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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

domingo, 21 de marzo de 2010

QUIEN DIJO QUE EL MESIAS ERA DIOS?


Por Sir. A. Buzzard, teologo unitario.

La mayor parte de los lectores de la Escritura se acercan a los registros divinos con un buen fundado conjunto de suposiciones. Ellos están inadvertidos del hecho que mucho de lo que entienden acerca de Jesús se deriva de sistemas teológicos inventados por escritores fuera de la Biblia. De esta manera ellos aceptan de buena gana una larga dosis de tradición, mientras van afirmando y creyendo que la Biblia es su sola autoridad.4

La cuestión crucial que debemos contestar es ésta: ¿Sobre qué base declararon tanto la iglesia primitiva y Jesús que él (Jesús) era realmente el Mesías prometido? La respuesta es clara. Fue por medio de afirmar que él había cumplido perfectamente el rol que había sido predicho sobre el Mesías en el Antiguo Testamento. Tuvo que ser demostrado que él encajó con las “especificaciones” desplegadas para el Mesías en la profecía Hebrea. Mateo, particularmente, se deleita en citar el Antiguo Testamento conforme era cumplido en los hechos de la vida y experiencia de Jesús (Mateo 1:23; 2:6,15, etc). Pero Marcos, Lucas, Juan, y Pedro (en los primeros capítulos de los Hechos) igualmente insisten que Jesús encaja exactamente en la descripción del Antiguo Testamento acerca del Mesías. Pablo pasó mucho de su ministerio demostrando a partir de las Escrituras Hebreas que Jesús era el prometido Cristo (Hechos 28:23). A menos que la identidad de Jesús pueda ser igualada con la descripción sobre él en el Antiguo Testamento, no habrá una buena razón para creer que su afirmación sobre su mesianismo era verdad!.

Es esencial preguntar, por lo tanto, si el Antiguo Testamento sugiere en algún lugar que el Mesías iba a ser “Dios co-igual” un segundo ser no creado que abandona una existencia eterna en el cielo para hacerse hombre. Si no dice nada como esto (y recordando que el Antiguo Testamento tiene que ver aún con detalles al minuto acerca de la venida del Mesías) tendremos que tratar como sospechosas las afirmaciones de cualquiera que diga que Jesús es ambos el Mesías y una segunda persona no creada de la Divinidad, reclamando el título “Dios” en el sentido pleno.

¿Qué retrato del Mesías es dibujado por las Escrituras Hebreas? Cuando los Cristianos del Nuevo Testamento buscan probar la afirmación de Jesús acerca de su destino mesiánico, a ellos les encanta citar apasionadamente Deuteronomio 18:18:

“Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú (Moisés); y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.” Ambos Pedro (Hechos 3:22) y Esteban (Hechos 7:37) usaron este texto principal para mostrar que Jesús era “el profeta prometido” (Juan 6:14), cuyo origen sería en una familia israelita y cuya función sería similar a la de aquella de Moisés. En Jesús, Dios levantó el Mesías, el largamente prometido vocero divino, el Salvador de Israel y del mundo. En palabras de Pedro: “Dios levantó a su siervo y lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hechos 3:26).

Otro texto clásico Mesiánico prometió que “un hijo le nacerá a Israel” (Isaías 9:6), la “simiente de una mujer” (Génesis 3:15), un descendiente de Abraham (Gálatas 3:16), y un descendiente de la casa real de David (2 Samuel 7:14-16; Isaías 11:1). El será el gobernante nacido en Belén (Mateo 2:6; Miqueas 5:2). De sus varios títulos uno será “dios fuerte” y otro, “padre eterno”(Isaías 9.6). Es en este único texto donde podrá parecer que se le coloca al Mesías dentro de la categoría de los seres no creados, sin embargo, el lector sensitivo de la Escritura estará advertido que a un texto único no se le debería permitir deponer la insistencia del Antiguo Testamento de que sólo una persona es el verdadero Dios. No debería olvidarse que los oráculos secretos fueron entregados a los Judíos, ninguno de los cuales pensó que un título divino dado al Rey mesiánico significaba que él era un miembro de un divinidad eterna, ahora compuesta repentina y misteriosamente de dos personas, en contradicción a toda aquella herencia que Israel defendió. El “poderoso Dios” de Isaías 9:6 es definido por el destacado Léxico Hebreo como “héroe divino, reflejando la majestad divina.” La misma autoridad registra que la palabra “dios” usada por Isaías es aplicada en otra parte en la escritura a “hombres de poder y rango”, así como a ángeles. En lo que se refiere por “padre eterno”, el título fue entendido por los Judíos como “el padre de la era venidera (Mesiánica).”5 Era ampliamente conocido que una figura humana podía ser “padre para los habitantes de Judá y Jerusalén” (Isaías 22:21).

En el Salmo 45 el Rey Mesiánico “ideal” es nombrado como “dios”, pero no hay necesidad, sea como sea, de asumir, por consiguiente, que se ha comprometido el monoteísmo Judío. La palabra (en este caso elohim) fue aplicada no sólo al único Dios sino también a “representantes divinos, en lugares sagrados o como proyectando majestad divina y poder” (Léxico Hebreo e Inglés del Antiguo Testamento por Brown, Driver, y Briggs, pp.42,43). El Salmista, y el escritor de los Hebreos quienes la citaron (Hebreos 1:8) estuvieron concientes del uso especializado de la palabra “dios” para describir al Rey Mesiánico y añadir inmediatamente que el Dios del Mesías le ha concedido sus privilegios reales (Salmo 45:7).

Aún el frecuentemente citado texto de Miqueas 5:2 acerca de los orígenes del Mesías no requiere de ningún tipo de preexistencia eterna literal. En el mismo libro una expresión similar fecha las promesas hechas a Jacob desde “tiempos antiguos” (Miqueas 7:20). Ciertamente las promesas del Mesías fueron dadas desde tiempos tempranos en la historia del hombre (Génesis 3:15: cp. Génesis 49:10; Números 24:17-19).


EL MONOTEISMO DEL ANTIGUO TESTAMENTO CONFIRMADO POR JESUS Y PABLO


.Por Sir. A. Buzzard, teologo unitario.

Para aquellos que ya están acostumbrados a las opiniones ampliamente sostenidas en casi todas las denominaciones, es probable que les resulte alarmante la sugerencia de que Jesús no es, de acuerdo a la Biblia, “verdadero Dios de verdadero Dios”. No es usualmente conocido que muchos estudiantes de la Biblia durante todas las épocas, no concluyeron que la Escritura describe a Jesús como “Dios” con “D” mayúscula, incluyendo a un considerable número de eruditos contemporáneos

Una diferencia de opinión en semejante asunto fundamental debería retarnos a una investigación de la importante cuestión de la identidad de Jesús. Si nuestra adoración debe ser, como ya la Biblia lo demanda, “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24), es claro que nosotros deseásemos entender qué revela la Biblia de Jesús y su relación con el Padre. La Escritura nos advierte que es posible caer en la trampa de creer en “otro Jesús” (2 Corintios 11:49---un otro “Jesús” que el revelado en la Biblia como el Hijo de Dios, el Mesías prometido por los profetas del Antiguo Testamento.

Es un hecho chocante que Jesús nunca se refirió de sí mismo como “Dios”. Igualmente notable es el uso del Nuevo Testamento de la palabra “Dios”- en Griego ho theos- para referirse al Padre únicamente, unas 1350 veces. En contraste definido, Jesús es llamado “dios” sólo en un puñado de textos-tal vez no más de dos.1 ¿Por qué esta diferencia impresionante del uso del Nuevo Testamento, cuando tantos parecen creer que Jesús no es menos “Dios” que Su Padre?

El Monoteísmo del Antiguo Testamento Confirmado por Jesús y Pablo

Puede que Los lectores de la Escritura en este siglo no aprecien fácilmente la fuerza del monoteísmo-creencia en un Dios- que fue el primer fundamento de toda la enseñanza del Antiguo Testamento acerca de Dios. Los Judíos estuvieron preparados para morir por su convicción de que el verdadero Dios era una persona única. Cualquier idea de pluralidad en la Divinidad era rechazada como una peligrosa idolatría. La ley y los profetas insistieron repetidamente que sólo uno era el Dios verdadero, y ninguno pudo haber concebido “distinciones” dentro de la Divinidad una vez que se hubieron comprometido a memorizar textos como los siguientes (citados de la Versión Reina-Valera 1960 de la Biblia):

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Deuteronomio. 6:4).

“No tenemos todos un mismo Padre?¿No nos ha creado un mismo Dios?” (Malaquías

2:10).

“Antes de mí no fue formado Dios, ni lo será después de mí” (Isaías 43:10).

“Porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22).

Porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí” (Isaías 46:9).

Ejemplos de declaraciones estrictamente monoteístas del Antiguo Testamento pueden ser multiplicadas. El hecho importante a observar es que Jesús, como el fundador del cristianismo, confirmó y reforzó la insistencia del Antiguo Testamento de que Dios es uno. De acuerdo con los registros de su enseñanza compilados por Mateo, Marcos, y Lucas, Jesús no dijo nada del todo para alterar la creencia en la absoluta singularidad de Dios. Cuando un escriba (un teólogo) citó las palabras famosas “Dios es uno, y no hay otro fuera de él”, Jesús lo elogió porque él “había respondido sabiamente”, y “no estaba lejos del reino de Dios” (Marcos 12:29-34).

En el informe de Juan sobre el ministerio de Jesús, el mismo Jesús confirmó igualmente su irrestricto monoteísmo de su herencia Judía con palabras que no pueden ser mal entendidas. El habló de Dios, Su Padre, como “el único que sólo es Dios” (Juan 5:44) y “el único Dios verdadero” (Juan 17:3). En todos sus discursos registrados él se refirió a la palabra “Dios” como una única persona. Podemos fácilmente discernir la ortodoxia Judía del Antiguo Testamento de Pablo quien habló de su creencia Cristiana en “un solo Dios, el Padre” (1 Corintios 8:6) y “el único Dios” como distinto de “un mediador entre Dios y los hombres” (1 Timoteo 2:5). Para ambos Jesús y Pablo, Dios era un único ser increado, “el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 1:3). Aun después de que Jesús fue exaltado a la diestra del Padre, el Padre es aún, según las propias palabras de Jesús, Su Dios (Apocalipsis 3:12).

Debemos resumir nuestra discusión hasta aquí citando las palabras de L.L Paine, en una ocasión profesor en el Seminario Teológico Bangor:

“El Antiguo Testamento es estrictamente monoteísta. Dios es un Ser personal único. La idea de que una la Trinidad debe encontrarse allí o que incluso debe estar oculta de alguna manera de la vista, es una suposición que tiene una larga vigencia en la teología, pero carece totalmente de fundamento. Los Judíos, como un pueblo bajo sus enseñanzas vinieron a ser unos severos oponentes de todas las tendencias politeístas, y ellos han permanecido resueltos monoteístas hasta este día. En este punto no hay ruptura entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. La tradición monoteísta es continuada. Jesús fue un Judío, entrenado por padres Judíos en las Escrituras del Antiguo Testamento. Su enseñanza fue Judía en el núcleo; un nuevo evangelio realmente, pero no una nueva teología. El declaró que no vino a destruir la ley y los profetas, sino a cumplirlos, y él aceptó como su propia creencia el gran texto del monoteísmo Judío: “Oye Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. Su proclamación concerniente a sí mismo estaba en línea con la profecía del Antiguo Testamento. El fue el ‘Mesías’ del reino prometido, el ‘Hijo del Hombre’ de la esperanza Judía...si él algunas veces preguntó ‘¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? El no dio una respuesta más allá de la implicada aserción de ”Mesianismo” (Una Historia Crítica de la Evolución del Trinitarianismo, 1900, pp. 4,5.)

La fuerza del sentimiento Judío acerca del monoteísmo es ilustrada correctamente por las siguientes citas:

“La creencia que Dios está envuelto de algunas personalidades tal como la creencia Cristiana en la Trinidad, es una separación de la concepción pura de la unidad de Dios. Israel ha rechazado a lo largo de los siglos todo lo que ha estropeado u obscurecido la concepción del monoteísmo puro que ha dado al mundo, y en vez de admitir algún debilitamiento en ella, los Judíos están preparados para andar errantes, a sufrir, a morir”2.

Ezra D. Gifford, en El Dios Verdadero, el Verdadero Cristo, el Verdadero Espíritu Santo, dice: “Los mismos Judíos se resintieron sinceramente por la implicación de que sus Escrituras contenían alguna prueba, o alguna insinuación de la doctrina de la Trinidad ortodoxa, y Jesús y los Judíos nunca se diferenciaron en esta materia, sosteniendo ambos que Dios es sólo Uno, y esta es la más grande verdad revelada al hombre.”3

Si examinamos las enseñanzas registradas de Jesús en Mateo, Marcos y Lucas, recordando que estos documentos representan la comprensión de la iglesia apostólica en los 60-80 d.C., no encontraremos ninguna insinuación de que Jesús creyera ser él mismo una criatura no creada que ha existido desde la eternidad. Mateo y Lucas trazan el origen de Jesús a un especial acto de creación por Dios cuando la concepción del Mesías tomó lugar en el vientre de María. Fue el evento milagroso que marcó el principio-el génesis, u origen de Jesús de Nazaret (Mateo 1:18). Nada se dice del todo de una “eterna filiación”, es decir, que Jesús estuvo vivo como un Hijo antes de su concepción. Esa idea no pertenecía al pensamiento de los escritores bíblicos.

LAODICENSES


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«Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete» (Ap. 3:14-19).

Duele mucho ver a tantos
En torpezas que han creído,
En doctrinas de los vanos
Que blasfeman al Bendito;
Insujetos al Señor,
Pero esclavos de los ritos.

Es muy triste ver a tantos
Alianzados con el mundo,
Consintiendo lo profano,
Aprobando lo de “abajo”
Que en el alma han sembrado.

Es penoso ver a tantos
Entre gritos y entre llantos,
En desorden indebido
Que sepulta todo juicio:

En la “danza” que promueve
El deseo, el anhelo
De la mente traicionera
Que acomoda a su manera
Las doctrinas del Eterno.

Es tan duro ver a tantos
Que van sordos, que van ciegos,
Abrigando lo de “afuera”,
Denigrando la conciencia
Con lo ambiguo y lo moderno.

Da vergüenza ver a tantos
Que aparentan la piedad:
En el templo son lumbrera,
En la calle oscuridad.

Son tan secos e inhumanos,
No hay amor por el perdido,
Al extraño y confundido
No les viene el ayudar.

Esos tantos lastimeros
Tienen grupo presuncioso,
Negligente y orgulloso:
«Dios me ama», dice presto,
«Tengo todo, soy muy rico».

Pero el «día» ya se «asoma»,
El Señor encarará
A los hombres de este grupo
Que con Ira lanzará
A los Fuegos Destructivos,
Al Infierno del Bramido:
¡Nunca más habrá empezar!

Javier Rivas Martínez.

LA METAMORFOSIS DEL REINO DE DIOS CON EL CORRER DEL TIEMPO


Los eruditos discrepan hasta qué punto Jesús entendió el reino de Dios como presente (”realizado”), futuro, o ambos. La mayor parte de ellos están de acuerdo, sin embargo, que Jesús vio el reino, paradójicamente, como de alguna manera “ya” presente pero “aún” no plenamente consumado.

Los Cristianos más tempranos retuvieron esta tensión paradójica, entendiendo el reino de Dios como que ya estaba entre ellos, pero esperándolo para ser totalmente establecido en el futuro próximo cuando Jesús volviera – es decir en uno terrenal y por lo tanto social. Durante los próximos pocos siglos, sin embargo, esta expectativa se atenuó, y la consumación fue empujada adelante en el futuro y en un reino celestial, o espiritual. Las interpretaciones subsecuentes se diferenciaron principalmente en el modo en que ellos enfatizaron el presente contra el futuro, y también lo social (o terrenal) contra lo espiritual (o celestial) del Reino de Dios.

Mientras la piedad medieval (Pietismo) estaba enfocada en una esperanza futura, espiritual y celestial, el catolicismo, al menos desde Agustín (354-430), también podría considerar el reino de Dios como presente de un modo secundario por el establecimiento de la iglesia, y en la sociedad en tanto que la iglesia influyera en ella. Esto condujo a una sacralización del catolicismo y de la sociedad medieval que los reformadores Protestantes procuraron desafiar.

Martín Lutero habló de dos reinos, ambos de los cuales estaban en gran parte presentes. Dios era el más directamente activo en el reino de Cristo. Este consistió en las relaciones espirituales entre individuos justificados y Dios, y entre tales individuos en la iglesia; aquí los asuntos fueron regulados por las enseñanzas de Jesús sobre el radical amor desinteresado. Dios estaba indirectamente presente en los asuntos sociales, sin embargo, a través del reino de este mundo; aquí Dios mantuvo el orden por estructuras sociales tradicionales y la violencia ejercida por los regímenes temporales. Aunque Lutero tuviera la intención de identificar menos el gobierno político directamente con el reino de Dios que lo que hizo el catolicismo, su insistencia en la conformidad hacia las estructuras y gobiernos establecidos, condujo a resultados prácticos similares.

Uno de los líderes de la tradición Reformada, Juan Calvino, habló principalmente del reino de Dios como espiritual, celestial, y futuro. Aun él reconoció que ciertos principios de ello están presentes en la tierra. Los Cristianos Reformados, a diferencia de la mayor parte de Luteranos, cada vez más consideraron el reino de Dios como una fuerza dinámica que transforma la vida útil y política. A veces éste condujo a la crítica y la transformación social. A menudo, sin embargo, esto también condujo a un sacralización de medios violentos del cambio (como en la Guerra Civil Inglesa, 1642-48) y de nuevos arreglos sociales (como entre los Puritanos americanos).

Por otra parte, los socinianos, ciertos albigenses y valdenses, los anabaptistas polacos, Pablo de Samosata, Miguel Servet, John Milton, John Locke, Isaac Newton, y muchos otros que eran unitarios, estaban a la espera del reino de Cristo, e hicieron de éste el mensaje central de las Escrituras, y la razón de su quehacer evangelístico en Europa.

En el siglo 19o el liberalismo Protestante acentuó los aspectos sociales y terrenales del reino de Dios tan fuertemente que sus dimensiones celestiales y espirituales a veces desaparecían. Ellos enfatizaron en las ordenanzas sociales radicales de Jesús, confiados de que éstas se hacían más practicables porque la humanidad se hacía más moral. Ellos a menudo comparaban esta supuesta evolución moral con la futura dimensión del reino de Dios. Pero en tanto que ellos lo identificaron con los movimientos tales como socialismo y democracia, los liberales los sacralizaron y subestimaron la radicalidad de la llamada de Jesús para la conversión espiritual.

La alineación optimista del liberalismo de los movimientos sociales con el reino de Dios despertó dos protestas muy diferentes en los siglos 19 y 20. Los dispensacionalistas sostuvieron que las enseñanzas sociales de Jesús debían ser seguidas literalmente en el reino de Dios – pero que este reino era totalmente futuro y sería establecido sólo en su vuelta. En la presente “Edad de la Iglesia” sólo el énfasis espiritual de Jesús era relevante. Completamente diferentemente, los teólogos existenciales, p.ej, Rudolf Bultmann (1884-1976), afirmaron que las enseñanzas de Jesús realmente no tenían ninguna importancia social, pero que el reino de Dios estaba presente siempre que los individuos respondieran a Dios. A pesar de sus diferencias, ambas teologías localizaron la esencia de la vida cristiana no en el movimiento social e histórico, sino en un reino presente, interior.

Finalmente, para entender el reino de Dios, es necesario tomar en cuenta la expectativa judía mesiánica del reino, la cual propugna la restauración completa del reino de Dios en la tierra prometida como en los viejos tiempos de los primeros reyes, tales como David, Salomón, etc. Jesús, sin duda, jamás manifestó que su reino sería radicalmente distinto de aquel que vendrá a restaurar. Si él restaurará el reino davídico caído o desaparecido, es imposible que termine siendo uno totalmente distinto en un lugar diferente. Pero las iglesias parecen obviar el pensar Judío del reino, y sólo se limitan a escuchar lo que tiene que decirnos el teólogo Agustín de Hipona o el protestante Lutero sobre el tema. Éste último, por otra parte, no mostraró mucha simpatía por los judíos, y en sus expectativas mesiánicas, a pesar de que en 1517 sostenía, entre sus principios, devolver el cristianismo a sus fuentes hebreas, en lugar de la interpretación helenística.

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EL REINO DE DIOS Y SU CONSUMACION FUTURA


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Excelente estudio de mi fino y gran amigo Mario Olcese Sanguineti (Apologista)

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El entendimiento de que el reino de Dios “ya está” en algún sentido “presente” hoy, nos debería animar como cristianos a poner mayor interés por darlo a conocer al mundo entero, y para proclamar que su total consumación aún descansa en el futuro, para la parusía de Jesucristo, el rey del reino. Es necesario no olvidar que la cristalización del reino descansa todavía en el futuro. Si nuestra única esperanza está en esta edad, no tendríamos ya mucha esperanza (1 Corintios 15:19). No abrigamos ilusiones de traer el reino con los esfuerzos humanos, pues es imposible mientras el diablo sea el Dios de este mundo (2 Cor. 4:4). Cuando sufrimos reveses y persecuciones, cuando vemos que la mayor parte de personas rechazan el evangelio del reino, ganamos fuerza por el conocimiento de que la plenitud del reino está aún en una edad futura.

No importa cuánto tratemos de vivir en un camino que refleja a Dios y su reino, no podemos transformar este mundo en el reino de Dios. Este debe venir a través de una dramática intervención divina. Los acontecimientos apocalípticos son necesarios para introducir la nueva edad. Satanás debe ser completamente depuesto y “encarcelado”.

Numerosos versículos de la Biblia nos dicen que el reino de Dios será una gloriosa realidad futura. Sabemos que Cristo es un Rey, y nosotros esperamos para el día en que él ejercerá su poder de un modo grande y dramático para detener el sufrimiento humano. El libro de Daniel predice un reino de Dios que gobernará la tierra (Daniel 2:44, 7:13-14, 22); el Apocalipsis del Nuevo Testamento describe su llegada (Revelación 11:15, 19:11-16).

Oramos para que el reino de Dios venga pronto (Lucas 11:2). Los pobres en el espíritu y los perseguidos esperan su futura “recompensa en el reino de los cielos” (Mateo 5:3, 10, 12). La gente “entra en el reino” en un futuro “día del juicio” (Mateo 7:21-23, Lucas 13:22-30). Jesús pronunció una parábola porque algunas personas pensaban que el reino se haría poderoso en seguida (Lucas 19:11).

En la profecía Olivética, Jesús describió acontecimientos dramáticos que vendrían antes de su vuelta al poder. Poco antes de su crucifixión, Jesús pensó con mucha ilusión en un reino en el futuro (Mateo 26:29).

Pablo habla varias veces de “heredar el reino de Dios” como una futura experiencia (1 Corintios 6:9, 10; 15:50; Gálatas 5:21; cf. Efesios 5:5), y por otra parte indica por su lenguaje que él piensa en ello como realizado sólo al final de edad (1 Tesalonicenses 2:12; 2 Tesalonicenses 1:5; Colosenses 4:11; cf. 2 Timoteo 4:1, 18). Cuando Pablo quiere concentrarse en la manifestación presente del reino, él tiende a introducir el término “justicia” o “rectitud” junto “con el reino” (Romanos 14:17) o en lugar del reino (Romanos 1:17; para la asociación cercana del reino y la justicia de Dios, ver a Mateo 6:33), o (alternativamente) para unir el reino con Jesucristo en lugar que con Dios el Padre (Colosenses 1:13). (J. Ramsey Michaels, “el Reino de Dios y el Jesús Histórico,” capítulo 8 del Reino de Dios en la Interpretación del Siglo XX, editado por Wendell Willis [Hendrickson, 1987], página 112).

Muchas escrituras “de reino” podrían aplicarse igualmente al reino presente o a la futura realización. Los transgresores de la ley serán llamados lo menos en el reino (Mateo 5:19-20). Abandonamos familias por el reino (Lucas 18:29). Entramos en el reino por las tribulaciones (Hechos 14:22). La cosa importante para este artículo consiste en que algunos versículos son claramente para el presente, y muchos son claramente para el futuro.

Después de la resurrección de Jesús, los discípulos le preguntaron, “¿Señor, restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Y aquí Jesús no les dice que el reino ya estaba siendo restaurado en un sentido nuevo y espiritual, diferente al nacional que ellos conocían a través de las Escrituras. Simplemente les dice que el tiempo para la tal anhelada restauración aún descansa en el futuro, y que sólo lo conoce el Padre (el único Dios verdadero Omnisciente). Así que, contrario de lo que muchos exponentes bíblicos afirman, Jesús no destruyó las esperanzas Judías mesiánicas de un reino davídico por restaurarse a Israel. Por lo tanto, este texto de Hechos 1:6 es un problemón para los preteristas, incluyendo a los amilenialistas.

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PORQUE JESUS PRONUNCIO LA PARABOLA DE LAS DIEZ MINAS?


Por Ingº Mario Olcese (Apologista)

Pocos estudiantes de la Biblia se han detenido para preguntarse para qué Jesús pronunció la famosa parábola de las Diez Minas de Lucas 19:11-27. Pues bien, esta es una de las pocas parábolas que Jesús habló para responder a una inquietud o expectativa de sus seguidores con relación a su tan anhelado reinado mesiánico.

¿Un reino que se manifestaría inmediatamente?

En Lucas 19:11 descubrimos la razón por la que Jesús pronunció la parábola de la Diez Minas, con estas palabras: “Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente”. Nótese que Jesús elaboró esta parábola porque sus partidarios pensaban que su reino se manifestaría inmediatamente o que estaba muy próximo a cumplirse.

¿Pero qué les hizo pensar que el reino era inminente?

La respuesta se obtiene del mismo verso 11, el cual dice: “por cuanto estaba cerca de Jerusalén”. Sí, los partidarios del Mesías y su reino creyeron que Jesús ya iba inaugurar el reino esperado porque estaba acercándose a Jerusalén, la ciudad capital que Jesús había llamado: “la ciudad del gran rey” (Mateo 5:35). Recordemos que los antiguos reyes ungidos de Israel habían hecho de Jerusalén la capital del reino de Dios, y como era de esperarse, el heredero al trono tendría que entrar en esta misma ciudad para retomar el reino y el trono de sus ancestros.

¿Desechó Jesús aquella expectativa de sus paisanos Judíos?

Si el reino que el Señor predicaba era uno muy distinto al concebido por sus paisanos Judíos, entonces él tuvo aquí una magnífica oportunidad para corregir por completo sus “erradas expectativas” sobre una reino restaurado como antaño y presentarles su nuevo y revolucionario reino de carácter meramente espiritual y supra mundano. ¿Pero lo hizo Jesús? Les dijo, acaso, que su reino es ahora uno espiritual, o en “el corazón de los creyentes”? ¡Pues, no! En el verso 12, Jesús añade: “Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver”. Es decir, Jesús en ningún momento destruyó o revocó sus expectativas de un reino restaurado en la tierra como antaño, cuando les dice que primero él (el hombre noble) tiene que ir al cielo para recibir un reino (e.i. la autoridad) y después volver a Jerusalén (recordemos que él volverá a pisar el Monte de los olivos) para restaurar el reino que le fue confiado por el Anciano de Días…Su Padre (Daniel 7:13,14).

Autoridad sobre las naciones

Jesús, en los versículos subsiguientes (13-27), se extiende más en su parábola y revela que al volver a la tierra, él les dará a sus fieles siervos autoridad sobre ciudades enteras (Ver versículos 17,19). Esto, por sí solo, nos debería convencer de que su reino no es uno simplemente de carácter espiritual y supra mundano, o uno “en el corazón” de cada creyente. Aquí hay una promesa real y concreta de recibir autoridad y poder para regir a naciones reales y literales de este mundo. Es, pues, un reino o gobierno real o literal, uno dirigido por el Hijo de Dios, uno que es perfecto justo, y recto… uno que se origina de los cielos o de Dios.

¿Está Jesús restaurando el Reino en este tiempo?

En Hechos 1:3,6,7 leemos que los discípulos le preguntaron unánimemente a Jesús, lo siguiente: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” o como vierten algunas versiones: “¿Estás restaurando el reino en este tiempo”? y Jesús entonces prosigue para decirles simplemente: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que Dios puso en su sola potestad”. Es decir, Jesús no desechó la expectativa de sus seguidores para la tan esperada restauración del reino de su ancestro David, sino que más bien la confirma implícitamente, diciéndoles claramente que la fecha para el cumplimiento de ese magno evento sólo lo sabe Dios, su Padre, y nadie más.

¿Podría alguno, después de toda esta evidencia, atreverse a decir que el reino de Dios no tiene nada que ver con Jerusalén y las naciones de la tierra? ¡No lo creo!...¡aunque no faltan los “cielo-tercos”!