalidad del mensaje divino. Otro, para terminar, cubrir las necesidades de los hombres en aquel tiempo antiguo.
En base a este testimonio de milagros y portentos plasmados en las escrituras, el creyente fortalece su fe para seguir adelante en una vida correcta de obediencia y santidad delante de Dios, sin olvidarnos, imprescindiblemente, del conocimiento individual por su Palabra que trasforma al creyente que antes de su conversión estaba acurrucado en la profundidad abismal de las más brunas tinieblas pero que ahora ha sido trasladado y erguido en el reino de luz gloriosa. Por tal motivo, en esta época actual, en la que el canon bíblico continúa “todavía cerrado y sin agregados”, no necesitamos de milagros y portentos para edificarnos espiritualmente. Sobra y basta con la Palabra inspirada divinamente.
Los “milagros” que se han adjudicado los patéticos maestros de la prosperidad, no reúnen la condición necesaria para que lo sean. Por todos los ángulos revisados concienzudamente.
Es sabido que los supuestos milagros reclamados por el hereje de Benny Hinn ha sido un rotundo fiasco. Hinn se jactó cierta vez de haber sanado a un hombre con un tumor cancerígeno localizado en el colon, pero después se investigó que tal tumor maligno fue extraído quirúrgicamente por los médicos. Un vasto número de gentes que acuden desesperadamente a las “cruzadas de sanidades y milagros” de Benny Hinn, regresan tristes y aún desesperadas a sus hogares, de la misma forma en que llegaron: paralíticas, ciegas, sordas. Vuelven a sus casas con las mismas enfermedades mortales y dolencias severas. Inconsolables por la decepción. «Parece oro, mas es oropel». Esto es suficiente para que los enfermos dejen de creer en Dios por el errado y torcido concepto que se les ha dado de su verdadero carácter amoroso e inquebrantable voluntad. Muchas de las personas que Hinn admitió haber sanado milagrosamente, en realidad, no lo fueron. Se cuenta el caso de una mujer de la ciudad de Orlando que fue curada al parecer por el macabro Hinn de una retinopatía diabética que le trajo como consecuencia ceguera. Después se pudo comprobar por boca de esta mujer que ella continuaba diabética y con la vista nublada. Bastantes personas fallecen porque han dejado sus medicamentos alopáticos por instigación de los sanadores de la súper fe. Gracias a Dios por la medicina científica porque millones se han salvado con su noble benevolencia, y de cierto modo, nos atrevemos a decir, que es un «milagroso instrumento» que Dios nos ha otorgado para que su bondad y misericordia sean manifestados para con los hombres que cargan sufriendo sin descanso tan variados males físicos y mentales. No dudo que un sanador de la fe que aconseja a dejar la medicina alópata acuda a un médico ortodoxo en una emergencia familiar. ¡Hasta se le olvidará orar por el ser querido enfermo!
Yo reto abiertamente a los sanadores de la súper fe para que acudan a los centros hospitalarios del gobierno, a los manicomios y pabellones, a las periferias de sus ciudades donde hay tanta gente enferma y pobre, para que hagan “piadosa labor de sanidad sobrenatural”. Que sanen a quienes tengan amputaciones de sus extremidades, a las gentes desahuciadas por patologías crónicas y malignas, a los esquizofrénicos y psicóticos, como el Maestro lo hizo en el pasado con tan diversidad de enfermos, hasta ya muy tarde (Mr. 1:32). Yo le pido a Cash Luna que deje un día de perder el tiempo jugando golf como los magnates del rancio “jet set” para que se haga un “campito” y se presente en los lugares nombrados y de enorme necesidad humana, para que nos muestre en verdad el “poder sanador de Dios” del que hace colosal alarde. Lo más seguro es que se haga de “la vista gorda” y de “oídos de árbol”. Es seguro que no se arriesgará por el temor de ser olímpicamente descubierto. Los presuntos milagros de Cash Luna, dejan mucho que desar por lo que «he visto con mis propios ojos» (gracias a Dios por los pleonasmos). Los que no caminan, ahora “medio caminan” y los ignorantes aplauden el engaño. Esto es el producto de la fuerza esperanzadora de la mente que condiciona al enfermo a sentirse temporal y parcialmente liberado de su enfermedad. Esta es la falsa efectividad del «placebo espiritual» derrochado por Cash Luna y por otros sanadores del mismo infernal equipo.
La Biblia jamás muestra sanidades milagrosas “medio hechas”. Las escrituras narran que el poder Dios sanó por completo a los enfermos en ese mismo instante. Miremos dos ejemplos para este caso:
«Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad. Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema. Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa. Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres» (Mt. 9: 1-8).
«Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido. Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón. Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?» (Act. 3: 1-12).
Fredercik Price, sanador de la súper fe, dice que “orar para que los enfermos sanen por la voluntad de Dios es una entera estupidez”. Si es así, entonces «Sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt. 6:10) también es “una desmedida estupidez”. De no tenerse en cuenta la voluntad de Dios en la oración, el hombre viene a trasmutarse en «un soberbio y completo idiota», en un “burro” que coloca su destructiva e impía voluntad sobre la de Dios que es perfecta y benigna. ¿Puede usted creer esto? Juan explica que las cosas que se han de pedir a Dios deberán ser «conforme a su voluntad» (1 Jn. 5:14). Otra cosa, sería una pérdida de tiempo por no acoplarse al pensamiento infalible del Invisible y Eterno. Las oraciones de los maestros de la prosperidad colocan a Dios “entre la espada y la pared” para que les “cumpla” sus excéntricos anhelos que están relacionados con los gustos de las gentes inconversas y paganas. Vaya “evangelio de la muerte” que los pondrá en el centro mismo del candente Lago, si persisten en su locura.
Estos son los nombres de algunos sanadores famosos de la malograda teología de la prosperidad. Si usted simpatiza con uno, con dos o más de estos peligrosos y dañinos infames, temo decirle que usted ha “hecho maletas” junto con ellos en el viaje sin escalas ni retrasos que lleva a la aniquilación por siempre:
Benny Hinn, Cash Luna, César Castellanos, Marcos Witt, Dante Gebel, Dina Santamaría, Fernando Sosa, Luis Tovar, Kenneth Coppeland, Rick Warren, Morris Cerullo, Frederick K. C. Price, Kenneth Hagin, el clan de TBN Enlace, el clan TBN que comanda el depravado e impío Paul Crouch, Joel Osteen, Oral Roberts, Robert Tilton, Charles Capps, John Avanzini, Marilyn Hickey, David Cho, Jerry Savelle, y otros muchos más que se me escapan de la mente.
Amigos míos, si concilian con el neo-pentecostalismo, sálvense de la maldición religiosa y condenatoria del movimiento de la súper fe, cuya raíz es atinadamente novoerista. Sigan la Palabra del Dios vivo y verdadero y no la de los hombres orgullosos, profanos y perdidos de la teología de la prosperidad «que para engañar emplean con astucia las artimañas del error» (Ef. 4:14), «y que se han extraviado siguiendo el camino de Baalam, el cual amo el premio de la maldad, para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre» (2 P. 2:15, 17).
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Dios les bendiga siempre.