Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Debidamente interpretada, la profecía de Daniel proporciona un ejemplo excelente del principio de que la profecía está sujeta a interpretación literal. Prácticamente todos los expositores, no importa lo opuesto que estén a la profecía [per se], concuerdan en que por lo menos parte de las setenta semanas de Daniel deben interpretarse literalmente... si las primeras sesenta y nueve semanas de Daniel están sujetas al cumplimiento literal, es un argumento poderoso para creer que la septuagésima semana, la final, tendrá un cumplimiento similar». J. F. Walvoord.
«Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador» (Dn.9:24-27).
Tremebunda y fascinante profecía la de las Setenta Semanas del libro de Daniel. Aunque no es la primera vez que de ésta escribimos, su importancia radica en ser una prueba histórica contundente que muestra la veracidad del que hizo el universo con su grandiosa e infinita Palabra. El hombre miente y claudica, pero «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta» (Núm.23:19).
Durante la deportación de Israel en las tierras babilónicas que duró setenta años, el profeta Daniel, que se hallaba entre los cautivos, tomó como puntal lo que vio en el libro del profeta Jeremías (Dn.9:2). Apresurado por saber la consumación del exilio de su pueblo, Daniel intercede a Dios fervientemente. Daniel deseaba la restauración de su pueblo, el tiempo de su retorno a la tierra prometida que por voluntad divina se le había concedido mucho tiempo atrás. El clamor de Daniel es atendido en el cielo, y Dios envía al ángel Gabriel como el mensajero que le daría respuesta sobre el regreso de su pueblo a la tierra de Palestina. El ángel proporciona a Daniel, no sólo el tiempo de la expiración del largo exilio, sino que va mas allá, hasta la reinstauración escatológica de Israel en la era del milenio de Cristo. Todo empieza «desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe». El primer punto, la «reedificación de la derruida Jerusalén», se cumplió con las primeras siete semanas, después del cautiverio. La reedificación de los muros de Jerusalén arranca en el año 445 a. C. con el Decreto de Artajerjes. Mírese por favor Neh. 2:1-8. El segundo, «hasta el Mesías Príncipe», con las sesenta y dos semanas siguientes. Estas sesenta y dos semanas corren tomando como referencia el tiempo del fin de la reconstrucción de los muros de Jerusalén hasta la «presentación» del Mesías Príncipe, el 6 de abril de año 32 de la era actual (Mt.21:1-11). Así que, desde el momento del Decreto para restaurar Jerusalén, hasta la entrada del Señor Jesucristo en la ciudad Jersualén para ser aclamado como Rey, habría siete semanas, es decir, 49 años, más sesenta y dos semanas, dicho de otro modo, 434 años, respectivamente, sumando un total sesenta y nueve semanas que tienen un valor de 483 años. La profecía habla que después de las sesenta y dos semanas (se excluyen por supuesto las primeras siete semanas o 49 años) «el Mesías sería quitado». Esto ocurrió con la cruxifixión y muerte de Cristo en la cruz del Gólgota. El año: el 33 d. C. Aunque algunos toman, con bastante inconveniencia, el año 29 de la era común.
Es indispensable exponer que los años empleados en la profecía de las setenta semanas no se fundamenta en el año solar del calendraio gregoriano, que es de 365 días como ya sabemos, sino en el calendario judío cuyo año lunar comprende 360 días. Calculando un año más, o adicional, para la transición del año 1 a. C. al año 1 d. C., vemos que le corresponde al año 33 d. C. como la fecha en la que finaliza la semana sexagesimonovena (69).
La septuagésima semana (Dn.9:27), que no ha reunido aspectos históricos que sostengan su cumplimiento, describe lo que sucede después de la sexagesimonona semana. Queda aquí establecida una brecha temporal, un abismo entre la sexagesimonona semana y la septuagésima semana. La mayor parte de los expositores bíblicos coinciden que el «gobernate que ha de venir» es la Bestia que surge del mar (Ap. 13:1): el Antricristo Escatólogico, el Cuerno Pequeño de Dn. 7:8. Este Anticristo, un individuo humano de carne, sangre y huesos, de malignidad incalculable, quebrantará el pacto hecho con Israel en la segunda mitad de la septuagésima semana para luego devastar, bajo la influencia directa de Satanás, que le ha dado su «poder, trono, y grande autoridad» (Ap.13:2), la ciudad de Jerusalén (Véase Zac.14:2). Esta segunda mitad de la septuagésima semana es intercambiable con los 42 meses de Ap.13:5, y está relacionada con la huida y la sustentación empírea de la nación de Israel (Ap.12:6). La mitad de semana es permutable además con «un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo» (véase y compárese con esmero el contenido de Dn. 7:25 y Ap.12:14).
Existe una brecha o absimo entre la sexagesimanona y la septuagésima. Un silencio que espera la manifestación de la septuagésima semana que contiene los terribles eventos cosmológicos y sombríos que están reservados para un mundo futuro lleno de iniquidad e incredulidad... hasta el tope. Estos eventos, de violenta y espeluznante progesión, están representados en el libro de Apocalipsis como los siete sellos, las siete trompetas, y las siete copas de juicio universal y judical de Dios. Cristo se refiere a dicho tiempo como uno de tribulación sin parangón, como uno «nunca habido desde la creación del mundo ni después» (Mr.13:19). Se le conoce como la Gran Tribulación Final. En el tal Dios habrá de intervenir en los asuntos de la humanidad: «probará a los que moran sobre la tierra» (Ap.3:10), despeñará su ira santa sobre los hombres impíos y rebeldes, preparará a la nación de Israel para el regreso de Cristo. En este período, Israel será perseguida por el Anticristo Final con la diabólica intención de exterminarla (Ap. cap. 12), y de ese forma estorbar con el cumplimiento de las promesas hechas a los antiguos patriarcas Abraham, Isaac, y Jacob; mas Dios salvará a su remanente fiel y escogido para que dichas y maravillosas promesas logren cumplirse cabalmente (Jer.30:8; 31:40; Ez. 20:33-44; 34:1-31; 36:1-38; Ro.11:25-27). Y por fin, Cristo reinará con sus santos creyentes que formalizan su Iglesia el mundo renovado (Dn.7:13-14, 18, 22, 27; Ap. 20:4, 6: Mt.5:5).
La conclusión de la septuagésima semana está relacionada con el cumplimiento de los seis propósitos que se hallan escritos en Dn. 9:24:
«Terminar la prevaricación», «poner fin al pecado», «expiar la iniquidad», «traer justicia perdurable», «sellar la visión y la profecía», y «ungir al Santo de los santos».
Las primeros tres propósitos se encuentran vinculados con la muerte vicaria de Cristo, que otorga purificación del pecado. El resto de los propósitos, con el reinado del Mesías en la tierra.
No cabe duda que la «justicia perdurable» tiene un íntimo nexo con el gobierno milenario de Cristo en la tierra.
Gracias.
«Debidamente interpretada, la profecía de Daniel proporciona un ejemplo excelente del principio de que la profecía está sujeta a interpretación literal. Prácticamente todos los expositores, no importa lo opuesto que estén a la profecía [per se], concuerdan en que por lo menos parte de las setenta semanas de Daniel deben interpretarse literalmente... si las primeras sesenta y nueve semanas de Daniel están sujetas al cumplimiento literal, es un argumento poderoso para creer que la septuagésima semana, la final, tendrá un cumplimiento similar». J. F. Walvoord.
«Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos. Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos. Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones. Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda. Después con la muchedumbre de las abominaciones vendrá el desolador, hasta que venga la consumación, y lo que está determinado se derrame sobre el desolador» (Dn.9:24-27).
Tremebunda y fascinante profecía la de las Setenta Semanas del libro de Daniel. Aunque no es la primera vez que de ésta escribimos, su importancia radica en ser una prueba histórica contundente que muestra la veracidad del que hizo el universo con su grandiosa e infinita Palabra. El hombre miente y claudica, pero «Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta» (Núm.23:19).
Durante la deportación de Israel en las tierras babilónicas que duró setenta años, el profeta Daniel, que se hallaba entre los cautivos, tomó como puntal lo que vio en el libro del profeta Jeremías (Dn.9:2). Apresurado por saber la consumación del exilio de su pueblo, Daniel intercede a Dios fervientemente. Daniel deseaba la restauración de su pueblo, el tiempo de su retorno a la tierra prometida que por voluntad divina se le había concedido mucho tiempo atrás. El clamor de Daniel es atendido en el cielo, y Dios envía al ángel Gabriel como el mensajero que le daría respuesta sobre el regreso de su pueblo a la tierra de Palestina. El ángel proporciona a Daniel, no sólo el tiempo de la expiración del largo exilio, sino que va mas allá, hasta la reinstauración escatológica de Israel en la era del milenio de Cristo. Todo empieza «desde la salida de la palabra para restaurar y edificar Jerusalén hasta el Mesías Príncipe». El primer punto, la «reedificación de la derruida Jerusalén», se cumplió con las primeras siete semanas, después del cautiverio. La reedificación de los muros de Jerusalén arranca en el año 445 a. C. con el Decreto de Artajerjes. Mírese por favor Neh. 2:1-8. El segundo, «hasta el Mesías Príncipe», con las sesenta y dos semanas siguientes. Estas sesenta y dos semanas corren tomando como referencia el tiempo del fin de la reconstrucción de los muros de Jerusalén hasta la «presentación» del Mesías Príncipe, el 6 de abril de año 32 de la era actual (Mt.21:1-11). Así que, desde el momento del Decreto para restaurar Jerusalén, hasta la entrada del Señor Jesucristo en la ciudad Jersualén para ser aclamado como Rey, habría siete semanas, es decir, 49 años, más sesenta y dos semanas, dicho de otro modo, 434 años, respectivamente, sumando un total sesenta y nueve semanas que tienen un valor de 483 años. La profecía habla que después de las sesenta y dos semanas (se excluyen por supuesto las primeras siete semanas o 49 años) «el Mesías sería quitado». Esto ocurrió con la cruxifixión y muerte de Cristo en la cruz del Gólgota. El año: el 33 d. C. Aunque algunos toman, con bastante inconveniencia, el año 29 de la era común.
Es indispensable exponer que los años empleados en la profecía de las setenta semanas no se fundamenta en el año solar del calendraio gregoriano, que es de 365 días como ya sabemos, sino en el calendario judío cuyo año lunar comprende 360 días. Calculando un año más, o adicional, para la transición del año 1 a. C. al año 1 d. C., vemos que le corresponde al año 33 d. C. como la fecha en la que finaliza la semana sexagesimonovena (69).
La septuagésima semana (Dn.9:27), que no ha reunido aspectos históricos que sostengan su cumplimiento, describe lo que sucede después de la sexagesimonona semana. Queda aquí establecida una brecha temporal, un abismo entre la sexagesimonona semana y la septuagésima semana. La mayor parte de los expositores bíblicos coinciden que el «gobernate que ha de venir» es la Bestia que surge del mar (Ap. 13:1): el Antricristo Escatólogico, el Cuerno Pequeño de Dn. 7:8. Este Anticristo, un individuo humano de carne, sangre y huesos, de malignidad incalculable, quebrantará el pacto hecho con Israel en la segunda mitad de la septuagésima semana para luego devastar, bajo la influencia directa de Satanás, que le ha dado su «poder, trono, y grande autoridad» (Ap.13:2), la ciudad de Jerusalén (Véase Zac.14:2). Esta segunda mitad de la septuagésima semana es intercambiable con los 42 meses de Ap.13:5, y está relacionada con la huida y la sustentación empírea de la nación de Israel (Ap.12:6). La mitad de semana es permutable además con «un tiempo, y tiempos y la mitad de un tiempo» (véase y compárese con esmero el contenido de Dn. 7:25 y Ap.12:14).
Existe una brecha o absimo entre la sexagesimanona y la septuagésima. Un silencio que espera la manifestación de la septuagésima semana que contiene los terribles eventos cosmológicos y sombríos que están reservados para un mundo futuro lleno de iniquidad e incredulidad... hasta el tope. Estos eventos, de violenta y espeluznante progesión, están representados en el libro de Apocalipsis como los siete sellos, las siete trompetas, y las siete copas de juicio universal y judical de Dios. Cristo se refiere a dicho tiempo como uno de tribulación sin parangón, como uno «nunca habido desde la creación del mundo ni después» (Mr.13:19). Se le conoce como la Gran Tribulación Final. En el tal Dios habrá de intervenir en los asuntos de la humanidad: «probará a los que moran sobre la tierra» (Ap.3:10), despeñará su ira santa sobre los hombres impíos y rebeldes, preparará a la nación de Israel para el regreso de Cristo. En este período, Israel será perseguida por el Anticristo Final con la diabólica intención de exterminarla (Ap. cap. 12), y de ese forma estorbar con el cumplimiento de las promesas hechas a los antiguos patriarcas Abraham, Isaac, y Jacob; mas Dios salvará a su remanente fiel y escogido para que dichas y maravillosas promesas logren cumplirse cabalmente (Jer.30:8; 31:40; Ez. 20:33-44; 34:1-31; 36:1-38; Ro.11:25-27). Y por fin, Cristo reinará con sus santos creyentes que formalizan su Iglesia el mundo renovado (Dn.7:13-14, 18, 22, 27; Ap. 20:4, 6: Mt.5:5).
La conclusión de la septuagésima semana está relacionada con el cumplimiento de los seis propósitos que se hallan escritos en Dn. 9:24:
«Terminar la prevaricación», «poner fin al pecado», «expiar la iniquidad», «traer justicia perdurable», «sellar la visión y la profecía», y «ungir al Santo de los santos».
Las primeros tres propósitos se encuentran vinculados con la muerte vicaria de Cristo, que otorga purificación del pecado. El resto de los propósitos, con el reinado del Mesías en la tierra.
No cabe duda que la «justicia perdurable» tiene un íntimo nexo con el gobierno milenario de Cristo en la tierra.
Gracias.