Por Ingº Mario A Olcese (Apologista)
El “Qué” del Evangelio
El Señor Jesucristo vino al mundo para traernos un mensaje del Padre, el cual él llamó “El evangelio o buenas noticias del reino de Dios” (Lucas 4:43). Además, él llamó a la gente al arrepentimiento y a la creencia en su mensaje o evangelio del reino para ser salvos (Marcos 1:1,14,15;16:15,16).
Debemos también entender que nuestro Señor vino para confirmar las promesas hechas a los Padres, es decir, para que la gente supiera que Dios, algún día, cumpliría Sus promesas y pactos hechos con los padres (Abraham Issac, Jacob, David), tanto sobre la posesión de una tierra bendita como la herencia del reino de David que se restaurará en esa tierra de promisión que fluye leche y miel (Rom. 15:8). Recordemos que estas dos promesas aún están pendientes de cumplirse hasta que venga la simiente de Abraham y de David, el Señor Jesucristo (Mateo 1:1).
Hagamos un recuento breve. Dios llamó un día a Abraham para que saliera de su tierra pagana e idólatra para darle una tierra bendita, tanto para él como para su descendencia (Gén. 12:1; 13:15; 15:18). Y Abraham no dudó ni un minuto el llamado de Dios, y se dispuso con su familia a abandonar la tierra de sus padres (Ur) a una nueva tierra. Del mismo modo, Jesús nos llama a nosotros para que salgamos de este mundo corrupto para heredar esas mismas promesas hechas por Dios al padre Abraham, a Isaac y a Jacob.
Jesús no vino a hablarnos de nuevas promesas que sustituyen a las antiguas, sino, más bien, a confirmar las prístinas u originales reveladas a Abraham, como ya dijimos antes, para que por ellas nosotros nos sintamos impelidos al arrepentimiento, y seamos considerados hijos de Abraham por la común fe, y seamos coherederos con Cristo de esas mismas promesas (Gál. 3:7,16,29, Rom. 8:17). Este promesa de Dios a Abraham de una bendición para él y su descendencia, el apóstol Pablo dice que fue un anuncio anticipado del evangelio al padre de la fe (Gál. 3:8). El evangelio que fue predicado anticipadamente a Abraham se resumía: “En ti, todas las familias de la tierra serán benditas”. Y esa bendición vendría por la misma fe que tuvo Abraham. El fue justificado por la fe, al haber creído en las promesas de Dios. Hoy, los hombres son justificados por la fe, y en el mensaje que vino a confirmar, es decir, las promesas hechas por Dios a Abraham, Isaac, y Jacob…y a David, a quien Dios le prometió que su reino no desaparecería, sino que continuaría con un varón de su linaje que lo restauraría en un futuro no conocido por nadie.
Estas promesas de una tierra y un reino es lo que yo suelo llamar “El Qué” del evangelio, o la oferta del evangelio para que procedamos al arrepentimiento y a la salvación. El apóstol Pablo nos dice sobre estas grandísimas promesas, lo siguiente: “Así que, amados, puesto que tenemos tales PROMESAS (El “Qué”), limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu (por la sangre de Cristo), perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (El “cómo”) (2 Cor. 7:1). Es decir, teniendo esa HERENCIA de las promesas por delante (la vida eterna en el reino de Dios en el nueva tierra), ¿cómo no vamos a cambiar de corazón y de conducta con el arrepentimiento sincero y en el temor de Dios?
El “cómo” del Evangelio
Así que teniendo por delante esas promesas maravillosas de una tierra bendita y un reino justo y recto, Pablo nos llama a limpiarnos de toda contaminación de la carne, y esto se logra justamente a través de la cruz de Cristo y su sangre derramada para limpiarnos de nuestros pecados pasados. Esto dice Pablo: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Y por su lado, el apóstol Pedro resume de este modo el “Qué” y el “cómo” del evangelio:
2 Pedro 1:4 por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas (el “Qué”), para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina (“El Qué”), habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia (El “cómo”); 1:5 vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 1:6 al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 1:7 a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 1:8 Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 1:9 Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados (el “cómo”). 1:10 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. 1:11 Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (“El qué”).
Esta era, y aún es, una buena noticia de salvación para todos, y de hecho es el “cómo” del evangelio que hace posible que los hombres hereden en “Que” del evangelio, es decir, la tierra prometida a los padres y el reino restaurado a David.
El problema del evangelismo hoy
Los más de los predicadores sólo se atienen en el “cómo” del evangelio, es decir, en el sacrificio de Cristo para redimirnos de los pecados pasados y salvarnos de la condenación eterna, pero se olvidan de enseñar el “Qué” del evangelio, o lo que es lo mismo decir, el premio o galardón que recibiremos por nuestra reconciliación con Dios, es decir, el reino de Dios en la nueva tierra. Es por eso que tanto el reino de Dios, como el sacrificio de Cristo, su sepultura y su resurrección al tercer día, se los llama, “el Evangelio” (Mr. 1:1,14,15; 1 Cor 15:1-5).
Mientras que los predicadores no entiendan que el evangelio completo es el “Qué” (el galardón o herencia) y el “cómo” (la muerte, sepultura, y resurrección de Cristo al tercer día para nuestra redención total), ellos estarán predicando un evangelio confuso y parcial.
Es hora ya que los predicadores acepten que el “Qué” del evangelio, el Señor Jesús lo proclamó como el reino de Dios. Éste fue “la fe de Jesús” y la esperanza que vino a predicar insistentemente desde el inicio hasta el final de su ministerio (Mr. 1:1, 14,15; Hechos 1:3, Lc. 4:43).
El “Qué” del Evangelio
El Señor Jesucristo vino al mundo para traernos un mensaje del Padre, el cual él llamó “El evangelio o buenas noticias del reino de Dios” (Lucas 4:43). Además, él llamó a la gente al arrepentimiento y a la creencia en su mensaje o evangelio del reino para ser salvos (Marcos 1:1,14,15;16:15,16).
Debemos también entender que nuestro Señor vino para confirmar las promesas hechas a los Padres, es decir, para que la gente supiera que Dios, algún día, cumpliría Sus promesas y pactos hechos con los padres (Abraham Issac, Jacob, David), tanto sobre la posesión de una tierra bendita como la herencia del reino de David que se restaurará en esa tierra de promisión que fluye leche y miel (Rom. 15:8). Recordemos que estas dos promesas aún están pendientes de cumplirse hasta que venga la simiente de Abraham y de David, el Señor Jesucristo (Mateo 1:1).
Hagamos un recuento breve. Dios llamó un día a Abraham para que saliera de su tierra pagana e idólatra para darle una tierra bendita, tanto para él como para su descendencia (Gén. 12:1; 13:15; 15:18). Y Abraham no dudó ni un minuto el llamado de Dios, y se dispuso con su familia a abandonar la tierra de sus padres (Ur) a una nueva tierra. Del mismo modo, Jesús nos llama a nosotros para que salgamos de este mundo corrupto para heredar esas mismas promesas hechas por Dios al padre Abraham, a Isaac y a Jacob.
Jesús no vino a hablarnos de nuevas promesas que sustituyen a las antiguas, sino, más bien, a confirmar las prístinas u originales reveladas a Abraham, como ya dijimos antes, para que por ellas nosotros nos sintamos impelidos al arrepentimiento, y seamos considerados hijos de Abraham por la común fe, y seamos coherederos con Cristo de esas mismas promesas (Gál. 3:7,16,29, Rom. 8:17). Este promesa de Dios a Abraham de una bendición para él y su descendencia, el apóstol Pablo dice que fue un anuncio anticipado del evangelio al padre de la fe (Gál. 3:8). El evangelio que fue predicado anticipadamente a Abraham se resumía: “En ti, todas las familias de la tierra serán benditas”. Y esa bendición vendría por la misma fe que tuvo Abraham. El fue justificado por la fe, al haber creído en las promesas de Dios. Hoy, los hombres son justificados por la fe, y en el mensaje que vino a confirmar, es decir, las promesas hechas por Dios a Abraham, Isaac, y Jacob…y a David, a quien Dios le prometió que su reino no desaparecería, sino que continuaría con un varón de su linaje que lo restauraría en un futuro no conocido por nadie.
Estas promesas de una tierra y un reino es lo que yo suelo llamar “El Qué” del evangelio, o la oferta del evangelio para que procedamos al arrepentimiento y a la salvación. El apóstol Pablo nos dice sobre estas grandísimas promesas, lo siguiente: “Así que, amados, puesto que tenemos tales PROMESAS (El “Qué”), limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu (por la sangre de Cristo), perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (El “cómo”) (2 Cor. 7:1). Es decir, teniendo esa HERENCIA de las promesas por delante (la vida eterna en el reino de Dios en el nueva tierra), ¿cómo no vamos a cambiar de corazón y de conducta con el arrepentimiento sincero y en el temor de Dios?
El “cómo” del Evangelio
Así que teniendo por delante esas promesas maravillosas de una tierra bendita y un reino justo y recto, Pablo nos llama a limpiarnos de toda contaminación de la carne, y esto se logra justamente a través de la cruz de Cristo y su sangre derramada para limpiarnos de nuestros pecados pasados. Esto dice Pablo: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; 19 que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. 20 Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. 21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”.
Y por su lado, el apóstol Pedro resume de este modo el “Qué” y el “cómo” del evangelio:
2 Pedro 1:4 por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas (el “Qué”), para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina (“El Qué”), habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia (El “cómo”); 1:5 vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; 1:6 al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; 1:7 a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. 1:8 Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 1:9 Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados (el “cómo”). 1:10 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. 1:11 Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (“El qué”).
Esta era, y aún es, una buena noticia de salvación para todos, y de hecho es el “cómo” del evangelio que hace posible que los hombres hereden en “Que” del evangelio, es decir, la tierra prometida a los padres y el reino restaurado a David.
El problema del evangelismo hoy
Los más de los predicadores sólo se atienen en el “cómo” del evangelio, es decir, en el sacrificio de Cristo para redimirnos de los pecados pasados y salvarnos de la condenación eterna, pero se olvidan de enseñar el “Qué” del evangelio, o lo que es lo mismo decir, el premio o galardón que recibiremos por nuestra reconciliación con Dios, es decir, el reino de Dios en la nueva tierra. Es por eso que tanto el reino de Dios, como el sacrificio de Cristo, su sepultura y su resurrección al tercer día, se los llama, “el Evangelio” (Mr. 1:1,14,15; 1 Cor 15:1-5).
Mientras que los predicadores no entiendan que el evangelio completo es el “Qué” (el galardón o herencia) y el “cómo” (la muerte, sepultura, y resurrección de Cristo al tercer día para nuestra redención total), ellos estarán predicando un evangelio confuso y parcial.
Es hora ya que los predicadores acepten que el “Qué” del evangelio, el Señor Jesús lo proclamó como el reino de Dios. Éste fue “la fe de Jesús” y la esperanza que vino a predicar insistentemente desde el inicio hasta el final de su ministerio (Mr. 1:1, 14,15; Hechos 1:3, Lc. 4:43).