Por Ingº Alfonso Orellana
“O sí, yo asistí a las escuelas del hombre blanco. Aprendí a leer de libros de escuela, periódicos, y la Biblia. Pero halle que estos no eran suficiente. Las personas civilizadas dependen demasiado en las páginas de hechura humana. Yo me volví al libro del Gran Espíritu el cual es toda la creación. Tu puedes leer una gran porción de este si estudias la naturaleza. Tu sabes, si tú tomas todos tus libros, los pones bajo el sol, y si dejas que la nieve y la lluvia y los insectos trabajen en ellos por un tiempo, no quedara nada. Pero el Gran Espíritu ha provisto a ti y para mí la gran oportunidad de estudiar en la universidad de la naturaleza – los bosques, los ríos, las montañas y los animales que nos incluye a nosotros.” –Tatanga Mani (Búfalo Caminante): Indígena Americano Stoney
Que sepamos, por miles de años, la humanidad caminó sin libros. Abel, Enoc, Noé, Abraham y José no necesitaron un libro para moldear su carácter. Tenían una valiosísima tradición oral. Eran personas en sintonía con el Espíritu del Creador, capaces de discernir lo bueno de lo malo. También podemos añadir a esta lista a Tatanga Mani.
Mucho del contenido de la Biblia son narraciones que recogen la historia y experiencias de la humanidad en su interacción con el creador y son de gran valor para nosotros hoy. Como ya sabemos, Jesús no dejo nada escrito para nosotros. Sí dejó un legado de enseñanza práctica que, reconociendo su valor, muchos compilaron de forma escrita para beneficio de otros, presentes y en el futuro. Estos relatos, como cándidamente admite Lucas, fueron producto de la necesidad inmediata del autor para satisfacer una necesidad presente.
En estos escritos, particularmente los llamados evangelios, se recogen la esencia de Jesús como persona, sus grandes enseñanzas y la razón básica de su aparición en la escena terrestre. También registran sucesos que denominaron milagros por ser extra naturales. Las cartas apostólicas también arrojan luz sobre la manera en que estas personas de hace dos mil años asimilaron la experiencia Jesús. Conociendo que los relatos históricos, por lo general se degeneran con el paso el tiempo, tengo en gran estima el que estos hombres, muchos ni siquiera son identificados, se hayan dado a la tarea de escribir la información, aun si sus escritos reflejan rasgos de su humanidad.
Lamentablemente el establecimiento eclesiástico a tomado esta biblioteca llamada Biblia y la ha colocado en un pedestal que legítimamente pertenece, no al libro mismo, sino al Espíritu detrás de la letra. Es esa esencia la que mana como extracto del conjunto de ideas expresadas y no del escrutinio deliberado de cada verbo y adjetivo.
Lamentablemente el establecimiento eclesiástico a tomado esta biblioteca llamada Biblia y la ha colocado en un pedestal que legítimamente pertenece, no al libro mismo, sino al Espíritu detrás de la letra. Es esa esencia la que mana como extracto del conjunto de ideas expresadas y no del escrutinio deliberado de cada verbo y adjetivo.
Cuanto anhelo y disfruto de la libertad de expresión espiritual en la cual puedo tener comunión con el creador sin que esta relación dependa de una formula rígida dictada por palabras escritas y contenidas en un libro. Para muchos, este postulado es como lanzarse a la mar sin cartas de navegación, un buen compás o chaleco salvavidas. En pocas palabras, vivir de modo irresponsable. Sin embargo, es realmente todo lo contrario. Ahí, pienso radica la fe verdadera. Por las cartas de Pablo, percibo que él se enfrentó a un desafió similar; cómo vivir por el espíritu y no por la ‘letra.’