Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
«La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio» (1 Co.2:11-12).
El feminismo no ha quedado conforme dentro de las sociedades del mundo seglar y por esta causa se ha trasportado a las congregaciones de bandera cristiana para levantar mujeres con “pantalones bien puestos y de potencial imperante masculino”, desplazando a los hombres de sus deberes principales y obligaciones que les corresponden en las citadas congregaciones. Bien dice el refrán: «No hagas cosas malas que parezcan buenas». El cristianismo moderno ha relativizado con remarcada notoriedad la enseñanza de apóstol Pablo que habla de la sujeción de la mujer dentro de las Iglesias cristianas, que incluye «el callar» y «el no enseñar» dentro de ellas, ignorándose que estos mandatos son absolutos e invariables, no moldeables, no locales ni relativos, sino generales. Muchas de las enseñanzas y prácticas de las modernas Iglesias cristianas no proceden de la Palabra de Dios, sino del espíritu del mundo, del ideal satánico y de la mente humana, contrariando la gloriosa y perfecta verdad. En estos tiempos tan difíciles, las mujeres han tomado la delantera en las congregaciones, y el varón por no conocer ni imponer su lugar como hombre de Dios en las mismas, ha sido arrastrado y colocado un lado de la brecha vertical, haciéndose cómplice junto a la religiosa e impelente mujer, porque «tanto peca el que mata la vaca como el que le toma la pata». Ahora, las mujeres predican y ordenan, «llevan la batuta» en las escuelas dominicales, etc. Bajo esta condición, el varón, abismalmente pusilánime, falto de dinamismo y de determinación, aprueba la trasgresión, de la manera en que el hombre incurrió a ésta en la antigüedad, incitado de una forma u otra por la mujer en el huerto del Edén antiguo:
Gn. 3:12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.
1 Tim. 2:14 y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión.
Iniciemos nuestro estudio, corto pero vitalmente sustancioso:
1 Tim. 2:11 La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción.
La mujer, refiere el texto, deberá aprender en las congregaciones «En silencio» (en hësuchiâi, gr). «Con toda sumisión» (en pasëi hupotagëi, gr.). Deberá callar, y se comprende que no habrá de opinar ni tomar decisiones de índole alguna, propias o sugeridas, en la Iglesia en que se congrega; por eso dice la Escritura, en 1 Co. 14:35: «Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación». El apóstol Pablo, de modo contundente, escribe que es indecoroso (aischron, gr.) que la mujer hable (lalein, gr.) en las congregaciones, que si algo necesita saber o aprenderlo, deberá preguntárselo a su marido fuera de la Iglesia en que la que asiste con él. Las preguntas se harán de parte de la mujer en la privacidad del hogar, «en casa» (en oiköi, gr.).
1 Co. 14:33-34… Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice.
Es texto da por hecho que en las congregaciones la mujer carece, por decirlo de esta forma, de “voto para hablar”, y qué quede bien claro, qué esto no es el resultado impuesto por una actitud meramente machista, sino de un mandato impuesto por la voluntad de Dios, porque: «el marido es cabeza de la mujer, y Cristo de la Iglesia», no la mujer de su marido. Entiéndase por favor. No podemos quebrantar las leyes ni los decretos de Dios porque los tiempos han cambiado. La Palabra de Dios es la misma de ayer y de hoy, y por siempre será, porque es eterna, porque Dios no cambia, él «no tiene mudanza ni sombra de variación» (Stg. 1:17). Dios no ajusta su pensar a los sistemas del mundo tridimensional en que vivimos. ! Qué barbaridad si fuese así! Tendríamos entonces un Dios alcahuete, consecuente a las razones de los espíritus del mundo. Más nos vale ajustarnos a su pensar, por nuestro propio bien.
«Calle en las congregaciones» (en tais ekklësiais sigatösan, gr.). Existe la creencia que esta ordenanza era exclusiva para la Iglesia de Corinto, pero en el manuscrito antiguo «congregación» no existe como tal, como vemos al principio de este apartado, sino que está en plural. Esto propone más de una «congregación» o «localidad»; su universalidad está bien establecida, aunque el punto de partida fue la Iglesia de Corinto (1 Co. 1:1-2). El texto apunta, con plena seguridad, a todas las Iglesias: «Como en todas las iglesias de los santos…».
1 Tim. 2:12 Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.
«No permito» (ouk epitrepö, gr.), permitir, «Enseñar» (didaskein), y esto es, en público. Contrariamente, las mujeres enseñan hoy en las congregaciones lo que violenta la ordenanza paulina. «Ni ejercer dominio sobre el hombre» (oude authentein andros, gr.), significa, que no le es permitido mandar sobre el varón u ordenarle. Y otra vez, como en 1 Co. 14:34, deberá la mujer guardar «silencio» en la Iglesia.
Mencionaremos por último y por su gran importancia, que el apóstol Pablo no impidió nunca a las mujeres la manifestación de los dones espirituales (1 Co. caps. 12 y 13). Recordemos que las hijas de Felipe podían profetizar:
Hech. 21:8 Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él.
Hech. 21:9 Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban.
Es lógico pensar con esto que los dones espirituales no rivalizaron jamás nunca con el mal llamado “sexo débil”.
El propósito de Pablo en los textos estudiados fue que las mujeres no se convirtieran en cabezas doctrinales, en autoridades religiosas por encima de los hombres, situación que pasa en estos tiempos, donde las mujeres han tomado la iniciativa en diversas esferas, y la religiosa, no es la excepción: error craso, y aún, sin el más pequeño argumento bíblico justificable, los varones las han permitido presidir con mucha comodidad en las Iglesias por no querer asumir con carácter de verdadero cristiano las responsabilidades que Dios les ha delegado como agentes masculinos, y no a las mujeres, en las congregaciones cristianas.
En este caso:
«El orden de los factores, si altera el producto».