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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

miércoles, 12 de enero de 2011

EL EVANGELIO DE LA AVARICIA

Por Ruth Padilla DeBorst

El amor a las riquezas sigue siendo, como siempre lo ha sido, el principio de todos los males.«¿Alguno de los presentes es pobre? ¡Seguramente que no! Somos hijos del Rey de toda riqueza. ¿“Pero yo soy pobre”, me dices? Entonces, en el nombre de Jesús, desecha todo pecado. ¡Reclama la bendición que Dios tiene reservada para ti y prosperarás!»
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Domingo tras domingo, en mega iglesias, a lo largo y ancho de América Latina, cientos de cristianos escuchan arengas similares a esta. Día tras día, durante la semana, programas de radio, televisión y difusiones por la Internet bombardean a los creyentes con la teología del «declara y reclama». Las posturas que se fomentan son las de desear, alcanzar, recibir y acumular.

La renuncia, la sencillez, la negación a uno mismo, la entrega y el compartir son todas cualidades esenciales en la comunidad del Rey. Una se siente obligada a preguntar: ¿En estas congregaciones, alguna vez se desafía a los creyentes a tomar su cruz y seguir a Jesús, quien entregó todo lo que era y poseía, quien renunció a sus privilegios divinos para reconciliar a la Creación con su Creador y a las personas las unas con las otras? La renuncia, la sencillez, la negación a uno mismo, la entrega y el compartir son todas cualidades esenciales en la comunidad del Rey, pero aparentemente no encuentran cabida en el evangelio de la avaricia.
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Semillas de bendición
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Al igual que los líderes Africanos que retrata mi colega Asamoah-Gyadu, los cuales no muestran consideración alguna por el contexto, ya sea histórico o textual. Los apóstoles de la prosperidad blanden pasajes bíblicos para legitimar su autoridad y construir una estructura religiosa para los ídolos de nuestro tiempo. Uno de los pasajes que más aman torcer es 2 Corintios 9.6: «el que siembra escasamente, escasamente también segará; y el que siembra abundantemente, abundantemente también segará».

En las «maratones de prosperidad» que se transmiten al aire, convencen a los creyentes —con palabras y música— a dar no solamente diezmos y generosas ofrendas, sino también joyas, autos y títulos de propiedad. Estas ofrendas son las «semillas» de la autorrealización, de un futuro mejor. Son los sellos de los acuerdos económicos pactados con Dios. Al ofrecerlas en fe se convierten en el medio para comprar la sobreabundante cosecha de bendición del Señor. No mencionan para nada el hecho de que en el texto Pablo está animando a los cristianos de Corinto a ser generosos en «buenas obras», no en ofrendas monetarias (v. 8), ni tampoco que deben fijar los ojos en la necesidad de ser generosos no hacia sí mismos, sino hacia los necesitados en Jerusalén (v. 13). Tampoco enseñan que el uso de las riquezas debe ser considerado como una liturgia, un ministerio, un servicio público (v. 12) ni que deben participar activamente en una economía de suficiencia y justicia para todos, no en una de acumulación y desigualdad (vv. 8.13–15).
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¿Buenas Nuevas para nadie, o para todos?

La legitimación religiosa de la búsqueda de la prosperidad, tal como lamenta Asamoah-Gyadu, deja poco espacio para los pobres. Me temo, sin embargo, que ni siquiera aquellos que están progresando, en África, América Latina o cualquier otro lugar, hallarán verdaderas buenas nuevas en la teología de la prosperidad, ¡aun cuando se apeguen a estilos de adoración «apasionados y exuberantes»! En verdad, una ética cristiana personal y comunitaria que rescata a las personas de prácticas destructivas es liberadora: libera tanto a las personas como sus recursos, incluyendo los económicos, para servir a otros.

Sin duda, las instrucciones económicas que Dios establece para su pueblo, en el desierto, bajo el imperialismo romano y en nuestros tiempos no son de penurias. Nuestro Dios creador es Dios de abundancia, diversidad, belleza y vida. Asamoah-Gyadu correctamente afirma que la Biblia no glorifica la pobreza. No obstante, me pregunto si, en un contexto en el cual la riqueza ha sido deificada, conseguiríamos afirmar con toda confianza que las Buenas Nuevas del reino de Dios no son un evangelio de pobreza. Permítame aclarar: No estoy a favor de una pobreza de necesidad y penurias, sino de la pobreza por la renuncia. Inmersos en una cultura de gastos y derroches innecesarios, un sistema de sobreproducción y obsolescencia planificada —un contexto en el que las personas son valoradas o descartadas según sus pertenencias materiales— y a la luz de las falsas enseñanzas y el descarado desprecio por los valores del reino de Dios y su justicia, actuaríamos bien en buscar un cambio con la prosperidad y prestar atención a otro santo, Francisco de Asís.

En un acto radical para seguir a Jesús, este joven procedente del burgo italiano se despojó de sus riquezas y vivió entre los pobres y leprosos para compartir con ellos las Buenas Nuevas del amor de Dios por ellos. Quizás, al igual que Francisco, deberíamos considerar con más seriedad el ejemplo de otro maestro pobre, y además itinerante, nuestro Señor Jesucristo, «que siendo rico; sin embargo, por amor a ustedes se hizo pobre, para que por medio de Su pobreza ustedes llegaran a ser ricos» (2Co 8.9). Quizás, cuando lo contemplemos, lograremos descubrir y, gozosamente, celebrar las Buenas Nuevas, la abundante riqueza de bienes y vidas compartidas, y relaciones restauradas con nuestro creador y todos nuestros prójimos.
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Según la autora, ¿qué cualidades de la comunidad del Rey ignora el evangelio de la avaricia?
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En América Latina, ¿qué pretenden los autodenominados «apóstoles» y «profetas»?
¿Cuál es el perfil de los «apóstoles de la prosperidad»?
¿Cuál es el riesgo de ese perfil?, ¿qué realmente preocupa en ellos?
¿Cual sería una interpretación con una exégesis responsable de 1 Corintios 9.6?
¿De qué, realmente, es capaz de rescatarnos una ética cristiana comunitaria?
¿La ética comunitaria que sigue su iglesia ha provisto para ese rescate?
¿Cuál es la propuesta de la autora ante las falsas enseñanzas de la teología de la avaricia?
¿Cuál propuesta ofrecería usted o su comunidad de fe ante esas falsas enseñanzas?, ¿cómo conseguiría su iglesia impedir que se infiltren en su propio seno?

Lic. Wolfgang Streich
Asunción – Paraguay
Tel: (0981) 480 779
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“Tres cosas no vuelven para atrás: Una flecha lanzada, una palabra pronunciada y una oportunidad perdida”

Preguntas para estudiar en grupo

Los «apóstoles» de la prosperidad
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En África, el sello de aprobación al deseo, la avaricia y el consumismo lo otorgan obispos y arzobispos neopentecostales. En América Latina los predicadores de la prosperidad tienden a publicitarse como «apóstoles» y «profetas». Asociados en redes, consejos y alianzas, se nombran entre ellos y se autorizan los unos a los otros, con unción del Señor, a autoproclamarse como pioneros de la bendita reforma apostólica que transformará nuestro continente. Son los emisarios escogidos de Dios para declarar y reclamar prosperidad y bienestar económico a individuos, familias y, aun, naciones enteras.Los apóstoles de la prosperidad blanden pasajes bíblicos para legitimar su autoridad y construir una estructura religiosa para los ídolos de nuestro tiempo. El poder, el éxito, la riqueza y la salud se presentan en un paquete tan herméticamente amarrado que no queda espacio para las dudas, el dolor o el sufrimiento, la preocupación por la justicia o la conciencia de las necesidades del prójimo. Los autoproclamados apóstoles no rinden cuentas a nadie en cuestiones de finanzas, ética o teología. Estos «santos» varones —sí, todos ellos son del sexo masculino— visten, conducen y viven según las señales de éxito que describe el libro de reglas de las sociedades de consumo. De manera arrogante testifican del favor de Dios sobre sus vidas y establecen metas para sus seguidores que, se espera, disfruten vicariamente y se enorgullezcan de los símbolos de éxito que despliegan.