Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
A pesar de que Russell dijo: “Dios envió a Cristo a morir por nuestros pecados”, mucho del verdadero concepto soteriológico mostrado en la Biblia no coincide con el que Russell declaró en el pasado, y siguen aceptando. Russell sostuvo que el rescate hecho por el Señor Jesucristo por los pecadores no era “una garantía para que se lograra obtener la vida eterna”. Para Russell era vitalmente imprescindible una segunda oportunidad, aparte, con énfasis se recalca, del sacrificio expiatorio de Cristo en la cruz del Gólgota. Russell dijo que la muerte de Cristo únicamente expió el pecado de Adán, que el derramamiento de su sangre no involucraba el resto de la humanidad. Para Russell era obligado pertenecer o ser miembro de la organización de los Testigos de Jehová, realizar buenas obras individuales, conocer sus enseñanzas doctrinales, y asistir a sus reuniones para alcanzar la salvación, la vida eterna en el “nuevo mundo”. Para que uno pueda ser “nacido de Dios, según la organización jehovista, “tendrá que esperar hasta el día de sus resurrección para tal efecto”.
Como podemos ver, la arrogancia de los teólogos Jehovista no es nada pequeña. Si son indispensables sus enseñanzas doctrinales, el asistir a sus encuentros y trasmitir a otros lo que han aprendido para salvarse, es muy razonable pensar que nadie antes que ellos ha sido salvo. Entonces los miembros de la Iglesia de Roma, los de Tesalónica, los de Colosas, los de Corinto, etc., a quienes Pablo escribió sus alentadoras y edificantes cartas, se condenaron y perdieron con seguridad (Lo señalo una vez más). Evidentemente, con esto, la salvación ya no es por la «Gracia Divina», «por fe», que es «don de Dios», un «regalo inmerecido del Señor», por su «misericordia y su bondad», sino por “obras humanas”, por “innecesarios esfuerzos que valen más que la Gracia”, conforme de este modo lo entienden los Testigos de Russell, estos hijos del diablo que se “glorían” con orgullo egoísta por tal mentira:
Ef. 2:8 «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef.2:8-9).
Para que lo sepan los Testigos, la fe es la única condición para la salvación. Si hay fe, se puede creer. Si no la hay, es razonable que no se crea, «Porque sin fe es imposible agradar a Dios» (He. 11:6). No hay que olvidar que el «arrepentimiento» es necesario, y como un teólogo comenta, que el «arrepentimiento es simplemente la preparación del corazón y no el precio que se paga por el don de vida». Es cierto que en el cristiano las «obras buenas» son vitales por ser un mandato, pero nada tienen que ver con la «salvación». Las buenas obras son el producto del hombre convertido que es dirigido por Dios a través de su espíritu santo, a toda justicia y verdad. Pablo escribe que hemos sido creados en Cristo para buenas obras (Ef. 2:10; véase además Stg. 2:22). Las obras de los Testigos son sin amor y condicionantes, porque creen que el hacerlas conseguirán el “favor de Dios”. “El ir de casa en casa, recorrer con ardua determinación cientos de metros para predicar sus mitologías y su reino fatalista” no los eximirá del fuego terrible. ¡Qué equivocados están por no estar convertidos a Cristo.
Con la muerte de Jesucristo, se hace una propiciación «suficiente» por los pecados del mundo. Dios estableció un plan perfecto y completo, porque el es Perfecto e Infalible, para la redención de los hombres pecadores. Los tipos o sombras del sacrificio de Cristo son muchos en la Biblia: Se logra ver en aquel animal sacrificado por Dios para proveer vestido a Adán y Eva (Gn. 3:21), en el carnero sacrificado en el monte Moriah (Gn. 22:13), en los sacrificios hechos por los patriarcas en la antigüedad y registrados en el vetero testamento (Gn. 8:20; 12:8; 26:25; 33:20; 35:7), en el cordero pascual de la tierra de Egipto (Ex. 12:1-28), en los sacrificios levíticos ( Caps. 1-7), en la ofrenda de Manoa (Jue.13:16, 19), en el sacrificio anual de Elcana (1 S. 1:1-20), en la ofrenda de Samuel (1 S. 7:9-10; 16:2-5), en las ofrendas del rey David (2 S. 6:18), en las ofrendas de Elías (1 R. 18:38), en las de Ezequías (2 Cr. 29: 21-24), en las ofrendas en el tiempo de Esdras (Esd. 3:3-6), en las de Nehemías (Neh. 10:32-33). Es ridículo y presuncioso aceptar que el Dios Todopoderoso habría de requerir un día de la “ayuda” de hombres necios y errados. Dicha ayuda es pertenecer a la organización watchtoweriana para culminar la “inconclusa obra expiatoria ofrecida por el Padre por medio de Jesucristo”. Por lo tanto, los Testigos han hecho del sacrificio sustitutivo del Hijo de Dios (Is. 53:5; 2 Co. 5:14; Heb. 2:9; 1 P. 3:18; 1 P. 2:24; Ro. 5:8; 8:32; Gal. 1:4) uno casi inservible para salvar a quienes han creído en su persona mesiánica (Jn. 3:36; Ro. 10:9-11). Cristo es el verdadero «Cordero Pascual que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29), y su sacrificio fue lo suficientemente apto para redimir al más protervo de los seres humanos que hay en esta demacrada tierra por causa del pecado. Cristo fue la misma «ofrenda viva y verdadera» de Dios por el pecado que trajo como consecuencia la muerte eterna. Cristo fue entregado para morir bajo los designios de Dios, por «su consejo determinado y anticipado» (Is. 53:10; Hech. 2:23), para el rescate de muchos, de los «elegidos», de los «predestinados» que han confesado su bendito nombre (Ro.10:10; Ef. 1:4-5), «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…» (1 P. 3:18), no “muchas veces“, ni jamás tampoco su sacrificio sangrientamente cruento ha necesitado de “bordones humanos” para ser “entero y eficiente”. Por eso Cristo exclamó antes de morir: «Consumado es» (Jn. 19:30), en otras palabras: «No hay más agregados». La muerte expiatoria de Cristo vindicó, rectificó de una vez por todas la Santidad de Dios, limpió al pecador de sus maldades, otorgándole eterna vida, la salvación que será consumada en su retorno, cuando venga por segunda vez a juzgarlo y a reinarlo teocráticamente (1 P. :5). El Santo carácter de Dios fue agredido, violentado por el pecado del hombre, y se requería de un «castigo» para vindicarlo (Ro. 3:24-26). Por eso, «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado…» (2 Co.5:21). Cristo sufrió los dolores de forma voluntaria allegándose a la condición pecaminosa y maligna del hombre caído, sin «mancharse», sin dejar de ser «puro», ni «recto», para poder «justificarlo» (Ro. 5:1), para «reconciliarlo con Dios» ( 2 Co. 5:18; Ro. 5:10; Col. 1:20) con su muerte sin duda, absolutamente capaz.
Se entenderá que con la «propiciación» se ha aplacado la ira de Dios, absolutamente, ya que se necesitaba que el ofendido por el pecado, que es Dios, porque contra él se ha pecado, se le satisficiera las exigencias de su justicia santa para anular la culpa de los hombres. Cristo “no expió el pecado de un solo hombre”, el de Adán, como han creído en el océano de ignorancia los Testigos por tanto tiempo. El autor de la epístola a los Hebreos escribió que la expiación de los pecados fue para «el pueblo», integrado, obvio, por los creyentes en Cristo:
« Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Heb. 2:17).
Por otra parte, sin salirnos de la tangente, fue tan suficiente además de parte del publicano exclamar: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (Lc.18:3). No existe otra situación diferente, aparte de exclamar, de la que echara mano el publicano para recibir el perdón de Dios. Y si hay perdón, hay justificación, y si el hombre es justificado delante de Dios, «no por obras», hay vida eterna. Cristo es claro al respecto:
«Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (Lc.18:14).
Juan el apóstol hace saber a los creyentes en su primera epístola que los que han creído en Jesucristo son tenidos por «poseedores de la vida eterna» (véase por favor 1 Jn. 5:11-12). Cristo mismo dijo que «los que en él creían tenían vida eterna» (véase por favor Jn. 3:15-16). Ni el Señor Jesucristo ni el apóstol amado hablaron en las escrituras de una “segunda oportunidad”, traducida en “obras y en el asistir a los grupos de la Watchtower”, segunda oportunidad que patrocinan tan pertinazmente. ¡Qué absurdo disparate es este! ¡Por favor!
«Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios» (1 Jn. 5:13).
El que está en Cristo, «nueva criatura es». La Biblia de ese modo lo revela (2 Co. 5:17), y como «nueva criatura», como creyente en Cristo, viene a ser uno «nacido de Dios», al que se le ha dado «potestad de ser su hijo», «engendrado espiritualmente» para ser un «hijo de Dios», «no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de varón, sino de Dios». La Biblia no aclara en un lugar determinado que un creyente en Cristo tenga que esperar hasta el día de su resurrección para ser “nacido de nuevo”. Vil e inmisericorde mentira es tal aspecto.
«Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, si no de Dios» (Jn. 12:12-13).
«Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Jn. 3:3).
«Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Jn. 3:6).
«…siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (1 P. 1:23).
Cristo aplacó la ira justa de Dios que estaba sobre los pecadores con su muerte expiatoria (1 Jn. 2:2; 4:10; He. 2:17; Ex. 12:12), librándolos de la culpa del pecado y del castigo que merecían (Ro. 3:24-25). Dios quitó de los hombres el adherente y terrible peso del castigo eterno por causa del pecado al darle perdón por medio de la muerte de Cristo, por el derramamiento de su sangre redentora (Ef. 1:7).
Los Testigos de Russell han hecho del sacrificio de Cristo uno “incompleto”, uno “medio eficaz”, porque quieren justificar que el pertenecer a su asociación diabólica es la única forma para poder salvarse.
Mi muy querido amigo y hermano, Mario Olcese Sanguineti, y un humilde servidor, hemos publicado en la bondad de Dios estudios que develan su craso y perjudicial engaño religioso. Por desgracia, muchos seguirán en esta ófrica y egoísta organización que los está arrastrando peligrosamente y con firme paso a la condenación eterna.
El día del juicio llegará y sus mentiras les serán estrujadas en sus mismas caras por el Dios del cielo, y el castigo no se hará esperar, tarde qué temprano. Hay misericordia aun para ellos, si desisten de sus dogmáticas iniquidades, abriendo los ojos de la mente para considerar su arraigante error.
Testigos de Jehová, tengan en cuenta este verso, en el amor de Cristo, lo dejo para ustedes:
«Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio» (Stg. 2:13).
Amén.