Por Ingº Mario A Olcese (Apologista) ¿Está Jesús en contra de los capitalistas?¿Condena él a los que tienen mucho dinero, y que negocian con su capital ganado con honradez y mucho esfuerzo? La respuesta es que no. Y es que si nos detenemos un momento a leer la parábola de las Diez Minas que pronunció Jesús, veremos que él se compara a un capitalista que tiene servidores que trabajan para él, y a quienes encarga sus minas para que las reproduzcan durante su ausencia. Este símil sería inconcebible si nuestro Señor estaría opuesto a los señores capitalistas que negocian con sus dineros y los invierten para que produzcan ganancias. Dice así la parábola en cuestión en Lucas 19:12-26: “Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses? Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. En esta parábola de las Diez Minas, Jesús extrañamente se compara a sí mismo con un ricachón capitalista, o con un inversionista que administra su capital para obtener ganancias a través de sus servidores o siervos. Sin duda, para un lector que cree que los severos y fríos capitalistas son unos sujetos despreciables, el ver a Jesús comparándose con uno de aquellos individuos adinerados o capitalistas severos resulta desconcertante y paradójico, y más aún, cuando Jesús dice que los ricos difícilmente entrarán en su reino. Y es que se nos ha hecho creer que Cristo, y la religión que él fundó, es pro socialista y enemiga del capitalismo, y que él condenó a los ricos al infierno por su avaricia. Se nos ha hecho creer, además, que Jesús espera que vendamos todas nuestras posesiones para repartirlas con los pobres, para así poder ganar mucho más en el mundo venidero. Y aunque es verdad que al joven rico Jesús le pidió que vendiera todo lo que tenía, y que entregara el dinero recibido a los pobres, a Saqueo le dijo que había llegado a su casa la salvación porque él estaba dando la mitad de lo que tenía a los pobres. Es decir, Jesús no espera que nos deshagamos de TODOS nuestros bienes, y que seamos solidarios con TODO lo que tenemos, sino que compartamos nuestras riquezas con los que menos tienen, pero sin privarnos totalmente de lo que tenemos bien ganado. Y es que si contamos con hombres talentosos que saben producir dinero sabiamente, y con honradez, y tienen un corazón bondadoso, con seguridad compartirán sus ganancias, no sólo con sus empleados, sino también con aquellos necesitados que no tienen el suficiente talento, ni la capacitación y experiencia necesarias para producir riquezas. Jesús por eso se compara a un capitalista justo que recompensa a los suyos con réditos justos por su trabajo desempeñado. El punto es que Jesús se compara a los capitalistas que son rectos y justos, que comparten sus ganancias. Los Negocios no son malos El apóstol Pablo le dijo al joven Timoteo: “Ninguno que milita se enreda en los NEGOCIOS de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:4). Es decir, Pablo no estaba en contra de los negocios, de ganar dinero, y aún de volverse rico, pero aconsejó que ninguno que milita para Jesús se ENREDARÁ EN LOS NEGOCIOS DE LA VIDA a fin de agradarlo. Sí, mis amigos, hay creyentes que se volvieron ricos de la noche a la mañana, sin necesariamente haberse enredado en los negocios de la vida. ¿Se espera que estos creyentes dejen sus riquezas o su capital bien ganado a todos los pobres para que ganen la salvación? No lo creo! Pero si se espera que sean solidarios y compartan de sus beneficios con sus hermanos y prójimo en general. Por otro lado, a los Tesalonicenses, Pablo les escribe: “y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros NEGOCIOS, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado (1 Tes. 4:11). Así que también Pablo quiere que los creyentes sean negociantes, empresarios hábiles, para que puedan sostener a sus familias, y por qué no, a los necesitados, según ellos hayan prosperado. El mismo Jesús era un negociante, y siendo él aún un niño dijo que debía ocuparse en los negocios de Su Padre (Lc 2:49). Así que el creyente debe ser un hombre de negocios, que trabaja con sus manos en sus propias empresas para crear riquezas para el sostén de su familia, de sus obreros, y de los pobres necesitados. A los creyentes que son empresarios, y que tienen empleados a su cargo, el apóstol Pablo les dice: “Patrones, haced lo que es justo y recto con vuestros obreros, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos” (Col 4:1). Así que, contrario a lo que se nos ha hecho creer, el Señor no está en contra de los patrones capitalistas, y más aún, si son creyentes que obran justa y rectamente con sus obreros, pues ellos mismos tienen un Amo o “Patrón” en los cielos que es rico y dueño del universo al cual sirven, y que ha prometido compartir con ellos, sus servidores, de sus riquezas en el mundo venidero, una vez que hayan cumplido su tarea encomendada por Él en este siglo malo.