«...y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén» (Apo.1:5, 6).
El azahar se abrió
Y derramó cual fuente
Su encarnado néctar.
El vital fluido
De las hebras granas
Inundó en amor
La indeseable tierra:
Emergió la espiga
De los campos secos.
Floreció la vida
Por el Don de Dios.
Javier Rivas Martínez