Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
«Si no hay unción, no hay conversión».
.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor» (Lc.4:18-19).
«Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:16-17).
Es evidente, como vemos, que el ungimiento de Cristo por el espíritu santo ocurrió durante su bautismo, al emerger del agua. En el Antiguo Testamento los sacerdotes eran «consagrados» para el servicio a los 30 años de edad. El servicio sacerdotal estaba representado por cinco actos simbólicos (véase por favor el libro del Éxodo, cap. 29): 1. El lavamiento con agua para ser purificado. 2. La vestidura especial para la función sacerdotal. 3. La necesidad de la unción para impartir gracia divina. 4. El sacrificio para la expiación y la dedicación. 5. Llenar las manos para investir con autoridad para el sacrificio. El ungimiento de Cristo por el espíritu santo dio pauta para su dedicación, para dar principio a su ministerio terrenal con todas sus vicisitudes y prosperidades. Cristo no cumplió con todos los actos simbólicos enumerados un poco arriba. La razón, es que Cristo era sin pecado y no necesitaba de la «purificación» personal como los sacerdotes de la tribu de Leví que pertenecían a la raza de los hombres caídos. Cristo fue «él mismo» el sacrificio único y agradable a Dios para expiar el pecado del mundo una vez por siempre. El bautismo de Cristo en agua simbolizaba su consagración al sacerdocio y simboliza además su muerte en la cruz del Calvario. El no necesitaba el lavamiento al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento para ser «purificados» en la Mikvé (la piscina ritual), pero en su bautismo Cristo se apartó del mundo para efectuar bajo la voluntad de su Padre su consagración especial establecida para el beneficio de los hombres pecadores que vivían en sombras de muerte. Cristo como Sumo Sacerdote de Dios se entregó para «cumplir toda justicia» (Dn. 9:24; Mt. 3:15). Dios ungió a Cristo con el espíritu santo para darle poder y fortaleza para un ministerio nada fácil de llevar. Imprescindible era la unción del espíritu santo en Cristo, del poder de Dios, para culminar su ministerio:
«…para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor» (Lc. 4:18-19).
Cristo necesitaba de la unción del espíritu santo para «morir», por eso dijo: «…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc. 22:42). Por medio de su ungimiento, el Cristo Hombre fue obediente a Dios hasta la «muerte de cruz» (Fil. 2:5-8). Cristo intercede en su ungimiento como Sumo Sacerdote y Hombre al Diestra del Padre y Señor (He. 7:25; 1 Tim. 2:5). Por lo tanto, la unción de Cristo está dada por la «llenura por el espíritu santo». Esta «plenitud» del espíritu santo la encontramos en Lc. 4:1-2.
La obra de Dios por medio del espíritu santo no se concreta a Cristo con exclusividad sino que abarca el mundo en general, en otras palabras, a «los inconversos que habitan en él». De la manera que los discípulos no entendieron del todo las enseñanzas de Cristo, la doctrina de Dios, el mundo, al igual que los discípulos, necesitaba de la iluminación del espíritu santo para comprender los misterios y propósitos de Dios en Cristo. Entre estos inconversos, agregamos a los que creen o dicen “estar bien con Dios”. Los que pregonan ser “cristianos” pero que han creído en Cristo, no como lo muestra la Biblia, sino en un concepto muy distorsionado de su persona mesiánica. Los que le adjudican una naturaleza igual a la de los ángeles, que pregonan que es un “ser creado” y niegan la real esencia de su obra expiatoria. Los que no han creído en su predicación del Reino de Dios, con la absoluta literalidad que merece. Están, los que han creído en hombres fallidos e ignorantes antes que la Palabra de Dios. De estos últimos, sobreabundan en la actual tierra pagana e inicua: los herejes modernos, los neo-arrianos como son los Testigos de Jehová.
El espíritu santo y su unción es un «don de Dios» (véase Hech. 2:38). La unción del espíritu santo trae como resultado el «establecimiento del creyente en Cristo» (véase por favor 2 Co. 1:21-22), es decir, Dios «confirma» al creyente en Cristo, lo «unge», lo «sella», le ha puesto como «garantía» el espíritu en su corazón regenerado. Si el creyente es perseverante en la luz escritural, esta «garantía» lo conducirá con certeza a la vida eterna, ya que el espíritu santo es «vida y paz» (Ro. 8:6). La palabra «Ungió» (Chrisas, gr., 2 Co. 1:21), de chriö, ungir, es un antiguo verbo que significa «consagrar», por medio del espíritu santo, como en 1 de Juan 2:20.
«Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (Jn.16:8-11).
«Habiendo venido» (venga, elthön, gr.), el espíritu santo «Redargüirá al mundo de pecado» (elegxei ton kosmon peri amarritas, gr.), «de justicia» (kai pero dikaiosunës, gr.), y «de juicio» (kai peri kriseös, gr.). «Redargüirá», futuro en voz activa, «elegchö». Esta vieja palabra griega denota «confutar», «convencer mediante prueba». Gracias a Dios por su espíritu que nos «alumbra el entendimiento por medio de su Palabra» (Ef. 1:17-18).
Únicamente los hijos de Dios son «guiados por el espíritu santo», sencillamente porque «mora en ellos» (Ro. 8:9,14). El propósito de Dios a través de su santo espíritu es el de «convencer al mundo de pecado», el de consecuencia extrema, tal como es el «no creer en Cristo como el Hijo de Dios que salva» (Jn. 3:36; Ro. 10:9). Es el de «convencer al mundo para que no se pierda, mas tenga vida eterna en Cristo» (Jn. 3:16).
El espíritu santo «convence al mundo» en el sentido de que el «Justo», Cristo, «ha muerto y resucitado para derrocar en definitiva a la inconmovible muerte, fracturando en su resurrección el terrible e inevitable aguijón que utilizaba en contra de la humanidad» (hablo prolépticamente de un hecho cierto: véase 1 Co. cap. 15), «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, al diablo» (He.2:14). El espíritu santo «convence al mundo de que Cristo ha partido al cielo y que regresará nuevamente en el futuro en gloria y en poder para reinar el mundo en una teocracia de mil años» (Hech. 1:10-11; Ap. 24:30; Ap. cap. 20). El espíritu santo «convence al mundo del juicio venidero», con respecto al «príncipe de este mundo», «el dios de este siglo», «el diablo», «Satanás», «la serpie antigua», y que ha sido ya «juzgado en la hosca cruz y en la resurrección de Cristo de entre los muertos» (Jn. 12:31; 14:30; Col. 2:14). Así, que, el espíritu santo de Dios «convence» de «pecado cometido», de «justicia no cumplida», o sea, de «incredulidad», y de «juicio venidero».
Sin la unción de espíritu santo, el hombre es uno «natural», uno falto de comprensión espiritual, porque «no percibe las cosas del espíritu», por carecerlo. Para él son «locura» debido a que «no las puede discernir espiritualmente». No las puede analizar con “buen seso y juicio espiritual” (1 Co. 1:14). Aquí están los inconversos declarados como son los que concilian extrañas filosofías del mundo, los humanistas, los evolucionistas, los ateos, los agnósticos; y por otro lado se encuentran los inconversos religiosos y fanáticos como fueron en el pasado los fariseos, y como son ahora los Testigos de Jehová, los neo-pentecostalistas carismáticos, los católicos romanistas, entre otros más. Pablo menciona que «hemos recibido el espíritu que procede de Dios, y no el del mundo» (1 Co. 2:12), «por lo cual hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el espíritu», claro está, el de Dios (1 Co. 2:13).
Si los Testigos de Jehová solamente aceptan la “unción” para unos “cuantos pocos nada más”, a los que ellos llaman los “verdaderos ungidos”, ¿cómo es posible entonces, suponiendo en “aquéllos qué no la tengan”, puedan visualizar correctamente los fundamentos y designios de Dios escritos en la Biblia, si hemos visto qué es vitalmente necesaria la unción del espíritu santo para comprenderlos? Sabemos bíblicamente que esto es imposible con otras alternativas u opciones diferentes.
Pablo escribe que «donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad», «cara descubierta», «transformación» (metamorfóo, gr.), y «gloria que va en aumento, por el espíritu santo de Dios» (2 Co. 2:17-18). No se puede concebir tales cosas sin el espíritu santo. Pablo escribe que «no hemos recibido el espíritu de esclavitud» (Ro. 8:15). El espíritu santo, el que «mora en nosotros los creyentes» (Ro. 8:11), da «testimonio en nuestros espíritus que somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). Por el espíritu santo, «sabemos lo que Dios nos ha concedido» (1 Co. 2:12). Si el espíritu santo no radica en quien profesa ser un “buen cristiano”, es bien seguro que la vida de este ser humano está en las más profundas de las tinieblas.
«Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas» (1 Jn. 2:20).
Aquí, «Unción» (chrisma, gr.), es una vieja palabra, de chriö, que significa «ungir», tal vez sugerida por la intromisión en la Iglesia de «anticristos» (antichristoi, gr.), como se ve en 1 Jn. 2:18. Sin duda, los cristianos son «ungidos», «christoi», en este sentido. Esto puede compararse en Sal. 105:15 que dice: «No Toquéis, dijo, a mis ungidos» (me hapsësthe tön christön mou, gr.). De ese modo los creyentes somos «cristos». A diferencia de los «anticristos», como los que conforman las sectas, los genuinos creyentes tienen «el aceite de la unción» (to elaion tou chrismatos, gr. Véase Ex. 29:7), el espíritu santo. El espíritu santo nos capacita para llevarnos al «conocimiento de todas las cosas», las que están en la Palabra de Dios. «Y sabéis todas las cosas» (kais oidate pantes, gr.). En 1 de Jn. 2:20, una de las tres veces que aparece la palabra «unción» en el Nuevo Testamento, se encuentra en este verso. No cabe duda que esta unción se refriere a la obra del espíritu santo: la de capacitación en el creyente para hacer la voluntad de Dios (véase por favor Jn.14:17; 15:26; 16:13).
La unción del espíritu santo esta abierta a todos los verdaderos creyente en Cristo, y no a “unos cuantos” que se dicen ser “súper ungidos y escogidos del Señor”. La arrogancia y la ceguera espiritual son capaces de cristalizar ideas tan descabelladas, tan ridículas y absurdas como esta (ojo neo-pentecostalistas y watchtowerianos). El paráclito que fue prometido por Cristo, el que «nos guía a toda verdad» (Jn. 14:26; 16:13), y que vino en el Día del Pentecostés (Hech. cap. 2), nos «enseña todas las cosas» para «no ser enseñados por otros», en el sentido de que «nadie persista en enseñarnos» (hina tis didaskëi humas, gr.), esto es, cuentos doctrinales y fábulas humanas que conducen a la perdición y que son procalamados con tanto énfasis por los falsos maestros y profetas religiosos (1 Jn. 2:27). La unción del espíritu santo contrarresta el engaño de estos falsos maestros. La unción del espíritu santo capacita, otra vez, al creyente para distinguir entre la verdad escritural del engaño de la propaganda herética.
«Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados» (1 Jn. 2.28).
Un verso de esperanza para todo tiempo, no sólo para la época en que se escribió por inspiración divina, pero también de gran desilusión y de condena. Nos muestra que el regreso de Cristo desencadenará inexorablemente dos reacciones: Para el creyente, la «confianza en su venida» (véase por favor Tit. 2:13). En contraste con el gran terror que hará temblar a los incrédulos ante presencia de Cristo cuando regrese al mundo por segunda ocasión a separar el «trigo» de la «cizaña», las «cabras» de las «ovejas» (véase por favor Mt. cap. 25).
Por medio de la unción espiritual, nos mantenemos firmes en esta «confianza», por el entendimiento de la voluntad de Dios revelada en la Biblia. Así, cuando Cristo «juzgue los secretos de los hombres, no nos avergonzaremos delante de su santa presencia» (Mt. 10:33; Ro. 2:16; Jn. 2:28).
«Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hech. 2:39).
La promesa del espíritu santo es un regalo, un don para todo creyente de cada generación. Para «todos los que están lejos», todos los extranjeros, los gentiles (véase por favor y compare en Is. 57:19; Ef. 2:13, 17). Las palabras del apóstol Pedro sin lugar a dudas se extienden a cada persona que ha depositado su fe en Cristo, sin tener en mente épocas ni lugares determinados.
¡Gracias Señor, por tu espíritu santo!
Amén.
«Si no hay unción, no hay conversión».
.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor» (Lc.4:18-19).
«Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt. 3:16-17).
Es evidente, como vemos, que el ungimiento de Cristo por el espíritu santo ocurrió durante su bautismo, al emerger del agua. En el Antiguo Testamento los sacerdotes eran «consagrados» para el servicio a los 30 años de edad. El servicio sacerdotal estaba representado por cinco actos simbólicos (véase por favor el libro del Éxodo, cap. 29): 1. El lavamiento con agua para ser purificado. 2. La vestidura especial para la función sacerdotal. 3. La necesidad de la unción para impartir gracia divina. 4. El sacrificio para la expiación y la dedicación. 5. Llenar las manos para investir con autoridad para el sacrificio. El ungimiento de Cristo por el espíritu santo dio pauta para su dedicación, para dar principio a su ministerio terrenal con todas sus vicisitudes y prosperidades. Cristo no cumplió con todos los actos simbólicos enumerados un poco arriba. La razón, es que Cristo era sin pecado y no necesitaba de la «purificación» personal como los sacerdotes de la tribu de Leví que pertenecían a la raza de los hombres caídos. Cristo fue «él mismo» el sacrificio único y agradable a Dios para expiar el pecado del mundo una vez por siempre. El bautismo de Cristo en agua simbolizaba su consagración al sacerdocio y simboliza además su muerte en la cruz del Calvario. El no necesitaba el lavamiento al igual que los sacerdotes del Antiguo Testamento para ser «purificados» en la Mikvé (la piscina ritual), pero en su bautismo Cristo se apartó del mundo para efectuar bajo la voluntad de su Padre su consagración especial establecida para el beneficio de los hombres pecadores que vivían en sombras de muerte. Cristo como Sumo Sacerdote de Dios se entregó para «cumplir toda justicia» (Dn. 9:24; Mt. 3:15). Dios ungió a Cristo con el espíritu santo para darle poder y fortaleza para un ministerio nada fácil de llevar. Imprescindible era la unción del espíritu santo en Cristo, del poder de Dios, para culminar su ministerio:
«…para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor» (Lc. 4:18-19).
Cristo necesitaba de la unción del espíritu santo para «morir», por eso dijo: «…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc. 22:42). Por medio de su ungimiento, el Cristo Hombre fue obediente a Dios hasta la «muerte de cruz» (Fil. 2:5-8). Cristo intercede en su ungimiento como Sumo Sacerdote y Hombre al Diestra del Padre y Señor (He. 7:25; 1 Tim. 2:5). Por lo tanto, la unción de Cristo está dada por la «llenura por el espíritu santo». Esta «plenitud» del espíritu santo la encontramos en Lc. 4:1-2.
La obra de Dios por medio del espíritu santo no se concreta a Cristo con exclusividad sino que abarca el mundo en general, en otras palabras, a «los inconversos que habitan en él». De la manera que los discípulos no entendieron del todo las enseñanzas de Cristo, la doctrina de Dios, el mundo, al igual que los discípulos, necesitaba de la iluminación del espíritu santo para comprender los misterios y propósitos de Dios en Cristo. Entre estos inconversos, agregamos a los que creen o dicen “estar bien con Dios”. Los que pregonan ser “cristianos” pero que han creído en Cristo, no como lo muestra la Biblia, sino en un concepto muy distorsionado de su persona mesiánica. Los que le adjudican una naturaleza igual a la de los ángeles, que pregonan que es un “ser creado” y niegan la real esencia de su obra expiatoria. Los que no han creído en su predicación del Reino de Dios, con la absoluta literalidad que merece. Están, los que han creído en hombres fallidos e ignorantes antes que la Palabra de Dios. De estos últimos, sobreabundan en la actual tierra pagana e inicua: los herejes modernos, los neo-arrianos como son los Testigos de Jehová.
El espíritu santo y su unción es un «don de Dios» (véase Hech. 2:38). La unción del espíritu santo trae como resultado el «establecimiento del creyente en Cristo» (véase por favor 2 Co. 1:21-22), es decir, Dios «confirma» al creyente en Cristo, lo «unge», lo «sella», le ha puesto como «garantía» el espíritu en su corazón regenerado. Si el creyente es perseverante en la luz escritural, esta «garantía» lo conducirá con certeza a la vida eterna, ya que el espíritu santo es «vida y paz» (Ro. 8:6). La palabra «Ungió» (Chrisas, gr., 2 Co. 1:21), de chriö, ungir, es un antiguo verbo que significa «consagrar», por medio del espíritu santo, como en 1 de Juan 2:20.
«Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado» (Jn.16:8-11).
«Habiendo venido» (venga, elthön, gr.), el espíritu santo «Redargüirá al mundo de pecado» (elegxei ton kosmon peri amarritas, gr.), «de justicia» (kai pero dikaiosunës, gr.), y «de juicio» (kai peri kriseös, gr.). «Redargüirá», futuro en voz activa, «elegchö». Esta vieja palabra griega denota «confutar», «convencer mediante prueba». Gracias a Dios por su espíritu que nos «alumbra el entendimiento por medio de su Palabra» (Ef. 1:17-18).
Únicamente los hijos de Dios son «guiados por el espíritu santo», sencillamente porque «mora en ellos» (Ro. 8:9,14). El propósito de Dios a través de su santo espíritu es el de «convencer al mundo de pecado», el de consecuencia extrema, tal como es el «no creer en Cristo como el Hijo de Dios que salva» (Jn. 3:36; Ro. 10:9). Es el de «convencer al mundo para que no se pierda, mas tenga vida eterna en Cristo» (Jn. 3:16).
El espíritu santo «convence al mundo» en el sentido de que el «Justo», Cristo, «ha muerto y resucitado para derrocar en definitiva a la inconmovible muerte, fracturando en su resurrección el terrible e inevitable aguijón que utilizaba en contra de la humanidad» (hablo prolépticamente de un hecho cierto: véase 1 Co. cap. 15), «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, al diablo» (He.2:14). El espíritu santo «convence al mundo de que Cristo ha partido al cielo y que regresará nuevamente en el futuro en gloria y en poder para reinar el mundo en una teocracia de mil años» (Hech. 1:10-11; Ap. 24:30; Ap. cap. 20). El espíritu santo «convence al mundo del juicio venidero», con respecto al «príncipe de este mundo», «el dios de este siglo», «el diablo», «Satanás», «la serpie antigua», y que ha sido ya «juzgado en la hosca cruz y en la resurrección de Cristo de entre los muertos» (Jn. 12:31; 14:30; Col. 2:14). Así, que, el espíritu santo de Dios «convence» de «pecado cometido», de «justicia no cumplida», o sea, de «incredulidad», y de «juicio venidero».
Sin la unción de espíritu santo, el hombre es uno «natural», uno falto de comprensión espiritual, porque «no percibe las cosas del espíritu», por carecerlo. Para él son «locura» debido a que «no las puede discernir espiritualmente». No las puede analizar con “buen seso y juicio espiritual” (1 Co. 1:14). Aquí están los inconversos declarados como son los que concilian extrañas filosofías del mundo, los humanistas, los evolucionistas, los ateos, los agnósticos; y por otro lado se encuentran los inconversos religiosos y fanáticos como fueron en el pasado los fariseos, y como son ahora los Testigos de Jehová, los neo-pentecostalistas carismáticos, los católicos romanistas, entre otros más. Pablo menciona que «hemos recibido el espíritu que procede de Dios, y no el del mundo» (1 Co. 2:12), «por lo cual hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el espíritu», claro está, el de Dios (1 Co. 2:13).
Si los Testigos de Jehová solamente aceptan la “unción” para unos “cuantos pocos nada más”, a los que ellos llaman los “verdaderos ungidos”, ¿cómo es posible entonces, suponiendo en “aquéllos qué no la tengan”, puedan visualizar correctamente los fundamentos y designios de Dios escritos en la Biblia, si hemos visto qué es vitalmente necesaria la unción del espíritu santo para comprenderlos? Sabemos bíblicamente que esto es imposible con otras alternativas u opciones diferentes.
Pablo escribe que «donde está el espíritu del Señor, allí hay libertad», «cara descubierta», «transformación» (metamorfóo, gr.), y «gloria que va en aumento, por el espíritu santo de Dios» (2 Co. 2:17-18). No se puede concebir tales cosas sin el espíritu santo. Pablo escribe que «no hemos recibido el espíritu de esclavitud» (Ro. 8:15). El espíritu santo, el que «mora en nosotros los creyentes» (Ro. 8:11), da «testimonio en nuestros espíritus que somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). Por el espíritu santo, «sabemos lo que Dios nos ha concedido» (1 Co. 2:12). Si el espíritu santo no radica en quien profesa ser un “buen cristiano”, es bien seguro que la vida de este ser humano está en las más profundas de las tinieblas.
«Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas» (1 Jn. 2:20).
Aquí, «Unción» (chrisma, gr.), es una vieja palabra, de chriö, que significa «ungir», tal vez sugerida por la intromisión en la Iglesia de «anticristos» (antichristoi, gr.), como se ve en 1 Jn. 2:18. Sin duda, los cristianos son «ungidos», «christoi», en este sentido. Esto puede compararse en Sal. 105:15 que dice: «No Toquéis, dijo, a mis ungidos» (me hapsësthe tön christön mou, gr.). De ese modo los creyentes somos «cristos». A diferencia de los «anticristos», como los que conforman las sectas, los genuinos creyentes tienen «el aceite de la unción» (to elaion tou chrismatos, gr. Véase Ex. 29:7), el espíritu santo. El espíritu santo nos capacita para llevarnos al «conocimiento de todas las cosas», las que están en la Palabra de Dios. «Y sabéis todas las cosas» (kais oidate pantes, gr.). En 1 de Jn. 2:20, una de las tres veces que aparece la palabra «unción» en el Nuevo Testamento, se encuentra en este verso. No cabe duda que esta unción se refriere a la obra del espíritu santo: la de capacitación en el creyente para hacer la voluntad de Dios (véase por favor Jn.14:17; 15:26; 16:13).
La unción del espíritu santo esta abierta a todos los verdaderos creyente en Cristo, y no a “unos cuantos” que se dicen ser “súper ungidos y escogidos del Señor”. La arrogancia y la ceguera espiritual son capaces de cristalizar ideas tan descabelladas, tan ridículas y absurdas como esta (ojo neo-pentecostalistas y watchtowerianos). El paráclito que fue prometido por Cristo, el que «nos guía a toda verdad» (Jn. 14:26; 16:13), y que vino en el Día del Pentecostés (Hech. cap. 2), nos «enseña todas las cosas» para «no ser enseñados por otros», en el sentido de que «nadie persista en enseñarnos» (hina tis didaskëi humas, gr.), esto es, cuentos doctrinales y fábulas humanas que conducen a la perdición y que son procalamados con tanto énfasis por los falsos maestros y profetas religiosos (1 Jn. 2:27). La unción del espíritu santo contrarresta el engaño de estos falsos maestros. La unción del espíritu santo capacita, otra vez, al creyente para distinguir entre la verdad escritural del engaño de la propaganda herética.
«Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados» (1 Jn. 2.28).
Un verso de esperanza para todo tiempo, no sólo para la época en que se escribió por inspiración divina, pero también de gran desilusión y de condena. Nos muestra que el regreso de Cristo desencadenará inexorablemente dos reacciones: Para el creyente, la «confianza en su venida» (véase por favor Tit. 2:13). En contraste con el gran terror que hará temblar a los incrédulos ante presencia de Cristo cuando regrese al mundo por segunda ocasión a separar el «trigo» de la «cizaña», las «cabras» de las «ovejas» (véase por favor Mt. cap. 25).
Por medio de la unción espiritual, nos mantenemos firmes en esta «confianza», por el entendimiento de la voluntad de Dios revelada en la Biblia. Así, cuando Cristo «juzgue los secretos de los hombres, no nos avergonzaremos delante de su santa presencia» (Mt. 10:33; Ro. 2:16; Jn. 2:28).
«Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hech. 2:39).
La promesa del espíritu santo es un regalo, un don para todo creyente de cada generación. Para «todos los que están lejos», todos los extranjeros, los gentiles (véase por favor y compare en Is. 57:19; Ef. 2:13, 17). Las palabras del apóstol Pedro sin lugar a dudas se extienden a cada persona que ha depositado su fe en Cristo, sin tener en mente épocas ni lugares determinados.
¡Gracias Señor, por tu espíritu santo!
Amén.