¿Puede el Hijo de Dios ser literalmente eterno?
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Si la respuesta es sí, ¿por qué entonces se dice en las Escrituras que Dios es su Padre?
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Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
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«El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús:Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt.16:15-17).
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Este escrito tiene la finalidad de explicar con fundamento bíblico que Cristo, a partir de su concepción humana sobrenatural, sin tomar en cuenta la creencia de una condición preexistente jamás habida, ha sido siempre el Hijo de Dios por excelencia, mucho antes de su bautismo y resurrección.
Este escrito tiene la finalidad de explicar con fundamento bíblico que Cristo, a partir de su concepción humana sobrenatural, sin tomar en cuenta la creencia de una condición preexistente jamás habida, ha sido siempre el Hijo de Dios por excelencia, mucho antes de su bautismo y resurrección.
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Cristo Jesús, el Hijo del Bendito (Mr.14:61-62), fue engendrado por el Padre y Señor Celestial por medio de su Espíritu Santo en María (Lc.1:35). Su concepción fue extraordinaria, fuera de lo común, sobrenatural, asexual, o sea, sin participación de un gameto, como es natural en todas las especies que componen la flora y fauna del mundo, incluso en la humana. Dios concibió a Cristo utilizando un óvulo femenino de la virgen María, y por medio de su virtud surge así, al nacer, la simiente de la mujer, según Gn.3:15, y no de hombre. La simiente del hombre es el producto o los hijos que se dan normalmente en la relación sexual natural, entre un hombre y una mujer. En Cristo, no hubo participación de semilla masculina, es decir, de un espermatozoide, para ser consumado como un ser humano en la cavidad uterina de la virgen María.
Cristo Jesús, el Hijo del Bendito (Mr.14:61-62), fue engendrado por el Padre y Señor Celestial por medio de su Espíritu Santo en María (Lc.1:35). Su concepción fue extraordinaria, fuera de lo común, sobrenatural, asexual, o sea, sin participación de un gameto, como es natural en todas las especies que componen la flora y fauna del mundo, incluso en la humana. Dios concibió a Cristo utilizando un óvulo femenino de la virgen María, y por medio de su virtud surge así, al nacer, la simiente de la mujer, según Gn.3:15, y no de hombre. La simiente del hombre es el producto o los hijos que se dan normalmente en la relación sexual natural, entre un hombre y una mujer. En Cristo, no hubo participación de semilla masculina, es decir, de un espermatozoide, para ser consumado como un ser humano en la cavidad uterina de la virgen María.
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Esta situación muy peculiar, hace de Cristo el legítimo Hijo de Dios y no precisamente por eventos circunstanciales durante su vida terrena, como son en su bautismo o en su resurrección. Adán fue llamado hijo de Dios porque él lo formó directamente de la Tierra (Gn.1:26-27; 2:7; Lc.3:38). Nosotros, los hombres comunes y corriente, venimos a ser hijos de Dios al creer en Jesucristo (Jn.1:12), en la adopción (Ef.1:5), de otro modo, es imposible que lo seamos; más bien, somos hijos naturales de ira antes de venir al conocimiento de Dios para salvación (Ef.2:3), porque tenemos una naturaleza inherentemente mala que nos lleva a pecar siempre (Ro.8:14-25). Somos renacidos por una simiente incorruptible y gloriosa, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1P.1:23). La glorificación de Cristo en el momento de su resurrección (Jn.8:23), no se relaciona en lo absoluto con la Deidad, es decir, con Dios y Padre. El sigue sigue siendo hombre como lo declara el Apóstol Pablo en una de sus cartas a Timoteo (1 Tim. 2:5). Nosotros somos hijos de Dios en la adopción como ya dijimos antes, pero seremos partícipes de la naturaleza divina junto con Cristo en la trasformación gloriosa y postrera (1 Ts. cap 4; 1 Co. cap. 15; 2 P.2:4).
Esta situación muy peculiar, hace de Cristo el legítimo Hijo de Dios y no precisamente por eventos circunstanciales durante su vida terrena, como son en su bautismo o en su resurrección. Adán fue llamado hijo de Dios porque él lo formó directamente de la Tierra (Gn.1:26-27; 2:7; Lc.3:38). Nosotros, los hombres comunes y corriente, venimos a ser hijos de Dios al creer en Jesucristo (Jn.1:12), en la adopción (Ef.1:5), de otro modo, es imposible que lo seamos; más bien, somos hijos naturales de ira antes de venir al conocimiento de Dios para salvación (Ef.2:3), porque tenemos una naturaleza inherentemente mala que nos lleva a pecar siempre (Ro.8:14-25). Somos renacidos por una simiente incorruptible y gloriosa, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre (1P.1:23). La glorificación de Cristo en el momento de su resurrección (Jn.8:23), no se relaciona en lo absoluto con la Deidad, es decir, con Dios y Padre. El sigue sigue siendo hombre como lo declara el Apóstol Pablo en una de sus cartas a Timoteo (1 Tim. 2:5). Nosotros somos hijos de Dios en la adopción como ya dijimos antes, pero seremos partícipes de la naturaleza divina junto con Cristo en la trasformación gloriosa y postrera (1 Ts. cap 4; 1 Co. cap. 15; 2 P.2:4).
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Cristo Jesús, por revelación del cielo, conocía verdaderamente desde muy pequeño ser Hijo Dios (Lc.2:42). Se puede probar en el suceso que ocurrió en Jerusalén, en el templo, cuando asombraba a los doctos de la Ley por sus maravillosas respuestas e inteligencia (Lc.2:45-47):
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«Entonces él les dijo (a José y María que ya lo habían encontrado para entonces):
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«Entonces él les dijo (a José y María que ya lo habían encontrado para entonces):
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¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (Lc.2:49).
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (Lc.2:49).
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Aunque no directamente, Jesús declara que Dios es su Padre, y eso le hace ser Hijo de Dios. Por otro lado, cuando Pablo habla a los romanos de que Cristo es declarado Hijo de Dios por la resurrección de los muertos, significa que muchos que lo siguieron dudaron que lo fuera cuando fue sacrificado en la cruz para muerte. Pensaron que todo había concluido allí, pero quedaron convencidos que Cristo era realmente el Hijo de Dios en el tremendo acontecimiento sobrenatural de su resurrección, cuando lo pudieron ver levantado de entre los muertos totalmente trasformado (Jn. cap. 20).
Aunque no directamente, Jesús declara que Dios es su Padre, y eso le hace ser Hijo de Dios. Por otro lado, cuando Pablo habla a los romanos de que Cristo es declarado Hijo de Dios por la resurrección de los muertos, significa que muchos que lo siguieron dudaron que lo fuera cuando fue sacrificado en la cruz para muerte. Pensaron que todo había concluido allí, pero quedaron convencidos que Cristo era realmente el Hijo de Dios en el tremendo acontecimiento sobrenatural de su resurrección, cuando lo pudieron ver levantado de entre los muertos totalmente trasformado (Jn. cap. 20).
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No pocos dudaron que fuera Cristo el Hijo de Dios:
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Dudaron las dos Marías (Mr.16:3-9)
Dudaron los discípulos de Cristo (Mr.16:10-14; Lc.24:11-16).
Dudaron los hombres del camino a Emaús (Lc.24:13-26).
Dudó el apóstol Pablo (1 Co.15:8).
Y entre los quinientos seguidores que lo vieron resucitado, no dudamos que hayan dudado muchos de ellos además (1 Co.15:6).
Dudaron los discípulos de Cristo (Mr.16:10-14; Lc.24:11-16).
Dudaron los hombres del camino a Emaús (Lc.24:13-26).
Dudó el apóstol Pablo (1 Co.15:8).
Y entre los quinientos seguidores que lo vieron resucitado, no dudamos que hayan dudado muchos de ellos además (1 Co.15:6).
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¿Usted lo duda querido lector?
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Dios les bendiga siempre mis amados hermanos y amigos que nos visitan.
Dios les bendiga siempre mis amados hermanos y amigos que nos visitan.