Por Sir. Anthony F Buzzard
Jesús vino a predicar y anunciar el Reino de Dios. Este es el Evangelio que Jesús predicó (y por supuesto, después se añadió el asunto de su muerte y resurrección). El afirmó ser el Mesías, y vino primero a morir y resucitar y luego prometió regresar a gobernar en una tierra renovada, en el Reino de Dios, el gran cumplimiento de la tierra prometida hecha a Abraham ya a su descendencia (Gen 12, 15, 17, etc.) La iglesia es considerada hoy en día como la simiente de Abraham. Pablo declaró lúcidamente en el verso clásico de Gálatas 3.29: “y Si ustedes son de Cristo, entonces simiente de Abraham son y herederos de la promesa”, es decir, la promesa a Abraham que él sería “heredero del mundo” (Romanos 4.13). Las promesas Abrahámicas de la tierra, de una descendencia y UNA futura prosperidad, es la roca sólida y la base del Evangelio salvífico Cristiano del Reino, anunciado por Jesús como el predicador modelo del Evangelio (Hebreos 2.3).
¡Los cristianos tienden a ceder su herencia a los Judíos no conversos! Así, han negado las enseñanzas de Jesús que los humildes, sus seguidores, “heredarán la tierra” (Mateo 5.5, citando Sal 37). La objeción de Jesús a sus compatriotas era que estaban en las garras del engaño, pues decían que podían ser parte de las promesas hechas a Abraham sin necesidad de aceptarle y obedecerle a él, el Mesías. No es suficiente tener sangre Judía en sus venas. Uno debe creer y obedecer a Jesús, el Mesías, que ha venido y viene otra vez. Pero esto no quiere decir que la creencia en el Mesías ¡como el mismo Dios eterno, fue parte de la teología del Nuevo Testamento! Tal proposición multiplica a Dios y hace esencialmente convierte a un Jesús humano en no humano y, por lo tanto, no descendiente de David.
Todo esto no es negar que en la profecía todavía se espere una gran restauración y conversión de un grupo colectivo de Judíos. Esto ocurrirá en el futuro regreso de Jesús (¡que no fue en el año 70 por cierto!). Pablo habla de esta futura recuperación de un remanente de Israel en Romanos 9-11. Sin embargo, presentemente, Pablo caracteriza a Israel como siendo enemigos del Evangelio. Individualmente, algunos se unirán a la “Israel [Internacional] de Dios” (Gálatas 6.16). Todos los creyentes que ya son miembros de la Comunidad de Israel han creído el evangelio del Reino y, a través de esto han “nacido de nuevo”. Esto es algo que Jesús espera que hagamos todos en Marcos 1:14-15 (cf. el maravilloso texto en Hechos 8.12).
Pablo habla del Israel étnico como el “Israel de la carne” (1 Corintios 10.18). Se distinguen claramente los Judíos no convertidos de la iglesia, la cual él llama la “Israel de Dios” en Gálatas 6.16. Allí bendice a los de Gálatas que siguen la regla del amor y al resto de la iglesia de Dios, todos verdaderos creyentes. Jesús describe a los creyentes como los que creen y obedecen a sus palabras, su Evangelio del Reino (Juan 3.36; Mat 13.19; véase Heb 5.9). A estos insta a recibir la gracia de Dios. El Evangelio de la gracia de Dios es exactamente lo mismo que el Evangelio del Reino (como se dice bellamente en Hechos 20.24, 25).
¡El Cristianismo requiere trabajo! Jesús habla de “esforzarse” para entrar en el Reino (Lucas 13.24), es decir, para ser salvos. El trabajo necesario es la fe y la obediencia dirigida hacia Jesús (Hebreos 5.9). Pablo lo llama “la obediencia de la fe” al principio y final de Romanos (1.5; 16.26). Es ridículo pensar que la gracia nos libera de la enérgica actividad de Jesús y su causa. “¡Esfuércense [agonicen] para entrar en el Reino!” Dijo Jesús. Esto requiere un esfuerzo, un esfuerzo cooperativo entre el creyente y Dios y su único mediador, el ser humano Cristo Jesús (1 Tim. 2:5).
Es un gran engaño pensar que la salvación se obtiene al inicio de la conversión, sin perseverar más. Pablo les dijo a los creyentes de Roma, en términos inequívocos, que serían cortados si se apartan de la fiel obediencia (Romanos 11.22). Hebreos 6 y 10 amenazan graves consecuencias para los que creen por un tiempo (Lucas 8.13) y luego se vuelven atrás. Jesús se dirigió a los conversos en Laodicea con estas amenazantes palabras: “Te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3.16). El que persevere hasta el fin será salvo y “nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos” (Romanos 13.11). Pablo trabajó duro por su dominio propio “no sea que quede un naufrago”.
Algunos reciben la palabra salvífica del Reino (el Evangelio, Mateo 13.19) “con un corazón bueno y honesto” y por lo tanto dan fruto. Otros resisten la voluntad de Dios para con ellos (Lucas 7.30), mostrando qué temerosamente errada es la terrible doctrina de Calvino, quien fue responsable, junto con otros, del asesinato del anti-trinitario Miguel Servet. Calvino sufrió una ceguera severa en cuanto al Evangelio del Reino. Acusó a los discípulos entrenados por Jesús de ceguera cuando ellos hicieron la pregunta correcta: “¿Es ahora cuando vas a restablecer el Reino a Israel?” (Hechos 1.6). Calvino fríamente señaló que “hay más errores en esa pregunta que en las palabras”. La culpa y la ceguera acostaron a Calvino, y sus sucesores deben evitar seguir sus ideas con relación al Reino, el núcleo del Evangelio junto, por supuesto, con la muerte y resurrección del Mesías.
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Jesús vino a predicar y anunciar el Reino de Dios. Este es el Evangelio que Jesús predicó (y por supuesto, después se añadió el asunto de su muerte y resurrección). El afirmó ser el Mesías, y vino primero a morir y resucitar y luego prometió regresar a gobernar en una tierra renovada, en el Reino de Dios, el gran cumplimiento de la tierra prometida hecha a Abraham ya a su descendencia (Gen 12, 15, 17, etc.) La iglesia es considerada hoy en día como la simiente de Abraham. Pablo declaró lúcidamente en el verso clásico de Gálatas 3.29: “y Si ustedes son de Cristo, entonces simiente de Abraham son y herederos de la promesa”, es decir, la promesa a Abraham que él sería “heredero del mundo” (Romanos 4.13). Las promesas Abrahámicas de la tierra, de una descendencia y UNA futura prosperidad, es la roca sólida y la base del Evangelio salvífico Cristiano del Reino, anunciado por Jesús como el predicador modelo del Evangelio (Hebreos 2.3).
¡Los cristianos tienden a ceder su herencia a los Judíos no conversos! Así, han negado las enseñanzas de Jesús que los humildes, sus seguidores, “heredarán la tierra” (Mateo 5.5, citando Sal 37). La objeción de Jesús a sus compatriotas era que estaban en las garras del engaño, pues decían que podían ser parte de las promesas hechas a Abraham sin necesidad de aceptarle y obedecerle a él, el Mesías. No es suficiente tener sangre Judía en sus venas. Uno debe creer y obedecer a Jesús, el Mesías, que ha venido y viene otra vez. Pero esto no quiere decir que la creencia en el Mesías ¡como el mismo Dios eterno, fue parte de la teología del Nuevo Testamento! Tal proposición multiplica a Dios y hace esencialmente convierte a un Jesús humano en no humano y, por lo tanto, no descendiente de David.
Todo esto no es negar que en la profecía todavía se espere una gran restauración y conversión de un grupo colectivo de Judíos. Esto ocurrirá en el futuro regreso de Jesús (¡que no fue en el año 70 por cierto!). Pablo habla de esta futura recuperación de un remanente de Israel en Romanos 9-11. Sin embargo, presentemente, Pablo caracteriza a Israel como siendo enemigos del Evangelio. Individualmente, algunos se unirán a la “Israel [Internacional] de Dios” (Gálatas 6.16). Todos los creyentes que ya son miembros de la Comunidad de Israel han creído el evangelio del Reino y, a través de esto han “nacido de nuevo”. Esto es algo que Jesús espera que hagamos todos en Marcos 1:14-15 (cf. el maravilloso texto en Hechos 8.12).
Pablo habla del Israel étnico como el “Israel de la carne” (1 Corintios 10.18). Se distinguen claramente los Judíos no convertidos de la iglesia, la cual él llama la “Israel de Dios” en Gálatas 6.16. Allí bendice a los de Gálatas que siguen la regla del amor y al resto de la iglesia de Dios, todos verdaderos creyentes. Jesús describe a los creyentes como los que creen y obedecen a sus palabras, su Evangelio del Reino (Juan 3.36; Mat 13.19; véase Heb 5.9). A estos insta a recibir la gracia de Dios. El Evangelio de la gracia de Dios es exactamente lo mismo que el Evangelio del Reino (como se dice bellamente en Hechos 20.24, 25).
¡El Cristianismo requiere trabajo! Jesús habla de “esforzarse” para entrar en el Reino (Lucas 13.24), es decir, para ser salvos. El trabajo necesario es la fe y la obediencia dirigida hacia Jesús (Hebreos 5.9). Pablo lo llama “la obediencia de la fe” al principio y final de Romanos (1.5; 16.26). Es ridículo pensar que la gracia nos libera de la enérgica actividad de Jesús y su causa. “¡Esfuércense [agonicen] para entrar en el Reino!” Dijo Jesús. Esto requiere un esfuerzo, un esfuerzo cooperativo entre el creyente y Dios y su único mediador, el ser humano Cristo Jesús (1 Tim. 2:5).
Es un gran engaño pensar que la salvación se obtiene al inicio de la conversión, sin perseverar más. Pablo les dijo a los creyentes de Roma, en términos inequívocos, que serían cortados si se apartan de la fiel obediencia (Romanos 11.22). Hebreos 6 y 10 amenazan graves consecuencias para los que creen por un tiempo (Lucas 8.13) y luego se vuelven atrás. Jesús se dirigió a los conversos en Laodicea con estas amenazantes palabras: “Te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3.16). El que persevere hasta el fin será salvo y “nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos” (Romanos 13.11). Pablo trabajó duro por su dominio propio “no sea que quede un naufrago”.
Algunos reciben la palabra salvífica del Reino (el Evangelio, Mateo 13.19) “con un corazón bueno y honesto” y por lo tanto dan fruto. Otros resisten la voluntad de Dios para con ellos (Lucas 7.30), mostrando qué temerosamente errada es la terrible doctrina de Calvino, quien fue responsable, junto con otros, del asesinato del anti-trinitario Miguel Servet. Calvino sufrió una ceguera severa en cuanto al Evangelio del Reino. Acusó a los discípulos entrenados por Jesús de ceguera cuando ellos hicieron la pregunta correcta: “¿Es ahora cuando vas a restablecer el Reino a Israel?” (Hechos 1.6). Calvino fríamente señaló que “hay más errores en esa pregunta que en las palabras”. La culpa y la ceguera acostaron a Calvino, y sus sucesores deben evitar seguir sus ideas con relación al Reino, el núcleo del Evangelio junto, por supuesto, con la muerte y resurrección del Mesías.
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