Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
«En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria» (Is. 6:1-3).
Una teofanía es una manifestación sobrenatural visible y a veces física de Dios. Las teofanías son vistas frecuentemente en la literatura del Antiguo Testamento. Dios se ha manifestado en sueños (Gén. 20:3-7; 28:12-17), en visiones (Gén. 15:1-21; Isa. 6:1-13). Hay teofanías en las que Dios aparece representado por un un ángel (Gén. 16:7-13; 18:1-33).
La Reina Valera de Estudio Siglo XXI comenta de esto:
«La principal importancia de una teofanía es su revelación de Dios o la presentación de un mensaje divino, en tanto que sus aspectos físicos tienen por objeto simplemete destacar y autenticar la revelación».
La teofanía, la antropomórfica para este caso, tiene el propósito de exhibir por medio de imágenes explícitas las cualidades inherentes de la naturaleza de Dios como son, por ejemplo, su santidad (Ap. 4:8; Is. 6:3), su soberanía y poder (Ap. 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15), su majestad y gloria (Ez. 1:26-28), de tal modo que el hombre logre comprenderlas en su restringida capacidad mental. O sea, la teofanía antropomórfica, no revela, en el sentido objetivo o literal de la visión, el aspecto general de Dios. La teofanía, en sí, es una imagen simbólica que expone el verdadero carácter deífico del Señor y Creador del universo.
Parece que Pablo Santomauro carece de una mente lo indispensablemente apta para asimiliar conceptos como el anterior, o quizás sea por ignorancia o por inadvertencia, ya que en un escrito suyo sin suficiente fundamento, trata, en una postura muy dislocada, de demostrar que “el que está sentado en Trono en Isías 6:1 no es Dios el Padre sino su Hijo Jesucristo”, identificándolo, homologándolo con el Jehová del Antiguo Testamento con la mórbida intención de justificar la adulterada doctrina trinitaria que promociona el falso monstruo teólogico de “tres cabezas”, a manera del mitológico Cervero, legalizada en “santo pergamino” en los umbríos y blasfemos concilios post-apostólicos. Para que lo sepa Santomauro, La palabra «Jehová» está relacionada en las Escrituras tan sólo con el Padre y Dios y no con Jesús el Cristo. El monteísmo judío revela un Dios uni personal y no “tri personal”, del mismo modo que lo presenta Cristo y el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento (véase Jn. cap. 17 y 1 Co. 8:6):
"Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno": Shemá Yisrael, Adonai Eloeinu, Adonai Ejad (Dt. 6:4).
Veamos su comprometedora y falsa afirmación:
"Déjenme demostrarles a uds. como es bien sencillo identificar a Jesús de Nazaret como Jehová del Antiguo Testamento. Todo lo que tenemos que hacer es ir a la visión de Isaías (Isa. 6) --- Recuerden, ya hemos establecido que nadie ha visto al Padre, por lo tanto el SEÑOR que Isaías vio no puede haber sido nadie más que Jesucristo".
Cómo Dios “no ha sido visto jámas por ojo humano” (Jn. 1:18 a), es improbable para Santomauro, por esta premisa, que Dios el Padre sea el qué esté sentado en el Trono Sublime, sino el Hijo, quien dio a concerlo en su ministerio terrenal (Jn. 1:18 b): «...y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad», al que sus contemporáneos pudieron ver (1 Jn. 1:1-3). A la verdad, el profeta Isaías no vio la forma física verdadera del Padre (1 Tim. 6:16), ni tampoco la de su Hijo, «sino que experimentó una manifestación de la gloria de Dios en forma humana» (Reina Valera de Estudio, Siglo XXI). Pablo Santomauro no se ha percatado, y con descomunal asombro lo digo mis queridos y amables lectores, por su “erudicción en las Escrituras”, que en la Biblia se halla, para ser exacto en el Antiguo Testamento, por lo menos una teofanía en la que Dios el Padre y el Hijo aparecen juntos (Dios, como «el Anciano de días», y el Hijo de Dios, y no “dios, como «un hijo de hombre»). Y no es una teofanía que pretenda una vida preexistente del Hijo, sino que en ella se avizora, proféticamente hablando, el retorno visible y escatológico al mundo del Cristo glorificado previamente (Mt. 24:27-51). Antes de su nacimento humano, Cristo no coexistía con el Padre en el cielo como un agente “preencarnado”, como creen los trinitarios con falla tremebunda (heretismo que emanó del gnosticismo y de la escuela catequística de Alejandría). Él estaba en la mente de Dios como «Uno» en el plan de salvación para los hombres pecadores de la corrupta tierra, como Uno «preordenado» para esta misión de amor y de magníficas bendiciones en un Reino terrenal futuro de amor, de justicia, de luz y de equidad sin medida que recibe del Padre cuando asciende a su Diestra (Dn. 7:13, 14): «...un hombre noble que se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver» (Lc. 19:12). Esta es la teofanía a la que nos referimos un poco atrás de este escrito:
«Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el fuego. Habían también quitado a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo. Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido» (Dn. 7:9-14).
Para Pablo Santomauro, por lo visto, las teofanías o visiones que exponen figuradamente la sustancia verdadera de la persona de Dios, son un total imposible, porque a la Deidad “nadie la ha visto nunca”. Su error consiste en no estimar, por causas no conocidas por este servidor que plasma estas letras, la teofanía antropomórfica, qué, cómo visión simbólica, nos devela cognosciblemente para los seres humanos limitados una cuantiosa cantidad de cualidades propias que conforman la natulareza de Dios.
Gracias, y que Dios me los bendiga siempre.
«En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria» (Is. 6:1-3).
Una teofanía es una manifestación sobrenatural visible y a veces física de Dios. Las teofanías son vistas frecuentemente en la literatura del Antiguo Testamento. Dios se ha manifestado en sueños (Gén. 20:3-7; 28:12-17), en visiones (Gén. 15:1-21; Isa. 6:1-13). Hay teofanías en las que Dios aparece representado por un un ángel (Gén. 16:7-13; 18:1-33).
La Reina Valera de Estudio Siglo XXI comenta de esto:
«La principal importancia de una teofanía es su revelación de Dios o la presentación de un mensaje divino, en tanto que sus aspectos físicos tienen por objeto simplemete destacar y autenticar la revelación».
La teofanía, la antropomórfica para este caso, tiene el propósito de exhibir por medio de imágenes explícitas las cualidades inherentes de la naturaleza de Dios como son, por ejemplo, su santidad (Ap. 4:8; Is. 6:3), su soberanía y poder (Ap. 4:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15), su majestad y gloria (Ez. 1:26-28), de tal modo que el hombre logre comprenderlas en su restringida capacidad mental. O sea, la teofanía antropomórfica, no revela, en el sentido objetivo o literal de la visión, el aspecto general de Dios. La teofanía, en sí, es una imagen simbólica que expone el verdadero carácter deífico del Señor y Creador del universo.
Parece que Pablo Santomauro carece de una mente lo indispensablemente apta para asimiliar conceptos como el anterior, o quizás sea por ignorancia o por inadvertencia, ya que en un escrito suyo sin suficiente fundamento, trata, en una postura muy dislocada, de demostrar que “el que está sentado en Trono en Isías 6:1 no es Dios el Padre sino su Hijo Jesucristo”, identificándolo, homologándolo con el Jehová del Antiguo Testamento con la mórbida intención de justificar la adulterada doctrina trinitaria que promociona el falso monstruo teólogico de “tres cabezas”, a manera del mitológico Cervero, legalizada en “santo pergamino” en los umbríos y blasfemos concilios post-apostólicos. Para que lo sepa Santomauro, La palabra «Jehová» está relacionada en las Escrituras tan sólo con el Padre y Dios y no con Jesús el Cristo. El monteísmo judío revela un Dios uni personal y no “tri personal”, del mismo modo que lo presenta Cristo y el apóstol Pablo en el Nuevo Testamento (véase Jn. cap. 17 y 1 Co. 8:6):
"Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno": Shemá Yisrael, Adonai Eloeinu, Adonai Ejad (Dt. 6:4).
Veamos su comprometedora y falsa afirmación:
"Déjenme demostrarles a uds. como es bien sencillo identificar a Jesús de Nazaret como Jehová del Antiguo Testamento. Todo lo que tenemos que hacer es ir a la visión de Isaías (Isa. 6) --- Recuerden, ya hemos establecido que nadie ha visto al Padre, por lo tanto el SEÑOR que Isaías vio no puede haber sido nadie más que Jesucristo".
Cómo Dios “no ha sido visto jámas por ojo humano” (Jn. 1:18 a), es improbable para Santomauro, por esta premisa, que Dios el Padre sea el qué esté sentado en el Trono Sublime, sino el Hijo, quien dio a concerlo en su ministerio terrenal (Jn. 1:18 b): «...y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad», al que sus contemporáneos pudieron ver (1 Jn. 1:1-3). A la verdad, el profeta Isaías no vio la forma física verdadera del Padre (1 Tim. 6:16), ni tampoco la de su Hijo, «sino que experimentó una manifestación de la gloria de Dios en forma humana» (Reina Valera de Estudio, Siglo XXI). Pablo Santomauro no se ha percatado, y con descomunal asombro lo digo mis queridos y amables lectores, por su “erudicción en las Escrituras”, que en la Biblia se halla, para ser exacto en el Antiguo Testamento, por lo menos una teofanía en la que Dios el Padre y el Hijo aparecen juntos (Dios, como «el Anciano de días», y el Hijo de Dios, y no “dios, como «un hijo de hombre»). Y no es una teofanía que pretenda una vida preexistente del Hijo, sino que en ella se avizora, proféticamente hablando, el retorno visible y escatológico al mundo del Cristo glorificado previamente (Mt. 24:27-51). Antes de su nacimento humano, Cristo no coexistía con el Padre en el cielo como un agente “preencarnado”, como creen los trinitarios con falla tremebunda (heretismo que emanó del gnosticismo y de la escuela catequística de Alejandría). Él estaba en la mente de Dios como «Uno» en el plan de salvación para los hombres pecadores de la corrupta tierra, como Uno «preordenado» para esta misión de amor y de magníficas bendiciones en un Reino terrenal futuro de amor, de justicia, de luz y de equidad sin medida que recibe del Padre cuando asciende a su Diestra (Dn. 7:13, 14): «...un hombre noble que se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver» (Lc. 19:12). Esta es la teofanía a la que nos referimos un poco atrás de este escrito:
«Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos. Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado en el fuego. Habían también quitado a las otras bestias su dominio, pero les había sido prolongada la vida hasta cierto tiempo. Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido» (Dn. 7:9-14).
Para Pablo Santomauro, por lo visto, las teofanías o visiones que exponen figuradamente la sustancia verdadera de la persona de Dios, son un total imposible, porque a la Deidad “nadie la ha visto nunca”. Su error consiste en no estimar, por causas no conocidas por este servidor que plasma estas letras, la teofanía antropomórfica, qué, cómo visión simbólica, nos devela cognosciblemente para los seres humanos limitados una cuantiosa cantidad de cualidades propias que conforman la natulareza de Dios.
Gracias, y que Dios me los bendiga siempre.