Por David Reagan
Esta es una pregunta frecuente durante los foros proféticos. La respuesta es que El los ama, así como ama a toda Su creación. Pero hay ciertamente un sentido en el que la profecía bíblica parece enfocarse sobre el pueblo judío. Eso es debido a que Dios llamó a los judíos a ser Su “pueblo escogido”, a través del cual El cumpliría Su plan maestro para la historia (Dt. 7:6). Fue a través del pueblo judío que Dios dio al mundo Su Palabra. Y fue a través de los judíos que El envió al Mesías.
Las Escrituras Hebreas dicen que los judíos también fueron escogidos para ser testigos de Dios – de lo que significa tener una relación con El (Is. 43:10-12). La historia de Israel atestigua el hecho de que cuando alguien es fiel a Dios, El bendice; cuando alguien es infiel, El disciplina; y cuando alguien se arrepiente, Dios perdona y olvida y empieza a bendecir una vez más. Actualmente, los judíos están bajo la disciplina de Dios, pero la profecía bíblica nos dice que se acerca un día cuando un gran remanente de ellos se arrepentirá y recibirá a Jesús como su Mesías (Zac. 12:10). Cuando eso suceda, Dios los hará la nación más exaltada del mundo (Is. 60 – 61:5). Jesús vivirá entre ellos como Rey de reyes (Ez. 43:7) y todas las bendiciones de Dios para las naciones, fluirán a través de ellos (Zac. 8:22-23).
Los judíos también son el reloj profético de Dios. Con esto, quiero decir que El a menudo relaciona futuros eventos importantes con cosas que les ocurrirán a los judíos como nación. La profecía de las 70 semanas de años de Daniel es un buen ejemplo. Daniel dice que había que esperar un decreto que permitiría la reconstrucción de Jerusalén. Luego él declara que 483 años después de que el decreto fuera emitido, el Mesías vendría y moriría (Dn. 9:24-26).
En el Nuevo Testamento, tenemos otro buen ejemplo. Jesús les dijo a Sus discípulos que vendría un día cuando los judíos serían dispersados entre todas las naciones del mundo y que Jerusalén sería pisoteada por los gentiles. Pero luego El añadió que cuando Jerusalén no esté más bajo control gentil, El regresaría (Lc. 21:24). Jesús simplemente estaba enfatizando un punto que se hace repetidamente en las Escrituras Hebreas – a saber, que cuando los judíos sean restaurados a su tierra y a la ciudad de Jerusalén, el Mesías vendrá (Zac. 12:3, 6, 8-10; 13;1).
Los judíos también son el reloj profético de Dios. Con esto, quiero decir que El a menudo relaciona futuros eventos importantes con cosas que les ocurrirán a los judíos como nación. La profecía de las 70 semanas de años de Daniel es un buen ejemplo. Daniel dice que había que esperar un decreto que permitiría la reconstrucción de Jerusalén. Luego él declara que 483 años después de que el decreto fuera emitido, el Mesías vendría y moriría (Dn. 9:24-26).
En el Nuevo Testamento, tenemos otro buen ejemplo. Jesús les dijo a Sus discípulos que vendría un día cuando los judíos serían dispersados entre todas las naciones del mundo y que Jerusalén sería pisoteada por los gentiles. Pero luego El añadió que cuando Jerusalén no esté más bajo control gentil, El regresaría (Lc. 21:24). Jesús simplemente estaba enfatizando un punto que se hace repetidamente en las Escrituras Hebreas – a saber, que cuando los judíos sean restaurados a su tierra y a la ciudad de Jerusalén, el Mesías vendrá (Zac. 12:3, 6, 8-10; 13;1).
Otra razón para el enfoque profético sobre los judíos es debido a que Dios ha prometido que El traerá un gran remanente a la salvación durante los años finales de las 70 semanas de años de Daniel. La Biblia aclara que durante la última mitad de la Tribulación, Dios centrará la ira del Anticristo sobre los judíos, trayéndolos al final de sí mismos y motivándolos a volverse a Dios en arrepentimiento (Zac. 12:10, Ro. 9:27; 11:25-26).
¿No ha invalidado la desobediencia de los judíos las promesas de Dios hacia ellos?
Absolutamente no. O, para ponerlo en las palabras del apóstol Pablo, “¡En ninguna manera!” (Ro. 11:1).
Desde el IV Siglo, cuando la Iglesia adoptó el Amilenialismo y empezó a divorciarse de su herencia judía, el enfoque cristiano prevaleciente con relación a los judíos ha sido de que “Dios se lavó Sus manos con ellos” en el I Siglo cuando derramó Su ira sobre Jerusalén y permitió que los judíos fueran dispersados mundialmente. Una doctrina acompañante que se ha desarrollado durante los años se llama “teología del reemplazo”. Es la idea de que Dios sustituyó a los judíos con la Iglesia, que la Iglesia ha venido a ser el “nuevo Israel” y que la Iglesia ha heredado todas las bendiciones que previamente fueron prometidas a los judíos. No es necesario decir que estas ideas han servido como una fuente de mucho del Antisemitismo que ha caracterizado a la Iglesia durante los pasados 1600 años.
La idea de que Dios se ha “lavado Sus manos de los judíos” es completamente antibíblica. En Jeremías 31:36 Dios dice que el pueblo judío continuará siendo “una nación delante de Mí eternamente”. El enfatiza el punto al decir que seguirán como una nación especial de gente hasta que el orden fijado del universo cese o hasta que todos los cielos y profundidades del océano hayan sido medidos (Jer. 31:36-37). En Isaías 49:14-16 Dios usa una metáfora diferente para enfatizar Su devoción hacia Israel. ¡El dice que tiene a la nación inscrita en las palmas de Sus manos!
Hay tres capítulos en el Nuevo Testamento que enfatizan fuertemente el continuado amor de Dios por los judíos. Estos tres capítulos han sido despreciados e ignorados (o espiritualizados hacia la insignificancia) a través de mucha de la historia cristiana. Los capítulos son Romanos 9-11. En Romanos 9:4 Pablo escribe que Dios aún tiene pactos con los judíos los cuales El promete cumplir. Luego él aclara que los judíos que recibirán las bendiciones son un gran remanente que será salvado en los tiempos del fin (Ro. 9:27).
Pablo incluso aborda específicamente la cuestión de si Dios ha rechazado o no al pueblo judío. Él pregunta, “¿Ha desechado Dios a Su pueblo?” (Ro. 11:1). Durante 1600 años la Iglesia ha respondido a esta pregunta con un incompetente, “¡Sí!” Pero Pablo la responde diciendo, “¡En ninguna manera! ...Dios no ha desechado a Su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro. 11:1-2).
Absolutamente no. O, para ponerlo en las palabras del apóstol Pablo, “¡En ninguna manera!” (Ro. 11:1).
Desde el IV Siglo, cuando la Iglesia adoptó el Amilenialismo y empezó a divorciarse de su herencia judía, el enfoque cristiano prevaleciente con relación a los judíos ha sido de que “Dios se lavó Sus manos con ellos” en el I Siglo cuando derramó Su ira sobre Jerusalén y permitió que los judíos fueran dispersados mundialmente. Una doctrina acompañante que se ha desarrollado durante los años se llama “teología del reemplazo”. Es la idea de que Dios sustituyó a los judíos con la Iglesia, que la Iglesia ha venido a ser el “nuevo Israel” y que la Iglesia ha heredado todas las bendiciones que previamente fueron prometidas a los judíos. No es necesario decir que estas ideas han servido como una fuente de mucho del Antisemitismo que ha caracterizado a la Iglesia durante los pasados 1600 años.
La idea de que Dios se ha “lavado Sus manos de los judíos” es completamente antibíblica. En Jeremías 31:36 Dios dice que el pueblo judío continuará siendo “una nación delante de Mí eternamente”. El enfatiza el punto al decir que seguirán como una nación especial de gente hasta que el orden fijado del universo cese o hasta que todos los cielos y profundidades del océano hayan sido medidos (Jer. 31:36-37). En Isaías 49:14-16 Dios usa una metáfora diferente para enfatizar Su devoción hacia Israel. ¡El dice que tiene a la nación inscrita en las palmas de Sus manos!
Hay tres capítulos en el Nuevo Testamento que enfatizan fuertemente el continuado amor de Dios por los judíos. Estos tres capítulos han sido despreciados e ignorados (o espiritualizados hacia la insignificancia) a través de mucha de la historia cristiana. Los capítulos son Romanos 9-11. En Romanos 9:4 Pablo escribe que Dios aún tiene pactos con los judíos los cuales El promete cumplir. Luego él aclara que los judíos que recibirán las bendiciones son un gran remanente que será salvado en los tiempos del fin (Ro. 9:27).
Pablo incluso aborda específicamente la cuestión de si Dios ha rechazado o no al pueblo judío. Él pregunta, “¿Ha desechado Dios a Su pueblo?” (Ro. 11:1). Durante 1600 años la Iglesia ha respondido a esta pregunta con un incompetente, “¡Sí!” Pero Pablo la responde diciendo, “¡En ninguna manera! ...Dios no ha desechado a Su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro. 11:1-2).
Pero, ¿qué acerca de su desobediencia? ¿Qué acerca de su rechazo a Dios como rey de su nación y a Jesús como rey de sus corazones? ¿No ha anulado su desobediencia las promesas de Dios? Otra vez, Pablo trata específicamente con este asunto. El pregunta, “¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? ¿Su incredulidad habrá hecho nula la fidelidad de Dios?” (Ro. 3:3). Y otra vez, durante siglos la Iglesia ha respondido, “¡Sí!”. Pero no Pablo. El responde diciendo, “¡De ninguna manera! Antes bien sea Dios veraz y todo hombre mentiroso” (Ro. 3:4).
Pablo llega a estar tan abrumado por la gracia de Dios al nunca darse por vencido con los judíos, que finalmente prorrumpe en una exclamación extática: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios, e inescrutables Sus caminos!” (Ro. 11:33).
Cuando empecé a predicar acerca del amor de Dios hacia el pueblo judío y de Su determinación absoluta de traer a salvación a un gran remanente, a pesar de su terquedad y rebelión, mi esposa me dijo: “¡Me haces querer ser un judío!”. Yo le respondí diciendo: “No cariño, no querrías ser un judío, porque las posibilidades abrumadoras son de que tendrías un velo espiritual que impediría que reconocieras a Jesús como tu Mesías” (2 Cor. 3:14-16).
Luego le señalé que Dios no está haciendo algo por el pueblo judío que El no esté dispuesto a hacer por cualquiera. Los judíos, de nuevo, son simplemente un testigo del deseo de Dios de que todas las personas vengan al arrepentimiento y sean salvas (2 P. 3:9). Dios no se “lava Sus manos” de cualquiera. El persigue y persigue, intentando traernos al final de nosotros mismos para que nos volvamos a El en arrepentimiento y seamos salvos. Eso es exactamente lo que le va a pasar al remanente judío al final de la Tribulación. Aquí está como lo puso el profeta Malaquías en Malaquías 3:2-4: “¿Y quién podrá soportar el tiempo de Su venida? ¿o quién podrá estar en pie cuando El se manifieste? Porque El es como fuego purificador, y como jabón de lavadores. Y se asentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Jehová ofrenda en justicia. Y será grata a Jehová la ofrenda de Judá y Jerusalén, como en los días pasados, y como en los años antiguos”.
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