Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
«La mentira es la única verdad que hay en la boca del necio».
«Después de la resurrección, el hijo de Dios reinará durante [mil años] entre los hombres y los gobernará con un gobierno muy justo. Los que vivirán para ese entonces no morirán y durante [mil años] engendrarán a multitudes inmensas […]. Entonces el sol será siete veces más caliente que ahora. La tierra manifestará su fecundidad y producirá espontáneamente cosechas abundantes. La miel brotará profusamente de las montañas y el vino de los ríos. El mundo será finalmente feliz, liberado del imperio del mal. Las bestias no se alimentarán más de la sangre» (Lactancio, escritor latino y apologista cristiano, probablemente 245-325 d.C.).
Damos inicio a nuestro estudio:
Ap. 20:4 «Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años».
En este verso, el verbo «reinaron», que en griego es «ebasíleusan», es el aoristo indicativo de «basileúo» que significa «gobernar», «reinar», «ser rey». Su sentido es [profético], pues visualiza una condición evidentemente futura. Su entorno señala que es escatológico y literal. No es una metáfora, sino una «prolepsis»:
«Prolepsis» (en el sentido literario)
«En sentido literario se refiere a un salto hacia adelante en la narración, mediante el cual se adelantan al lector elementos de la trama, de modo que antes de leer la “novela” ya sabe o al menos intuye cuál va a ser el final».
¿Reinarán los santos en el tercer cielo, en la morada de Dios?
¡No! La Biblia jamás sostiene semejante tesitura.
La Biblia nos revela que los santos de Dios, los que han sido «redimidos por la sangre el Cordero» (Ap.5:9), «reinarán en la tierra» y no en el «cielo de Jehová», ya que «Los reino del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (véalo amable lector en Ap.5:10; 11:15).
En el Antiguo Testamento, la revelación de un Reino mundial y de un Mesías escogido que lo regiría, no era ningún secreto para los de la nación judía («... y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo...»), como miramos en el libro del profeta Daniel:
Dn. 7:13-14 «Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido».
Dn. 7:27 «... y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán».
Mucho ante de que el Hijo de Dios naciera, éste es visto por Daniel en una visión profética que está interconectada con su futuro Gobierno Terreno. Este Gobierno se establecerá cuando el último poder gentil del mundo haya sido destruido en el tiempo de la Parusía del Señor (Is.63:1; Sal. capítulo 2; Ap.1:7; 16:16). En estos versos, Cristo el Mesías, ya glorificado y ascendido en la Eternidad (Is.57:15), a la Diestra de la Majestad Suprema (Hech.7:56; Heb.10:12), recibe del Padre y Dios «dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran...». Tal «Reino» es el mismo que se menciona en Dn.7:27 («... y que el reino...»). Este «Reino» («... y el dominio y la majestad de los reinos»), se implantará «debajo del todo el cielo», y no en la morada de Dios y de sus entidades angélicas. La tierra es el lugar escogido, el escenario principal en el que Dios habrá de manifestar su incomparable y precioso Reinado de naturaleza empírea, prometido una vez a Abraham, Isaac y Jacob, y al rey David por último (véase 2 S 7:18-19; Lc.1:31-33).
El futuro Reino de Cristo [no es uno indefinido] en su cantidad mencionada (Milenio). Es más comprensible literalizar este aspecto que alegorizalo porque su sentido no es contradictorio con su entorno o ámbito como en la segunda forma que todo lo oscurece. El alegorismo hizo intromisión en el cristianismo a través de la Escuela Catequística de Alejandría que mixturó la filosofía griega con las Escrituras. Clemente de Alejandría y Orígenes fueron dos de sus más importantes promotores. El alegorismo destruye el verdadero significado del simbolismo bíblico (apocalíptico) y trata de espiritualizar sus textos desviándolos de sus propósitos concretos. El alegrismo distorsiona los aspectos históricos y cuantitativos, y me refiero a los cronológicos, del Reino Milenario. No utiliza un ordenamiento claro de interpretación; no existe en él un planteamiento racional, y para los «agudos espirituales», es el menos convincente. El lenguaje figurado que se halla en la Biblia, no exige una interpretación [figurada], sino completamente [literal]. El lenguaje figurado apocalíptico, como tantas veces lo hemos dicho, como el símbolo, la metáfora, el símil, la parábola y la metonimia, revelan tan sólo verdades objetivas. Por medio de parábolas Cristo expone los diversos aspectos del futuro Reino Teocrático de Mil años en el mundo. Lo miramos, por ejemplo, en la parábola del «sembrador» (Mr.4:1-9; Lc.8:4-8); en la de la «semilla de mostaza» (Mr.4:30-32; Lc.13:18-19); en la de los «talentos» (Lc.19:11-37); en la del «siervo vigilante» (Mr.13:34-37; Lc.12:35-40); en la de la «red» (Mt.13:47-50); en la del «banquete de bodas» (Mt.22:1-14; Lc.14:15-24); en la de la «perla de gran precio» (Mt.13:45-46); en la del «tesoro escondido» (Mt.13:44).
Es bien conocido que la Iglesia prístina jamás interpretó alegóricamente los símbolos apocalípticos. Los alegoristas han olvidado que el libro de Apocalipsis es un libro de [consumación histórica de los reinos del mundo], incluyendo el de [Cristo], que tiene principio y fin: «la piedra cortada, no de mano» (véase Dn.2:29-45; 7:1-28). Con respecto a la duración del tiempo exacto del Reino de Dios lo vemos con mucha claridad en Ap.20:4: «... y vivieron y reinaron con Cristo mil años»; en Ap.20:7: «... cuando los mil años se cumplan...». Véase la alusión del fin del Reinado Milenario de Cristo en 1 Co. 15:24-28. Cuando el Nuevo Testamento refiere algo del Antiguo Testamento lo hace siempre literalmente (Dn.7:13; Mt.24:30). Ejemplo de esto lo podemos mirar en la profecía de la primera venida de Cristo, en la de su engendramiento sobrenatural (Is.7:14; Lc.1:34-35), en la de su ministerio terrenal, y en la de su muerte expiatoria (Is.53: Heb.7:27; capítulo 9). Si esto es así, no hay motivo para omitir la literalidad del Reinado [Milenario] de Cristo.
El método literal se enfoca en sentar hechos netamente palpables; no instituye divagaciones intrascendentes e ininteligibles. Se fundamenta en la gramática, en la lógica, en la etimología, en la historia, en la geografía, en la arqueología, en la teología. Su forma de evaluar el contenido de los pasajes bíblicos es semejante al método científico: «Todo lo que no esté a la medida de los cánones del método literal-cultural-crítico debe ser rechazado o puesto bajo sospecha».
No es embarullado entender que la palabra [Milenio] en el libro de Apocalipsis señala una condición temporal, algo que posee [inicio y linde] en su cronología. Santos hombres profetizaron en el Antiguo Testamento que el Reino glorioso de Dios habría de manifestarse en el mundo, a la vista de los fieles salvos que lo merezcan. Esto se suscitará «... en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en su trono de gloria...» (Mt.19:28), en su segunda venida gloriosa y visible a este Orbe cargado de maldad y pecado (Mr.13:24-27; Lc.21:27; Mt.24:29-31; Mt.25:31; Ap.1:7). La palabra «Milenio» señala la naturaleza temporal del Reino de Cristo. Padres de la Iglesia primitiva, como Justino Mártir, sostuvieron esta realidad (enfatizado con corchetes):
«... no sólo admitimos la futura resurrección de la carne, sino también [mil años] en Jerusalén, reconstruída, hermoseada y dilatada como lo prometen Ezequiel, Isaías y los otros profetas».
«Lo que en estas palabras, pues, se dice : Porque según los días del árbol de la vida, serán los días de mi pueblo, envejecerán las obras de sus trabajos, entendemos que significa misteriosamente los [mil años]».
Diálogo 80, 2: «No soy tan mezquino, o Trifón, como para hablar distinto a como pienso. Por otro lado, te he dicho que muchos, incluso entre los cristianos de mente pura y religiosa, no aceptan esta doctrina. Yo, junto con los cristianos de total ortodoxia , sabemos que habrá resurrección de la carne y los [mil años] en Jerusalén reedificada, renovada y ampliada, como lo dicen los profetas Ezequiel, Isaías y los demás».
Tertuliano, para este caso, dice:
«Confesamos que nos ha sido prometido un reino aquí abajo aún antes de ir al cielo, pero en otra condición de cosas. Este reino no vendrá sino después de la resurrección, y durará [mil años] en la ciudad de Jerusalén que ha de ser construída por Dios. Afirmamos que Dios la destina a recibir a los santos después de su resurrección, para darles un descanso con abundancia de todos los bienes espirituales, en compensación de los bienes que hayamos menospreciado o perdido acá abajo. Porque realmente es digno de él y conforme a su justicia que sus servidores encuentren la felicidad en los mismos lugares en los que sufrieron antes por su nombre. He aquí el proceso del reino celestial: después de [mil años], durante los cuales se terminará la resurrección de los santos, que tendrá lugar con mayor o menor rapidez según hayan sido pocos o muchos sus méritos, seguirá la destrucción del mundo y la conflagración de todas las cosas. Entonces vendrá el juicio, y cambiados en un abrir y cerrar de ojos en sustancia angélica, es decir, revistiéndonos de un manto de incorruptibilidad, seremos transportados al reino celestial» («Adversus Marcionem», Libro III, 24).
Metodio: Simposio IX, 5: «Habiéndome alejado del Egipto de esta vida, llego primero a la resurrección, la verdadera fiesta de las tiendas. Allí habiendo plantado la mía, adornada de los frutos de la virtud para el primer día de la resurrección, para el juicio, celebro con Cristo el [milenio] del reposo, los llamados siete días, el verdadero sábado. Después, de nuevo, siguiendo a Aquel que penetró los cielos (Heb 4, 14), Jesús, llego a los cielos, como también aquellos, después del reposo de la fiesta de las tiendas, a la tierra prometida, sin quedarme en las tiendas: es decir, mi tienda no permanecerá igual, sino que después de los [mil años] se cambiará del aspecto humano y de la corrupción en belleza y grandeza angélicas».
En otra parte, Lactancio escribe sobre esta verdad:
«... vivirá entre los hombres [mil años] y los gobernará con un imperio justísimo, y los justos engendrarán una multitud de hijos santos y gratos a Dios» (VII, cap. 24).
La importancia de los [Símbolos] para comprender que los [Mil años del Reino de Dios son Literales].
La correcta comprensión del simbolismo bíblico nos lleva a ver que los [Mil años] que se mencionan en el Apocalipsis son literales, y no un número que denota un tiempo “indefinido”, según lo dicho ya. Para empezar, el empleo de los símbolos en el libro del Apocalipsis, y en otros lugares de la Biblia, tiene la finalidad de expresar a través de objetos materiales llamados [símbolos] una verdad espiritual, ética o moral. Un símbolo, como dice el doctor Carballosa, «es una figura de dicción o un medio literario de comunicación. El género apocalíptico de literatura requiere el uso de símbolos para expresar su contenido». Los símbolos son un medio para la transmisión de un mensaje que regularmente no se logra con el lenguaje común y corriente, ya sea hablado o escrito, en la prosa habitual. La interpretación de los símbolos tiene que ser literal, sin duda.
La alegorización de los símbolos en las Escrituras ha dado resultados confusamente catastróficos. Si somos atentos veremos que muchos de los símbolos que se hallan en el libro de Apocalipsis son develados con entendible sencillez por el ángel revelador, sin violentar el sentido del entorno con consideraciones extrañas. El libro de Apocalipsis fue destinado en la antigüedad a Siete Iglesias [instaladas en Asia Menor], probablemente en el año 96 d.C., según la tradición (esta destinación, por propio peso, afecta positivamente a todas las congregaciones cristianas de las diferentes épocas que se identifican con cada una de las Siete Iglesias que les fue dirigida originalmente el mensaje del libro de Apocalipsis: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, y Laodicea). No se trata de Iglesias alegóricas, sino de Iglesias reales en su tiempo. Las Siete Iglesias están representadas por Siete candeleros, mientras que los Siete ángeles, los mensajeros terrenales dispuestos en cada una de estas Siete Iglesias, lo son por estrellas. Aunque las Iglesias se encuentran representadas por candeleros, no dejan de ser Iglesias literales: «... Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia...» (Ap. 1:11). De la misma forma, los ángeles de cada una de las Siete Iglesias y que están representados por [estrellas], no dejan de ser personas de “carne y hueso”: las encargadas de vigilar la salud espiritual de los creyentes de su Iglesia correspondiente. La palabra «ángel», que se deriva del griego άγγελος ángelos, y que significa «mensajero», se aplica, no solamente a las entes angélicas espirituales, sino también al [ser humano] que funge como [representante de Dios en la tierra, como portavoz de su Palabra divina].
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No hay número en la Biblia que no exprese una cantidad literal. En ella encontramos los siguientes: el 2, 3, 3½, 4, 5, 6, 7, 10, 12, 24, 42, 70, 2300, 144, 666, 1000, 1260, 1600, 7000. Por ejemplo: se ha calculado el tiempo en años precisos de la profecía de las 70 Semanas de Daniel (Nota: a cada Semana le corresponden 7 años; los años aquí son lunares, según el calendario judío; y a cada año judío le corresponde 360 días) y que da inicio con el «Decreto del rey Artajerjes para la Reestauración de Jerusalén (7 Semanas = 49 años) hasta la Venida del Mesías Príncipe» (62 Semanas = 434 años) . La suma total, hasta aquí, de años, son 483 años, es decir: 69 Semanas. Precisando: Desde el Decreto de Artajerjes a Nehemías para la Reedificación de Jerusalén y sus Muros (Neh.2:1-9) hasta la Venida del Mesías, que se interpreta como la presentación triunfal de Cristo en Jersusalén, son exactamente 483 años, o su equivalente, 69 Semanas, considerando que este último e importante evento histórico ocurrió el día 6 de Abril del 32. d. C. Después de las 62 Semanas el Mesías sería «quitado», refiriéndose el mensajero celestial a su muerte cruenta en la cruz del Calvario, acontecida en el año 33 d. C. En esta parte el ángel Gabriel omite intencionadamente las primeras Siete Semanas y toma en cuenta solo las 62 Semanas que siguen y que dan comienzo después del término de la reedificación de los muros de la ciudad de Jersualén hasta la entrada triunfal de Cristo en ella. Por lo tanto, desde el restablecimiento de los muros de Jerusalén hasta la entrada triunfal de Cristo son [434 años], lo que equivale a 62 Semanas ¡exactamente! Ora, en Dn.9:26 se describe lo que ocurre luego de la Sexagesimanona Semana y antes de la Septuagésima semana; esto entraña una brecha temporal entre la Sexagesimonovena y la Septuagésima Semana (entre la 69 y la 70). «El gobernante que ha de venir» (Dn.9:26), es la «bestia que surge del mar» (Ap.13:1), el «cuerno pequeño» que se describe en Dn.7:8. Este personaje inicuo, después de efectuar un Pacto con Israel por una Semana o Siete años (D.9:27), procede a quebrantarlo a la [mitad] de la misma, para dar principio a la persecución del Pueblo judío que se describe en el capítulo 12 del libro de Apocalipsis, con el fin de «exterminarlo». La«mujer que huye al desierto» representa a la nación de Israel que es «sustentada» por el Creador en ese lugar por un tiempo de «1260 días», es decir, por «tres años y medio». Estos [tres años y medio] son los últimos de la [segunda mitad de la gran tribulación escatológica]. Los tres años y medio están representado además por «un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo» (Ap.12:14), por los «42 meses» que Juan menciona en Ap.11:2 y Ap.13:5. Es el tiempo en que serán levantados los «dos testigos» «para que profetizen por 1260 días, vestidos de cilicio» (Ap.11:3). Estos «1260 días», o «42 semanas», o tres años y medio, indiscutiblemente, armonizan con su paralelo existente en el libro de Daniel (enfatizado con corchetes):
Dn.7:25 «Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta [tiempo, y tiempos, y medio tiempo]»... (compárese con Ap.12:14).
Los eventos contenidos en la Septuagésima Semana, continúan retenidos para su cumplimiento en el futuro. Estos eventos darán término a los «siete años de la gran tribulación escatológica», un poco antes del advenimiento de la «justicia eterna» (véase por favor Dn. 7:24).
Si somos cuidadosos, veremos que todos estos textos se encuentran relacionados con sus [circunvecinos], tanto precedentes como subsecuentes, y que describen acontecimientos que todavía no se han cumplidos históricamente (Estaremos muy pendientes y curiosos de todas las objeciones y “puntadas maromeras” de Armando López Golart en contra de este escrito bien intencionado. Con él, “todo se puede esperar, menos la verdad”. Si gusta el lector visitar su herética página para que vea la clase de pasmosas ficciones que argumenta con estrafalario desatino, y aprecie la manera en que nos ataca, con desespero y sin el menor pudor y decoro, como lo hacen los sectarios furioso y obstinados, con mucho gusto se las proporcionaré:
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www.labiblianodiceesto.blogspost.com: compare el amable lector que nos visita lo que un servidor escribe con lo que este raro señor plasma tan veleidosamente, conforme su tenebroso y engañado corazón. Armando López Golart, no merece que se le preste la más mínima atención a sus escritos. Todos juntos hacen una “desabrida sopa de errores y blasfemias venenosas”. Debatir con este siniestro monigote manipulado por el diablo, hijo encubierto de los T sin J, es como neciarles a las piedras y a los asnos para que hablen o canten, o como rogarles a las estrellas del firmamento para que extingan su luz ancestral... ¡Imposible esto!).
Hemos analizado, y juzgue el visitante, que las primeras 69 Semanas del profeta Daniel son tan literales como la segunda venida de Cristo al mundo (Lc.21:27). No es adecuado pensar que la última Semana de las 70 tenga un significado diferente de su interpretación literal. La interpretación de la Biblia debe ser siempre [uniforme] y [no heterogénea], o sea, al antojo personal desmedido. Solamente los testarudos son capaces de agredir el buen sentido de la interpretación bíblica correcta. La ignorancia y la ausencia en su vidas del Paráclito, nos dice todo de ellos. El método literal nos esclarece que los capítulos del 4 al 19 del libro de Apocalipsis se hallan comprendidos en la Septuagésima Semana, en los siete años de la gran tribulación escatológica, y de la cual el Señor Jesucristo hizo mención: «... porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt.24:21... más claro, no puede estar, mis amigos visitantes). El libro del Apocalipsis se asocia con el cumplimiento de las profecías del libro de Daniel, como por ejemplo, con las de los capítulos 2, 7 y 9 (sobre todo, la de Dn.9:27). El capítulo 24 del Evangelio de Mateo nos muestra una serie de eventos cosmológicos que preceden a la venida visible de Cristo y que guardan gran similitud con los juicios de los Siete sellos, de las Siete trompetas y de las Siete copas citados en el último libro de la Biblia. No es extraño descubrir que en el Antiguo Testamento se habla de una persecución venidera del la nación Israelita. En el libro de Zacarías, en el capítulo 14, la podemos ver; así como en el libro de Daniel (mírese Dn.12:1). Cristo relacionó la manifestación del «horrible sacrilegio», la «abominación desoladora» (Dn.9:27: 11:31; 12:11) con los sucesos cercanos a su regreso en gloria (mírese Mt.13:14). No se pude pasar por alto el capítulo 13 de Apocalipsis donde se nos muestra al futuro sátrapa mundial, el Anticristo escatológico, representado como la «bestia que surge del mar» (Ap.13:1), la satánica parodia humana del Hijo de Dios (véase 2 Ts.2:3-4). No se pude negar la literalidad y el perfecto equilibrio de los acontecimientos futuros antes descritos y que están encerrados en la [Septuagésima Semana]. Afirmamos con seguridad que el contenido de las 70 Semanas, es literal. Como estos, existen muchos más ejemplos en la Biblia que nos hablan de una connotación literal de sus números. Otro es, el de los «diez cuernos» que aparecen en Ap.17:12: «Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes...». Es evidente, que el ángel celestial le hace saber a Juan que los [diez cuernos] son [diez reyes]: No queda la menor duda de su destacada literalidad: no puede rechazarse el carácter exactamente cuantitativo de este número de [cuernos]: no indica ni sugiere nunca una cantidad “imprecisa” de reyes o gobernantes. No se puede forzar el pasaje para buscar un significado diferente del verdadero. Los símbolos en la Biblia, como son números, personas y cosas, pertenecen al [lenguaje figurado]. «Las figuras de dicción se interpretan literalmente cuando se les da el significado [social y culturalmente] aceptado dentro del contexto en el que se utilizen».
Ap.17:9-10 «Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo».
En estos pasajes, lo más creíble es admitir que las [siete cabezas de la bestia], los [siete montes], son [siete reinos] que han aparecido sucesivamente en un determinado tiempo histórico en el mundo. Estos reinos gentiles se encuentran relacionados políticamente con el Pueblo judío en todas sus épocas (exiliado o bajo su dominio) y son: Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, y Roma. La «séptima cabeza de la bestia apocalíptica», es escatológica: es la «cabeza herida de muerte, pero la herida había sido sanada» (Ap.13:3). La cabeza herida de muerte representa como símbolo el Imperio Romano antiguo y sus dos divisiones ulteriores: El Imperio Romano del Occidente, que tuvo fin en el año 476 d. C. y el Imperio Romano del Oriente, que finalizó en el año 1453 d. C. Es en esta fecha en que comienza la Era Moderna. La [herida sanada] de la séptima cabeza representa el Imperio Romano que ha sido restituido de nuevo, después del proselitismo efectivo y exitoso del Anticristo Final: «Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer» (Ap.6:2).
Un comentarista bíblico escribe de estas [siete cabezas] de la bestia:
«La interpretación más sensata en consonancia con el argumento del Apocalipsis y con el entorno inmediato del pasaje es la que toma con seriedad lo que el ángel declara a Juan, es decir, que «las siete cabezas» [de la bestia] son siete montes [o siete reinos consecutivos] y son siete reyes». La doble identificación de los montes como siete reinos y al mismo tiempo como siete reyes no es nada extraño en el ambiente bíblico. En el libro de Daniel, las cuatro bestias del capítulo 7 son interpretadas como cuatro reinos y como cuatro reyes» (véase Dn. 7:17, 23).
Haciendo un paréntesis, comentamos que el «jinete del caballo blanco» no se identifica con el Cristo glorioso manifestado en su segunda venida (véase el capítulo 19 de Apocalipsis que describe el retorno de Cristo en un bribón blanco al mundo y en grande Ira... Ap.6:15-17). La apertura de los Siete sellos marcan el inicio de la gran tribulación escatológica. La apertura del primer sello trae como consecuencia la salida del «jinete del caballo blanco». La manifestación visible del Hijo de Dios será «... inmediatamente después de la tribulación de aquellos días» (Mt.24:29). El jinete del caballo blanco, no es otro más que el Anticristo Final. La imagen del jinete del caballo blanco es una emulación de la Parusía, finamente engañosa. El Pacto que Israel hará con este jinete, explica lo grandioso del fraude religioso (Dn.9:27).
Volviendo al tema, la «cabeza sanada» es la consolidación del Imperio del Anticristo de los últimos tiempos: una confederación de [diez reinos] que están representados por los «diez cuernos» (cuerno = reino) o reinos de la Bestia: «... y entregarán su poder y su autoridad a la bestia» (Ap.17:13). La bestia que posee los «diez cuernos», es el Anticristo, el «octavo rey» (véase Ap.17:11). Hay un paralelismo asombrosamente exacto entre los «diez cuernos de la bestia» del libro de Apocalipsis con los «pies y los dedos» de la imagen que el rey Nabucodonosor ve (lo obvio es que sean «diez dedos» en total). Esta imagen polimetálica representa, como las siete cabezas, la sucesión de los Imperios más grandes habidos en la historia de las civilizaciones del mundo (excepto que la primera y segunda cabeza de la bestia del Apocalipsis representan, respectivamente, el Imperio egipcio y al asirio. Estos Imperios no se encuentran en la imagen colosal, ya que el Imperio babilónico es el primero, en este caso, presentado como la «cabeza de oro»: el tercero de estos Imperios significativos en aparecer en la historia. La Biblia enseña que estos [diez cuernos] son [diez reyes concretos] que les será otorgado dominio, poder y autoridad en los últimos tiempos. Estos reyes gobernarán al [mismo tiempo y se someterán a la voluntad malévola de la primera bestia] (Ap.13:1-2). «Es importante observar, -comenta Carballosa-, que los diez reyes coexisten con la bestia. Eso significa, por tanto, que si la bestia es el Anticristo de los postreros días, los diez reyes tienen que ser gobernantes [contemporáneos] con él. Tal conclusión queda plenamente corroborada por el contenido del versículo siguiente»: «Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia» (Ap.17:13).
Ap. 17:9-10 «Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer, y son siete reyes. [Cinco de ellos han caído]; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo».
Juan vuelve atrás en la historia, más allá del cautiverio babilónico y del asirio. El alude a [cinco Imperios] o reinos gentiles tenidos como enemigos del Pueblo del Soberano Dios y que han caído antes. Estos reinos son: el egipcio, el asirio, el babilónico, el medo persa, y el griego... «El sexto reino sería el Imperio que tenía la autoridad cuando Juan escribió... El sexto reino de Apocalipsis es el Imperio romano, y eso significa que el séptimo (con su relativa octava cabeza) es simplemente otra forma o etapa de ese Imperio».
Dn.2:31-33 «Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido».
La visión de Nabucodonosor devela el trayecto de estos reinos notables que han surgido en el mundo, hasta el fin de las edades. La cabeza de oro representa el Imperio babilónico, gobernado por el poderoso e inestable rey Nabucodonosor: «... tú eres aquella cabeza de oro», dirigiéndose Daniel a este rey pagano (Dn.2:38). El Imperio que surgió después del babilónico, en el orden lógico cronológico, fue el de Media y Persia, que está representado por el pecho y brazos de plata de la descomunal imagen (Dn.2:32 a): «... Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo» (Dn.2:39); «... y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra» (Dn.2:39 b), reino representado por el vientre y los muslos de bronce de la imagen metálica (Dn. 2:32). El bronce en la anatomía de la enigmática figura representa, siguiendo el orden consecutivo de aparición cronológica en la historia, el Imperio greco-macedónico de Alejandro el Magno, el jóven y fiero conquistador del mundo antiguo de aquel tiempo. Las «piernas de hierro» de la imagen aluden el Imperio Romano antiguo en su cúspide histórica, tanto política como militar. Con el tiempo, este Imperio se dividió en dos: El Imperio del Oriente y el del Occidente, como antes dijimos. Los «pies y los dedos de la imagen», formados por una «mezcla de hierro y barro», representa, como un [todo], una «confederación» o «coalición» de [diez reinos escatológicos], o [diez reinos unidos en uno solo]. Estos son los mismos [diez cuernos de la cuarta bestia] de Daniel. Esta cuarta bestia representa (Dn.7:7), como las [piernas de hierro], el Imperio Romano antiguo, y sus [diez cuernos], como los [pies y los dedos de hierro y de barro] de la imagen, el Imperio del Anticristo Final (compárese con los «diez cuernos» del la bestia de Ap. 17:7, 12).
La historia revela que el Imperio babilónico cayó ante el poder militar de los medos y persas (léase el capítulo 5 del libro de Daniel: «Y Darío de Media tomó el reino, siendo de 72 años». Dn.5:31). Después, el Imperio Medo-Persa ante el Imperio griego macedónico de Alejandro (Dn.81-8). Las cuatro divisiones del Imperio de Alejandro el Magno (véase el leopardo de las «cuatro cuatro cabezas» en Dn.7:6. Los [cuatro cuernos notables] de Dn.8:8) cayeron rendidas ante la fuerza de la Roma antigua y la cual será restituida en el futuro por el «Hijo de Perdición» (2 Ts.2:3-4), el Anticristo Final, y cuyo asolamiento está ligado con la Parusía del Señor (estúdiese el capítulo 19 del libro de Apocalipsis), en el conflicto desigual del Armagedón (Dn.11:45; Ap.16:16):
Ap.17:11-14 «La bestia que era, y no es, es también el octavo; y es de entre los siete, y va a la perdición. Y los diez cuernos que has visto, son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito, y entregarán su poder y su autoridad a la bestia. Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con él son llamados y elegidos y fieles».
La «imagen» polimetálica del capítulo 2 del libro Daniel es paralela con las «cuatro bestias» de capítulo 7 de este libro. La diferencia estriba en que la imagen colosal es vista bajo la «perspectiva humana» y las cuatro bestias bajo la «perspectiva divina». La primera bestia, el león, representa el Imperio babilónico, que es la cabeza de oro del capítulo 2 de Daniel. La segunda bestia, el oso, representa el Imperio Medo-Persa, que es el pecho y brazos de plata del capítulo 2 de Daniel. Esta bestia tiene un costado más elevado que el otro porque el Imperio Persa fue mucho más fuerte que el Medo. Las «tres costillas» que toma por su boca son [tres pueblos o naciones] que cayeron bajo su terrible y arrasador poderío: Susa, Lidia y Asia Menor. La tercera bestia, el leopardo con cuatro cabezas y cuatro alas, cuyo paralelo es el vientre y los muslos de bronce del capítulo 2 de Daniel, representa el Imperio griego de Alejandro el Grande. Las cuatro cabezas son los cuatro reinos divididos de Alejandro después de su muerte en Babilonia, en el año 323 a. C.: Siria, Egipto, Macedonia, y Asia Menor. La cuarta bestia, «una diferente a las demás», representa el Imperio Romano antiguo, al igual que las piernas de hierro del capítulo 2 de Daniel. Poderosa y terrible, de grandes dientes de hierro y que todo desmenuza. Esta cuarta bestia posee «diez cuernos» y en medio de ellos emerge un «cuerno pequeño con ojos de hombre y con una boca que habla blasfemias» (Dn.7:8). Los «diez cuernos» representan el último gobierno gentil y su aparición es futura aun. El «cuerno pequeño», es el Anticristo Final, el tirano mundial que regirá estos «diez cuernos» o reinos, pero que en un momento de su reinado «arrancará tres cuernos de los diez», según vemos en Dn.7:8: «y delante de él (del Anticristo) fueron arrancados [tres cuernos] de los primeros». Los [diez cuernos o diez reyes] de la cuarta bestia del capítulo 7 de Daniel y de la primera bestia del capítulo 13 del libro del Apocalipsis, los [dedos de hierro y de barro] de la imagen del capítulo 2 de Daniel, tiene que ser escatológicos, porque la «piedra no cortada con mano», que representa al Cristo glorioso en su regreso, «hiere a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, desmenuzándola» (Dn.2:34). Esto se traduce como la destrucción del Imperio del Anticristo Final. La «piedra que hiere la imagen» en su [base] y que ha sido hecha un «gran monte que llena toda la tierra, representa el Reinado Milenario de Cristo en el mundo (véase Dn.2:35). Esta es la consumación de los reinos gentiles del mundo y el establecimiento subsecuente del Reino de Dios en la tierra. En este caso, su presentación ha sido simbólica... pero su literalidad, ¿quién podrá refutarla en otra forma con tanta evidencia fehaciente mostrada?:
Dn.2:35 «Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra».
Un respetado teólogo comenta al respecto:
«... Cuatro potencias mundiales fueron previstas por Daniel: Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. Estas, según fueron previstas por el profeta, habían de dominar durante los tiempos de los gentiles y terminarían con la gloriosa venida de Cristo, cuando el reino mesiánico sustituya a todo gobierno y autoridad humanos ...».
El profesor Jack S. Deere también comenta con acierto de este modo:
«Parece bastante razonable [decir] que Apocalipsis 19:11-21 describe el segundo advenimiento de Cristo y el correspondiente juicio cataclísmico sobre sus enemigos. Daniel 7 ofrece un paralelo instructivo de este acontecimiento. El cuerno pequeño de Daniel 7 es paralelo con la bestia de Apocalipsis 13:1-8. De ambos, el cuerno pequeño de Daniel y la bestia de Apocalipsis, se dice que tienen un imperio universal (Dn.7:7, 23; Ap.13:8). Ambos consiguen victoria sobre los santos por «tiempo, y tiempos, y medio tiempo» (Dn.7:25; Ap.12:14). Ambos son destruidos por el Mesías en su segunda venida (Dn.7:11, 26; Ap.19:20). Ambos [pasajes] afirman que inmediatamente después de la destrucción del dictador mundial el reino es dado a los santos (Dn. 7:22, 27; Ap. 20:4-6). De modo que es evidente que por lo menos hasta el reinado de los santos Apocalipsis 19:11-20:6 sigue el mismo patrón de Daniel 7. Ya que el dictador mundial es aún futuro, el reino milenial también tiene que ser futuro porque lo santos no reinan o reciben su reino hasta después de la destrucción del dictador mundial».
El capítulo 20 del libro de Apocalipsis nos muestra el glorioso reinado de Cristo, también conocido como el Reino Teocrático Milenial. La palabra «Milenio» está compuesta por los vocables latinos: para «mil», «mille», y en este caso, es un adjetivo numeral invariable y diferente al género; y «año», «annum». Al principio del Reinado de Cristo, Satanás será atado en el abismo por «Mil años» (Ap.20:2-3). Cuando los Mil años del Reino de Cristo concluyan, Satanás será soltado del abismo (véase Ap.20:7). Los santos fieles, previamente glorificados, gobernarán junto con Cristo (Ap.20:4). Habrá una inversión gigantesca de la maldición del pecado en una tierra que habrá sido restituida antes (Is.2:1-5; 11:1-9; Jer. 31:31-34; Jl. 3:17-21; Am. 9:11-15; Miq. 4:1-5; Lc. 1:31-33; 1 Co. 15:24-28). Con esto cumplen, finalmente, las profecías del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento que profetizan dicho Reino terreno y de extendido tiempo.
Este estudio ha tenido la finalidad de demostrar que los números en la Biblia representan situaciones literales y no alegóricas. Por tal cosa, no es posible aceptar que los [Mil años] sean “alegóricos”... Si esto es así, interpretemos entonces las profecías bíblicas “como nos parezca la variante gana ”.
Los profetas del Antiguo Testamento hablaron de un futuro Reinado terrenal de carácter celestial, que significa, «según los designios divinos», en donde los santos hombres de Dios, de ambas dispensaciones, disfrutarían de sus privilegios y bendiciones ofrecidas por un tiempo de [Mil años literales] (Ap.20:4-6). La interpretación literal dio comienzo con el retorno de Israel del cautiverio babilónico, bajo la gerencia de Esdras (véase Neh. 8:1-8). Esta interpretación fue necesaria debido a lo dilatado del cautiverio (70 años) que provocó en Israel el [olvido] de los preceptos de la Ley mosaica. Los judíos habían sustituido su lengua original por el [arameo] en el tiempo que estuvieron en el cautiverio. Al regresar a su tierra, las Escrituras les fueron [irreconocibles] por tal efecto. Esdras fue quien tomó el cargo de enseñarles a los del Pueblo judío las Escrituras de una manera literal.
Y para terminar, los dejo con un comentario, tanto oportuno, de Thomas Hartwell Horne:
«... Aunque el Sanedrín y los oyentes de Jesús frecuentemente apelaban al Antiguo Testamento, sin embargo no dan ninguna indicación de la interpretación alegórica; ni aun Josefo menciona algo de ella. Los judíos platónicos de Egipto comenzaron el primer siglo, imitando a los paganos griegos, a interpretar el Antiguo Testamento alegóricamente. Filón de Alejandría se distinguió entre los judíos que practicaron este método; y lo defiende como [algo nuevo y nunca antes oído], y por esa razón se oponían a él los [judíos]. Jesús, por lo tanto, no estuvo en una situación en la que estuviera obligado a cumplir una costumbre prevaleciente de interpretación alegórica, ya que este método [no prevalecía] en ese tiempo entre los judíos, ciertamente [no prevalecía] en Palestina, donde Jesús enseñó».
Así sea.
Dios les bendiga siempre, queridos amigos que nos visitan con agrado.
«No hay mentira más perjudicial que la verdad disfrazada». Esto es para usted, Señor Armando López Golart.
Muchas gracias.
Referencias:
Apocalipsis: La Consumación del Plan Eterno de Dios. Evis L. Carballosa.
Biblia de Estudio Siglo XXI: Reina Valera. Basada en la Reina Valera 1909.
Eventos del Porvenir: J. Dwight Pentecost.
Manual de Teología Bíblica: Dr. Stanton Richardson.
Horne, Thomas Hartwell: An Introduction to the Critical Study and Knowledge of the Holy Scriptures. Vol. I. pag. 324.