Hace más de una década que se ha vuelto muy notoria la crisis de ética y credibilidad por la que atraviesan amplios sectores de la Iglesia Católica. Sin embargo, uno de los problemas que alimenta esa crisis data en realidad de siglos: la violación de los votos de castidad, el abuso sexual y la pedofilia, tres estigmas muy alejados de los sufridos por Jesucristo pero que están firmemente grabados en muchísimos de sus representantes en la Tierra, y que cuentan con una lamentable complicidad: el encubrimiento del Vaticano.
Una nota de la revista mexicana “Proceso”, publicada hace un año, indicaba precisamente que esas cuestiones “vienen de tiempo atrás y hace mucho que son parte de la realidad eclesiástica”, aseveración que aparece en el libro “Votos de castidad”, escrito por cinco especialistas –Alessandra Ciattini, Elio Masferrer, Jorge Ederly, Marcos Hernández Duarte y Jorge René González Marmolejo- y editado el año pasado por la editorial Grijalbo. La conclusión del mismo es que “en la época colonial y hasta nuestros días, el celibato sacerdotal obligatorio en la Iglesia Católica de América Latina es, en general, un mito, y en la práctica siempre ha sido opcional, por lo que es evidente el abismo entre lo que dicta el Derecho Canónico sobre el voto de castidad y la vida sexual del clero”.
En sus 214 páginas, el libro cita varios casos de violación al celibato en variadas formas –abusos sexuales, concubinatos, etc.-, detallando por ejemplo el caso “sorprendente y harto aleccionador” del jesuita Gaspar de Villarías. El proceso de este sacerdote en México, a principios del siglo XVII, causó un escándalo que llegó hasta la misma Roma, ya que el voraz jesuita había abusado de 97 mujeres, incluso dentro de su parroquia y muchas veces en el propio confesionario. En varias de esas ocasiones contó con la aceptación, influenciada o no por la autoridad que le daba su condición, de las mujeres que llegaban hasta él, y según “Votos de Castidad”, en la larga lista de este cura se incluían “monjas, muchachas y señoras maduras, tanto casadas como solteras, y de todos los biotipos: blancas, mestizas, indias y negras, y de todas las condiciones sociales: ricas, pobres, sirvientas, libertas y esclavas”. Como puede verse, el travieso de Gaspar no respetaba pelo ni marca. Finalmente, el religioso fue arrestado por un lapso muy breve, y en pocos días salió libre con una pequeña amonestación, listo para continuar con sus tropelías, simplemente cambiándoselo de unidad de la Compañía. Ese fue todo el castigo que recibió “el protagonista del mayor escándalo sexual de los archivos históricos de la Iglesia Católica en México”.
Respecto de la época actual, el libro menciona el concubinato entre el ex nuncio apostólico en México, monseñor Jerónimo Prigione, y la religiosa Alma Zamora, de la congregación Hijas de la Pureza de la Virgen María, quien trabajaba para él en la sede de la Nunciatura, así como la protección que Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, y el cardenal Roger Mahony, de Los Ángeles (California), brindan al sacerdote pederasta Nicolás Aguilar, quien sólo en México fue acusado penalmente por abuso sexual contra 60 menores, huyendo a Estados Unidos donde ahora, bajo la protección de Mahony, seguiría haciendo de las suyas en otra parroquia.
Esto último, sumado al caso de Gaspar de Villarías hace cuatro siglos, trae a colación el tema de la protección que las jerarquías más elevadas de la Iglesia, incluido el Papa, han brindado y siguen brindando a los miembros de la misma que incurren en todo tipo de delito sexual, amparados por su investidura. Esta constante en la actitud de la Iglesia cuando se descubre la existencia de pederastía o abuso sexual por parte de sus representantes también es apuntada en el libro citado: “La jerarquía sacerdotal respondió habitualmente a estas acusaciones con la negación, el ocultamiento y la descalificación de los denunciantes. Una medida frecuente ante las denuncias penales imposibles de controlar ha sido la reubicación sigilosa de los responsables para evitar la acción de la justicia”.
Por su parte, el periodista y escritor español Pepe Rodríguez, autor de “Pederastía en la Iglesia Católica”, expone un argumento no menos contundente acerca de esta cuestión: “El problema fundamental no reside tanto en que haya sacerdotes que abusen sexualmente de menores, sino en que el Código de Derecho Canónico vigente, así como todas las instrucciones del Papa y de la curia del Vaticano, obligan a encubrir esos delitos y a proteger al clero delincuente. En consecuencia, los cardenales, obispos y el propio gobierno vaticano practican con plena conciencia el más vergonzoso de los delitos: el encubrimiento”.
www.elevangeliodelreino.org
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