Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
« Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Hab. 2:14)
¿Será posible qué la morada definitiva para los Hijos de Dios sea en el futuro en el cielo? ¿Reinarán los buenos cristianos después del fin de las eras en ese lugar glorioso? En verdad, la Biblia no revela tal cosa. El libro de Apocalipsis nos enseña incuestionablemente que el reinado de Cristo se establecerá en la tierra y no en el tercer cielo en que habita Dios con sus esplendorosas y hermosas huestes celestiales (2 Co.12:2).
Apocalipsis revela que Cristo gobernará los reinos del mundo:
«El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Ap.11:15).
Los reinos del mundo vendrán a ser de Cristo, aunque el griego original dice «el reino», y no «los reinos». Esta singularidad indica la soberanía de Cristo en un solo gobierno, universal, único, un reino como unidad. Esto será cuando la tierra sea restituida por causa del pecado que la corrompió en un principio (Gn. 3:17; Mt. 19:28). Cristo promete en las Escrituras al fiel vencedor «darle autoridad sobre las naciones juntamente con él», y esta función tendrá lugar específicamente hasta que Cristo retorne al mundo, visible ante los hombres, en gloria y en poder (Mr.13:26-27, 34-36; Ap.1:7; 2:26-27). Bien dijo Cristo que «los mansos recibirán la tierra por heredad». Esta promesa se encuentra en el Nuevo Testamento en Mt.5:5. La mencionada «heredad», no incluye en ningún momento el cielo de Dios, conocido también en el Antiguo Testamento como «La Eternidad» (Is. 57:15).
Daniel escribe que «el reino, el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo» (Dn. 7:27). Esta es una prueba bíblica más que sostiene que el reinado teocrático del Hijo de Dios será en la tierra, en el mundo venidero según He. 2:5. Es importante comentar, por otra parte, que la «imagen» multi metálica que el rey Nabucodonosor ve en la visión escatológica, y que representa a las distintas y más importantes naciones del mundo que han surgido durante el transcurso de la historia de la humanidad, es «desmenuzada» por «una piedra no cortada con mano humana». Esta alegoría tiene como significado la obra y el juicio de Dios por medio de persona de Cristo en su segunda venida, «juicio» que habrá de manifestarse con la destrucción de la última potencia gentil, trayendo como consecuencia la instalación de su gobierno mundial de orden célico (El Reino de Dios).
El reinado mundial de Cristo o «dominio majestuoso milenario» es apreciado en el libro de Daniel como «la piedra que es hecha un gran monte (en la Biblia, los «montes» representan, además de su significado literal, «reinos» o «reyes», véase Ap. 17:9-10) y que llena toda la tierra» (véase Dn. 2:34-35). Lea los textos, amable lector.
La Biblia no explica ni detalla que el tercer cielo de Jehová sea un organismo compuesto de naciones y pueblos. El mundo en el que respiramos y nos movemos hogaño, está dividido en un gran número de naciones, pueblos y etnias, según los lineamientos geopolíticos hasta ahora decretados, «separados cada uno por fronteras y acuerdos impuestos por los que gobiernan en la tierra». En Ap. 2:27 Cristo menciona que las naciones serán regidas por él mismo «con vara de hierro». «Con vara de hierro», es una referencia al gobierno teocrático futuro del Mesías, que será justo y equitativo, y no abusivo, egoísta ni malévolo como los gobiernos actuales. Antes del reinado milenario del Señor y de la restitución del mundo (Mt. 19:28), las naciones rebeldes del planeta que se levantarán contra Dios y su Mesías «serán quebradas como vaso de Alfarero» (Ap. 2:27). Esta profecía aparece anticipadamente en el Sal. 2:9. El Salmo 2 es uno mesiánico en toda su esencia como sentido; su referencia es sin duda terrenal. Vea querido lector como Dios prometa a su Ungido (Cristo) entregarle «como herencia las naciones y los confines de la tierra» (Sal. 2:8). Cuando Cristo “depure” las naciones de la escoria del pecado y de toda iniquidad, entonces, ya sentado en su trono de gloria, reinará con sus escogidos el mundo por mil años literales (Mt. 25:31-34; Ap. 20:4, 6).
Está profetizado desde el Antiguo Testamento que la tierra será el lugar para el establecimiento del reinado glorioso de Jesucristo. Esto se efectuará a cabo hasta que el último estado político del mundo sea destruido, precisamente, en el conflicto del Armagedón:
«Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación» (Dn.2:44-45).
«Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón» (Ap. 16:13-16).
«Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre. Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos» (Ap. 19:19-21).
Las profecías vetero testamentarias vaticinan una época de paz gloriosa dentro del gobierno terrenal del Mesías-Rey (véase Is. 11:1-16; Is. cap. 35). El reinado milenial terrenal de Cristo (cap 20 de Ap.), es el tiempo en que Dios cumplirá las promesas hechas a Abraham y a los patriarcas Isaac, Jacob y David, dentro del margen de la historia de los pueblos y naciones del mundo (Zac.14:16). Dios promete a Abraham, «padre de multitudes», una «tierra», una «simiente» y un «reino». Este reino empezará sino antes de la inauguración del reino davídico. Dios aseguró al rey David bajo promesa, que un descendiente suyo ocuparía el trono en el futuro, que jamás faltaría un hijo suyo para que lo heredase (2 S. 7:12-16). El ángel Gabriel anuncia a la virgen María que ella habrá de ser la madre del heredero humano al trono davídico: Jesús, el Cristo de Dios (Lc. 30-33).
El nuevo pacto establecido por el Señor Jesucristo antes de su muerte en la cruz (Mt. 26:26-29), es de grande importancia porque se centra en el perdón y la remisión de los pecados por medio de su sangre. Este pacto no solo abarca a los gentiles que han creído en él y que son «partícipes como coherederos de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Jn. 3:16; 3:36; Ef. 3:6), sino también a la nación de Israel, según lo estipulado en el capítulo 31 del libro de Jeremías (véase la relación que hay entre Jeremías 31:31-33 y Hebreos 10:14-18). Así, qué, tanto la Iglesia de Cristo, la «simiente espiritual» del patriarca Abraham, como el remanente israelita que habrá puesto su confianza en el Hijo de Dios (Ro.11:5), que lo reconocerá como el Mesías prometido en Antiguo Testamento (Is. 9: 6-7), experimentarán juntos, ya transformados y como Pueblo Único (Ef. 2:14), las bendiciones de este pacto que se cristalizarán en la maravillosa y futura era milenaria (Is. 11, 35, 60-65; Ap. 20: 4, 6).
Israel: pueblo escogido de Dios.
«Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció» (Ro. 11:1-2).
Para los antisemitas ignorantes que han creído que Dios se ha olvidado de su Pueblo escogido Israel (por favor Sr. Tito Martínez: es hora de ser más humilde y empezar por el “sótano”; jamás es tarde, mientras se pueda, estudiar con seriedad los fundamentos de la verdadera teología. Para este buen “empezar”, le recomiendo Sr. Martínez que lea una y otra vez Ro. 11:1-2, textos que están al pie de estos párrafos, sin dejar de ver con honesta conciencia Ro. 11: 11-29, por favor), podrán quitarse esta errada y absurda creencia si escudriñan adecuadamente su futura restauración nacional en los versos que aparecen abajo. Dicha restauración traerá consigo el cumplimiento de las bendiciones establecidas por Dios para Israel en el reino milenario.
Así de fácil, hermanos y amigos queridos, sin olvidar de mencionar, que nosotros, los gentiles, no somos la excepción.
Ez. 11:18-21; 20:33-38; 34:11-16; 39:25-29. Os. 1:10-11. Jl. 3:17-21. Am. 9:11-15. Mi. 4: 4-7. Zac. 8:4-8.
Dios les bendiga siempre.
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