Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«Y se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse? Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir: Mirad que nadie os engañe; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y engañarán a muchos. Mas cuando oigáis de guerras y de rumores de guerras, no os turbéis, porque es necesario que suceda así; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres y alborotos; principios de dolores son estos» (Mr.13:3-8).
Cristo nunca aludió que este tipo de eventos estaban relacionados con una pronta venida al mundo para gobernarlo con poderosa y visible gloria: «…porque es necesario que suceda así…», y enfatiza: «…pero aún no es el fin». En esa época lejana, se suscitó la rebelión de los judíos en Alejandría, en Seleucia, con el degollamiento de más de cincuenta mil, en Jamnia y en otras partes por igual. Calígula, Claudio y Nerón, emperadores de Roma, amenazaron en destruir Jerusalén, pero esto únicamente sucedió con Tito, hijo de Vespasiano, quien arrasó la ciudad y el templo en el año 70 d. C. matando casi un millón de judíos. Entre esta profecía establecida por Cristo en el año 29 o 30 de nuestra era y la destrucción de Jerusalén, Creta fue sacudida por un terremoto posiblemente en el año 46 o 47; Roma, en el año 51; Apamaia en Frigia, en el año 60; Campania, en el año 63. La historia reporta cuatro hambrunas importantes en el gobierno de Claudio, en los años 41 y 54 d. C. Una de estas hambres afectó Judea, en el año 44 d. C. En el libro de Hechos hay una referencia al respecto (Hech. 11:28). El historiador Cornelio Tácito relata los huracanes y tormentas que azotaron Campania en el año 65 d. C.
Durante el trascurso de la historia de la humanidad, los eventos cosmológicos y bélicos han estado presentes. Se pensó que muchos de estos terribles sucesos vaticinaban el inminente regreso de Cristo, pero nada sucedió y el Señor aún no desciende al mundo en visible presentación. La peste bubónica que flageló sin piedad la Europa medieval en el siglo XVI, reclamó para el reino de la muerte cerca de un tercio de la población del viejo mundo. La gripe española causada por el brote del virus de la influenza A, mató entre cincuenta y cien millones de personas en todo el mundo entre 1918 y 1919, siendo catalogada una de las más mortíferas pandemias que los hombres han experimentado. Qué decir de las guerras. Algunos reportan que en la primera guerra mundial, ocurrida entre 1914 y 1918 que dio como resultado la disolución del imperio alemán, austrohúngaro, ruso y otomano, se estimó el deceso de cuarenta millones de individuos, entre civiles y combatientes. La segunda guerra mundial, que se llevó a cabo entre 1939 a l945, tuvo un saldo aproximado de sesenta millones de personas muertas. Muchos identificaron a Hitler en esta cruenta súper guerra como el Anticristo del los postreros días, el bíblico, pero los ejércitos terrenales lo derrotaron y no Cristo en el Armagedón para que la profecía se cumpliese:
«Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos…» (2 Ts. 8-9).
Se calcula que en las guerras el siglo XX hubo el triple de personas fallecidas que en todas las guerras habidas desde el siglo I d. C. hasta 1899. Se estima que más de ciento cuarenta y siete millones de personas han muerto desde 1914 hasta el año 2000. A pesar de esto, estas sangrientas orgías nunca fueron una señal precisa que marcara el retorno de Cristo al mundo, ni tampoco los grandes terremotos ocurridos a lo largo de toda las épocas lo han sido para su regreso. El terremoto del año 526 que afectó la costa del mediterráneo mató tal vez unas doscientas mil personas. El terremoto de 1201 en Oriente Medio mató un millón doscientos mil seres humanos, conociéndosele como el movimiento telúrico más antiguo y sombrío suscitado. El temblor de Shaanxi, en China, mató un millón de personas y se le conoce como el más mortal de los sismos de la historia reciente. El terremoto del 2001 en la India, acabó con la vida de veintitrés mil personas aproximadamente. El tsunami del año 2004, frente al norte de la isla de Sumatra, originado por un sismo, causó doscientas ochenta y nueve mil muertes, quizás cuatrocientas mil, según otra estadística (afectó: Sri Lanka, islas Maldivas, India, Tailandia, Malasia, Bangladesh y Myammar antigua Birmania, resultando afectado además el lado oriental de África). El sismo del 2008, en China, asesinó más de setenta y ocho mil seiscientas setenta y seis personas, con un reporte de casi veinte mil personas desaparecidas. Podemos ver que estos movimientos terrestres violentos y letales “no han gritado al cielo” para que Cristo descienda porque simplemente no son señal para el cumplimiento de la Parusía. Aplicamos la misma la misma fórmula para los falsos “cristos” y profetas de mentira que se han levantado para engañar al mundo desde la fundación de la Iglesia hasta el día de hoy. De los conocidos en la antigüedad está Montano, fundador y falso profeta del movimiento seudo carismático montanista. En el año 906 d. C. el alemán Bernard anunció el fin del mundo y nada pasó. En 1179 d. C. el astrólogo Juan de Toledo previó catástrofes naturales para 1186 que llevarían posiblemente al fin del mundo y al juicio final. En 1593 d. C. un astrólogo vaticino el fin del mundo para el 21 de Febrero de 1524. El anabaptista alemán Melchior Hoffman profetizó el regreso de Cristo para el año 1533 d. C. Hoffman dijo que el mundo sería destruido por fuego y que la ciudad de Estrasburgo sería la Nueva Jerusalén. En 1693, Jacobo Zimmerman calculó la destrucción del mundo para el Octubre de 1694 y fundó en Pensilvania una colonia para aguardar el juicio final. En 1806, una mujer inglesa llamada Mary Bateman proclamó que una de sus gallinas ponía huevos donde se leía: “Cristo está llegando”. Después de dos años de estudio bíblico, William millar de Estados Unidos, profetizó el fin del mundo para el año1843 (este hombre fue el precursor de la oscura y mortal secta de los Testigos de Jehová). Entre otros profetas y cristos de muerte y de mentira de hoy en día nombraremos a David Koresh (Waco Texas), Jim Jones (Guyana), Taze Russell (Estados Unidos), Cam Vam Liem (Vietnam), Luc Jouret de Canadá, Shoko Asahara, líder de la secta «Enseñanza de la Verdad Suprema» que decía ser la reencarnación de Buda. Wu Yangming se autoproclamó insolente como la reencarnación de Jesucristo, Marshall Applewithe, líder de la secta estadounidense «Portal del Cielo», creía ser un nuevo “cristo”, etc. Aunque Jesús advierte ante todo, en el principio de su discurso, contra estos falsos cristos y profetas de engaño, no sugiere en lo más mínimo que sean una señal indiscutible para su aparición inmediata.
« ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse» (Mr. 13:4).
En esta parte del texto, «las mismas cosas que han de cumplirse» no son tomadas como la señal (sëmeion, gr.) importante para el regreso de Cristo. La incógnita a despejar en el pensamiento de los discípulos es la «señal decisiva» para el regreso de nuestro Señor al mundo («Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida….» Mt.24:3), no se centra en los diversos y trágicos sucesos de los que Cristo habla en su discurso apocalíptico (véase: Mt. cap. 24, Lc. cap. 21, Mr. cap.13). Las señales (y también prodigios) plasmadas en Mr. 13:22, están ubicadas con el fin de advertir de los falsos profetas y de cristos impostores que las harían para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos de toda época. No señalan la pauta que fija el término para el regreso de nuestro Señor, de lo contrario, no es intrincado inferir, que el Reino de Dios hace largo tiempo se habría instalado ya en la tierra. Esto, del mismo modo, también se aplica a las señales cosmológicas que aparecen en Lc. 21:25: «Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas…». (Tales señales han sido manifestadas como cometas, eclipses, lluvias de aerolitos, Ovnis, conjunción de planetas, maremotos, tifones, etc.).
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria » (Mt.24:29-30).
En esta parte del texto, «las mismas cosas que han de cumplirse» no son tomadas como la señal (sëmeion, gr.) importante para el regreso de Cristo. La incógnita a despejar en el pensamiento de los discípulos es la «señal decisiva» para el regreso de nuestro Señor al mundo («Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida….» Mt.24:3), no se centra en los diversos y trágicos sucesos de los que Cristo habla en su discurso apocalíptico (véase: Mt. cap. 24, Lc. cap. 21, Mr. cap.13). Las señales (y también prodigios) plasmadas en Mr. 13:22, están ubicadas con el fin de advertir de los falsos profetas y de cristos impostores que las harían para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos de toda época. No señalan la pauta que fija el término para el regreso de nuestro Señor, de lo contrario, no es intrincado inferir, que el Reino de Dios hace largo tiempo se habría instalado ya en la tierra. Esto, del mismo modo, también se aplica a las señales cosmológicas que aparecen en Lc. 21:25: «Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas…». (Tales señales han sido manifestadas como cometas, eclipses, lluvias de aerolitos, Ovnis, conjunción de planetas, maremotos, tifones, etc.).
«E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria » (Mt.24:29-30).
Es evidente aquí que la señal de Hijo del Hombre es su misma presencia gloriosa y visible en el cielo la cual se dará un poco después de la tribulación final de aquellos días. Si su regreso es postribulacional, es lógico pensar que el estar obsesivamente expectantes por su retorno resulta también una preocupación innecesaria, irracional e infructuosa: «…no os turbéis, porque es necesario que suceda así; pero aún no es el fin» (Mr. 13:7).
Dios les bendiga hermanos y amigos míos.