Efectivamente, en estas perícopas tenemos el núcleo central de toda la doctrina de Jesús. Comienza con las bienaventuranzas. En la primera se habla de los pobres de espíritu que son bienaventurados precisamente porque de ellos es el Reino de los cielos. La última bienaventuranza, dedicada a los que padecen persecución por ser justos, habla también de que ellos son los poseedores del Reino de los cielos.
Con esta inclusión, tan del estilo semita, se está recalcando una idea determinada, la de que el Reino de Dios es el premio de los bienaventurados, la salvación divina. En todo ese sermón está presente de algún modo la Ley del antiguo reino de Yahwéh. Esa Ley es como el punto de arranque para llegar a la nueva situación en la que el orden antiguo se renueva, lo anunciado se cumple, lo prefigurado se culmina y perfecciona. Aquella soberanía de Dios que se identificaba con su voluntad salvífica viene expresada con un lenguaje nuevo que pone el acento en la Providencia de Dios, ese Padre que cuida de los hombres con más esmero que cuida de los lirios del campo o de los pajarillos de poco precio (Mt 6,25-32). Soberanía de Dios que vela por las necesidades de los suyos, de tal forma que no es admisible la inquietud por el mañana, la preocupación por el alimento o el vestido. Sólo es necesaria una cosa: buscar el Reino de Dios y su justicia y lo demás se nos dará por añadidura (Mt 6,34).
A lo largo de su predicación Jesús va proclamando la salvación, la llegada del Reino de Dios con sus exigencias y con las grandes promesas que lleva consigo. De nuevo será Mateo, justamente llamado el evangelista del Reino, quien agrupe las parábolas relacionadas con nuestro tema, y que los demás evangelistas las colocan en un contexto diverso, o las omiten. Jesús aclarará a los suyos el misterio del Reino de los cielos (Mt 13,11) que a los demás les está oculto. Les explica cómo la semilla del sembrador de la parábola es la palabra del Reino, que unos aceptan y otros rechazan, que en unos fructifica y en otros se seca. Hablará de la acción del enemigo que nunca duerme, de la cizaña que nace junto a la buena hierba. Del grano de mostaza que simboliza el humilde comienzo del Reino que un día será un frondoso árbol, cuyas ramas alcancen los confines de la tierra y cobijen a todos los hombres del universo. La levadura, el tesoro escondido, la perla maravillosa, la red barredera. Fuerza expansiva del Reino de Dios que irá penetrando con su poder fermentador en todos los entresijos del tiempo y del espacio. Bien único por el que vale la pena el sacrificio total. Reino de Dios que ha de pasar por una fase terrena, en la que buenos y malos vivan mezclados, hasta el momento definitivo en el que Cristo venga como Rey con gran poder y majestad, sobre las nubes, para juzgar a vivos y muertos (Mt 25,31-46), para dar el Reino a los que fueron fieles y para rechazar eternamente a los que no lo fueron.