Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Gn. 2:7).
En otras traducciones de este verso, «un ser viviente» es sustituido por un «un alma viviente» (nefesh hayyah, heb.). El término «alma» en la Biblia carece de toda relación o afinidad con el concepto griego filosófico-religioso y ancestral del «alma inmortal», y de su “meta psique” o trasmigración, doctrina pagana introducida en Grecia por los orfistas y los pitagóricos, la que concientizó además Platón, extendiéndola.
El hombre vino a trasformarse en «un ser viviente», o «alma viviente», por medio del «aliento» de Dios soplado en el barro, en la arcilla orgánica. La palabra «aliento de vida» o «nefesh», tiene un significado variado: Significa «alma» en el sentido de la «psique» (gr.) o de la «mente» humana, también llamado «corazón»: la naturaleza emocional del hombre (Mt. 15:19). Significa «vida» y «persona». Se traduce además como «deseo», «apetito», «emoción» o «pasión». El barro recibió «vida» mediante un acto de Dios que lo convirtió en «un ser o alma viviente», «un ser pensante que no se puede dividir». Cristo dijo en el huerto del Gesemaní que su «alma estaba muy triste, hasta la muerte» (Mt. 26: 38). Sugiere aquí con exactitud que su carga emocional era terrible y muy pesada, trayéndole como consecuencia un fortísimo estado de ansiedad, al tener en cuenta en su mente el sacrifico vicario y salvífico que tenía pendiente en la imperturbable cruz de madera; a causa de tal motivo, pudo exclamar: «Padre mió, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39).
«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts. 5:23).
Pablo no hace aquí ninguna distinción entre una cosa y otra (espíritu, alma y cuerpo), como si el hombre fuese una entidad que pudiera separarse por “esencias”: «Os santifique (hagiasai humäs, gr.) por completo» (holoteleis, gr. holos: entero; telos: fin, gr.). Esta referencia apunta más a cualidades que a cantidades, porque el hombre es una «inseparable totalidad»; ciertamente el hombre es un «agente indivisible». «Vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo» (humön to pneuma kai hë psuchë kai to söma, gr.), no es mencionado como aludiendo una trico o dicotomía objetiva y literal. Todos los seres humanos, conversos y no, buenos y malvados, poseen un «hombre interior»: «Alma» (psuchë; mente, nous, gr.), «corazón» (kardias); el «hombre interior» (ho esö anthröpos, gr.), y el «hombre exterior» (soma, ho exö antrhöpos), pero nosotros como creyentes, tenemos el «espíritu santo», y el «espíritu renovado» por el «paráclito» (véase 1 Co. 2:11; Ro. 8:9:11). El hombre, por lo visto, no es una «integridad compuesta» como se ha creído por muchos siglos. En la primera carta a los corintios, en el segundo capítulo, el apóstol Pablo hace una analogía entre el «espíritu de Dios» y el «espíritu del hombre». El «espíritu de Dios» (to pneuma tou tehou, gr.), no solamente escudriña nuestros «corazones», sino también «aun lo más profundo de Dios» (kai ta bathë tou tehou, gr.). «El espíritu de Dios», es por decir así, la conciencia de él mismo, su mente omnisciente. Dios conoce sus propósitos a través de su «santo espíritu». De forma semejante, el «espíritu del hombre que está en él» (to neuma tou anthröpou to en autöi, gr.), es su propia mente o conciencia auto analizadora:
«Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?» (1 Co. 2:11).
El «espíritu del hombre», es una condición inherente en cada individuo humano. “No es un agregado que se pueda desechar”. Cuando el cuerpo del hombre perece, su «espíritu» o «conciencia» también perece.
Tendrá que comprenderse, por los fundamentos ofrecidos, que el ser humano es «indiviso en su integridad»; es de ese modo como Pablo lo entendió siempre (Sea guardado entero, holoklëron terëthëië, gr.) El adjetivo «holoklëron» posee un significado «completo en todas sus partes» (holos, todo, klëros, parte, gr.). Es imposible, con esto, aún seguir admitiendo la doctrina del «alma inmortal» que elaboró el paganismo griego.
«Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mt. 10:28).
El «alma» y el «cuerpo» son tomados aquí como un todo: el hombre. El «alma» es la «mente» de donde nacen las emociones y los sentimientos; es donde reside la razón, la inteligencia y la locura; es de donde surgen el trémulo cavilar y las firmes decisiones. El «alma», es la vida del «cuerpo», la chispa o el «hálito de vida» que de Dios proviene, que insufló; él lo ha dado (Ec. 12:7). «Cuerpo, alma y espíritu»: Unidad indisoluble conocida como «ser humano», cuya propiedad no puede separarse sin que su esencia se destruya o altere. En este texto, el «cuerpo» y el «alma» son expresados como si constituyesen todo el hombre. «Destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (kai psuchën kai söma apolesai en geennëi, gr.), no incita a pensar que la unidad posea la capacidad de disgregarse en «dos partes», sino que es, exclusivamente, «una sola cosa»: el hombre, de nuevo. La destrucción del «alma» y el «cuerpo» acontecerá cuando «los muertos grandes y pequeños» (tous nekrous tous megalous kai tous mikrous, gr.) sean despertados de su muerte prolongada en la segunda resurrección (La primera resurrección es la de los justos, véase Ap. 20:4-6, y deduzca), para ser juzgados en el Juicio del Gran Trono Blanco (Ap. 20: 11-13), y después lanzados, en «cuerpo entero», es decir, en «cuerpo y alma», en el Lago de Fuego que arde con azufre (Ap. 20:15). En 1R.17:21, la mujer suplica a Elías por el hijo que ha muerto prematuramente: «…te ruego que hagas volver el alma (la vida: nefesh, heb.) de este niño a él». Es decir, «…te ruego que hagas volverle la vida de este niño a él». No hay relación aquí con un cuerpo místico-espiritual, tal como lo concibió la religión pagana antiquísima. El «alma», definitivamente, es la «chispa vital» que hace del hombre un agente dinámico, animado, que lo trasforma en un «alma viviente».
Por ningún lado la Biblia explica que inmediatamente después de la muerte una supuesta «alma inmortal etérea» emprenda rápido “vuelo” al tercer cielo de Dios, por obras buenas, o que vaya al infierno, por obras malas. Mucho tienen que ver en esta falsa creencia, el no considerarse la parábola del «rico y Lázaro» como tal. En nuestros blogs existen estudios muy claros al respecto. Búsquelos amable lector. Estos sensatos y racionales estudios eliminan “limpiamente” la literalidad de dicha parábola. Su interpretación es alegórica, en forma figurada, sin la menor duda. No es hasta después de la resurrección de los muertos cuando se logrará definir qué persona irá en «cuerpo completo» a su lugar merecido, no antes: «Para vida eterna, o para condenación eterna». Veamos esta sólida realidad:
«No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Jn. 5:28-29).
Prosigamos:
«Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos» (Ap. 6:9-11).
Esta imagen de la visión, no es literal, sino alegórica. El altar que aparece ubicado en el cielo es simbólico, el antitipo del altar del tabernáculo en la tierra ordenado a Moisés, de acuerdo a Heb. 8:2-5:
«… ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer. Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte» (Heb. 8:2-5).
La alegoría muestra que estas «almas» se encuentran debajo (hupokato, gr.) del altar. Recordaremos que la sangre de los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento, según el culto levítico, era derramada hacia el fondo del altar (véase Lv. 4:7). Las mártires mencionadas o «almas» que son «vidas humanas» y no en el sentido de ser «sustancias inmortales» que fueron parte una vez de un cuerpo palpable o «soma», imperceptibles para el ojo humano común, como los espíritus demoníacos (Las almas, tas psuchas, gr.). Estos «mártires» han dado sus «vidas» o «almas» como su Señor que ha sido «inmolado» (Porque fuiste inmolado, hoti esphagës, gr.) para la redención y el rescate de muchos (Mt. 20:28; Ap. 5:9). En Ap. 5:6 existe un simbolismo que señala el invaluable sacrificio de Cristo, representado como «un Cordero como inmolado». «Los siete cuernos y siete ojos del Cordero», revelan el magno poder y la plenitud perfecta de Dios en Cristo por medio del espíritu santo. Es obvio y evidente que en la humanidad de Cristo no aparece en realidad este número de «cuernos» y de «ojos». Este simbolismo tiene un propósito preciso: mostrar lo que Cristo hizo por los hombres pecadores en la cruz del Calvario y la unidad habida entre éste con el Padre (Jn. 17:11, 21-22). Los mártires que aparecen debajo del altar y que claman con voz potente y vocativa (¿Hasta cuándo…? heös pote, gr.) por justicia y venganza al Dios del cielo por sus sangrientas muertes (Vengas nuestra sangre de manos de los que moran en la tierra, ekdikeis to haima hëmön ek tön katoikountön epi tës gës, gr.), son al parecer en esta representación simbólica, porque no se especifica, los siervos de Dios que han sido muertos en todas las edades, desde la persecución de los cristianos que empezó con el cruel Domiciano, que continuó notablemente a lo largo de la edad media por el nefando y lóbrego catolicismo, y que continúa con odio desmedido en ciertos países del mundo hasta hoy en día, «a causa de la Palabra de Dios». Estos textos estudiados ahora, por desgracia y desventura, han sido mal comprendidos, al aplicar, en este caso, de modo incorrecto, el método de interpretación literal, muy «abusado y venerado» por los trinitarios dispensacionalistas. Si el método de interpretación literal es el correcto para comprender Ap. 5:6, no cabe duda entonces que Cristo es “un animal de la especie del género «Ovis», con una gran cantidad de «ojos» y «cuernos», semejante a un monstruoso error biológico”; tendríamos que aceptar rotundamente también como “almas inmortales separadas de los cuerpos de los mártires que murieron por causa de Jesucristo, y que están en estos momentos en el cielo, en la misma presencia santa de Dios”; “almas inmortales que yacen descarnadas en la base del altar de los sacrificios”. Esto, amigos míos, no puede ser nunca.
Pablo considera la «muerte» como el «dormir profundo y natural» (véase 1 Ts. 4:13-14). De los que murieron en Cristo en su época el apóstol dice: «Acerca de los que duermen» (peri tön koimömenön, del antiguo koimaö, poner a dormir, gr.). Los griegos y los romanos empleaban esta figura del sueño para la muerte; Cristo la usa en Jn.11:11. «El sueño de la muerte, es la inconciencia absoluta de la mente en ese estado». Es el «no saber nada de aquí, ni de ningún otro lado». Por lo tanto, el “más allá”, es inexistente.
Cuando Caín mató a su hermano, a Abel el justo (Mt. 23:35), en sentido figurado, metafóricamente, Dios le dijo que «la voz de la sangre de su hermano clamaba a él desde la tierra» (Gn. 4:10), entendiéndose que Dios no estaba muy contento con el acto homicida perpetrado por Caín, por lo que Dios habría de juzgarlo con enorme severidad. El texto jamás menciona que el “alma de Abel clamaba a Dios desde el cielo por el macabro asesinato hecho contra su persona”. ¿Seguiremos considerando aún con tan tangibles prueba presentadas la existencia de un «alma inmortal»?
La Biblia no establece la enseñanza de la doctrina de la «inmortalidad del alma»; con remarcada notoriedad es incompatible con ella. El rey Salomón describe el «estado o condición inconciente» de las personas después de la muerte, sin dejar huecos o pautas de oportunidad para pensar y admitir otra cosa:
«Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol» (Ec. 9:5-6).
El predicador pone de manifiesto que los individuos finados, «nada saben», «porque su memoria ha sido puesta en olvido». Es lógico suponer con semejante declaración, que nadie está conciente o despierto después del evento de la muerte, en un “equis” lugar, nómbrese «cielo», «limbo», o «infierno». Ninguna persona muerta puede «amar», «odiar» o «envidiar»; por este motivo, es imposible alabar a Dios inmediatamente después de morir:
«No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio…» (Sal. 115:17).
Termino diciendo, como recordatorio, que el hombre consiste en tres elementos indivisibles y diferentes, «cuerpo», «alma» y «espíritu». El «cuerpo» es la parte material que constituye físicamente al hombre; el «alma» es el principio de vida animal en el hombre; y el «espíritu» es el principio de la vida racional del hombre. Tomaremos en cuenta, por su importancia, que «vida» (alma) y «espíritu» se utilizan de forma intercambiable en la Biblia (véase por favor: Job. 27:3; 33:18), como también «alma» y «espíritu» (véase por favor: Sal. 42:6; Jn. 12:27; He. 12:23).
Al morir el hombre, el «cuerpo» vuelve a la tierra y el «alma» deja de existir. Pertenece la «imaginación», la «memoria», la «comprensión» al «alma» humana. El poder de «razonar», la «conciencia» y el «libre albedrío» al «espíritu» del hombre. El hombre es una unidad de «cuerpo y alma», inesperable en su sustancia que espera la resurrección, si ha muerto, o la trasformación en vida, para obtener un «cuerpo espiritual», si es fiel creyente, como el de Cristo en su resurrección, que no era un «espíritu incorpóreo», un «espectro», una «apariencia» humana, según la errada creencia de los gnósticos docetistas (véase por favor: 1 Co. 15:44; 1 Jn. 4: 2-3 «… porque un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo». Lc. 24:39).
Los muertos serán despertados en el futuro del polvo de la tierra, cuando Cristo venga en gloria y visible al mundo para juzgarlo (Mt. caps. 24 y 25). La doctrina de la «inmortalidad del alma», es una mortal mentira pagana que no pocos deberán desalojar de sus mentes por ser herética y comprometedora para sus vidas espirituales. Su sinceridad personal, no los justificará en el día del juicio.
«Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dn. 12:2).
Tengan cuidado en lo que están creyendo.
Gracias hermanos y amigos míos que nos visitan con agrado y deseos de aprender.
«Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Gn. 2:7).
En otras traducciones de este verso, «un ser viviente» es sustituido por un «un alma viviente» (nefesh hayyah, heb.). El término «alma» en la Biblia carece de toda relación o afinidad con el concepto griego filosófico-religioso y ancestral del «alma inmortal», y de su “meta psique” o trasmigración, doctrina pagana introducida en Grecia por los orfistas y los pitagóricos, la que concientizó además Platón, extendiéndola.
El hombre vino a trasformarse en «un ser viviente», o «alma viviente», por medio del «aliento» de Dios soplado en el barro, en la arcilla orgánica. La palabra «aliento de vida» o «nefesh», tiene un significado variado: Significa «alma» en el sentido de la «psique» (gr.) o de la «mente» humana, también llamado «corazón»: la naturaleza emocional del hombre (Mt. 15:19). Significa «vida» y «persona». Se traduce además como «deseo», «apetito», «emoción» o «pasión». El barro recibió «vida» mediante un acto de Dios que lo convirtió en «un ser o alma viviente», «un ser pensante que no se puede dividir». Cristo dijo en el huerto del Gesemaní que su «alma estaba muy triste, hasta la muerte» (Mt. 26: 38). Sugiere aquí con exactitud que su carga emocional era terrible y muy pesada, trayéndole como consecuencia un fortísimo estado de ansiedad, al tener en cuenta en su mente el sacrifico vicario y salvífico que tenía pendiente en la imperturbable cruz de madera; a causa de tal motivo, pudo exclamar: «Padre mió, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt. 26:39).
«Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts. 5:23).
Pablo no hace aquí ninguna distinción entre una cosa y otra (espíritu, alma y cuerpo), como si el hombre fuese una entidad que pudiera separarse por “esencias”: «Os santifique (hagiasai humäs, gr.) por completo» (holoteleis, gr. holos: entero; telos: fin, gr.). Esta referencia apunta más a cualidades que a cantidades, porque el hombre es una «inseparable totalidad»; ciertamente el hombre es un «agente indivisible». «Vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo» (humön to pneuma kai hë psuchë kai to söma, gr.), no es mencionado como aludiendo una trico o dicotomía objetiva y literal. Todos los seres humanos, conversos y no, buenos y malvados, poseen un «hombre interior»: «Alma» (psuchë; mente, nous, gr.), «corazón» (kardias); el «hombre interior» (ho esö anthröpos, gr.), y el «hombre exterior» (soma, ho exö antrhöpos), pero nosotros como creyentes, tenemos el «espíritu santo», y el «espíritu renovado» por el «paráclito» (véase 1 Co. 2:11; Ro. 8:9:11). El hombre, por lo visto, no es una «integridad compuesta» como se ha creído por muchos siglos. En la primera carta a los corintios, en el segundo capítulo, el apóstol Pablo hace una analogía entre el «espíritu de Dios» y el «espíritu del hombre». El «espíritu de Dios» (to pneuma tou tehou, gr.), no solamente escudriña nuestros «corazones», sino también «aun lo más profundo de Dios» (kai ta bathë tou tehou, gr.). «El espíritu de Dios», es por decir así, la conciencia de él mismo, su mente omnisciente. Dios conoce sus propósitos a través de su «santo espíritu». De forma semejante, el «espíritu del hombre que está en él» (to neuma tou anthröpou to en autöi, gr.), es su propia mente o conciencia auto analizadora:
«Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?» (1 Co. 2:11).
El «espíritu del hombre», es una condición inherente en cada individuo humano. “No es un agregado que se pueda desechar”. Cuando el cuerpo del hombre perece, su «espíritu» o «conciencia» también perece.
Tendrá que comprenderse, por los fundamentos ofrecidos, que el ser humano es «indiviso en su integridad»; es de ese modo como Pablo lo entendió siempre (Sea guardado entero, holoklëron terëthëië, gr.) El adjetivo «holoklëron» posee un significado «completo en todas sus partes» (holos, todo, klëros, parte, gr.). Es imposible, con esto, aún seguir admitiendo la doctrina del «alma inmortal» que elaboró el paganismo griego.
«Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mt. 10:28).
El «alma» y el «cuerpo» son tomados aquí como un todo: el hombre. El «alma» es la «mente» de donde nacen las emociones y los sentimientos; es donde reside la razón, la inteligencia y la locura; es de donde surgen el trémulo cavilar y las firmes decisiones. El «alma», es la vida del «cuerpo», la chispa o el «hálito de vida» que de Dios proviene, que insufló; él lo ha dado (Ec. 12:7). «Cuerpo, alma y espíritu»: Unidad indisoluble conocida como «ser humano», cuya propiedad no puede separarse sin que su esencia se destruya o altere. En este texto, el «cuerpo» y el «alma» son expresados como si constituyesen todo el hombre. «Destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (kai psuchën kai söma apolesai en geennëi, gr.), no incita a pensar que la unidad posea la capacidad de disgregarse en «dos partes», sino que es, exclusivamente, «una sola cosa»: el hombre, de nuevo. La destrucción del «alma» y el «cuerpo» acontecerá cuando «los muertos grandes y pequeños» (tous nekrous tous megalous kai tous mikrous, gr.) sean despertados de su muerte prolongada en la segunda resurrección (La primera resurrección es la de los justos, véase Ap. 20:4-6, y deduzca), para ser juzgados en el Juicio del Gran Trono Blanco (Ap. 20: 11-13), y después lanzados, en «cuerpo entero», es decir, en «cuerpo y alma», en el Lago de Fuego que arde con azufre (Ap. 20:15). En 1R.17:21, la mujer suplica a Elías por el hijo que ha muerto prematuramente: «…te ruego que hagas volver el alma (la vida: nefesh, heb.) de este niño a él». Es decir, «…te ruego que hagas volverle la vida de este niño a él». No hay relación aquí con un cuerpo místico-espiritual, tal como lo concibió la religión pagana antiquísima. El «alma», definitivamente, es la «chispa vital» que hace del hombre un agente dinámico, animado, que lo trasforma en un «alma viviente».
Por ningún lado la Biblia explica que inmediatamente después de la muerte una supuesta «alma inmortal etérea» emprenda rápido “vuelo” al tercer cielo de Dios, por obras buenas, o que vaya al infierno, por obras malas. Mucho tienen que ver en esta falsa creencia, el no considerarse la parábola del «rico y Lázaro» como tal. En nuestros blogs existen estudios muy claros al respecto. Búsquelos amable lector. Estos sensatos y racionales estudios eliminan “limpiamente” la literalidad de dicha parábola. Su interpretación es alegórica, en forma figurada, sin la menor duda. No es hasta después de la resurrección de los muertos cuando se logrará definir qué persona irá en «cuerpo completo» a su lugar merecido, no antes: «Para vida eterna, o para condenación eterna». Veamos esta sólida realidad:
«No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Jn. 5:28-29).
Prosigamos:
«Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos» (Ap. 6:9-11).
Esta imagen de la visión, no es literal, sino alegórica. El altar que aparece ubicado en el cielo es simbólico, el antitipo del altar del tabernáculo en la tierra ordenado a Moisés, de acuerdo a Heb. 8:2-5:
«… ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios; por lo cual es necesario que también éste tenga algo que ofrecer. Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el tabernáculo, diciéndole: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte» (Heb. 8:2-5).
La alegoría muestra que estas «almas» se encuentran debajo (hupokato, gr.) del altar. Recordaremos que la sangre de los sacrificios ofrecidos en el Antiguo Testamento, según el culto levítico, era derramada hacia el fondo del altar (véase Lv. 4:7). Las mártires mencionadas o «almas» que son «vidas humanas» y no en el sentido de ser «sustancias inmortales» que fueron parte una vez de un cuerpo palpable o «soma», imperceptibles para el ojo humano común, como los espíritus demoníacos (Las almas, tas psuchas, gr.). Estos «mártires» han dado sus «vidas» o «almas» como su Señor que ha sido «inmolado» (Porque fuiste inmolado, hoti esphagës, gr.) para la redención y el rescate de muchos (Mt. 20:28; Ap. 5:9). En Ap. 5:6 existe un simbolismo que señala el invaluable sacrificio de Cristo, representado como «un Cordero como inmolado». «Los siete cuernos y siete ojos del Cordero», revelan el magno poder y la plenitud perfecta de Dios en Cristo por medio del espíritu santo. Es obvio y evidente que en la humanidad de Cristo no aparece en realidad este número de «cuernos» y de «ojos». Este simbolismo tiene un propósito preciso: mostrar lo que Cristo hizo por los hombres pecadores en la cruz del Calvario y la unidad habida entre éste con el Padre (Jn. 17:11, 21-22). Los mártires que aparecen debajo del altar y que claman con voz potente y vocativa (¿Hasta cuándo…? heös pote, gr.) por justicia y venganza al Dios del cielo por sus sangrientas muertes (Vengas nuestra sangre de manos de los que moran en la tierra, ekdikeis to haima hëmön ek tön katoikountön epi tës gës, gr.), son al parecer en esta representación simbólica, porque no se especifica, los siervos de Dios que han sido muertos en todas las edades, desde la persecución de los cristianos que empezó con el cruel Domiciano, que continuó notablemente a lo largo de la edad media por el nefando y lóbrego catolicismo, y que continúa con odio desmedido en ciertos países del mundo hasta hoy en día, «a causa de la Palabra de Dios». Estos textos estudiados ahora, por desgracia y desventura, han sido mal comprendidos, al aplicar, en este caso, de modo incorrecto, el método de interpretación literal, muy «abusado y venerado» por los trinitarios dispensacionalistas. Si el método de interpretación literal es el correcto para comprender Ap. 5:6, no cabe duda entonces que Cristo es “un animal de la especie del género «Ovis», con una gran cantidad de «ojos» y «cuernos», semejante a un monstruoso error biológico”; tendríamos que aceptar rotundamente también como “almas inmortales separadas de los cuerpos de los mártires que murieron por causa de Jesucristo, y que están en estos momentos en el cielo, en la misma presencia santa de Dios”; “almas inmortales que yacen descarnadas en la base del altar de los sacrificios”. Esto, amigos míos, no puede ser nunca.
Pablo considera la «muerte» como el «dormir profundo y natural» (véase 1 Ts. 4:13-14). De los que murieron en Cristo en su época el apóstol dice: «Acerca de los que duermen» (peri tön koimömenön, del antiguo koimaö, poner a dormir, gr.). Los griegos y los romanos empleaban esta figura del sueño para la muerte; Cristo la usa en Jn.11:11. «El sueño de la muerte, es la inconciencia absoluta de la mente en ese estado». Es el «no saber nada de aquí, ni de ningún otro lado». Por lo tanto, el “más allá”, es inexistente.
Cuando Caín mató a su hermano, a Abel el justo (Mt. 23:35), en sentido figurado, metafóricamente, Dios le dijo que «la voz de la sangre de su hermano clamaba a él desde la tierra» (Gn. 4:10), entendiéndose que Dios no estaba muy contento con el acto homicida perpetrado por Caín, por lo que Dios habría de juzgarlo con enorme severidad. El texto jamás menciona que el “alma de Abel clamaba a Dios desde el cielo por el macabro asesinato hecho contra su persona”. ¿Seguiremos considerando aún con tan tangibles prueba presentadas la existencia de un «alma inmortal»?
La Biblia no establece la enseñanza de la doctrina de la «inmortalidad del alma»; con remarcada notoriedad es incompatible con ella. El rey Salomón describe el «estado o condición inconciente» de las personas después de la muerte, sin dejar huecos o pautas de oportunidad para pensar y admitir otra cosa:
«Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol» (Ec. 9:5-6).
El predicador pone de manifiesto que los individuos finados, «nada saben», «porque su memoria ha sido puesta en olvido». Es lógico suponer con semejante declaración, que nadie está conciente o despierto después del evento de la muerte, en un “equis” lugar, nómbrese «cielo», «limbo», o «infierno». Ninguna persona muerta puede «amar», «odiar» o «envidiar»; por este motivo, es imposible alabar a Dios inmediatamente después de morir:
«No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio…» (Sal. 115:17).
Termino diciendo, como recordatorio, que el hombre consiste en tres elementos indivisibles y diferentes, «cuerpo», «alma» y «espíritu». El «cuerpo» es la parte material que constituye físicamente al hombre; el «alma» es el principio de vida animal en el hombre; y el «espíritu» es el principio de la vida racional del hombre. Tomaremos en cuenta, por su importancia, que «vida» (alma) y «espíritu» se utilizan de forma intercambiable en la Biblia (véase por favor: Job. 27:3; 33:18), como también «alma» y «espíritu» (véase por favor: Sal. 42:6; Jn. 12:27; He. 12:23).
Al morir el hombre, el «cuerpo» vuelve a la tierra y el «alma» deja de existir. Pertenece la «imaginación», la «memoria», la «comprensión» al «alma» humana. El poder de «razonar», la «conciencia» y el «libre albedrío» al «espíritu» del hombre. El hombre es una unidad de «cuerpo y alma», inesperable en su sustancia que espera la resurrección, si ha muerto, o la trasformación en vida, para obtener un «cuerpo espiritual», si es fiel creyente, como el de Cristo en su resurrección, que no era un «espíritu incorpóreo», un «espectro», una «apariencia» humana, según la errada creencia de los gnósticos docetistas (véase por favor: 1 Co. 15:44; 1 Jn. 4: 2-3 «… porque un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo». Lc. 24:39).
Los muertos serán despertados en el futuro del polvo de la tierra, cuando Cristo venga en gloria y visible al mundo para juzgarlo (Mt. caps. 24 y 25). La doctrina de la «inmortalidad del alma», es una mortal mentira pagana que no pocos deberán desalojar de sus mentes por ser herética y comprometedora para sus vidas espirituales. Su sinceridad personal, no los justificará en el día del juicio.
«Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dn. 12:2).
Tengan cuidado en lo que están creyendo.
Gracias hermanos y amigos míos que nos visitan con agrado y deseos de aprender.