Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD).
La Biblia nos dice que Dios, de [una sola sangre], es decir, de [un tronco común], y no de varios, ha hecho [todo el linaje de hombres]. Esto último se comprende como «el conjunto de antepasados o descendientes de una persona o familia»:
«Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación . . . » (Hech.17:26)
“Técnicamente”, la palabra “razas” no es algo que la Biblia concilie. Para los llamados “evolucionistas científicos”, este término se aplica en el sentido de que no todas las personas del mundo “evolucionaron” de igual manera, sino que unas más que otras, en su “largo trayecto de primates a seres humanos”. Y se fundamentan en sus distintos aspectos fisonómicos y morfológicos, sobre todo, en el color de la epidermis, para sostener lo que en realidad es «insostenible». Este pensamiento ha traído como resultado que ciertos grupos de gentes sean clasificadas como “subhumanas”; en otras palabras, para los necios “evolucionistas”, no todos los grupos humanos tienen el mismo nivel o altura en lo que universalmente se conoce como “humanidad. Los menos afortunados, de acuedo al evolucionismo, aun se encuentran en una “transición biológica”, en ese “proceso evolutivo que dio principio con el más antiguo de los primates”. Debemos recordar que para los “evolucionistas”, el hombre es un “animal” más, pero a diferencia del resto de los seres vivos, es que su excepcional y desarrollado cerebro lo ha colocado, en amplio margen, sobre todos ellos (¿el rey de los animales?)
«La adaptación, no es evolución».
La Biblia explica que después del Diluvio «toda la tierra hablaba una sola lengua» (Gn.11:1). Esto demuestra la [unidad de la familia humana] que provenía de los hijos de Noé, como lo vemos claramente en la distribución mundial de sus descendientes en el capítulo 10 del libro de Génesis. El motivo de estos super ancestros de permanecer conglomerados en la llanura de Sinar (Gn.11:2), en Mesopotamia, fue con el fin de obtener «un nombre», que bien se puede traducir como «grandeza», o «glorioso reconocimiento»: «Fueron motivados por la intención de exaltación personal . . .», comenta Pablo Hoff. No tenían la más mínima intención de esparcirse por otros lugares de la faz de la tierra. La consecuencia de esta postura tan arrogante y egoísta, fue que Dios les confundió las lenguas y, por ende, la dispersión de toda esta gente pudo darse como un inevitable suceso (Gn.11:9).
Como antes comentamos, en el capítulo 10 del Génesis apreciamos la exacta disgregación de los descendientes de los hijos de Noé: Los jafetitas viajaron a Europa y al Norte de Asia (Gn. 10:2-5). Los camitas a Egipto, Etiopía, Arabia, Asia Menor, y Canaán (Gn. 10:6-20). Los hijos de Sem y Heber a Elam (Mesopotamia Occidental) a Asiria, Arabia y a otras tierras del Medio Oriente (Gn.10:21-31). De estas naciones antiguas mencionadas, unas continuan vigentes en esta edad moderna.
Cuando los hijos de Cam se asentaron en tierras Meridionales, como la de Egipto, Etiopía y Arabia, es bien probable que los pobladores de estas tierras hayan sido los que emigraron más al sur del continente africano para habitarlo. Estas generaciones postreras de individuos o grupos humanos no aparecn descritos en la Biblia, en la antigua división geográfica que ofrece el capítulo 10 del libro de Génesis. Para los evolucionistas los primeros indicios de la evolución humana se dieron en el continente africano, cuna de los grandes primates como el chimpancé y el gorila, a los que han relacionado con las personas de color negro, por su “enorme parecido constitucional” (¿?). Con tan absurda y pueril fábula, han tratado de justificar su ridícula, demente y racista creencia anticientífica que ha hecho de Dios un “inmejorable mentiroso”. Para estos elucubradores de males y maldades, el parecido de estas personas con los mencionados primates es debido a que los individuos de color negro han evolucionado menos que las personas de color blanc0 (caucásicos). En realidad, no existe ninguna interrelación biológica entre el hombre más estúpido ni el mono más inteligente. Estas analogías no son más que inconcebibles, tanto fenotípica como genotípicamente. Aunque es cierto que el Dna en ambos grupos de seres es muy parecido, y se postula que en un 98 por ciento; pero también es verdad que el del [gusano], el de la [mosca] y de la [gallina], es muy parecido al [Dna humano]. Es más: aproximadamente un tercio de los genes de las levaduras son similares a los humanos. El 40 por ciento de los genes de los gusanos presentan impresionante similitud con los genes humanos. Se admite que los ratones y los seres humanos poseen el mismo número de genes. Y sigue: la mitad del genoma de la mosca es parecido al humano. El 60 por ciento de los genes que codifican proteínas en la gallina tienen su equivalente en el hombre. Todo esto debería de hacer pensar muy seriamente a los incrédulos que no es muy “probable” que los hombres y los monos compartan la misma información genética, lo digo más claro: que tengan un común parentesco. Una cosa es que se [parezca] y otra que sea [idéntico]. Esto nos marca una abismal diferencia genética entre unos y otros. Es como admitir que los aviones evolucionaron de las plumíferas y picudas voladoras por el simple hecho de tener «alas». Asimilarlo de ese modo, ¡sería una absoluta locura!
Los [diversos] climas de las [distintas] partes del mundo tiene mucho que ver con las muy [variadas] características constitucionales de los grupos humanos existentes. La melanina, como ya lo había expuesto hace bastante tiempo en uno de mis escritos anteriores, es un pigmento de color negro o pardo negruzco que existe en el protoplamsa de algunas células de los vertebrados. La melanina se encuentra en el pelo, en la piel, y en el recubrimiento de la retina, en la médula espinal. Es el primer determinante en el color de la piel de los seres humanos. La melanina dérmica es producida por los melanocitos, en la zona reticular de las glándulas suprarrenales, en el oído interno, en la estría vascularis. Las gentes que han vivido siempre en zonas del Ecuador tienen una cantidad mayor de «eumelanina» que las que viven alejados de éste. La finalidad de esta elevada producción de melanina es hacer que la piel tome un color obscuro para que sea protegida de los fuertes e inclementes rayos solares. En países nórdicos europeos, la formación de melanina es en consideración menor en sus habitantes, evidentemente porque los rayos solares son menos intensos que en las áreas del Ecuador. Por tal causa, el color blanco de la piel es tan común en las personas de las zonas Septentrionales.
Los cambios somáticos en los grupos humanos establecidos, como son los rasgos faciales y los estructuralmente anatómicos, dependen de la adaptación de su particular medio ambiente, siendo genéticamente tramisibles, como lo vemos en sus extensas generaciones concernientes. Solamente Dios y el pronunciado tiempo han sido testigos de esta transformación por adaptación progesiva, contrariamente a lo propuesta por la teoría de la evolución que deduce sin decoro que “los seres humanos descienden de los primeros primates habidos en la tierra, de los cuales unos han evolucionado más que otros». Este irracional racismo de los agentes “infrahumanos” hizo que se aceptara dentro de las sociedades humanas el criminal concepto darvinista que declara que «los fuertes dominan a los más débiles». No cabe la menor incertidumbre que el psicótico Hitler lo tomó con bastante gusto y prioridad. Incluso, sin abandonar nunca esta postura, el siniestro príncipe del nacionalsocialismo admitió que su derrota ante los eslavos era evidencia de que ellos fueron “más fuertes”.
La nefanda teoría de la evolución no ha dejado más que una estela de sangre, una irreparable huella de dolor en la historia de las civilizaciones por los incontables asesinatos cometidos en su “tan amado nombre”, gracias a su influjo discriminatorio racial que ha golpeado con humillante violencia en cada lugar de este sombrío orbe. Una gran parte de quienes colonizaron Australia, estimaron que sus nativos poseían una capacidad de inteligencia menor que la de los hombres blancos y que por lo tanto, en la escala evolutiva, se les podía considerar como seres “subdesarrollados”. Más que como seres humanos, eran vistos únicamente como “animales” . . . y desgraciadamente, esto no ha cambiado en nada. El 10 de Febrero de 1924, en el periódico «New York Tribune», apareció un escrito hablando que el “eslabón perdido” se hallaba en Australia, aludiendo a los nativos de Tasmania. El Museo Hobart de Tasmania, otorgó una lista de las razones por los que los iniciales colonizadores de piel blanca mataron a muchos naturales, en su propio terruño. Es increíble hasta donde ha llegado la vileza y la imbecilidad de los hombres de esta clase, por causa del mortal e impostor evolucionismo . . . y cabe bien adjudicarles lo que Judas hace casi dos milenios escribió: «. . . se corrompen como animales irracionales» (Jud. 1:10). A mediados del Siglo XIX, el «darvinismo social» predominó en las mentes de no pocos hombres dedicados a la industria. Estos potentados pensaron que la teoría de la evolución, no solamente era posible aplicarla en el campo biológico, sino en la sociedad, precisamente, en el mundo de los [negocios]. Su lema: La supervivencia de los más poderosos, el desprecio y la exclusión de los más débiles e indefensos. Tampoco los filósofos se han salvado de la influencia del evolucionismo, como por ejemplo, cuando Nietzsche proclama (aunque para Nietzsche la humanidad “no representa una evolución hacia algo mejor . . . ”, lo que a continuación sigue, por su matiz, no puede llamarse más que «evolucionismo», ya que su fin es el «Superhombre», que culmina a expensas de la eliminación de otros):
«¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.
¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.
¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que acrece el poder; el sentimiento de haber superado una resistencia . . .
Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer».
Sólo me resta decir, para concluir nuestra disertación, que el propósito por el cual Dios nos dio a conocer el origen de las naciones del mundo, fue para mostrarle al mundo que no existen “razas”, sino tan sólo «una»; para mostrarles a todos que las naciones gentiles, por medio de su Pueblo privilegiado, Israel, su eterno escogido, serían parte de la «común salvación». Esta [salvación], tan bendita, habrá de cristalizarse, no en el cielo, sino en lo que será el terrenal e inigualable Reino de Dios futuro.
Así sea.
Dios les bendiga siempre.
Referencias:
«La Mentira de la Evolución». Ken Ham.
«El Pentateuco». Pablo Hoff.
«Comparación de los Genomas de las Especies».
Instituto Médico Howard Hughes (HHMI).
«El Anticristo». Friedrich Nietzsche.
«Es.ciencia.misc».
«Wikipedia». La Enciclopedia libre.
«Biblia de Estudio Siglo XXI». RV.
«Reina Valera 1960».
La Biblia nos dice que Dios, de [una sola sangre], es decir, de [un tronco común], y no de varios, ha hecho [todo el linaje de hombres]. Esto último se comprende como «el conjunto de antepasados o descendientes de una persona o familia»:
«Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación . . . » (Hech.17:26)
“Técnicamente”, la palabra “razas” no es algo que la Biblia concilie. Para los llamados “evolucionistas científicos”, este término se aplica en el sentido de que no todas las personas del mundo “evolucionaron” de igual manera, sino que unas más que otras, en su “largo trayecto de primates a seres humanos”. Y se fundamentan en sus distintos aspectos fisonómicos y morfológicos, sobre todo, en el color de la epidermis, para sostener lo que en realidad es «insostenible». Este pensamiento ha traído como resultado que ciertos grupos de gentes sean clasificadas como “subhumanas”; en otras palabras, para los necios “evolucionistas”, no todos los grupos humanos tienen el mismo nivel o altura en lo que universalmente se conoce como “humanidad. Los menos afortunados, de acuedo al evolucionismo, aun se encuentran en una “transición biológica”, en ese “proceso evolutivo que dio principio con el más antiguo de los primates”. Debemos recordar que para los “evolucionistas”, el hombre es un “animal” más, pero a diferencia del resto de los seres vivos, es que su excepcional y desarrollado cerebro lo ha colocado, en amplio margen, sobre todos ellos (¿el rey de los animales?)
«La adaptación, no es evolución».
La Biblia explica que después del Diluvio «toda la tierra hablaba una sola lengua» (Gn.11:1). Esto demuestra la [unidad de la familia humana] que provenía de los hijos de Noé, como lo vemos claramente en la distribución mundial de sus descendientes en el capítulo 10 del libro de Génesis. El motivo de estos super ancestros de permanecer conglomerados en la llanura de Sinar (Gn.11:2), en Mesopotamia, fue con el fin de obtener «un nombre», que bien se puede traducir como «grandeza», o «glorioso reconocimiento»: «Fueron motivados por la intención de exaltación personal . . .», comenta Pablo Hoff. No tenían la más mínima intención de esparcirse por otros lugares de la faz de la tierra. La consecuencia de esta postura tan arrogante y egoísta, fue que Dios les confundió las lenguas y, por ende, la dispersión de toda esta gente pudo darse como un inevitable suceso (Gn.11:9).
Como antes comentamos, en el capítulo 10 del Génesis apreciamos la exacta disgregación de los descendientes de los hijos de Noé: Los jafetitas viajaron a Europa y al Norte de Asia (Gn. 10:2-5). Los camitas a Egipto, Etiopía, Arabia, Asia Menor, y Canaán (Gn. 10:6-20). Los hijos de Sem y Heber a Elam (Mesopotamia Occidental) a Asiria, Arabia y a otras tierras del Medio Oriente (Gn.10:21-31). De estas naciones antiguas mencionadas, unas continuan vigentes en esta edad moderna.
Cuando los hijos de Cam se asentaron en tierras Meridionales, como la de Egipto, Etiopía y Arabia, es bien probable que los pobladores de estas tierras hayan sido los que emigraron más al sur del continente africano para habitarlo. Estas generaciones postreras de individuos o grupos humanos no aparecn descritos en la Biblia, en la antigua división geográfica que ofrece el capítulo 10 del libro de Génesis. Para los evolucionistas los primeros indicios de la evolución humana se dieron en el continente africano, cuna de los grandes primates como el chimpancé y el gorila, a los que han relacionado con las personas de color negro, por su “enorme parecido constitucional” (¿?). Con tan absurda y pueril fábula, han tratado de justificar su ridícula, demente y racista creencia anticientífica que ha hecho de Dios un “inmejorable mentiroso”. Para estos elucubradores de males y maldades, el parecido de estas personas con los mencionados primates es debido a que los individuos de color negro han evolucionado menos que las personas de color blanc0 (caucásicos). En realidad, no existe ninguna interrelación biológica entre el hombre más estúpido ni el mono más inteligente. Estas analogías no son más que inconcebibles, tanto fenotípica como genotípicamente. Aunque es cierto que el Dna en ambos grupos de seres es muy parecido, y se postula que en un 98 por ciento; pero también es verdad que el del [gusano], el de la [mosca] y de la [gallina], es muy parecido al [Dna humano]. Es más: aproximadamente un tercio de los genes de las levaduras son similares a los humanos. El 40 por ciento de los genes de los gusanos presentan impresionante similitud con los genes humanos. Se admite que los ratones y los seres humanos poseen el mismo número de genes. Y sigue: la mitad del genoma de la mosca es parecido al humano. El 60 por ciento de los genes que codifican proteínas en la gallina tienen su equivalente en el hombre. Todo esto debería de hacer pensar muy seriamente a los incrédulos que no es muy “probable” que los hombres y los monos compartan la misma información genética, lo digo más claro: que tengan un común parentesco. Una cosa es que se [parezca] y otra que sea [idéntico]. Esto nos marca una abismal diferencia genética entre unos y otros. Es como admitir que los aviones evolucionaron de las plumíferas y picudas voladoras por el simple hecho de tener «alas». Asimilarlo de ese modo, ¡sería una absoluta locura!
Los [diversos] climas de las [distintas] partes del mundo tiene mucho que ver con las muy [variadas] características constitucionales de los grupos humanos existentes. La melanina, como ya lo había expuesto hace bastante tiempo en uno de mis escritos anteriores, es un pigmento de color negro o pardo negruzco que existe en el protoplamsa de algunas células de los vertebrados. La melanina se encuentra en el pelo, en la piel, y en el recubrimiento de la retina, en la médula espinal. Es el primer determinante en el color de la piel de los seres humanos. La melanina dérmica es producida por los melanocitos, en la zona reticular de las glándulas suprarrenales, en el oído interno, en la estría vascularis. Las gentes que han vivido siempre en zonas del Ecuador tienen una cantidad mayor de «eumelanina» que las que viven alejados de éste. La finalidad de esta elevada producción de melanina es hacer que la piel tome un color obscuro para que sea protegida de los fuertes e inclementes rayos solares. En países nórdicos europeos, la formación de melanina es en consideración menor en sus habitantes, evidentemente porque los rayos solares son menos intensos que en las áreas del Ecuador. Por tal causa, el color blanco de la piel es tan común en las personas de las zonas Septentrionales.
Los cambios somáticos en los grupos humanos establecidos, como son los rasgos faciales y los estructuralmente anatómicos, dependen de la adaptación de su particular medio ambiente, siendo genéticamente tramisibles, como lo vemos en sus extensas generaciones concernientes. Solamente Dios y el pronunciado tiempo han sido testigos de esta transformación por adaptación progesiva, contrariamente a lo propuesta por la teoría de la evolución que deduce sin decoro que “los seres humanos descienden de los primeros primates habidos en la tierra, de los cuales unos han evolucionado más que otros». Este irracional racismo de los agentes “infrahumanos” hizo que se aceptara dentro de las sociedades humanas el criminal concepto darvinista que declara que «los fuertes dominan a los más débiles». No cabe la menor incertidumbre que el psicótico Hitler lo tomó con bastante gusto y prioridad. Incluso, sin abandonar nunca esta postura, el siniestro príncipe del nacionalsocialismo admitió que su derrota ante los eslavos era evidencia de que ellos fueron “más fuertes”.
La nefanda teoría de la evolución no ha dejado más que una estela de sangre, una irreparable huella de dolor en la historia de las civilizaciones por los incontables asesinatos cometidos en su “tan amado nombre”, gracias a su influjo discriminatorio racial que ha golpeado con humillante violencia en cada lugar de este sombrío orbe. Una gran parte de quienes colonizaron Australia, estimaron que sus nativos poseían una capacidad de inteligencia menor que la de los hombres blancos y que por lo tanto, en la escala evolutiva, se les podía considerar como seres “subdesarrollados”. Más que como seres humanos, eran vistos únicamente como “animales” . . . y desgraciadamente, esto no ha cambiado en nada. El 10 de Febrero de 1924, en el periódico «New York Tribune», apareció un escrito hablando que el “eslabón perdido” se hallaba en Australia, aludiendo a los nativos de Tasmania. El Museo Hobart de Tasmania, otorgó una lista de las razones por los que los iniciales colonizadores de piel blanca mataron a muchos naturales, en su propio terruño. Es increíble hasta donde ha llegado la vileza y la imbecilidad de los hombres de esta clase, por causa del mortal e impostor evolucionismo . . . y cabe bien adjudicarles lo que Judas hace casi dos milenios escribió: «. . . se corrompen como animales irracionales» (Jud. 1:10). A mediados del Siglo XIX, el «darvinismo social» predominó en las mentes de no pocos hombres dedicados a la industria. Estos potentados pensaron que la teoría de la evolución, no solamente era posible aplicarla en el campo biológico, sino en la sociedad, precisamente, en el mundo de los [negocios]. Su lema: La supervivencia de los más poderosos, el desprecio y la exclusión de los más débiles e indefensos. Tampoco los filósofos se han salvado de la influencia del evolucionismo, como por ejemplo, cuando Nietzsche proclama (aunque para Nietzsche la humanidad “no representa una evolución hacia algo mejor . . . ”, lo que a continuación sigue, por su matiz, no puede llamarse más que «evolucionismo», ya que su fin es el «Superhombre», que culmina a expensas de la eliminación de otros):
«¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.
¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad.
¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que acrece el poder; el sentimiento de haber superado una resistencia . . .
Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer».
Sólo me resta decir, para concluir nuestra disertación, que el propósito por el cual Dios nos dio a conocer el origen de las naciones del mundo, fue para mostrarle al mundo que no existen “razas”, sino tan sólo «una»; para mostrarles a todos que las naciones gentiles, por medio de su Pueblo privilegiado, Israel, su eterno escogido, serían parte de la «común salvación». Esta [salvación], tan bendita, habrá de cristalizarse, no en el cielo, sino en lo que será el terrenal e inigualable Reino de Dios futuro.
Así sea.
Dios les bendiga siempre.
Referencias:
«La Mentira de la Evolución». Ken Ham.
«El Pentateuco». Pablo Hoff.
«Comparación de los Genomas de las Especies».
Instituto Médico Howard Hughes (HHMI).
«El Anticristo». Friedrich Nietzsche.
«Es.ciencia.misc».
«Wikipedia». La Enciclopedia libre.
«Biblia de Estudio Siglo XXI». RV.
«Reina Valera 1960».