Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
Este estudio brotó por motivo de varias preguntas muy interesantes e inteligentes sobre la elección y la oración bíblicas. Gracias doy a mi hermana en Cristo, Erika Justiniano Zárraga, por sus excelentes cuestionamientos que nos han puesto a estudiar en «verdad». Gracias de nuevo, Erika, porque has sido canal de bendición en lo personal, y no dudo que lo serás también para muchos en base a tu conocer correcto de la Palabra de Dios. Siempre adelante, Erika, sin ver atrás, sin detenerse nunca, a pesar de las agitadas tempestades y recias ventiscas provocadas por los enemigos de Dios, por los que quieren nublar con engaño y mentira, con sincretismos infernales, la única verdad del cielo.
Mr. 16:15, 16 Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que [creyere] y fuere bautizado, será salvo; mas el que [no creyere], será condenado.
En el Nuevo Testamento Cristo nos enseña que hemos recibido el mandato de predicar el Evangelio «a toda criatura». Surge la pregunta obligada con respecto a esto: Si tan sólo son unos cuántos los «elegidos» a quiénes Dios salvará, ¿qué sentido tiene el anunciarles a [todos] los hombres el Evangelio de Cristo para su salvación? Evidentemente el Señor ordenó a sus discípulos, y a la postrera generación de creyentes que somos nosotros, el predicar el mensaje salvífico «a toda criatura» de la extensa tierra, porque, lo volvemos a repetir, «Dios no hace acepción de personas» (Stg. 2:1, 9). No tendría ningún caso que la Palabra se predicara a [todas] las personas del mundo, por más grande que fuera la preocupación y el esfuerzo hecho, si de cualquier forma Dios no cambiaría su inconmovible decisión de salvar a unas [pocas] y condenar a otras [muchas]. Esto compromete muy seriamente la inoportuna y parcializada idea calvinista de la “salvación”. El Evangelio tiene el propósito de llegar a la humanidad, en general, pero los calvinistas son extremadamente selectivos en esta situación.
Jn. 3:36 El que [cree] en el Hijo tiene vida eterna; pero el que [rehúsa creer] en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
En este texto, los dos verbos originales en griego, «pisteuon» y «apeithon», son participios presentes que indican un [creer] continuo. «Apeithon» señala [ser obediente] y «peithomai » [dejarse persuadir]. La persona, contrariamente a la regeneración previa expuesta por el calvinismo, se deja [persuadir] por propia decisión o voluntad individual; rechaza el mensaje salvífico de mala gana, la Palabra de Dios. Niega [dejarse persuadir], y como resultado, la vida espiritual no se obtiene, al menos que le dé un giro de 360 grados a su potencial y condenable determinación.
La palabra hebrea «bachir» se traduce en la Biblia como «escogido». En el Antiguo Testamento esta palabra se halla unas [200 veces]. En Is. 45:4 es importante notar que no es hasta que [Jacob] viene a ser [Israel] Dios lo nombra «mi escogido». Únicamente como «Israel» es que la nación judía se constituye como «escogida» (Is.65:9). No fue como «Abram», sino como «Abraham», que éste llegó a ser «amigo de Dios» y por lo que la nación de Israel fue llamada como [escogida], a causa de la «promesa». Cuando Abraham le [creyó] a Dios, le fue [contado por justicia] (Ro.4:4, 5). Solamente con una [apropiada] relación de parte de Abraham con el Señor, la nación de Israel pudo ser llamada «escogida». Por lo tanto, cualquiera de los hombres que tenga una relación cabal con el Divino, dentro de sus santos y perfectos parámetros, tendrá el justo y celestial apruebo de ser llamado como «escogido».
Por lado, la palabra griega «eklectos», que se emplea unas [28 veces] en el Nuevo Testamento, y que significa «escogido» o «elegido», se aplica del mismo modo que la palabra hebrea «bachir». Su sentido se conexa con los «elegidos», o sea, como [unos] para «planes dispuestos», o como [unos] «selecionados», y que lo son a partir de la genuina conversión. La palabra «eklego» es utilizada unas [18 veces] en el Nuevo Testamento y se traduce como «escoger», «seleccionar», «elegir para sí mismo». En el siguiente texto vemos que son los [escogidos] quienes tendrán el derecho de recibir legalmente el Reino. Ellos son los [elegidos] porque [le aman]. Este “requisto”, salta a la vista sin lugar a dudas en el texto que sigue (enfatizado con corchetes):
Stg. 2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha [elegido] Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y [herederos del reino] que ha prometido a los que [le aman]?
Es categórico que la [elección] se fundamenta en el [amor] de los [elegidos] para con Dios. Los hombres vienen a ser llamados «elegidos» porque su postura como creyentes en Cristo es correctamente la acertada ante el Señor. Los creyentes somos «escogidos antes de la fundación del mundo» en base a la «presciencia» de Dios, pero somos [consolidados] como tales por el «nuevo nacimiento» (Ef. 1:4, 5; 1 P. 1:1, 2). Se sembrará la semilla del manzano, crecerá y dará fruto a su tiempo. Antes de sembrar la semilla, usted con seguridad habrá [preconcebido] qué manzanas [seleccionará] como las mejores para venderlas a buen precio. Dios conocía a los hombres que creerían para vida eterna. El «creer» es la única cláusula indispensable en las Escrituras para que el hombre sea «justificado» (énfasis con corchetes):
Mr. 1:15 . . . diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y [creed] en el evangelio.
La oración y la providencia de Dios. Uno se pregunta ¿produce la oración del creyente un efecto positivo en la mente «del» que todo lo sabe? Unos dicen que la oración tiene sólo un efecto subejtivo en el creyente que ora (Stg.5:13). Si hay mucha carga interna, éste se sentirá descansado al pronunciar súplicas ante Dios, si ha creído que Dios le contestará sus peticiones hechas. No podemos suponer que Dios modificará o interrumpirá el orden de las leyes naturales que gobiernan el universo por el hecho de que alguien ore. Esto es lo que han admitido los cofrades de «teología de la prosperidad» que buscan más las cosas materiales que las espirituales; y si una vez buscan estas últimas, las buscan lo bastante mal. La oración no es un poder que modifica o altera los diferentes aspectos de la naturaleza material. La respuesta a esta pregunta se resuelve en la [presciencia] y la [detrminación] de Dios. Dios ha marcado los límites en los que el cosmos debe funcionar. Dentro de estos límites Dios le ha dado al hombre la libertad para tomar decisiones individuales, independientes a su soberana voluntad. Dios no obliga a nadie a tomarlas. Esto sería [esclavitud], y no [libertad]. Se rechaza o se acepta el mensaje de salvación. Así de simple la cosa. La Gracia Preventiva pergeña al hombre para escoger la oferta de la salvación, «porque de su voluntad que está escrita en su Palabra nos hizo nacer de nuevo» (Stg. 1:18; 1 P.1:23). Cuando el hombre acepta el mensaje, es el espíritu santo el medio para que lleve a cabo la obra de Dios, en pequeña, moderada, o marcada proporción, es decir, según como el hombre convertido lo estime o lo desee. Es indudable que la oración es uno de los grandes recursos para que la obra de Dios sea cristalizada. Dios en su [presciencia] conocía cómo cada hombre convertido dispondría en el futuro de la oración. De ese modo, cuando el creyente bien intimidado con el Divino Ser ora, únicamente solicitará lo que Dios había previsto de antemano. Cuando el creyente deja de colaborar con Dios dentro de los margenes de su [predetrminada] y santa voluntad, es entonces que Dios obrará por su [soberanía], sin que la oración esté involucrada en lo más mínimo. La Biblia muestra que Cristo enseñó a sus discípulos a orar (Mt.6:10). Con la oración, sin dejar de tener en cuenta la importante e insigne frase «Hágase tu voluntad», Dios [no relega las leyes naturales del universo] para imponer sus metas y planes divinos, pero sí las «contrarresta con su poderosa e irrevocable voluntad que es la ley de toda naturaleza»: las leyes naturales quedan sometidas a la ley de su soberana voluntad.
Dios no es arbritario con ciertas personas como destinatarios de la oración. Como mandato, se debe orar por los reyes y gobernates del mundo (1Tim. 2:2-3), por los santos creyentes para que se aparten del pecado y sean fortalecidos en el Señor (Ef. 6:18), por los que se dedican a la obra misionera (Ef.6:19; Co.4:2-4), por lo enfermos (Stg.5:14- 15), por los que nos acosan y persiguen con no poca fiereza (Mt. 5:44; Lc. 6:27, 28), por nuestras personas (1 Cr.4:10; Sal. 106:4- 5), por los unos y por otros (Stg.5:16), por [todos los hombres] para que sean salvos (1 Tim.2:1- 4).
Si Dios está regenerando antes a los que ha “escogido” para que crean y se salven, ¿para qué orar por ellos para que accedan al buen camino? Reflexione bien y calmo sobre este punto, amable lector que nos visita interesado. El calvinismo admite de alguna manera que los versos del 1 al 4 del capítulo 2 de la primera epístola a Timoteo salen “sobrando”. Pero a la verdad lo que yo creo por lo que la Biblia revela que el calvinismo es el que “sobra”, evidentemente, por su mal entendido bíblico de la salvación. El calvinismo ha tornado un “dios” inclemente y tirano, un déspota y arbritario “ser”, tan impasible para con muchos hombres, [hombres] que sin excepción requieren el perdón y la salvación por medio de Jesucristo, el Hijo del Hombre, del Dios viviente que de «tal manera al mundo amó» (Jn. 3:16).
2 P. 3:9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que [ninguno perezca], sino que [todos] procedan al arrepentimiento.
El texto anterior nos habla que el «llamado» de Dios es para [todos los hombres], válgame la insistencia, en [general]. Dios [no elige] a su antojo a un “puñadito” de personas para salvarlas, tampoco a un “montón” más para enviarlas al ultra candente Lago de Fuego. Si el Dios bíblico es un Dios de «justicia y equidad», el del calvinismo es con elongada ceretza uno demasiado «injusto y despiadado», un ogro peor que el asesino y gigantesco «Blunderbore».
Si Dios les propone a [todos salvación], indiscutiblemente es porque él desea que se [salven].
Existen varias objeciones que devalúan el calvinismo como verdadero:
Si la salvación es [limitada] por designio, la [oferta] también lo es. Por lo contrario, la Palabra de Dios ofrece salvación para todos (mírese Mt. 11:28; Jn.6:37; 12:32; Mr.16:15). No se requiere de ser un genio para comprender que Cristo murió por [todo el mundo] (Jn.1:29; 3:16; 1 Tim. 1:15-16; 1 P. 3:9; 1 Jn.2:2). La Biblia asegura que algunos hombres estando en Cristo llegaron a «perderse» (énfasis con corchetes):
1 Co. 8:11 Y por el conocimiento tuyo, se [perderá el hermano] débil por quien Cristo murió.
Existen ciertas «condiciones» por las qué Dios «no escuchará la oración jamás»:
Jer. 7:16 Tú, pues, no ores por este pueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque [no te oiré].
Cuando Jeremías recibió como profeta el mandato de [no orar] por el pueblo judío, fue porque era uno rendido completamente a la desobediencia. La admonición a Jeremías “no ores a este pueblo” es el resultado de la grave rebeldía a la que estaba sometido el pueblo judío. Los judíos ofrecían en ese tiempo cultos a los dioses falsos de otras naciones, veneración a la «reina del cielo» babilónica, a la «luna creciente», y a las «estrellas» del firmamento. Dios les prohibió terminantemente cualquier práctica idolátrica. Dios nunca obligó a los judíos a apartarse de sus malos caminos, pero si les hizo ver las lamentables consecuencias de seguir en estos caminos impuros y malignos. El Señor ya les «había enviado con persistencia a todos sus siervos los profetas, pero sus oídos no se inclinaron a escuchar» (ver Jer. cap. 25:4). Jeremías advirtió al pueblo judío sobre el cautiverio babilónico de setenta años por violar el año sabático (2 Cr.36:21; Lev. 25:1-7; 26:34, 43). A pesar de la exhortación, Dios concibió siempre en su [preconocimiento] que no se arrepentirían, irremediablemente, de su maldades y pecados: tuvieron su oportunidad histórica, pero no la aprovecharon para nada. Inexorablemente, el pueblo judío sería deportado con violencia y en contra de su voluntad a las paganas comarcas del impío Nimrod.
Mucho tiempo atrás, unos 150 apoximadamente antes del nacimiento de Ciro el Grande, Isaías en una de sus profecías menciona con increíble exactitud el nombre de este notable rey persa. Ciro es alentado a restaurar Jersualén a causa de su destrucción a manos del voluble rey Nabucodonosor (Is.44:28). Si Dios levantaría a Ciro mucho más tarde como su ungido, fue «a causa de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido» (Is.45:4), porque el pueblo judío jamás evitaría por su incambiable y maligna causa la prolongada y humillante deportación. La profecía se cumple luego que los [setenta años] de exilio para los del pueblo judío finalizan: Ciro, en un decreto real, los insta a regresar para que «reedifiquen la ciudad de Jerusalén y sus muros» (véase sin falta Dn.9:25a, y Hageo, todo su capítulo).
2 Cr. 36:23 Así dice Ciro, rey de los persas: Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra; y él me ha encargado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de todo su pueblo, sea Jehová su Dios sea con él, y suba.
«¿Para qué orar por un pueblo qué no dejaría sus pésimos y perversos moldes y vicios arraigados?» Por tal motivo, Dios ordenó, y de cierto modo vino a insinuar a Jeremías, que “no se tomara la insustancial molestia” de orar por él. Lo indetenible, tendría que cumplirse, no por causa de Dios, que no decretó el pecado, como cierto calvinista lo asiente con error en uno de sus sincréticos y torcidos libros, y que este servidor suyo leyó con tanto pasmo y desagrado, sino por la indisciplinada voluntad del pueblo judío que seguidamente y en conciencia lúcida se alejaban de Dios: « . . . volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová». Dichosamente, el Señor Dios haría regresar a los del pueblo judío a la tierra de Palestina, siendo Ciro el promulgador del salvoconducto que le dio fin oficialmente a la larga diáspora mesopotámica.
Is. 45:13 Yo lo desperté (hablando de Ciro el Grande) en justicia, y enderezaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad, y soltará mis cautivos, no por precio ni por dones, dice Jehová de los ejércitos.
En el caso de Abraham que solicita a Dios en oración para que no destruya Sodoma y Gomorra. Dios sería [capaz de oír] a Abraham para perdonar a toda la ciudad esclavizada en tan tremenda depravación y homosexualidad impresionante (Gn.19:5), si por lo menos «diez» de sus habitantes fueran justos. El requisito, uno imposible, y Dios actuó increpo arrasando con fuego y azufre la pervertida ciudad de Sodoma (Gn.18:22; cap. 19). En el caso de Ninive, sus pobladores habían experimentado con anterioridad algunos imprevistos naturales y relevantes que los hiceron luego susceptibles a la predicación del intolerante y reacio profeta: En el 765 a. C. Nínive fue azotada por una terrible plaga; en el 763 a. C. En el 759 a. C. los asirios fueron testigos de un eclipse total, y con seguridad este acontecimiento cósmico conmovió sobremanera su tan fervorosa religiosidad. Otra segunda plaga asoló Asiria en el año 759 a. C. Nínive se convirtió al mensaje salvador de Jonás (Jon. 3:5-10), pero años más tarde, Nínive, la «ciudad sanguinaria» (Nah.3:1) que abandonó las sendas correctas por las injustas de «rapiña» y de «pillaje», es sentenciada a mortal juicio por boca de Nahúm, el profeta menor, porque Dios le reveló que la derrumbaría, sin vuelta atrás. No fue hasta el año 621 a. C. en que los medos, los babilonios y los escitas se encargaron de aplastarla completamente. La magnánima «providencia» emanicipadora de Dios fue mostrada a Nínive primero a través del profeta Jonás, pero su incurable obstinación a la maldad con el paso de los años la despeñó a la ruina y sin reparo: ¡Nínive de Asiria fue el motivo mismo, la causa deliberada de su mortal desgracia!
Dt. 28:23 Y los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra que está debajo de ti, de hierro.
«. . . los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce . . .» es una metáfora que Dios utiliza para decir que [no escucharía] la oración del que le clamase. La razón, muy obvia: una vida de desobediencia sería suficiente para hacerle los oídos “sordos” al Señor. En Dt. cap 28 se halla una extensa lista de maldiciones como consecuencia a la [desobediencia]. ¿Sería justo qué Dios oyera al pueblo judío para colmarlo de bendiciones mientras éste violaba con “grato esmero” sus estatutos y mandatos divinos? «No hay cambio, no hay bendición, sino maldición».
Algunas situaciones que obstaculizan la oración (del que la procura):
«La duda» (Stg.1:6-7).
«El pedir en forma equivocada con el propósito de gastar en placeres» (Stg. 4:3).
«La iniquidad, la envida, los celos, la mala voluntad» (Sal. 66:18).
«Negarse a perdonar» ( Mt.5:23-24; 6:12, 14-15; Mr. 11:25-26).
«Una vida de constante pecado» (Is.59:1-3; Jn.9:31).
«El rechazo a la Palabra de Dios» (Pr.28:9; Zac. 7:11-13).
«La desavenencia en el hogar» (1 P.3:7).
«La conducta hipócrita» (Job.27:8-9; Mt. 6:5).
«El orgullo» (Job.35:12-14).
«Robarle al Señor» (Mal.3:8-10).
«La idolatría» (Jer.11:9-14; Ez. 8:15-18).
«Olvidarse de Dios» (Jer.14:10-12).
En 1 de Jn. 5:16, la referencia que se enuncia como «pecado de muerte» se establece para las personas que conocieron el Evangelio pero que después lo rechazaron en conducta abierta como falsos maestros religiosos. Concretamente, se refiere a los actos impíos y heréticos de estas personas. Por otro lado, el «pecado que no es de muerte», nos habla de los «pecados» cometidos por los creyentes. Esta locución no señala que el perdón no sea ya posible. En 1 Jn.5:16 se hace la distinción entre la oración por [los creyentes] y por los que [no lo son]: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son . . .» (Jn.17:9). Cuando Juan examina la oración que ha sido respondida (véase 1 Jn. 14-17), explica la efectividad de la oración hecha por otros creyentes, cuyo pecado «no es de muerte», [oración] que [no otorga garantía] similar en la mediación de los [no creyentes], que sí tienen «pecado de muerte.
La mayoría de los pecados que se cometen «no son de muerte», pero Juan percibe un pecado que es lo suficiente, por sí mismo, para ser llamado como «pecado de muerte». Esta diferencia es frecuente en los escritos rabínicos, y la podemos ver en el Antiguo Testamento, en Núm. 18:22. La LXX tiene: «laberin hamartian thanatëphoron», que significa, «incurrir en pecado portador de muerte», como los actos criminales que están bajo la pena de muerte. Hay una diferencia notable en Heb. 10:25 entre pecar con voluntad luego del pleno [conocimiento] Escritural y el pecar por [ignorancia] (Heb. 5:2). Jesús nos hizo saber del pecado imperdonable que es atribuir al Satanás, a Belcebú, las obras del espíritu santo (Mr. 3:29; Mt.12:32; Lc. 12:10). Es probable que Juan tenga esta idea en mente cuando la aplica a los que rechazan a Jesucristo como Hijo de Dios y se presentan como «anticristos». «Por lo cual» (peri ekeinës, gr.). Este pecado para muerte. «Que se pida» (hina erötësëi, gr), que es usado aquí por el apóstol amado en el sentido de [petición] y no por [examinación]. Queda por entendido que el apóstol Juan [nunca] prohibe el [orar] por estos casos de suma gravedad. Juan simplemente [no les ordena] a los creyentes la oración para los encontrados en pecado de muerte, sino que, simplemente, se los deja a Dios, que tratará con sus vidas tan erradas.
En este tiempo, en que la Gracia está abierta para todos, y no para unos pocos antes predestinados, es decir, para los que han dado el paso firme y decisivo, por propia voluntad, de creer que Jesucristo es el verdadero Mesías Salvador, debemos pedirle a Dios en oración sincera para que por medio de su providencia los muchos que no le conocen vengan a la estrecha senda que conduce a la vida inacabable.
Ni la salvación, ni la oración, son conceptos bíblicos arbritarios. Sólo Dios conoce quien se salvará o no. Cada uno de los seres humanos que habitan el Planeta decide qué camino habrá de tomar: el de gloriosa vida, o el de eterna muerte: por voluntad intrínseca. La libertad de escoger es un privilegio dado por Dios (ya que no somos sus patosas marionetas manipuladas a sus anchas en un teatro cósmico inventado con sarcástico capricho), y el día de mañana, Dios juzgará los actos de los hombres que surgen según el uso que le hayan dado a esta libertad. Usted cree y se sostiene en los designios de Dios, preserverando, usted vendrá a salvarse; si no cree, hasta el fin de su vida, se perderá ineludiblemente. Así de sencillo es.
Amén.
Dios les bendiga siempre.
Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento. A.T. Robertson.
Manual de Teología Bíblica. Dr. Stanton Richardson.
Biblia de Estudio, Siglo XXI, RVA.
Reina Valera 1960.
Este estudio brotó por motivo de varias preguntas muy interesantes e inteligentes sobre la elección y la oración bíblicas. Gracias doy a mi hermana en Cristo, Erika Justiniano Zárraga, por sus excelentes cuestionamientos que nos han puesto a estudiar en «verdad». Gracias de nuevo, Erika, porque has sido canal de bendición en lo personal, y no dudo que lo serás también para muchos en base a tu conocer correcto de la Palabra de Dios. Siempre adelante, Erika, sin ver atrás, sin detenerse nunca, a pesar de las agitadas tempestades y recias ventiscas provocadas por los enemigos de Dios, por los que quieren nublar con engaño y mentira, con sincretismos infernales, la única verdad del cielo.
Mr. 16:15, 16 Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que [creyere] y fuere bautizado, será salvo; mas el que [no creyere], será condenado.
En el Nuevo Testamento Cristo nos enseña que hemos recibido el mandato de predicar el Evangelio «a toda criatura». Surge la pregunta obligada con respecto a esto: Si tan sólo son unos cuántos los «elegidos» a quiénes Dios salvará, ¿qué sentido tiene el anunciarles a [todos] los hombres el Evangelio de Cristo para su salvación? Evidentemente el Señor ordenó a sus discípulos, y a la postrera generación de creyentes que somos nosotros, el predicar el mensaje salvífico «a toda criatura» de la extensa tierra, porque, lo volvemos a repetir, «Dios no hace acepción de personas» (Stg. 2:1, 9). No tendría ningún caso que la Palabra se predicara a [todas] las personas del mundo, por más grande que fuera la preocupación y el esfuerzo hecho, si de cualquier forma Dios no cambiaría su inconmovible decisión de salvar a unas [pocas] y condenar a otras [muchas]. Esto compromete muy seriamente la inoportuna y parcializada idea calvinista de la “salvación”. El Evangelio tiene el propósito de llegar a la humanidad, en general, pero los calvinistas son extremadamente selectivos en esta situación.
Jn. 3:36 El que [cree] en el Hijo tiene vida eterna; pero el que [rehúsa creer] en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.
En este texto, los dos verbos originales en griego, «pisteuon» y «apeithon», son participios presentes que indican un [creer] continuo. «Apeithon» señala [ser obediente] y «peithomai » [dejarse persuadir]. La persona, contrariamente a la regeneración previa expuesta por el calvinismo, se deja [persuadir] por propia decisión o voluntad individual; rechaza el mensaje salvífico de mala gana, la Palabra de Dios. Niega [dejarse persuadir], y como resultado, la vida espiritual no se obtiene, al menos que le dé un giro de 360 grados a su potencial y condenable determinación.
La palabra hebrea «bachir» se traduce en la Biblia como «escogido». En el Antiguo Testamento esta palabra se halla unas [200 veces]. En Is. 45:4 es importante notar que no es hasta que [Jacob] viene a ser [Israel] Dios lo nombra «mi escogido». Únicamente como «Israel» es que la nación judía se constituye como «escogida» (Is.65:9). No fue como «Abram», sino como «Abraham», que éste llegó a ser «amigo de Dios» y por lo que la nación de Israel fue llamada como [escogida], a causa de la «promesa». Cuando Abraham le [creyó] a Dios, le fue [contado por justicia] (Ro.4:4, 5). Solamente con una [apropiada] relación de parte de Abraham con el Señor, la nación de Israel pudo ser llamada «escogida». Por lo tanto, cualquiera de los hombres que tenga una relación cabal con el Divino, dentro de sus santos y perfectos parámetros, tendrá el justo y celestial apruebo de ser llamado como «escogido».
Por lado, la palabra griega «eklectos», que se emplea unas [28 veces] en el Nuevo Testamento, y que significa «escogido» o «elegido», se aplica del mismo modo que la palabra hebrea «bachir». Su sentido se conexa con los «elegidos», o sea, como [unos] para «planes dispuestos», o como [unos] «selecionados», y que lo son a partir de la genuina conversión. La palabra «eklego» es utilizada unas [18 veces] en el Nuevo Testamento y se traduce como «escoger», «seleccionar», «elegir para sí mismo». En el siguiente texto vemos que son los [escogidos] quienes tendrán el derecho de recibir legalmente el Reino. Ellos son los [elegidos] porque [le aman]. Este “requisto”, salta a la vista sin lugar a dudas en el texto que sigue (enfatizado con corchetes):
Stg. 2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha [elegido] Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y [herederos del reino] que ha prometido a los que [le aman]?
Es categórico que la [elección] se fundamenta en el [amor] de los [elegidos] para con Dios. Los hombres vienen a ser llamados «elegidos» porque su postura como creyentes en Cristo es correctamente la acertada ante el Señor. Los creyentes somos «escogidos antes de la fundación del mundo» en base a la «presciencia» de Dios, pero somos [consolidados] como tales por el «nuevo nacimiento» (Ef. 1:4, 5; 1 P. 1:1, 2). Se sembrará la semilla del manzano, crecerá y dará fruto a su tiempo. Antes de sembrar la semilla, usted con seguridad habrá [preconcebido] qué manzanas [seleccionará] como las mejores para venderlas a buen precio. Dios conocía a los hombres que creerían para vida eterna. El «creer» es la única cláusula indispensable en las Escrituras para que el hombre sea «justificado» (énfasis con corchetes):
Mr. 1:15 . . . diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y [creed] en el evangelio.
La oración y la providencia de Dios. Uno se pregunta ¿produce la oración del creyente un efecto positivo en la mente «del» que todo lo sabe? Unos dicen que la oración tiene sólo un efecto subejtivo en el creyente que ora (Stg.5:13). Si hay mucha carga interna, éste se sentirá descansado al pronunciar súplicas ante Dios, si ha creído que Dios le contestará sus peticiones hechas. No podemos suponer que Dios modificará o interrumpirá el orden de las leyes naturales que gobiernan el universo por el hecho de que alguien ore. Esto es lo que han admitido los cofrades de «teología de la prosperidad» que buscan más las cosas materiales que las espirituales; y si una vez buscan estas últimas, las buscan lo bastante mal. La oración no es un poder que modifica o altera los diferentes aspectos de la naturaleza material. La respuesta a esta pregunta se resuelve en la [presciencia] y la [detrminación] de Dios. Dios ha marcado los límites en los que el cosmos debe funcionar. Dentro de estos límites Dios le ha dado al hombre la libertad para tomar decisiones individuales, independientes a su soberana voluntad. Dios no obliga a nadie a tomarlas. Esto sería [esclavitud], y no [libertad]. Se rechaza o se acepta el mensaje de salvación. Así de simple la cosa. La Gracia Preventiva pergeña al hombre para escoger la oferta de la salvación, «porque de su voluntad que está escrita en su Palabra nos hizo nacer de nuevo» (Stg. 1:18; 1 P.1:23). Cuando el hombre acepta el mensaje, es el espíritu santo el medio para que lleve a cabo la obra de Dios, en pequeña, moderada, o marcada proporción, es decir, según como el hombre convertido lo estime o lo desee. Es indudable que la oración es uno de los grandes recursos para que la obra de Dios sea cristalizada. Dios en su [presciencia] conocía cómo cada hombre convertido dispondría en el futuro de la oración. De ese modo, cuando el creyente bien intimidado con el Divino Ser ora, únicamente solicitará lo que Dios había previsto de antemano. Cuando el creyente deja de colaborar con Dios dentro de los margenes de su [predetrminada] y santa voluntad, es entonces que Dios obrará por su [soberanía], sin que la oración esté involucrada en lo más mínimo. La Biblia muestra que Cristo enseñó a sus discípulos a orar (Mt.6:10). Con la oración, sin dejar de tener en cuenta la importante e insigne frase «Hágase tu voluntad», Dios [no relega las leyes naturales del universo] para imponer sus metas y planes divinos, pero sí las «contrarresta con su poderosa e irrevocable voluntad que es la ley de toda naturaleza»: las leyes naturales quedan sometidas a la ley de su soberana voluntad.
Dios no es arbritario con ciertas personas como destinatarios de la oración. Como mandato, se debe orar por los reyes y gobernates del mundo (1Tim. 2:2-3), por los santos creyentes para que se aparten del pecado y sean fortalecidos en el Señor (Ef. 6:18), por los que se dedican a la obra misionera (Ef.6:19; Co.4:2-4), por lo enfermos (Stg.5:14- 15), por los que nos acosan y persiguen con no poca fiereza (Mt. 5:44; Lc. 6:27, 28), por nuestras personas (1 Cr.4:10; Sal. 106:4- 5), por los unos y por otros (Stg.5:16), por [todos los hombres] para que sean salvos (1 Tim.2:1- 4).
Si Dios está regenerando antes a los que ha “escogido” para que crean y se salven, ¿para qué orar por ellos para que accedan al buen camino? Reflexione bien y calmo sobre este punto, amable lector que nos visita interesado. El calvinismo admite de alguna manera que los versos del 1 al 4 del capítulo 2 de la primera epístola a Timoteo salen “sobrando”. Pero a la verdad lo que yo creo por lo que la Biblia revela que el calvinismo es el que “sobra”, evidentemente, por su mal entendido bíblico de la salvación. El calvinismo ha tornado un “dios” inclemente y tirano, un déspota y arbritario “ser”, tan impasible para con muchos hombres, [hombres] que sin excepción requieren el perdón y la salvación por medio de Jesucristo, el Hijo del Hombre, del Dios viviente que de «tal manera al mundo amó» (Jn. 3:16).
2 P. 3:9 El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que [ninguno perezca], sino que [todos] procedan al arrepentimiento.
El texto anterior nos habla que el «llamado» de Dios es para [todos los hombres], válgame la insistencia, en [general]. Dios [no elige] a su antojo a un “puñadito” de personas para salvarlas, tampoco a un “montón” más para enviarlas al ultra candente Lago de Fuego. Si el Dios bíblico es un Dios de «justicia y equidad», el del calvinismo es con elongada ceretza uno demasiado «injusto y despiadado», un ogro peor que el asesino y gigantesco «Blunderbore».
Si Dios les propone a [todos salvación], indiscutiblemente es porque él desea que se [salven].
Existen varias objeciones que devalúan el calvinismo como verdadero:
Si la salvación es [limitada] por designio, la [oferta] también lo es. Por lo contrario, la Palabra de Dios ofrece salvación para todos (mírese Mt. 11:28; Jn.6:37; 12:32; Mr.16:15). No se requiere de ser un genio para comprender que Cristo murió por [todo el mundo] (Jn.1:29; 3:16; 1 Tim. 1:15-16; 1 P. 3:9; 1 Jn.2:2). La Biblia asegura que algunos hombres estando en Cristo llegaron a «perderse» (énfasis con corchetes):
1 Co. 8:11 Y por el conocimiento tuyo, se [perderá el hermano] débil por quien Cristo murió.
Existen ciertas «condiciones» por las qué Dios «no escuchará la oración jamás»:
Jer. 7:16 Tú, pues, no ores por este pueblo, ni levantes por ellos clamor ni oración, ni me ruegues; porque [no te oiré].
Cuando Jeremías recibió como profeta el mandato de [no orar] por el pueblo judío, fue porque era uno rendido completamente a la desobediencia. La admonición a Jeremías “no ores a este pueblo” es el resultado de la grave rebeldía a la que estaba sometido el pueblo judío. Los judíos ofrecían en ese tiempo cultos a los dioses falsos de otras naciones, veneración a la «reina del cielo» babilónica, a la «luna creciente», y a las «estrellas» del firmamento. Dios les prohibió terminantemente cualquier práctica idolátrica. Dios nunca obligó a los judíos a apartarse de sus malos caminos, pero si les hizo ver las lamentables consecuencias de seguir en estos caminos impuros y malignos. El Señor ya les «había enviado con persistencia a todos sus siervos los profetas, pero sus oídos no se inclinaron a escuchar» (ver Jer. cap. 25:4). Jeremías advirtió al pueblo judío sobre el cautiverio babilónico de setenta años por violar el año sabático (2 Cr.36:21; Lev. 25:1-7; 26:34, 43). A pesar de la exhortación, Dios concibió siempre en su [preconocimiento] que no se arrepentirían, irremediablemente, de su maldades y pecados: tuvieron su oportunidad histórica, pero no la aprovecharon para nada. Inexorablemente, el pueblo judío sería deportado con violencia y en contra de su voluntad a las paganas comarcas del impío Nimrod.
Mucho tiempo atrás, unos 150 apoximadamente antes del nacimiento de Ciro el Grande, Isaías en una de sus profecías menciona con increíble exactitud el nombre de este notable rey persa. Ciro es alentado a restaurar Jersualén a causa de su destrucción a manos del voluble rey Nabucodonosor (Is.44:28). Si Dios levantaría a Ciro mucho más tarde como su ungido, fue «a causa de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido» (Is.45:4), porque el pueblo judío jamás evitaría por su incambiable y maligna causa la prolongada y humillante deportación. La profecía se cumple luego que los [setenta años] de exilio para los del pueblo judío finalizan: Ciro, en un decreto real, los insta a regresar para que «reedifiquen la ciudad de Jerusalén y sus muros» (véase sin falta Dn.9:25a, y Hageo, todo su capítulo).
2 Cr. 36:23 Así dice Ciro, rey de los persas: Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra; y él me ha encargado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá. Quien haya entre vosotros de todo su pueblo, sea Jehová su Dios sea con él, y suba.
«¿Para qué orar por un pueblo qué no dejaría sus pésimos y perversos moldes y vicios arraigados?» Por tal motivo, Dios ordenó, y de cierto modo vino a insinuar a Jeremías, que “no se tomara la insustancial molestia” de orar por él. Lo indetenible, tendría que cumplirse, no por causa de Dios, que no decretó el pecado, como cierto calvinista lo asiente con error en uno de sus sincréticos y torcidos libros, y que este servidor suyo leyó con tanto pasmo y desagrado, sino por la indisciplinada voluntad del pueblo judío que seguidamente y en conciencia lúcida se alejaban de Dios: « . . . volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová». Dichosamente, el Señor Dios haría regresar a los del pueblo judío a la tierra de Palestina, siendo Ciro el promulgador del salvoconducto que le dio fin oficialmente a la larga diáspora mesopotámica.
Is. 45:13 Yo lo desperté (hablando de Ciro el Grande) en justicia, y enderezaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad, y soltará mis cautivos, no por precio ni por dones, dice Jehová de los ejércitos.
En el caso de Abraham que solicita a Dios en oración para que no destruya Sodoma y Gomorra. Dios sería [capaz de oír] a Abraham para perdonar a toda la ciudad esclavizada en tan tremenda depravación y homosexualidad impresionante (Gn.19:5), si por lo menos «diez» de sus habitantes fueran justos. El requisito, uno imposible, y Dios actuó increpo arrasando con fuego y azufre la pervertida ciudad de Sodoma (Gn.18:22; cap. 19). En el caso de Ninive, sus pobladores habían experimentado con anterioridad algunos imprevistos naturales y relevantes que los hiceron luego susceptibles a la predicación del intolerante y reacio profeta: En el 765 a. C. Nínive fue azotada por una terrible plaga; en el 763 a. C. En el 759 a. C. los asirios fueron testigos de un eclipse total, y con seguridad este acontecimiento cósmico conmovió sobremanera su tan fervorosa religiosidad. Otra segunda plaga asoló Asiria en el año 759 a. C. Nínive se convirtió al mensaje salvador de Jonás (Jon. 3:5-10), pero años más tarde, Nínive, la «ciudad sanguinaria» (Nah.3:1) que abandonó las sendas correctas por las injustas de «rapiña» y de «pillaje», es sentenciada a mortal juicio por boca de Nahúm, el profeta menor, porque Dios le reveló que la derrumbaría, sin vuelta atrás. No fue hasta el año 621 a. C. en que los medos, los babilonios y los escitas se encargaron de aplastarla completamente. La magnánima «providencia» emanicipadora de Dios fue mostrada a Nínive primero a través del profeta Jonás, pero su incurable obstinación a la maldad con el paso de los años la despeñó a la ruina y sin reparo: ¡Nínive de Asiria fue el motivo mismo, la causa deliberada de su mortal desgracia!
Dt. 28:23 Y los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra que está debajo de ti, de hierro.
«. . . los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce . . .» es una metáfora que Dios utiliza para decir que [no escucharía] la oración del que le clamase. La razón, muy obvia: una vida de desobediencia sería suficiente para hacerle los oídos “sordos” al Señor. En Dt. cap 28 se halla una extensa lista de maldiciones como consecuencia a la [desobediencia]. ¿Sería justo qué Dios oyera al pueblo judío para colmarlo de bendiciones mientras éste violaba con “grato esmero” sus estatutos y mandatos divinos? «No hay cambio, no hay bendición, sino maldición».
Algunas situaciones que obstaculizan la oración (del que la procura):
«La duda» (Stg.1:6-7).
«El pedir en forma equivocada con el propósito de gastar en placeres» (Stg. 4:3).
«La iniquidad, la envida, los celos, la mala voluntad» (Sal. 66:18).
«Negarse a perdonar» ( Mt.5:23-24; 6:12, 14-15; Mr. 11:25-26).
«Una vida de constante pecado» (Is.59:1-3; Jn.9:31).
«El rechazo a la Palabra de Dios» (Pr.28:9; Zac. 7:11-13).
«La desavenencia en el hogar» (1 P.3:7).
«La conducta hipócrita» (Job.27:8-9; Mt. 6:5).
«El orgullo» (Job.35:12-14).
«Robarle al Señor» (Mal.3:8-10).
«La idolatría» (Jer.11:9-14; Ez. 8:15-18).
«Olvidarse de Dios» (Jer.14:10-12).
En 1 de Jn. 5:16, la referencia que se enuncia como «pecado de muerte» se establece para las personas que conocieron el Evangelio pero que después lo rechazaron en conducta abierta como falsos maestros religiosos. Concretamente, se refiere a los actos impíos y heréticos de estas personas. Por otro lado, el «pecado que no es de muerte», nos habla de los «pecados» cometidos por los creyentes. Esta locución no señala que el perdón no sea ya posible. En 1 Jn.5:16 se hace la distinción entre la oración por [los creyentes] y por los que [no lo son]: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son . . .» (Jn.17:9). Cuando Juan examina la oración que ha sido respondida (véase 1 Jn. 14-17), explica la efectividad de la oración hecha por otros creyentes, cuyo pecado «no es de muerte», [oración] que [no otorga garantía] similar en la mediación de los [no creyentes], que sí tienen «pecado de muerte.
La mayoría de los pecados que se cometen «no son de muerte», pero Juan percibe un pecado que es lo suficiente, por sí mismo, para ser llamado como «pecado de muerte». Esta diferencia es frecuente en los escritos rabínicos, y la podemos ver en el Antiguo Testamento, en Núm. 18:22. La LXX tiene: «laberin hamartian thanatëphoron», que significa, «incurrir en pecado portador de muerte», como los actos criminales que están bajo la pena de muerte. Hay una diferencia notable en Heb. 10:25 entre pecar con voluntad luego del pleno [conocimiento] Escritural y el pecar por [ignorancia] (Heb. 5:2). Jesús nos hizo saber del pecado imperdonable que es atribuir al Satanás, a Belcebú, las obras del espíritu santo (Mr. 3:29; Mt.12:32; Lc. 12:10). Es probable que Juan tenga esta idea en mente cuando la aplica a los que rechazan a Jesucristo como Hijo de Dios y se presentan como «anticristos». «Por lo cual» (peri ekeinës, gr.). Este pecado para muerte. «Que se pida» (hina erötësëi, gr), que es usado aquí por el apóstol amado en el sentido de [petición] y no por [examinación]. Queda por entendido que el apóstol Juan [nunca] prohibe el [orar] por estos casos de suma gravedad. Juan simplemente [no les ordena] a los creyentes la oración para los encontrados en pecado de muerte, sino que, simplemente, se los deja a Dios, que tratará con sus vidas tan erradas.
En este tiempo, en que la Gracia está abierta para todos, y no para unos pocos antes predestinados, es decir, para los que han dado el paso firme y decisivo, por propia voluntad, de creer que Jesucristo es el verdadero Mesías Salvador, debemos pedirle a Dios en oración sincera para que por medio de su providencia los muchos que no le conocen vengan a la estrecha senda que conduce a la vida inacabable.
Ni la salvación, ni la oración, son conceptos bíblicos arbritarios. Sólo Dios conoce quien se salvará o no. Cada uno de los seres humanos que habitan el Planeta decide qué camino habrá de tomar: el de gloriosa vida, o el de eterna muerte: por voluntad intrínseca. La libertad de escoger es un privilegio dado por Dios (ya que no somos sus patosas marionetas manipuladas a sus anchas en un teatro cósmico inventado con sarcástico capricho), y el día de mañana, Dios juzgará los actos de los hombres que surgen según el uso que le hayan dado a esta libertad. Usted cree y se sostiene en los designios de Dios, preserverando, usted vendrá a salvarse; si no cree, hasta el fin de su vida, se perderá ineludiblemente. Así de sencillo es.
Amén.
Dios les bendiga siempre.
Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento. A.T. Robertson.
Manual de Teología Bíblica. Dr. Stanton Richardson.
Biblia de Estudio, Siglo XXI, RVA.
Reina Valera 1960.