Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
(con un comentario adicional con respecto al Sr. Armando López Golart.
http://armandolopezgolart.wordpress.com/ ).
“La verdad que libera a los hombres suele ser la que no desean oír”
Herbert Agar.
«Esto es lo que recuerdan haber oído de Juan, el discípulo de Jesús, los presbíteros que lo conocieron, acerca de cómo el Señor les había instruido sobre aquellos tiempos: «Llegarán días en los cuales cada viña tendrá diez mil cepas, cada cepa diez mil ramas, cada rama diez mil racimos, cada racimo diez mil uvas, y cada uva exprimida producirá 25 medidas de vino. Y cuando uno de los santos corte un racimo, otro racimo le gritará: ¡Yo soy mejor racimo, cómeme y bendice por mí al Señor! De igual modo un grano de trigo [1214] producirá diez mil espigas, cada espiga a su vez diez mil granos y cada grano cinco libras de harina pura. Lo mismo sucederá con cada fruto, hierba y semilla, guardando cada uno la misma proporción. Y todos los animales que coman los alimentos de esta tierra, se harán mansos y vivirán en paz entre sí, enteramente sujetos al hombre». Ireneo de Lyon: «Contra los Herejes» (4.3. La tierra prometida en herencia).
El Libro de Apocalipsis revela «la consumación de las edades». Los capítulos del 4 al 19 contienen los sucesos de «la Septuagésima Semana» del profeta Daniel («Sesenta y Nueve Semanas» se cumplieron “al pie de la letra” en el pasado. Véase Dn. 9:24, 25, 26). La «Septuagésima Semana» o «Setenta Semana» es conocida también con el nombre de «la Gran Tribulación Final» o «la Gran Tribulación Escatológica» la cual tendrá una duración de «siete años» (mírese por favor Dn. 9:27; Ap. 12:6, 14). En el capítulo 20 de Apocalipsis logramos visualizar los futuros acontecimientos cronológicos y sucesivos tales como el «encadenamiento» de Satanás en el «Abismo» antes del comienzo del Reinado Teocrático de Cristo en la tierra, la destrucción de los adversarios de Dios al término de este Reinado terrenal y milenario (Gog y Magog). Por último, en los capítulos 21 y 22, se detalla en hermosa prosa el Reino Eterno de Dios. El tema central del Libro de Apocalipsis es la segunda venida de Cristo que viene al mundo de “las deshonras” a concluir la salvación de los «elegidos» cuando sean introducidos en la tierra milenaria prometida a los patriarcas del Antiguo Testamento.
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El Reinado terrenal de Cristo será uno de índole «celestial», incomparable en bendiciones materiales, de tiempo limitado pero de notable largura. Abarcará desde un principio hasta su finalización «mil años» literales. La segunda venida del Señor Jesucristo, inegablemente, es mostrada en la Biblia como un hecho objetivo y no simbólico. El Señor regresará en forma corporal, visible y en potencia, con sus miríadas de ángeles, en gloria espectacular y en temible enojo, «. . . en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros)» (2 Ts. 1:8-10). Le antecede a su fúlgido retorno los terribles «juicios cosmológicos» de parte de Dios que están representados simbólicamente por «siete sellos», «siete trompetas» y «siete copas» a lo largo del Libro de Apocalipsis. Dichos «juicios» serán desatados contra la humanidad incrédula, contra todos aquellos que resistieron contumaces a Dios, en declarada rebeldía, carnalidad y desprecio. Estos «juicios» compaginan con los narrados por el Señor Jesucristo en el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo («mini apocalipsis»), «juicios» que se relacionan con las profecías halladas en los capítulos 2, 7, y 9 del Libro de Daniel.
Una buena cantidad de profecías de Mateo 24 se asocian con la consumación de esta edad maligna y con el retorno de Cristo al mundo. El capítulo 13 de Apocalipsis nos devela en su lógica y cronológica progresión la aparición del Anticristo Final y el erguimiento de su tirano y tenebroso gobierno concedido por voluntad satánica. El capítulo 17 y 18 hablan del juicio funesto de Babilonia en manos del la Bestia y el capítulo 19 nos ofrece un «panegírico» del Señor Jesucristo: «Rey de reyes y Señor de señores», bosquejándonos su portentosa y críptica segunda venida y la inmediata destrucción de sus ofensores terrenales y de su líder el Anticristo Escatológico en el confilcto dilatadamente desigual del Armagedón (Ap. 16:16). La aniquilación de sus asesinos y feroces contrinacantes en este duelo «celestial-terreno» armoniza sin problemas con lo citado en 2 Ts. capítulo 2:
«Y entonces se manifestará aquel inicuo (el Anticristo Último), a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida...» (2 Ts. 2:8).
No hay duda que la Parusía, el retorno de Cristo al mundo, es una cuestión netamente «literal». Cristo, el Hijo de Dios, dijo que regresaría en persona al mundo (Jn. 14:3; 21:20-23), de modo sorpresivo (Mt. 24:32-51; 25:1-13; Mr. 13:33-36), visible, en gloria y en poder, con sus miles de millones de ángeles (Mt. 16:27; 19:28; 25:31-46; Ap. 1:7), y en triunfo seguro (Lc. 19:11-27). «Los varones con vestiduras blancas», las entidades angélicas que presenciaron el ascenso de Cristo al «tercer cielo» después de su resurrección, atestiguaron con promesa que el Señor vendría de nuevo en gloria, en poder y personalmente (Hech. 1:11). Pablo dijo que Cristo vendría otra vez personalmente (1 Ts. 4:16, 17; Fil. 3:20, 21), de manera inesperada (1 Co. 15:51, 52), glorioso y seguido por su corte celestial angelical ( Tit. 2:13; 2 Ts. 1:7-10). Nuevamente en Heb. 9:28 y 10:37 se testifica la venida personal de Cristo dentro de un tiempo estrecho (Véase además Stg. 5:7, 8; 1 Jn. 2:28; 3:2, 3; Ap. 22:12), ante la mirada del mundo en general, porque «todo ojo le verá» (Ap. 1:7). En Jud. 14, 15 se muestra la manifestación espectacular de Cristo en su segunda venida seguido por sus cuantiosos y santos ángeles.
Es pasmoso cómo tantos predicadores modernos se atreven a “vaticinar” en sus endemoniadas predicaciones, con inmedible falsedad, que “las naciones vendrán a ser de Cristo”, pero lo más asombroso del caso es que ocurrirá, según ellos, “antes de su retorno”. Prometen y “profetizan” sin prever nada que acontecerá de ese modo. En realidad la Biblia no acuerda con sus “ungidas” declaraciones antibíblicas. Las situaciones en el mundo, tanto en la esfera política, social, religiosa, ética y moral hogaño, nos hacen deliberar con mucho cuidado que el mundo no se habrá convertido totalmente a Cristo antes de su seguro retorno. El mismo Señor Jesucristo anunció que antes de su descenso terrenal «sería como en los días de Noé y de Lot» (Lc. 17:26-37). Irónicamente Cristo pregunta: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?» (Lc. 18:8). ¿Acuerda esto con la promoción falsa de los predicadores amantes de la «teología de la prosperidad» qué asegura qué dentro de muy poco los naciones pasarán a ser de Cristo antes de su arribo terreno? Atentos, pues, a los siguientes textos que nos otorgan demasiada luz para darnos cuenta de esta mentira tan fatal, vociferada en los cuatro puntos cardinales por los falsos maestros que se hacen llamar “enviados de dios”:
«Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad» (1 Tim. 4:1-3).
«También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella. . .» (2 Tim. 3:1-5).
Cuando Cristo retorne al mundo de “las mundanalidades más mundanas” y de “las corrupciones más corruptas”, no lo hará “radiando de dicha y contentamiento”, sino «llamenado en Ira Santa» (2 Ts. 1:8; Ap. 6:16-17) a una tierra, no convertida a él, sino “duchada” en repulsiva perversiadad y en superlativa iniquidad. Jesús afirma en la Palabra de su Dios que «en los postreros tiempos, por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos sería enfriado» ( Mt. 24:12).
En el momento en que el Señor descienda en gloria y en poder del cielo, «los muertos que en él creyeron resucitarán primero» (Aunque la insistencia parezca una necedad, Pablo sugiere en estas palabras que habrá otra resurrección, «una segunda resurrección» (Confírmese en 1 Ts. 4:16). Esta «resurrección» es la que Cristo denomina como «la resurrección de vida» (Jn. 11:25, 26), poque «el que cree en el Hijo, aunque esté muerto, vivirá» (otra vez Jn. 11:25, 26), ya qué «lo corrpuptible se ataviará de incorrupción, y lo mortal de inmortalidad» ( 1 Co. 15:53). No olvidemos que los creyentes que no hayan muerto, que todavía vivan en el momento en que Cristo baje de la morada celeste sufrirán una transformación absoluta y gloriosa de sus perecederos cuerpos (1 Ts. 4:17; 1 Co. 15;51). Este cambio perfecto los hará idóneos para Reinar con Cristo por mil años ininterrumpidos, en santa paz, en célica y conveniente justicia, en abundante prosperidad material; todo esto por demás «perdurable» e «insuperable» (Is. 35:10; 51:11; Miq. 4:2-5).
Cristo se mostrará, no sólo al los suyos, sino al mundo desalmado y pecador en su Parusía. Cristo ha estado encubierto ante los ojos del mundo desde hace casi dos mil años, pero él vendrá otra vez y se dejará mirar glorioso, en majestad, y acentuadamente increpo. Quienes lo hayan negado temblarán de espanto cuando lo vean descender radiante para retribuirlos con «muerte eterna», por la vida de infamias y abyecciones que emprendieron complacidos, por haberle cerrado su maligno y endurecido corazón a Dios y que es «más engañoso y perverso que todas las cosas» (Jer.17:9). Cristo permaneció menos de 40 años con los hombres en la fatídica y nebulosa tridimensión (Jn. 1:14; 1 Jn. 1:1-4); hoy, a la Diestra del Padre, en el Tabernáculo Excelso y Sublime del cielo, en el Lugar Santísimo, como Sumo Sacerdote, intercediéndo por su Pueblo, espera la «señal» del Padre que lo hará descender con el propósito de salvar a Israel (Ro. 11:25, 26), con el fin de destruir a sus enemigos (Sal. 2:3-9; 2 Ts. 2:8; Ap. 16:15, 16; 19:17, 18), para juzgar el mundo (2 Ts. 1:7-10; Mt. 25:31-46; Jl. 3:11-17; Hech. 17:31), para libertar la creación de los efectos deletéros del pecado edénico: «. . . maldita será la tierra por tu causa . . .» (Gen. 3:17; Ro. 8:19-23), y sobre todo, para levantar su Reino que le fue designado desde la antigüedad (estúdiese por favor con cuidado y empeño el cap. 20 de Ap.).
Tan importante es decir que los «símbolos» y el «lenguaje figurado» hallados en el Libro de Apocalipsis deberán interpretarse en una hermenéutica natural, histórica y natural. Sólo así se comprenderán en esta conveniente circunspección todas las profecías que contiene y que se han de cumplir literalmente en el futuro.
El método alegórico de interpretación hizo su mortal intromisión en el «pío ámbito», “vía padres de la escuela de Alejandría”, como Clemente de Alejandría y Orígenes que “abrigaron con suma ternura” los preceptos de la pagana y antigua filosofía griega. Este método ilícto violenta las fronteras de la interpretación literal ocultando con delicadeza, tergiversando el significado correcto y verdadero del simbolismo apocalíptico, mistificándolo al espiritualizarlo, marginando su vital e insustituible historicidad. El método alegórico descompuso el significado real de las Escrituras con el pretexto de formalizar un significado “más espiritual”, desconociendo el preponderante valor histórico de los textos bíblicos, ignorando los eventos proféticos escatológicos en los que el Libro de Apocalipsis se fundamenta principalmente. Está demostrado que la Iglesia Prístina era «preliminarista» en un principio y su método de interpretación sin duda «literal». Con el menosprecio de esta forma cabal de interpretación, toma su lugar con el correr indefectible de los siglos el método alegórico que surgió con Orígenes para aferrarse con relevante fuerza hasta el día de hoy.
En los dos primeros siglos el Reino de Dios para los Padres de la Iglesia Primitiva era uno Escatológico por naturaleza. En «la Didaché de los Apostóles» se lee: «Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del cielo, porque ha sido santificada para [el reino] que le has preparado; porque a Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos !». La Iglesia de Cristo está consituida por personas creyentes de los pueblos gentiles y de la nación judía. La Iglesia de Jesucristo es tangible y visible, pero el Reino de Dios es el entorno futuro donde la Iglesia experimentará las bendiciones prometidas hace miles de años a Abraham, Issac y Jacob, después de que Cristo regrese corpóreo al mundo para sentarse en el Trono de David, sobre el que reinará majestuoso y en gloriosa realeza. Para muchos de estos Padres el Reino de Dios era un «Gobierno Terrenal» que duraría «diez centurias». Mencionaremos algunos de ellos: Bernabé (XV), Papías (en Ireneo Adv. Haer., V, 33-35), Tertuliano (De res. carn., XXV, Adv. Marción, III, 25). No se sabe de algún Padre de la Iglesia Prístina antes de Orígenes que haya puesto su mirada lejos de un Reinado milenario y literal, ni tampoco antes de Agustín que lo haya sepultado en las nebulosas “comarcas del olvido”.
Con menor pujanza en su influjo que Agustín, San Jerónimo (345-419 d. C.), conocido por haber traducido las Escrituras en el «latín vulgar» (La Vulgata Latina), creyó como el Obispo de Hipona que «la Iglesia de Cristo» y «el Milenio de Cristo» eran “una misma cosa”. Jerónimo sustentó que el diablo había sido “atado” ya en el Abismo y que era incapaz de “tentar” a los creyentes de la Iglesia del Señor en esta vigente edad maligna. Para Jerónimo, Satanás sería “desatado” únicamente para “hacer daño y engañar a los hombres por tres años y medio al concluir la presente era terrena”. Este religioso personaje rechazó sin cavilar la verdadera doctrina «premilenaria» porque la consideraba como una doctrina judaica, es decir, que el premilenarismo para Jerónimo era semejante al judaísmo y que tenía que ser repelido inmediatamente. Era imposible para Jerónimo que el Pueblo judío y Jerusalén pudieran ser restaurados (están involucrados en este pensamiento además: Orígenes, Agustín de Hipona, Justino Mártir, Hipólito de Roma, el mismo Martín Lutero). Con semejante y distrofiado pensamiento, «la Teoría del Reemplazo», «el Supersesionismo», qué con exorbitante error se ha promocionado en estos días, no se hizo esperar para surgir demente; y una de las pruebas que descubre la vileza de este concepto engendrado en la mente humana y no en la del Divino, la presento al instante. Sr. Tito Martínez: ¿cómo es qué no llega a entender esto?:
«Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal. [Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia]» (Ro. 11:1-5).
Históricamente, en el transcurso de los dos primeros siglos de la era cristiana, los Padres apostólicos enseñaron que Cristo vendría literalmente en gloria y en poder para instaurar su Gobierno terrenal de mil años. Les presento la lista de estos defensores de la doctrina legítima del premilenarismo. Querido visitante téngalos siempre en mente porque estos buenos hombres nos han proporcionado verdades de Dios en sus antiguos escritos extrabíblicos:
Defensores de la doctrina premilenarista en el primer siglo de nuestra era: Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Santiago, Juan, Mateo, Aristión, Juan el Presbítero. Otros: Clemente de Roma (Fil 4:3) que vivió entre los años 40 y 100 d. C.; Bernabé y Hermas que vivieron entre los años 40 y 100 d. C.; Ignacio, Obispo de Antioquía, vivió entre los años 50 y 115 d.C.; Policarpo, Obispo de Esmirna, discípulo de Juan el Apóstol, vivió entre los años 70 y 167 d. C.; Papías, Obispo de Heriápolis, por último, vivió entre los años 80 y 163 d. de C.
Defensores de la doctrina premilenarista en el segundo siglo de nuestra era: Potino, un mártir cristiano, existió entre los años 87 y 177 d. C.; Justino Mártir, vivió entre los años 100 y 168 d. C.; Melito, Obispo de Sardis, existió entre los años 100 y 170 d. C.; Hegesipo, vivió entre los años 130 y 190 d. C.; Taciano, entre el 130 y 190 d. C.; Ireneo, entre los años 140 y el 202 d. C.; Tertuliano, alrededor de los años 150 y 220 d. C.; Hipólito, existió alrededor de los años 160 y 240 d. de C.
Defensores de la doctrina prelimilenarista en el tercer siglo de nuestra era: Cipriano, vivió entre los años 200 y 258 d. C.; Cómodo, entre los años 200 y 270 d. C.; Nepote, Obsipo de Arsinoe, entre los años 230 y 280 d. C.; Victorino, vivió entre los años 240 y 303 d. C.; Lactancio, existió entre los años 240 y 330 d. C.
La interpretación de las profecías escatológicas que están involucradas en el Reino de Cristo, el futuro Rey de la tierra renovada, con plena sinceridad es «literal en todo su sentido». Estas profecías interpretadas bajo «el protocolo del método objetivo» nos hacen ver que su cumplimiento «no se ha cristalizado hasta el día de hoy». Este Reino del qué tanto hacemos mención es aquel que deseaban con vigor y prontitud los judíos coetános del Señor Jesucristo, del que hablaron los saduceos ciegos e incrédulos, los que negaron la veracidad de la resurrección corporal, tildánolos el Hijo del Hombre de «errados e ignorantes de la Escrituras y del Poder de Dios» (Mt. 22:29). Es el mismo Reino de Dios que los judíos piadosos esperaban con denuedo, «el Reino Venidero» que los premilenaristas del Nuevo Testamento concibieron como un «Reino palpable y terreno», como uno que sería goberando por el Ungido del Señor desde la Santa Ciudad del Gran Rey: Jersualén, el Monte Santo (Zac. 14:16-21; Mt. 5:35).
El Reino Mesiánico tendrá su ocasión de «ser», efectivamente, con el retorno de Cristo al mundo. La mayor parte de los profetas del vetero testamento, «mayores» y «menores», describieron este Reino tal como nosotros lo hemos descrito en nuestros «blogs». Es muy importante amado visitante que examine los próximos versos para que valore la autenticidad de nuestro artículo «bien intencionado». Eso le dará un provechoso crecimiento espirtual, con un poco de constancia y de interés de parte suya. Léalos, por favor, y juzge usted mismo:
Is. 2:1-4; 4:2-6; 9:6-7; 11:1-3; 24:1-23; 32:1-5; 14-20; 33:17-24; 35:1-10; 40:1-11; 42:1-4; 52:7; 7-10; 60:1-61; 66:15-23.
Jer. 23:1-8; 31:1-37; 33:14-26.
Dn. 2:31-45; 7:1-28; 9:13, 20-27; 12:1-4.
Os. 3:4-5.
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Jl. 2:28-3:2; 9-21.
Am. 9:9-15.
Abd. 1:15-21.
Mi. 4:1-5:5.
Sof. 3:8-20.
Hag. 2:1-9.
Zac. 2:1-3; 6:11-13; 8:1-8, 20-23; 9:9-10; 12:1-10; 14:1-21.
Mal. 3:1-5; 4:1-6.
Sal. 2:1-12; 22:1-21, 27-31; 24:1-10; 45:1-17; 46:1-11; 48:1-14; 67:1-7; 72:1-17; 89:1-50; 96:1-13; 98:1-9; 110:1-7.
El milenio escatológico será una época increíble de la manifestación completa de la gloria del Hijo del Hombre, de Cristo, el Rey y Mesías de la «humanidad redimida». Será una edad esplendorosa en la que se exihibirá un Reinado maravilloso, nunca visto, de bendiciones extraordinarias, al que Cristo, por motivo de su mansa sujeción hasta la muerte, y «muerte de cruz» (Fil. 2:8), ya «exaltado a lo sumo por su Padre» (Fil. 2:9), habrá de concedérsele. Cristo recibirá del Padre el «dominio universal», regirá el mundo venidero restaturado, el que Adán perdió en «el principio de la creación de las cosas» en injustificada rebeldía y en desobediencia al Dios Todopoderoso, a pesar de la Divina Sentencia que advertiá: «. . . De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gn. 2:16, 17). Cristo, como legítimo Hijo de David, le será concedida «toda potestad» para gobernar la tierra (véase por favor las siguientes citas del Antiguo Testamento: Is. 9:6; 11:4; Sal. 2:9; 45:4; 72:4). «La Gloriosa Herencia Terrenal» prometida a los patriarcas se cumplirá con la descendencia de Abraham prometida y con la presencia corporal de Cristo en la tierra milenaria (Gn. 17:8; 15:7; Dn. 11:16, 41; 8:9 ). Cristo promulgará la Santa Voluntad del Divino, sus Leyes y Mandatos durante todo este tiempo de áurica dicha inimaginable (Dt. 18:18, 19; Is. 33:21-22; Hech. 3:22; Is. 2:3-4; 42:4). Como Hijo de David, Cristo cumplirá lo prometido al rey David: Estará presente la gloria de una «casa» y «trono» (2 S. 7:12-16). El Reino que Cristo gobernará será glorioso en todo, porque la gloria de Dios «allí habitará» (Sal. 72; Is. 11:10; Jer. 23:6; Zac. 3:10; Is. 9:7). Será un Reino de rebosante justicia (Sal. 45:4, 7; 98:2; Dn. 9:24; Is. 1:27; 10:22; 28:17; 60:21; 63:1; Mal. 4:2), de misericordia plena (Is. 63:7-19; 54:7-10; 40:10-13; Os. 2:23; Sal. 89:3), de bondad elevada (Jer. 33:9, 15; Zac. 9:17; Is. 52:7), de santidad mostrada a través del Rey y Señor Jesucristo (Is. 6:1-3; Ap. 15:4; Ez. 36:20-23; Is. 4:3, 4; 35:8-10; Ez. 45:1-5; Jl. 3:17; Zac. 2:12). No habrá lugar en la tierra reformada en la que no sea manifestada la célica verdad (Mi. 7:20; Is. 25:1; 61:8).
Agustín de Hipona, influenciado por el método alegórico alejandrino, elabora la doctrina irracional «amilenarista». Agustín enseñó que el milenio escatológico debía de interpretarse “espiritualmente”. Afirmó que Cristo “encadenó al diablo en el Abismo” durante el tiempo de su ministerio terrenal, en su primer advenimiento al mundo (Lc.10:18). Sostuvó que “la primera resurrección” no es más que “el nuevo nacimiento del hombre convertido a Cristo”, torciendo Jn. 5:25, y que por este motivo el período milenario atañe el tiempo “entre la primera y segunda venida de Cristo”, tiempo que identifica con el de la “iglesia”. Esto conllevó hacerle creer que Ap. 20: 1-6 era “una recapitulación de los capítulos precedentes” en vez de tener en cuenta la exposición precisa de la «nueva era milenaria» que subsigue a los eventos cronológicos del capítulo 19. Cómo Agustín vivió en «la primera mitad del primer milenio de la era de la Iglesia» dedujo que los mil años del Libro de Apocalipsis era un tiempo literal, creyendo que la Parusía sería para ese tiempo y que “jamás de los jamases” ocurrió. Con vaguedad Agustín “identificó el milenio” con lo que restaba del “sexto milenio” de la historia de la humanidad. Agustín pensó que este “milenio” podía culminar quizás en el año 650 d. de C. con un manifiesto notorio de la maldad, con la insurrección de Gog y Magog, seguida después con el regreso de Cristo al mundo para ejecutar su juicio judicial y universal. San Agustín, con su interpretación, no fue concordante con las Escrituras en lo más mínimo. A pesar de reconocer la «Inspiración Divina de las Escrituras», mixtificó la interpretación de los eventos futuros escatológicos y literales a través de un modo extraño de interpretación, ideado en la escuela alegórica de Alejandría, super amazacotada de la antigua y seglar filosofía griega.
«La Iglesia Primitiva siempre tomó en cuenta los símbolos del Libro de Apocalipsis de manera literal sin espiritualizarlos o alegorizarlos nunca».
Es evidente que el Libro de Apocalipsis expone asuntos históricos y al comienzo de su primer capítulo queda establecido que es una «profecía» (véase por favor Ap. 1:3). Indiscutiblemente el Libro de Apocalipsis se torna más inteligible y armonioso cuando se interpreta bajo los lineamientos del método hermenéutico gramatical e histrórico. Por otro lado los “preteristas” parecen no saber que el Libro de Apocalipsis en un tratado teológico de «consumación profética-escatológica». En este Libro de los postreros tiempos se muestra la culminación de las promesas hechas por el Señor a los patriarcas de la antigüedad en el futuro Reino de Dios y que el benévolo Cristo regirá. El preterismo nunca simpatizó con el premilenarismo de la Iglesia Primitiva. No fue sino hasta los inciertos días medievales, allá por los días del año de 1614 en el que alcanzó reconocimiento. El jesuita Alcázar, promotor del preterismo, admitió la calidad histórica del Libro de Apocalipsis. El problema estribó en haber creído que los capítulos 21 y 22 y quizás el 20 tuvieron cumplimiento en el tiempo en que el Apóstol Juan escribió este postrer Libro del Nuevo Testamento que revela el destino de la humanidad entera. «Si el Apocalipsis se escribió para que se cumpliera en los tiempos de Juan o poco después, entonces hay que decir que los destinatarios no lo comprendieron así y, por lo tanto, fracasó su propósito, puesto que tal cumplimiento se desconoce por completo en la historia de la Iglesia primitiva», comenta un expositor bíblico en incontrovertible verdad.
Ciertos preteristas niegan que el Libro de Apocalipsis sea «profético» (¡!), contradiciendo Ap. 1:3, texto que “los contradice a ellos”. Los preteristas tendrán que considerar mucho y con seriedad no poca el Libro de Daniel, así como el capítulo 24 de Mateo, como el capítulo 14 de Zacarías, y otros fragmentos más del Antiguo Testamento, porque profetizan una gran y mortal persecución («escatológica») para el Pueblo de Israel (Ap. cap. 12).
Daniel 12:1 dice al respecto:
«En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo sera libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro».
« ¡Ah, cuán grande es aquel día! tanto, que no hay otro semejante a él; tiempo de angustia para Jacob; pero de ella será librado» (Jer. 30:7).
Los textos anteriores “entonan” sin hostilidad con los siguientes pasajes escatológicos del Nuevo Testamento:
«Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo» (Ap. 12:6-8).
« . . . porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt. 24:21).
El Señor Jesucristo vinculó la manifestación de «la Abominación Desoladora» («el horrible sacrilegio»: Dn. 9:27; 11:31; 12:11; 2 Ts. 2:4) con los incidentes cercanos a su Parusía. No existe acontecimiento apocalíptico que veamos descrito en el Libro de las Revelaciones, como es el de la «Salida del Anticristo Final» (la Bestia de Ap. 13:1, 2) y el de la «Exhibición Universal de su Reinado Satánico» (Ap. caps. 12 y 14), que hasta estos precisos instantes se haya cumplido en el «plano terreno». Tampoco se ha sabido nunca de catástrofes cosmológicas semejantes a las registradas en el Libro de Apocalipsis y que estén incrementándose con rapidez devastante en el rostro de la maltrecha tierra.
Los llamados “preteristas” le han sutraído sin responsabilidad al Libro de las Revelaciones «la esperanza confortadora» que una vez fue dada a los creyentes en un principio de la fundación de la Iglesia y que involucra a todas las generaciones posteriores de cristianos que la componen en santa sujeción. La profecía del sitio de la ciudad de Jerusalén en el año 70 d. C. a manos del general romano Tito, hijo de emperador Vespasiano, y la masacre de casi un millón de judíos, se visualiza en muchos versos de Mt. 24. Pero no sólo esta profecía estaba resrevada para el año 70. d. C., sino que es una «prefigura», un «tipo» de los días más sombríos que experimentará la humanidad sublevada a Dios, en la Gran Tribulación Escatológica. Los mismos judíos exigieron la muerte del Hijo del Hombre, ignorando las nefastas consecuencias que les acarrearía su negativo comportamiento ante el Hijo del que lo sabe todo, a causa de su desesperada y estúpida confesión: «Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» (Mt. 27:25). Mas por la misericordia Divina, antes de que Cristo afirme sus potentes y firmes Pies en el Monte del Olivete (Zac. 14:4), Israel se «arrepentira» y se «volverá» a su Dios que los «salvará» a través de su glorioso Hijo (véase Zac. 12:10-14; Is. 66:8; Jer. 31:31-37; Ez. 36:24-29; 37:1-14; Ro. 11:25, 26). Entonces se cumplirá aquello que dice:
«Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados» (Ro. 11:25-26).
En lo que respecta a esta «Gran Tribulación», Cristo emitió: «... porque habrá entonces [gran tribulación], cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt. 24:21). Esta «gran tribulación» a la que Cristo califica por lo visto en sus palabras como «incomparable» no puede ser el fatal desastre acaecido en el año 70 d. C. en el que fueron asesinados aproximadamente un millón de judíos. Los infaustos sucesos de la Primera y Segunda Guerra Mundial alcanzaron en su número muchas más muertes humanas que la matanza del 70 d. C. Por este motivo y sin lugar a dudas que la «gran tribulación» a la que Cristo se refería hace un poco menos de dos mil años es «una» que no ha tenido hasta este día formal cumplimiento en los pueblos y naciones de la tierra. Quienes piensen lo contrario, les invito a dar una explicación diferente pero bien justificada, convincente y cuerda que anule lo que un servidor ha escrito, pero aclaro, no con pueriles pretextos fabulosos y “subterfugios retóricos”, con viejos y engañosos cuentos pasados ya de moda, los cuales ya nos tienen fastidiados, aburridos y bostezando por causa de su monótona falsedad, Sr. o “Don” Armando López Golart. “Póngase al tiro” y discuta con argumentos válidos y ortodoxos, y no con argucias trucadas, magistrales y mentirosas, como tiene en rencoroso estado y en viciosa costumbre publicar. Déjese de “cuentos chinos” y vaya “al grano” por favor.
Es de mucha importancia comentar que el método de interpretación literal es el que deberá aplicarse no solamente en los libros históricos de la Biblia, sino además en los proféticos. Con el método literal se podrá conseguir un sano y mejor balance espiritual, un enfoque verídico del Reino de Dios prometido a los patriarcas del Antiguo Testamento que se implantará un poco después del arribo del Hijo de Dios al mundo para juzgar a los hombres, «unos para vida eterna», y «otros para muerte eterna» (Jn. cap. 5; Mt. cap. 25).
El método hermenéutico natural e histórico nos garantiza resultados «consistentes», no ambiguos y contradictorios como los dados por el método alegórico de interpretación que son inconsecuentes en sus discordantes y desubicados dogmatismos. Por lo tanto, el método literal, natural, histórico y gramatical, enfatizo, es el fundamento idóneo, la base firme para la interpretación de cada una de las «facciones» que constituyen el «Reino de Dios».
Los «premilenaristas» reconocemos y admitimos los «tipos» y «figuras» que existen en el Antiguo Testamento, pero esto no significa que el Antiguo Testamento como una «unidad» sea un «tipo» o «prefigura» que nos lleve a “espirtualizar” o “alegorizar” todo el Nuevo Testamento. No. Qué quede claro este asunto ahora. El Antiguo Testamento es un «precursor» de inumerables «sombras» y «figuras» que han venido a develarse en los Libros de la Nueva Dispensación. La correcta y genuina interpretación literal de las cuestiones bíblicas ha sido derrengada sin reflexión ni sobriedad por los «no escrupulosos», siendo ridícula, mezquina y disparatadamente distorsionadas al ser “pintarrajedas” con “colores” inmundos y sombríos . . . inmutablemente extrafalarios; “colores” preparados en los “recipientes” heréticos de las mentes maculadas y castradas de los seres humanos hiperreligiosos y carnales que han “ajustado” a sus propias conveniencias el significado real de una determinada «tipología» hallada en las Escrituras; y a usted se lo digo, “Don” Armando López Golart, que para “hacerse pato” no le ha costado el menor tiempo y esfuerzo (y el “Don” para que no se me “encabrite”). Ojalá lo entienda, si es que lo desea; y para su propio bien se lo hago yo saber, aunque lo dude o no lo crea. Y si cree que peco por lo que le digo, acuérdese de qué manera el Señor sacó a los «cambistas» y «vendedores» que hicieron de la Casa de su Padre, del Templo de Dios, una cueva de ladrones. Pequeñísimo le he quedado al Mesías Hombre con mi “dulce exhortación” para usted.
El método literal de interpretación es el único que nos otorga un panorama balanceado y sensato, una orientación mesurada del Reino de Dios prometido a Israel y que compromete a los gentiles que han «creído» en Jesucristo. Los resultados ofecidos por este método en realidad son sólidos, y armonizan con todas las Escrituras. No se contadicen entre sí como en el caso del método alegorizador que se originó en la sincrética escuela de Alejandría del mundo antiguo: una traición, un atentado en contra de las «Piadosas Escrituras», una burla a la «santidad y al testimonio salvífico del Dios de las resplandencientes Alturas».
Con relación al Reino milenario de Dios en la tierra, Cristo estará corporalmente presente para regirlo, según lo mirado en los textos 6-9 del Salmo 2: «Pero yo he puesto mi rey Sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro...». Es evidente que Cristo reinará sobre toda la tierra (Jer. 23:6; Zac. 14:9; Is. 11:3, 4; Sal. 72:6-11). El Reino de Cristo será «uno» de paz inmensa (Is. 2:4; Sal. 72:7) y de justicia universal (Is. 11:4, 5; Jer. 23:5, 6). Cristo regirá su Gobierno de carácter celestial con «Vara de Hierro» (Sal. 2:8, 9; Ap. 2:27; 19:15). Gran parte de la paz que habrá en el Reinado de Cristo será por motivo del «encarcelamiento» de Satanás en lo más hondo del Abismo (Ap. 20:1-3). Cuando el diablo «salga de su prisión», entonces esta paz terminará (Ap. 20:7).
Al principo del Gobierno milenario de Cristo, Satanás será «atado» y «arrojado» en el pozo oscuro del Abismo por un tiempo definido de mil años literales para que «no engañe más a las naciones de la tierra enmendada», compuestas por las personas que hayan sido incorporadas en el Reino Teocrático del Señor (mírese y entiéndase sin dificultades presentadas Ap. 20:1-3). Con esto las tentaciones satánicas decaerán con destacada notoriedad. El poder letal de Satanás quedará invalidado sólo por un tiempo determinado, hasta qué no sea «soltado» del lóbrego y siniestro lugar en el que estará recuido, hasta qué no «concluya» el Reinado milenario de Cristo, como vemos en Ap. 20:7.
Jesús llama al Reino de Dios venidero como la «regenración» (Mt. 19:28). La creación toda habrá sido restituida de su anterior estado imperfecto y caído con el regreso de Cristo a la tierra. Hoy por hoy la creación gime como la «parturienta» por la renovación de su sustancia; clama por un cambio benigno de su naturaleza degenerada y estropeada por la maldad del pecado. Vendrá el día en que ocurrirrá una transfomación insólita, cuando la tierra sea libertada de la esclavitud de corrupción en la que está sujeta en el presente (véalo por favor en Ro. 8:19-22). Las Infalibles Escrituras confirman que en el período milenario se sucitarán cambios morfológicos en el haz de la tierra. Esto lo comprobará el estimado lector en Zac. 14:4, 5, 8, 9, 10; Is, 35:1, 2; 55:13. Los fieras perderán su agresivo temperamento (Is. 11:5-9; 65:25; Ez. 34:25; Is. 35:9) y la tierra será extremadamente fértil por su abundante lluvia (Jl. 2:22-27; Is. 35:2, 6, 7; Ez. 34:26, 27). El Libro de Zacarías enseña que «se perderán las cosechas de los que no suban a adorar en la Ciudad de Jerusalén» durante la edad milenaria del Señor Jesucristo (Zac. 14:14-10). La era del precioso milenio terrenal será una de gozo infinito, de sostenida alegría, y la sanidad de las enfermedades un hecho evidente en el futuro (Is. 35: 5, 6, 10; 51:11). Habrá en esta era una marcada prosperidad material y seguridad de parte de Dios (Mi. 4:2-5). Se darán relaciones efectivas de amor y de amistad entre las personas de las naciones del mundo regenerado. Las gentes dejarán de ser adiestradas para los enfrentamientos bélicos (Is. 2:4). La creación será recuperada cuando Cristo venga a gobernar un mundo restaurado de la maldad por razón de la caída edénica. Gracias a la muerte de Cristo, el hombre «retomará» la tierra que una vez perdió: «Cabeza Privilegiada» será de la Nueva Creación que viene (Gn. 1:28; He. 2:5-10), «Heredero», «Coheredero junto con Cristo» (Ro. 8:17), el Rey de la Teocracia esperada.
Antes de seguir con la sucesión perfecta y cronológica del Libro de las Revelaciones, en su capítulo 20, mencionaremos que el Reinado milenario de Cristo será un período temporal, indudablemente. La palabra «milenio» señala un tiempo definido o limitado. Sr. Armando López Golart, este atento en esto, rogándoselo en franca preocupación por usted: La Biblia muestra que al «final de los mil años», cuando estos se cumplan, Satanás será «soltado» de su prisón, «desencadenado» del Abismo, conforme lo escrito en Ap. 20: 3, 7-10. Aquí dice «textualmente» que Satanás «debe ser desatado por un poco de tiempo» (Ap. 20:3), ya qué es «una situación racionalmente imprescindible», es decir, que el objeto de esto es para probar la fidelidad y el amor al Señor de quienes fueron introducidos en el Reino milenario con las tentaciones del agente maligno, valorándose de esta manera si son dignos merecedores para continuar en la próxima y última «transición» denominada como «el Reino Eterno». La Biblia nos dice con diáfana transparencia que Satanás «engañará» y «congregará» las naciones de la tierra milenaria, a Gog y Magog, «cuyo número es como la arena del mar». Satanás comandará sus hordas humanas amotinadas contra las Leyes de Dios y «rodearán el campamento de los santos y la ciudad amada», Jerusalén (Ap. 20:9). En este conflicto «post-teocrático», Dios, en rauda decisión enviará Fuego del cielo para consumir a sus anárquicos y sediciosos antagonistas. En esos momentos de derrota para los mal intencionados oponentes de Dios, «el diablo que los engañaba» es «arrojado» con “velocidad de rayo” en el Lago de Fuego que arde con azufre, retribuido con pago justo por su sempiterna impiedad y subversión a Dios (Ap. 20:10). Los malvados consumidos por el Fuego de Dios despertarán en la denominada «segunda resurrección» con el fin de comaprecer ante «el Gran Trono Blanco» para ser juzgados con «juicio de condenación» (véase Ap. 20:11-15).
En realidad, el lugar exacto en donde se llevará a cabo este último «Juicio», no lo revela la Biblia porque dice: «. . . de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos» (Ap. 20:11). Este «juicio de resurrección y condenación» (no confundir con el «Juicio de las Naciones» expuesto en el capítulo 25 de Mateo) le concierne sólo a personas inconversas, porque «la primera resurrección», la que ha de darse antes de principar el Reinado milenario, está restingida exclusivamente a los creyentes «blanqueados por la Sangre del Cordero». Ningún inconverso tendrá participación, obvio, en «la primera resurrección». ¿Prueba? La siguiente sin cavilaciones ni desvíos:
«Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán («después de la primera reurrección» . . . énfasis mío) con él mil años» (Ap. 20:6).
En esta parte vemos que Cristo regresa a levantar del sopor de la muerte a quienes serán sus «reyes y sacerdotes» y que reinarán junto con él por mil años cuando reciban su «Heredad Terrena» como «galardón» a su obediencia a Dios (Stg. 1:12). La Segunda Muerte no reclamará ningún derecho sobre estos santos porque su «resurrección» es para «vida y gozo eterno» y no para «destrucción irreparable» (Ap. 20:4, 6). Cuando se menciona en la Biblia que los justos y piadosos serán levantados «de entre los muertos» (Lc. 20:35-36; Hech. 4:1-20), en «la primera resurrección». Esto implica que el resto de los que no fueron resucitados quedarán «inertes», «inconcientes», «disgregados físicamente», hasta que el milenio haya conlcuido para que sean «despertados» y «juzgados» como agentes impíos de maldad, por sus malas obras (Dn. 12:2; Ap. 20:12).
Cristo regresará a levantar antes que nada a los creyentes fieles y verdaderos, a los salvos, y no a los malignos que lo rechazaron conciente o inconcientemente. Entre una «resurrección y otra existe una gran diferencia y estriba en el uso del término «ek nekrôn» (gr.), palabra que significa «entre los muertos», «de entre los muertos». No es difícil dilucidar con esto, “sin párrafos rebuscados y engorrosos”, Sr. Armando López Golart, que los «otros muertos» tendrán que esperar en umbría y mortal “paciencia” su merecida retibución hasta que «la segunda resurrección de los muertos» se haya efectuado. «Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años» (Ap. 20:5). Dijimos en un estudio anterior que la palabra «pero» no aparece en los textos griegos originales. El texto empieza así: «los otros muertos» («hoi loipoì tôn nekrôn», gr.), y lo que significa es «el resto de los muertos», en palabras más sencillas, este es «un grupo diferente», compuesto por los «inconversos» que están muertos literalmente pero que serán «despertados», «levantados», después de concluir la era milenaria («hasta que se cumplieron mil años»). «No volvieron a vivir» («ouk édseisan», gr. Ap. 20:5), es el mismo verbo que aparecen en Ap. 20:4: «vivieron» («édseisan», gr.). Esta palabra es un aoristo ingresivo que enfatiza con grande fuerza que estos santos «vivieron de nuevo», «vivieron otra vez», «volvieron a vivir» (Sr. López Golart, entiéndalo, no sea cerrado de testa) para «Reinar con Cristo por un tiempo palpable de mil años» (Ap. 20:4). Este mismo verbo empleado en los dos textos (Ap. 20, 4, 5) tiene que ver con «una resurrección física» y “no con una espirtual”. El verbo «édseisan» debe tomarse en el mismo sentido, dice un conocido expositor bíblico, ya qué por ser el mismo verbo adquiere igual significado. Con esto queda descartada la opinión de “una resurrección espirtual” y de otra “física”. El gran teólogo unitario inglés Sir. Anthony Buzzard nos confirma lo anterior (aprenda de él y no de los nefandos y anticristianos “Testigos de Russell”, Sr. López Golart):
«. . . el sustantivo “resurrección” en el Nuevo Testamento se encuentra unas 40 veces en el sentido de la resurrección de los muertos a la vida, literalmente hablando, ya sea en el caso de Jesús (el único aún que ha sido resucitado inmortal) o de los fieles de todas las edades para el regreso de Jesús a la tierra (véase I Cor. 15:23). Por tanto, sería un grave error de interpretación de la verdad que en Apocalipsis 20:5 el sustantivo “resurrección” no pueda significar la resurrección de los muertos, literalmente hablando. Sin embargo, esta es la grave debilidad del amilenialismo. El amilenialismo propone que Satanás ya ha sido “atado para que no pueda engañar más a las naciones” (Apocalipsis 20:3) y que la resurrección de los muertos mencionada en Apocalipsis 20:5: significa la resurrección figurativa de una persona no literalmente muerta, sino muerta en el pecado. Esta “resurrección”, enseña el amilenialismo, sucede cuando la persona se convierte. El Premilenarismo dice que no. El sustantivo “Resurrección” debe significar lo que significa en algunos otros 40 pasajes significan- la real venida a la vida de una persona que ha muerto, literalmente hablando».
«La resurrección de entre los muertos», o «entre los muertos» [frase (s)], es una expresión acomodable con propiedad para los «dos grupos» (creyentes e incrédulos). Ambos «grupos» serán «despertados del sueño de la muerte» en los diferentes tiempos designados por el Divino Poderoso.
Existe una separación indudable entre «una» y «otra» «resurrección», y es tan evidente como la luna y las remotas estrellas que adornan con excepcional belleza los cielos profundos e infinitos. En Fil. 3:11, la traducción literal para este caso es «la resurrección fuera de entre los muertos». Con esto se “estigmatiza” de que habrá más de una «resurrección», y no sólo «una», como peligrosamente se ha creído. Así qué «la primera resurrección» podríamos llamarla como «resurrección de vida», y «la segunda resurrección» como «resurrección de muerte», y cada una, de eternas consecuencias (Jn. cap. 5).
Es razonable por lo tanto pensar qué, si habrá una «primera resurrección de entre los muertos», tendrá que haber categóricamente una «segunda resurrección», también «de entre los muertos». Es por eso que Juan el Apóstol Amado escribe: «Pero lo otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años» (Ap. 20:5). No olvidemos Ap. 20:6 que dice: «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años». Resultaría muy contradictorio “espiritualizar” una «resurrección» y otra no. No cabe duda que esta clase de interpretación “tan sacada de contexto” ha trasladado a una tremenda y cuantiosa cantidad de confiados y desapercibidos a los brumosos linderos de la ficción y de la herejía. ¡Cuidado con esas sutilezas que aparentan ser verdades bíblicas, apreciados visitantes ! «La segunda resurección» es en realidad una certeza «post-milenaria». Se cumplirá cuando Dios levante del letargo de la muerte a sus enemigos para juzgarlos y desintegrarlos en la quemante Genna, en el Lago de Fuego que es conocida, en su condición destructiva, como «la Muerte Segunda» (Ap. 21:8).
El Reinado Milenario de Cristo (Extraído del resumen de Newll):
El Reino de Cristo es la «regencia» de Dios en una tierra renovada por su infinito poder durante mil años. Cristo se encargará de administrarla a lado de sus santos seguidores. El «cuartel general» del Reinado de Cristo estará localizado en la ciudad de Jerusalén. El Reino de Dios será la honra pública de su Hijo, exactamente en el lugar en que los hombres necios lo deshonraron con vituperio y muerte: en «la tierra». El Reino Teocrático será el cumplimiento de las promesas de Dios a su Hijo y de las profecías que se centran en éste. Dios le dará «el Trono de David», su padre. El Reino de Dios será «la prueba definitiva» para el hombre desobediente antes que la Nueva Tierra y los Nuevos Cielos se hayan manifestado. Es la respuesta a las oraciones de los santos : «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, asi también en la tierra». Cristo recibirá el Reino después del derrocamiento de los sistemas terrenales de siglo inicuo. Ahora espera con paciencia, a la Diestra del Padre, para «Reinar imparcial y con misericordiosa Justicia». Cristo conferirá a «los humildes de corazón» la Herencia Terrenal que les prometió en su primera venida. Cristo compartirá todos los honores de Rey con sus decorosos y respetables creyentes. Serán mil años en que estarán bajo el mandato y control del «Soberano de los reyes de la tierra» (Ap. 1:5). En el Reinado milenario de Cristo las naciones en general estarán obligadas a concurrir «cada año para adorar al Rey de los ejércitos, al Eterno Jehová» (representado por Cristo), y «guardar la Fiesta de los Tabernáculos» (para que quede bien gravado en la mente). Ya para ese tiempo «la creación habrá sido libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Ro. 8:20-22). Esta liberación se llevará a cabo en la «Manifestación de los hijos de Dios», en la Parusía del Glorioso Señor Jesucristo (Tit. 2:13).
No es exegética ni hermenéuticamente legal que una misma palabra, término o vocablo, Sr. Armando López Golart, tome un significado diferente o diverso en un ambiente o entorno cerradamente circunscrito o limitado. En Ap. 20:4 y 5 se excluye con sana limpieza la postura de «una resurrección general» que compromete a todos los seres humanos que han muerto en las distintas épocas de las culturas habidas en el mundo.
Armando López Golart es un “escuderillo” watchtoweriano, simulacro y caricato de Sancho Panza, “gato de carnicería de segunda”, porque le gustan los “despojos” echados a perder, no mostrándoles “mal ver”, mientras se sienta complacido con su desagrable olor que complace su entenebrecido y soberbio corazón, incitándolo a creer que su “rotundo triunfo” radica en su inquebrantable sarta de mentiras que lo tienen “encandilado” y que ha dejado como legado condenable para los ignorantes e inadvertidos en su viceral página, impidiéndole su cerradísimo pensar el reconocer con legítima humildad su montón de errores crasos.
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Continuemos nuestra formal secuencia cronológica:
«Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Co. 15:24-28).
Claro está que «la muerte» («ho thánatos», gr.) es el postrer enemigo que será destruido. La muerte ha sido el flagelo, el verdugo de la humanidad «porque la paga del pecado es muerte» (Ro. 6:23). El Hades («ho haídeis», gr.), el Sepulcro, el Sheol Hebreo, es el lugar donde los muertos van (Ap. 6:8). No se refiere a un lugar místico del inframundo, al “más allá”, como lo creyeron los politeístas y paganos griegos. En Ap. 20:13 el verbo «entregar» sirve para indicar la peculiar «resurrección de los muertos malvados» con el fin de ser lanzados en el Lago de Fuego. Quien haya rechazado la oferta de la salvación cuando se tuvo la oporunidad para obtenerla, experimentará la exclusión de la presencia de su Hacedor por toda la eternidad (2 Ts. 1:9). Qué maravilloso lograr comprender las cosas de una forma tan sencilla, no como otros que lo confunden todo por estar faltos de la dirección del espírtu santo de Dios y que hacen de las Escrituras un “platillo cocinado” conforme a sus ambiciosas y egoístas pretensiones; “guiso” que provocará una grave “indigestión” espiritual a aquellos que lo “coman” por no advertir su contaminación establecida con deliberación. Triste, pero así están las cosas en este mundo, con los falsos maestros de las cuantiosas y enredadas religiones. Después de este paréntesis, comentamos que Cristo «entregará el Reino al Dios y Padre». El Hijo del Hombre dejará su Soberanía Suprema al concluir la edad milenaria para que el Padre Reine a continuación por siempre en el «estado final», en el Reino Eterno, donde un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra aparecerán para gloriosa perpetuidad (Ap. 21:1, 2; Is. 65:17; 66: 22; 2 P. 3:10-13).
Cuando Juan el Apóstol expresa un número determinado lo hace en forma objetiva para no confundir a los lectores. Ejemplo de esto lo encontramos en Ap. 7:4, 9; 9:16. En el ejemplo de los «dos testigos» del capítulo 11 de Apocalipsis se nos habla de un número real de individuos que son «dos»; no es algo que implique una situación meramente simbólica. Habla de «dos profetas», de «dos testigos» (Ap. 11:3, 4). Del mismo modo los «mil años» no son un número indefinido de tiempo como aducen los desatinados amilenaristas; no se refiere a un período que abarca desde el primer advenimiento de Cristo hasta su retorno incierto y visible al mundo en el futuro. El texto precisa una cifra : «mil años». Esta jámas podría ser estimada en ninguna circunstancia como una cantidad simbólica sino más bien como una cantidad real de años en su ostensible y razonable objetividad.
Si Dios hubiese deseado hablarnos de un número «indeterminado» en este caso, ya nos lo habría mostrado en las Escrituras con facilidad. Los símbolos forman parte de las «figuras de dicción» que encontramos presentes en todas las lenguas y jergas de la tierra. El propósito del simbolismo es ser prácticamente objetivizado. El simbolismo no ensombrece, no nubla las ideas, sino las aclararla con simpleza. Las figuras literarias que aparecen en el Libro de Apocalipsis deben, sin otra elección, interpretarse en el ambiente del Libro mismo, de manera natural, sencilla y clara.
El capítulo 20 de Apocalipsis, uno de los más controversiales pasajes de la Biblia de todos los tiempos, demanda una hermenéutica equilibrada y natural. No es posible aplicar aquí el llamado “paralelismo progresivo” porque omite en gran medida consideraciones muy importantes que lo descubre como algo que no es “convincentemente válido”. Sus fallas son lo bastante relevantes. Por ejemplo, Ap. 20:1 da principio con la locución griega «kaì eîdon» («y vi»). Esta expresión aparece por lo menos 32 veces en el Libro de Apocalipsis (V.g. Ap. 13:1, 11; 14:1; 15:1; 16:13; 17:3; 19:11, 17, 19; 20:4, 11, 12; 21:1). Y a pesar que no es tan enérgica como «metà taûta eîdon» que significa, «después de esto miré», y que aparece en Ap. 4:1; 7:9; 15:5; 18:1, o como «metà taûta éikousa» que significa, «después de esto oí», expresión que podemos ver en Ap. 19:1 y que muestra una progresión cronológica de los eventos narrados. «Entonces y vi el cielo abierto» (Ap. 19:11), «y vi a un ángel» (Ap. 19:17), «y vi a la bestia» ( Ap. 19:19), «y vi a un ángel» (Ap. 20:1), «y vi tronos» (Ap. 20:4), «y vi un gran trono» (Ap. 20:11), «y vi a los muertos» (Ap. 20:12). Cada uno de estos textos presentados aluden una translúcida sucesión cronológica y no una “recapitulación” de los «capítulos» previos como Agustín tan inocentemente creyó, y como continuan creyendo tantos que no han tenido el recato ni el cuidado de escutar ordenadamente el trasfondo de cada verso Escritural para llegar a una conclusión congruente. Sr. Armando López Golart, “¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo?”, le pregunto yo fuera de todo “tono” irónico y sarcástico. Es por eso que las gentes se hayan tan confundidas, “hechas bolas”, porque personas como usted se han encargado de tenerlas así.
Neciamente los amilenaristas insisten en sostener que el diablo fue atado con el primer advenimiento de Cristo en esta tierra de las «satánicas peripecias y de las grandísimas necesidades espirituales». No hay nada en las Escrituras que nos indique que el diablo esté “atado” en el Abismo en la presente era mala», o en «la era del evangelio» como la han nombrado los amilenaristas. «Y lo ató por mil años» («kaí édeisen autòn chília étei», gr.). El texto alude con diáfana comprensión que Satanás tiene un tiempo precisamente destinado para permanecer atado en el Abismo; y es por «mil años» literales. No entiendo porqué tantos y tantos expositores del asunto se hacen la vida tan pesada en cosas qué no requieren análisis complicados ni “fondeos” farragosos. El propósito de que Satanás permanezca encarcelado por un milenio en el Abismo es para evitar que siga engañando a los individuos de las naciones de la tierra regenerada («Para que no engañase más a las naciones», «hína planéisei éti ta éthnei», gr.), tal como lo ha hecho con las naciones que han existido siempre en el mundo. No será este «encadenamiento» para escarmentarlo con dolorosa impaciencia. Ya inoperante en lo malo que sabe hacer, reinará la paz social en el hermoso Gobierno Teocrático de Cristo. Su mortal y execrable influencia estará ausente y la luz gloriosa del verdadero amor prevalecerá maravillosamente. Ap. 20:3 utiliza tres aoristos de fuerza e hincapié: «Arrojó» («ébalen», gr.), «Encerró» («ékleisen», gr.), y «Selló» («esphrágisen», gr.). «Sellar» significa que se ha colocado un «sello» por voluntad y autoridad Divina para que no se deje entrar ni salir a nadie del lóbrego e inconcebible Abismo. Indeclinablemente el diablo no tendrá oportunidades para quebrantar el encarcelamiento que se le ha designado cumplir por largos «mil años». Los amilenaristas sostienen que los mil años “son un tiempo indefinido que comprende la era actual”. Y aunque “el diablo está encerrado, ejerece cierta autoridad para seguir causando males en los seres humanos”. Esta postura contradice 1 P. 5:8, porque nos aclara que el diablo, en vez de estar “atado en el Abismo” (dudo que en el Absimo moren personas a las el diablo pueda engañar felizmente), anda «alrededor», como terrible depredador, como «león rugiente», dice la Palabra del Creador, y no en el Abismo, sino en la tierra, «buscando a quien devorar». Por otro lado, en Ap. 20:1-3, el contexto de los versos nos muestra que no es posible que el diablo haya adquirido en su encierro alguna “facultad” para continuar ocasionando maldades, provocando conductas indecorosas en los que han ingresado al Reinado terrenal de Cristo. Dios «protegerá» a sus fieles redimidos en su Reino alejando a Satanás de su mansa presencia.
«Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos» (Zac. 14:16).
Esta es la explicación más congruente: Estos seres humanos son los que Dios «cuidará» del influjo diabólico durante el tiempo del Reinado terrenal de Cristo. Son individuos redimidos por la Sangre del Cordero pero que sus cuerpos no fueron trasformados en una portentosa glorificación. Ellos podrán incorporarse al Reinado terrenal del Bendito Cristo, Señor y Salvador de la raza humana, de los que en él han creído con sinceridad genuina (Jn. 1:12; Jn. 3:16, 36; Ro. 10:9).
«Hasta que fuesen cumplidos mil años» La locución «fuesen cumplidos» (telestheî, gr.), es el aoristo subjuntivo, voz pasiva de la palabra griega «teléo», cuyo significado es «completar». Antes que los mil años hayan concluido, el diablo continuará «aprisionado» en el tenebroso e incómodo Abismo.
«Y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo» («metà taûta deî lytheînai autòn mikron chrónon», gr.). Textualmente dice de esta forma: «después de estas cosas» («metà taûta», gr.), y se refiere, primero, con respecto al tiempo, a los «mil años», y segundo, al «encadenamineto» de Satanás por el ente angélico. «Debe ser desatado» («deî lytheînai autòn», gr.). «Debe»(«deî», gr.), significa qué, «obligadamente», «imprescindiblemente», «necesariamente», Satanás será «soltado» del Abismo por Soberanía Divina, del lugar en que permaneció confinado por muchos años. «Y saldrá», en esta paradójica y controversial «salida», pero ecuánime, «para engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog Magog» (Ap. 20: 7, 8). Con esto queda comprobado que no todos los que experimenten la dicha de las bendiciones del Reino milenario tendrán una disposición leal, noble y sincera para con Dios. El Santo Invisible los probará, mas no pasarán la prueba: el Señor habrá de destruirlos en el acto, en una actitud perturbadora y ridículamente desafiante. Mil años en el Abismo no serán lo suficiente para hacer reflexionar a Satanás de su conducta taimada y perversa. Congregará un inumerable contingente de agentes humanos en contra del Mesías de Dios, en contra de sus santos, y en contra de la Ciudad Amada que es la Jerusalén Sagrada.
Hay pruebas contundentes en la Biblia que nos hacen ver que el diablo se encuentra lo bastante activo en este mundo, engañando y corrompiendo magistralmente a los seres humanos. En Hech. 5:3 vemos que Satanás «lleno el corazón de Ananías para que minitiese al espíritu santo». Elimas, el mago, resistió a Pablo. Pablo le reprendió diciéndole: «Oh, lleno de todo engaño y maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia . . .» (Hech. 13:10). Pablo escribe que «nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra el mismo diablo y sus huestes espirituales de maldad» (Ef. 6:12). Pablo exhorta al creyente a estar preparado «contra las asechanzas del diablo» (Ef. 6:11). EL Señor Jesucristo dijo que el diablo es «el príncipe de este mundo» (Jn. 12:31). Esto no revela que el diablo este “atado” en el Abismo, porque de ser así estaría «inutilizado en toda obra de maldad», y por lo visto ya está muy “ocupado” confundiendo con sus elogiables mentiras a los incautos para enviarlos, si no despiertan del letargo de los heretismos maestros, al Lago de Fuego en el futuro. Error grave de los amilenaristas al respecto. ¿Cómo es posible pensar qué el diablo se encuentre atado en el Abismo mientras por otro lado Pedro, «el pescador de hombres», nos advierte qué este ser maligno y astuto «anda [alrededor], cómo león rugiente, buscando a quién devorar?» (1 P. 5:8). En Lc. 10:17, «los Setenta» exclaman al Señor con gozo que «aun los demonios se sujetan en su Nombre» (verbo activo y en tiempo presente). Cristo les responde prolépticamente, haciéndoles ver la derrota de Satanás como «una ya consumada», debido a que es objetivamente futura: «Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc. 10:18). En otras palabras, Cristo dijo: «Yo miré rendido a Satanás después de su caída». El papel principal del diablo, sin menoscabar el resto de su excelente faena maligna y de condenación, es cegar la mente de los hombres incrédulos para que no comprendan, ni tan siquiera vislumbren la luz del Evangelio de la gloria de Cristo (2 Co. 4:4). No cabe duda, por si esto fuera poco, que el mismo Apóstol Pablo experimentó en persona los ataques del diablo. Confírmese lo antes dicho en 2 Co. 12:7-9. Es improbable que el diablo esté atado en el penúmbrico Abismo porque pudo entrar en esta «era» en el traidor Júdas (Lc. 22:3; Jn. 13:27), porque intentó «zarandar» a Pedro como el iracundo e indolente viento «zarandea» frecuentemente el alto trigo sin miramientos ni piedad (Lc. 22:31). El diablo no puede estar atado en el Abismo porque el Señor Jesucristo, demostrando que venía de Dios, manifestó su capacidad sobrenatural por medio del espíritu santo para echar fuera demonios de los cuerpos humanos que habían poseído maliciosos, librándolos con poderosa autoridad de estos seres espirtuales atormentadores y homicidas (Mr. 5:1-20; Jn. 10:10). Es imposible que este turbador ente de la superlativa mentira se le tenga atado en el tan nombrado lugar porque la Biblia sostiene que Satanás persiste en engañar a las naciones de la tierra, acosando y fastidiando con sus mañas y trucos a los creyentes en Cristo. Véase precisamente tal cosa en Ef. 6:11; Ap. 12:9-17; 13:14; 18:23. En las auto proclamadas “iglesias cristianas evangélicas protestantes”, se les enseña hodierno a los pobres e infortunados “afiliados” un evangelio trucado, menos aquel que se centra en el Reino de Dios y el cual será instalado en una tierra restituida de los efectos nocivos de la maldición del pecado (Gen. 3:17) y que Cristo regirá con poder y equidad por mil años, según Ap. 20: 4, 6. Un evangelio intrascendente de «sangre» porque no posee “promesa venidera”. La promesa venidera es la tierra prometida desde la antigüedad por Dios a Abraham, Issac y Jacob; la tierra prometida que heredarán los que la merezcan por haber respetado el Pacto hecho con Dios de santidad y obediencia, sea judío o sea gentil. El “evangelio” de estos protervos y condenados potenciales es ese que se limita a legalismos formales y sociales, sincretizados genialmente con la Palabra de Dios («pseudocristianismo»), y cuya exigua visión se acomoda a la perfección, como pieza de “puzzle”, en “las aristas horizontales del mundo”, en las negrísimas oquedades de la mente carnal.
Digo, por lo tanto, más firme que el Peñon de Gibraltar, que el capítulo 20 del libro de Apocalipsis no es una “recapitulación” de los capítulos precedentes. Mejor dicho, es «una narración cronológica sucesiva, de natulaleza escatológica, de los acontecimientos o sucesos de los postreros tiempos que dan principio en el capítulo 12, especialmente de los hallados en el capítulo 19». Este último capítulo trata enfáticamente del regreso de Cristo al mundo en gloria y en poder. Cristo en su regreso destruiráa sus enemigos, juzagrá el mundo, e instalará su Gobierno Teocrático de mil años de duración (Ap. 19: 11-16). El derrocamiento del Anticristo Final y de sus hordas militares se muestra en Ap. 19:17, 18. La Batalla, que no es otra que la del Armagedón (Ap. 16:16), no se describe con minucioso detalle sino con mucha brevedad en Ap. 19:19. El Anticristo Escatólogico, la Bestia, y su fiel consorte el Falso Profeta, el «brazo derecho religioso» del político «hombre de pecado», del «hijo de perdición», según 2 Ts. 2:3, son resueltamente arrojados al Lago de Fuego (Ap. 19:19). El capítulo 19 revela que es Jesucristo, el Guerrero Invencible de Dios, el que «mata» a la hordas rebeldes en ese lugar mencionado. Antes que dé comienzo el Reinado de Cristo, la «Serpiente Antigua», que es el «diablo y Satanás», el enemigo de Dios, de Cristo, y de los hombres, será «encadenado» por un ángel del cielo y puesto en el Abismo por mil años, literalmente hablando. ¿Por qué es necesario el Reinado milenario de Cristo? Simplemente porqué en dicho «Reinado» se cumple la promesa hecha por Dios a Abraham, a Issac, a Jacob, y al rey David: La de la «Herencia» de una tierra hermosamente transfigurada, de bendiciones invaluables, donde la paz, la justicia, la hermandad, el amor y la amistad entre los individuos, auténticamente, sobreabundarán sin límite, en proporciones jamás vistas en este “pantano cenagoso y pestilente” que recibe el nombre de «mundo»: mundo atestado de crecientes infortunios, de desdichas y de tristezas indecibles en verdad; mundo de continuos robos y de mortandades imparables, de horrendas calamidades por causa del egoísmo humano.
Está profetizado en el Antiguo Testamento una «restauración nacional de Israel» para el tiempo en que se instale la Teocracia del Mesías Jesucristo (Mírese por favor Ez. 11:18-21; 20:33-38; 34:11-16; 39:25-29; Os. 1:10-11; Jl. 3:17:21; Am. 9:11-15; Mi. 4:4-7; Zac. 8:4-8). El Reino de Dios de ninguna manera podría ser la Iglesia de Cristo. La connotación del Reino de Dios es «universal»; en otras palabras, este Reino involcura todo lugar y recóndito terrestre. La Iglesia de Cristo, en realidad, son pocos los que la componen ya qué «muchos son llamados y pocos los escogidos». Es bien sabido que los «reinos de la tierra» son controlados por el diablo, por «el dios de este siglo» (2 Co. 4:4), pero el Reino Teocrático el Señor Jesucristo personalmente lo regirá (Sal. 2:9; Ap. 2:26, 27; 12:5; 19:15). La tierra milenaria será «colmada del conocimiento de Dios», como Habacuc e Isaías, profetas de Dios, lo predicen (Véase Hab. 2:14; 11:19). La gloria, la paz y la justicia del Padre se manifestarán por medio de Jesucristo en la edad del milenio terrenal (Is. 11, 35, 60, 61, 62, 63, 64, 65; Miq. 4; Zac. 14). La Biblia afirma que el Reino milenario será establecido con el arribo terreno del «Rey de reyes y Señor de señores», Jesucristo. En ese tiempo Satanás será «encadenado» en lo profundo del Abismo por mil años para que no siga “ajetreando cómo le venga la regalada gana” a las naciones «salvas» de la recién renovada tierra (Ap. 20:1, 2). Otra interpretación con relación a esto sería lo bastante descabellada y extravagante, y me refiero, a la alegórica. Tan importante es reiterar las cuestiones expuestas aquí para que no sean olvidadas, mis queridos amigos que nos visitan con transigencia e interés.
Comentario adicional con respecto al Sr. Armando López Golart:
Por lo visto al Sr. Armando López Golart no le ha ido muy bien con las opiniones que le han sido dejadas en su ominoso blog de las “las mil locuras teólogicas”, “saliéndole el tiro por la culata” (y espero que no las borre, porque es muy “tradicionalista” en esto. “Aguante la vara”, como decimos en mi querida tierra mexicana). Comparto con la glosa de William, puesta en el corrosivo escrito de Golart intitulado “por la boca muere el pez”, donde el mismo López Golart se ha “tragado su propio anzuelo” (véalo amable lector en su caliginosa página), cuando comenta de este hombrecillo de raquítico razonar, cerrado herméticamente en una persepctiva “tendida” e intelectual mas no espiritual, que su “humildad” no es más qué «una apariencia», agregando un servidor en esta formal opinión, «un vago espejismo de santidad y mansedumbre». Su “humildad” no es menos falsa que un billete estadounidense de 14 dólares. Esta hipócrita situación se delata “a leguas” en el contenido de sus artículos elucubrados filosóficamente. Advierta el amable lector el enconado y neurótico dolo, su inflada y patética animadversión en contra de un servidor, tratando de desacreditar nuestros estudios (y digo «nuestros» porque estamos involucrados más de «uno» en sus detestables y patológicos ataques mimetizados de empatía y amabilidad). Astuto el hiperreligioso, pero para detectar sutiles mentiras también estamos “pintados de astucia”. Los de su “estirpe”, los tenemos bien “medidos”. Y en Palabras del Señor le recuerdo: «He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas». (Mt. 10:16)». Sr. Armando López Golart: Nuestros escritos se encuentran cimentados en las Santas Escrituras y en una literatura teológica selecionada cuidadosamente de expositores sobrios y reconocidos por su excelente trabajo, realizados a manera que el visitante necesitado y nuevo en los asuntos de Dios los asimile sin dificultad para que le sean de provecho y de edificación espiritual. López Golart utiliza una dialéctica “a la Kierkegaard”, obstinada e inconsecuente, habitual en los sectarios, sutilmente feroz, francamente orgullosa y desatinada. No desaprovecha el comentarista para hacerle ver su increíble error doctrinal con respecto a «la resurrección de los muertos» el cual defiende como “osa recién parida que le han arrebatado el amado e hirsuto crío”, ante la sorpresa del visitante que no logra concebir cómo algo por lo demás sencillo puede estar oscurecido en la mente de nuestro furioso e impulsivo difamador que raya en «la neurosis obsesiva compulsiva», de acuerdo a la anamnesis clínica de lo que escribe con su puño y letra. Esto delata abiertamente su desequilibrada, fanática y religiosa personalidad . . . evidentemente. Ahora sí, Sr. López Golart: «El pez por la boca muere». Usted mismo “se ha tragado su propio anzuelo, cebado con su carne y sangre”.
Dice el visitante:
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«Yo estoy sorprendido de que textos tan claros que hablan de las dos resurrecciones le sean desconocidos a usted señor López, textos que son demasiado fáciles de encontrar. Para muestra los siguientes»:
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“Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Él á los que durmieron en Jesús. Por lo cual, os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no seremos delanteros á los que durmieron. Porque el mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:14-16).
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“Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos, y les fué dado juicio; y vi las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y que no habían adorado la bestia, ni á su imagen, y que no recibieron la señal en sus frentes, ni en sus manos, y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Mas los otros muertos no tornaron á vivir hasta que sean cumplidos mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad en éstos; antes serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años” (Apocalípsis 20:4-6).
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La respuesta a esto, el propio Sr. William T.M. nos la proporciona con entera veracidad:
«Es mi opinión particular, que aunque usted saliera vencedor en su combate, la corona de la verdad no sería una que usted se pueda ceñir (eso queda claro por los textos citados), para que le avale como verdadero creyente, y por tanto, cubierto del favor del ALTÍSIMO. Porque como lo demuestran los textos citados, usted está en un error, y por ello mismo, se encuentra fuera de la guianza del Espíritu Santo, y en consecuencia, sin el “premio” y desavalado. Sin duda alguna, es demasiado pretencioso que usted aspira a una corona, que en este caso particular, no está en disputa, y no está en disputa, porque su ponencia es errada; y el triunfo del error es la mayor lejanía de la verdad».
No es complicado para uno el darse cuenta que Armando López Golart es un individuo inconverso y qué por más brillante que éste sea en “la sabiduría de este mundo”, como escribe el Apóstol de Tarso, será improbable que concilie, por carecer de la unción del espíritu santo que nos ubica como creyentes genuinos, como hijos de Dios, las realidades bíblicas más fundamentales que conducen a la renovación espiritual. Armando López Golart es un «hombre natural» porque percibe las «Cosas del Señor y Dios del Universo» como si fueran «locura», contrariando la Santa Biblia que exige para su auténtica y total comprensión el «discernirse espiritualmente» (1 Co. 2:14). El «espírtu santo da testimonio» a «nuestro espíritu», o sea, a «nuestra mente», a «nuestra conciencia», Sr. López Golart, para que se lo “meta” bien en su liosa cabeza, a «los creyentes genuinamente convertidos», y no a los incrédulos y testaduros que no tienen el «paráclito» como vos, de que «somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). Se comprenden las Escrituras gracias al «santo espíritu del Señor Dios». El hombre no convertido a Cristo es incapaz de captar la Divina Esencia de la Palabra de Dios, alterándola para su propio beneficio:
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual» (1 Co. 2:10-13).
Es demasiado extraño que el Sr. López Golart, y le consta a él que no miento porque él mismo me lo comentó (todavía poseo todos sus correos que parecen amigables pero que en realidad no lo son, ya qué le encanta “sacar generosa hebra con su perniciosa aguja”, en una conducta convenientemente aduladora y empalagosa), qué habiéndo pertenecido a una asociación sectaria tán terrible como la de los Testigos de Jehová y qué tanto daño le ocasionó, no se haya tomado la más mínima de las molestias para denunciarla públicamente, aprovechando su descarriada página, de su mal proceder, de sus frivolidades dogmáticas, y dar testimonio de advertencia por los agravios que le propinaron sus diabólicos miembros. Por otra parte, se ha esforzado de “lo lindo”, con fanática vehemencia a injuriarme con sarcasmo y sin buena causa, y no solamente a este sincero servidor, sino además a mi hermano y amigo Mario Olcese Sanguineti con sus suavizados, pérfidos y mordaces “ensayos filosóficos”, a pesar de haberle tendido su fina y amistosa diestra. Aquí se corrobora la veracidad de aquella moralaja que habla del hombre que cuidó con esmero y amor al ponzoñoso y maltrecho viperino: a pesar de la protección brindada por el hombre, intentó morder la mano que lo guardó en la primera oportunidad que creyó conveniente. O López Golart es un Testigo de Jehová encubierto o continua amando con morboso amor masoquista a la trágica asociación anticristiana, la de las profecías irrisorias y fallidas que le hizo “la vida de cuadritos”. ¡Caray, qué mal estamos en esto !
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Únicamente me resta decirle con todo el respeto que el Sr. William se merece que un servidor en lo personal nada tiene que ver con el Sr. Armando López Golart. Es muy conveniente hacerle saber que esta “marioneta” de la Watchtower “se voló la barda” con sus cáusticas e hirientes detractaciones (además estimado Sr. William, usted es testigo de lo que ha creído Armando López Golart con respecto a «la resurrección de los que han muerto»). A causa de esto, consideramos denunciarlo bajo «el justo juicio de Dios», con severidad y sin pecar, como el Señor Jesucristo lo hizo con sus persistentes e incrédulos adversarios que lo tenían ya “hasta la coronilla”. Éstos creían conocer a Dios, llamándolos el Cristo «hipócritas», «insensatos», «guías ciegos», «necios», «sepulcros blanqueados», «serpientes», «generación de víboras», «llenos de hipocresía e inquidad» (Capítulo 23 del Evangelio de San Mateo). “Corto” me he quedado, amigo William, ante las palabras tan precisas y justas pronunciadas por el Señor, cuando desenmascaraba a los insensatos y arrogantes fariseos por su prefabricada actitud religiosa, tan altanera y egoísta. Ciertamente López Golart se encuentra en semejante posición. Si López Golart se ha metido con un hijo de Dios, se ha metido también con el Cristo de Dios, porque «el que no es con él, contra él es» (Lc.11:23).
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Aunque Jesús el Cristo no está en la tierra para rependerlo directamente, uno como creyente posee el derecho de hacerlo en una condición conveniente. «En la dura exhortación también hay amor». Armando López Golart por lo que cree y sostiene se ha ganado merecidamente una tremenda reprensión, pero dentro de los linderos que marca la sanción bíblica. Así que en esta «batalla de egos», como usted dice, y se lo digo con la más absoluta de las honestidades, como persona cristiana convertida mi querdio William, que un servidor queda excluido de tal consideración suya; más bien la cuestión es «unilateral». ¿Cómo no delatar al qué expone peligrosamente tamañas y absurdas mentiras religiosas y disparatados prejuicios?, ¿al qué pone en peligro la salud espirtual de los tiernos en las Cosas de Arriba? Boca de Dios somos para el inconverso y para el potencial creyente, sin buscar algún provecho personal, porque es la nuestra una noble comisión que tiene la finalidad desinteresada de ganar hijos para Dios por medio de su Hijo Jesucristo.
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Amado William, lo invito a mis dos blogs para que usted personalmete sea testigo de nuestra apologética. Soy médico de profesión, con dos especialidades, una en medicina del enfermo en estado crítico y la otra en medicina interna, y gracias a Dios, se me ha abierto campo de trabajo en casi todos los hospitales donde un servidor reside. Nunca me he jactado de saberlo todo; pero las cuestiones fundamentales habidas en la Biblia, no pasan desapercibidas para este que escribe con corazón flameado en la Palabra de Dios. A pesar del arduo trabajo hospitalario, con esfuerzo y gusto le he dedicado congruo tiempo, hasta horas muy avanzadas de la madrugada, a mis dos blogs para guiar al perdido por la senda que conduce a la salvación, para desengañar al incauto de las doctrinas contrarias a las Escrituras, como las que Armando López Golart concibe y promueve a la vista de todos, tan soberbia y arriesgadamente.
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Espero que este señor le dé respuesta a su comentario (porque conociéndolo, será muy dificíl que lo haga, por su megalomanía solapada de sublime piedad fingida, entre otras mil cosas) porque creo, sin dudarlo, que se habrá quedado “con un palmo de narices” con el gancho certero que le “atizó” en lo más sensible de su henchido ego, dejándolo sin aire y sin oportunidad para justificar su mal oliente mojiganga religiosa.
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Le agradezco de antemano su infinita ayuda, por su oportuno comentario.
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La páginas de un servidor son:
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endefensadelafecristiana.blogspot.com/
ladoctrinadedios.blogspot.com/
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Gracias.
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S.S.S:
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Dr. Javier Rivas Martínez.
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Dios me los bendiga amigos y creyentes que nos visitan.