Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
Definiremos al espíritu santo como el poder (dunamis, gr.) vital de Dios, como su fuerza creadora, como su inteligencia propia, como su mente infinita, perfecta, infalible y omnisciente, como la energía de Dios que inspira a los hombres convertidos a conocer la verdad por medio de su Palabra: «La mente divina y magistral de todas las eras». No es una “tercera persona coigual” a Dios, un “tercer número” de una inconcebible “triunidad adherida místicamente entre los miembros que la integran”. Para el caso, no existe ningún fundamento viable para que la doctrina de la “trinidad” lo sea. Más bien es una gran mentira que fue consolidada por catolicismo y aceptada infortuita y ciegamente por el protestantismo. Dios, que habita la «Eternidad» (Is. 57:15) sentado inamovible en su trono celestial (Is. 6:1-3), se hace [omnipresente] gracias a su espíritu santo, porque con éste Dios «lo llena todo»:
« ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás» (139:7-8).
«¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos? ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (Jer. 23:23-24).
En la Biblia, el espíritu santo de Dios, su fracción omnipresente, está representado como «los siete Ojos de Jehová» en capítulo 4 del libro de Zacarías. Esta figura de dicción revela que el Señor lo «escruta todo» por medio de su espíritu santo [recorren]:
«Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se alegrarán, y verán la plomada en la mano de Zorobabel. Estos [siete son los ojos de Jehová], que [recorren] toda la tierra (Zac. 4:10).
El espíritu santo posee las cualidades inherentes de la Deidad unipersonal porque es parte de su naturaleza divina (sabiduría, santidad, verdad, inteligencia, bondad, etc.). En 1 de Corintios, el espíritu de Dios es comparado con el espíritu del hombre. Es una analogía en la que se logra percibir las «mentes» [2] donde el escrutiño celestial y el del mundo se dan:
Estas [mentes] son:
a. La de Dios.
b. La de los seres humanos.
Miremos los textos al respecto:
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co. 2:10-11).
Las cosas de Dios son conocidas por su espíritu o mente, «porque el espíritu todo lo escudriña, aun lo más íntimo de Dios» (1 Co. 2:10). De la misma manera, las cosas del hombre por su espíritu, razón o mente que lo examina introspectivamente (1 Co. 2:11).
En la Biblia, «espíritu» y «mente» son sinónimos (neuma, gr.). El vocablo «neuma» está en [neutro] en el Nuevo Testamento (de la misma forma que el vocablo hebreo «ruach» que aparece en el Antiguo Testamento). Dicho vocablo carece de pronombre personal. Esto omite al espíritu santo como una persona. En la mente o espíritu residen las emociones, los sentimientos, la autodeterminación, los afectos, la inteligencia, la conciencia, la voluntad de la que surgen la decisiones mal o bien tomadas. El espíritu santo, la mente de Dios, y no Dios en el sentido de una tercera persona, es la vía o el medio en que Dios interactúa con el hombre, en su mente o espíritu, para el entendimiento, para la iluminación de los misterios y propósitos divinos encontrados en la Palabra revelada a los escogidos. Además «espíritu» (Sal. 51:10, 11; Jn.11:33) es intercambiable con «alma» y «corazón» (Ec. 1:13; Mr. 14:34; Mt. 15:19).
El espíritu santo, como el asiento del pensar de Dios, contendiá con los hombres (Gn. 6:3), instruyó a los israelitas en el desierto (Neh. 9:20), trae convicción de pecado al corazón humano (Jn. 16:7-11), convence al mundo (Jn. 16:8), enseña (Lc. 12:12), reparte dones (1Co. 12:8-11), resucita a los muertos (Ro. 8:10), escudriña los corazones (Ro. 8:27). Dios es conciente de sus acciones por su espíritu santo. Allí radica tangiblemente su personalidad divina. Reitero diciendo que el espírtu santo es la conciencia de Dios, su razón, su voluntad e inteligencia. El espíritu santo, como la mente suprema de Dios, posee la capacidad, la facultad de acordar al lado de los hombres, según lo apreciado en Hech. 15:28:
«Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias. . . »
Cuando se le «miente» al espíritu santo, significa que es al mismo Dios que reina eterno en el glorioso cielo (Ez.. 1:26; Mt.23:22). Pedro les declaró a Ananías y Zafira que habían «mentido» al espíritu santo (Hech. 5:3), pero después el apóstol especifica relevantemente que era a Dios en realidad (Hech. 5:4).
Dios es «contritado» o «apagado» a través de su santo espíritu, que no es una situación independientemente individual. Nuestro espíritu (la mente) puede ser «contritado» o «apagado» además por las circunstancias adversas que enfrentamos, por las vicisitudes extremas e indeseables, por el dolor y la tristeza . . . «y también el entender las locuras y desvarios; conocí que aun esto era aflicción de espíritu», escribe el Predicador (Ec. 1:17). Del mismo modo, pero en diferente esfera, Dios es «contritado» y «apagado» por la desobediencia y rebeldía de sus hijos (véase Ef. 4:30; 1 Ts. 5:18). Recordemos [la relación de semejanzas] entre el espíritu de Dios y el del hombre que se halla en 1 Co. 2:11.
El espíritu santo es la fuerza creadora de Dios (Gn. 1:1, 2), y no una tercera persona de una pagana y diabólica trinidad. Fue el espíritu santo, el célico poder de Dios que capacitó a Jesús para su ministerio terrenal (Lc. 4:18), el que fortalece el interior del hombre convertido (Ef. 3:16), el que dio testimonio de Cristo (Jn. 15:26), el que lo levantó de entre los muertos, y el que vivificará los cuerpos mortales de los creyentes en la resuerrección venidera (Ro. 8:9).
Cristo llama al espríritu santo como «el dedo de Dios» (véase Mt. 12:28 y su correspondiente que es Lc. 11:20). No es probable por cualquier ángulo en que se observe que tal frase aluda “un ser personal”. La preposición «de» (el dedo «de» Dios) implica [pertenencia]. La mente humana es del [hombre]. El espíritu santo, su mente maestra, su poderoso «dedo» que echa fuera los demonios, pertenece a Dios porque está cohesionado a su inmortal esencia. No es una “tercera persona” como lo admite el Tomo de Dámaso (382 d. C.), en el cual se establece en definitiva la “coigualdad” y “cosustanciabilidad” del espíritu santo con el Padre: el único y verdadero Dios (véase por favor 1 Co. 8:6; 1 Tim. 2:5):
«Si alguno no dijere [...] que el Espíritu Santo es siempre, es hereje». «Si alguno no dijere que el Espíritu Santo [...] es [...] verdadero Dios, [...] lo puede todo y todo lo sabe [...], es hereje». «Si alguno no dijere ser tres personas verdaderas [...] y la del Espíritu Santo iguales, siempre vivientes que todo lo contienen, lo visible y lo invisible, que todo lo pueden, [...] es hereje». «Si alguno al llamar [...] y Dios al Espíritu Santo, los llama dioses [...] y no [...] una sola divinidad [...] es hereje». El Magisterio de la Iglesia.
¡Vaya! . . . ¡Qué bien mentido!
El Magisterio de los Santos Unitarios de la Verdadera Iglesia de Cristo.
Dios les bendiga siempre.
Definiremos al espíritu santo como el poder (dunamis, gr.) vital de Dios, como su fuerza creadora, como su inteligencia propia, como su mente infinita, perfecta, infalible y omnisciente, como la energía de Dios que inspira a los hombres convertidos a conocer la verdad por medio de su Palabra: «La mente divina y magistral de todas las eras». No es una “tercera persona coigual” a Dios, un “tercer número” de una inconcebible “triunidad adherida místicamente entre los miembros que la integran”. Para el caso, no existe ningún fundamento viable para que la doctrina de la “trinidad” lo sea. Más bien es una gran mentira que fue consolidada por catolicismo y aceptada infortuita y ciegamente por el protestantismo. Dios, que habita la «Eternidad» (Is. 57:15) sentado inamovible en su trono celestial (Is. 6:1-3), se hace [omnipresente] gracias a su espíritu santo, porque con éste Dios «lo llena todo»:
« ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás» (139:7-8).
«¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no Dios desde muy lejos? ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?» (Jer. 23:23-24).
En la Biblia, el espíritu santo de Dios, su fracción omnipresente, está representado como «los siete Ojos de Jehová» en capítulo 4 del libro de Zacarías. Esta figura de dicción revela que el Señor lo «escruta todo» por medio de su espíritu santo [recorren]:
«Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se alegrarán, y verán la plomada en la mano de Zorobabel. Estos [siete son los ojos de Jehová], que [recorren] toda la tierra (Zac. 4:10).
El espíritu santo posee las cualidades inherentes de la Deidad unipersonal porque es parte de su naturaleza divina (sabiduría, santidad, verdad, inteligencia, bondad, etc.). En 1 de Corintios, el espíritu de Dios es comparado con el espíritu del hombre. Es una analogía en la que se logra percibir las «mentes» [2] donde el escrutiño celestial y el del mundo se dan:
Estas [mentes] son:
a. La de Dios.
b. La de los seres humanos.
Miremos los textos al respecto:
«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co. 2:10-11).
Las cosas de Dios son conocidas por su espíritu o mente, «porque el espíritu todo lo escudriña, aun lo más íntimo de Dios» (1 Co. 2:10). De la misma manera, las cosas del hombre por su espíritu, razón o mente que lo examina introspectivamente (1 Co. 2:11).
En la Biblia, «espíritu» y «mente» son sinónimos (neuma, gr.). El vocablo «neuma» está en [neutro] en el Nuevo Testamento (de la misma forma que el vocablo hebreo «ruach» que aparece en el Antiguo Testamento). Dicho vocablo carece de pronombre personal. Esto omite al espíritu santo como una persona. En la mente o espíritu residen las emociones, los sentimientos, la autodeterminación, los afectos, la inteligencia, la conciencia, la voluntad de la que surgen la decisiones mal o bien tomadas. El espíritu santo, la mente de Dios, y no Dios en el sentido de una tercera persona, es la vía o el medio en que Dios interactúa con el hombre, en su mente o espíritu, para el entendimiento, para la iluminación de los misterios y propósitos divinos encontrados en la Palabra revelada a los escogidos. Además «espíritu» (Sal. 51:10, 11; Jn.11:33) es intercambiable con «alma» y «corazón» (Ec. 1:13; Mr. 14:34; Mt. 15:19).
El espíritu santo, como el asiento del pensar de Dios, contendiá con los hombres (Gn. 6:3), instruyó a los israelitas en el desierto (Neh. 9:20), trae convicción de pecado al corazón humano (Jn. 16:7-11), convence al mundo (Jn. 16:8), enseña (Lc. 12:12), reparte dones (1Co. 12:8-11), resucita a los muertos (Ro. 8:10), escudriña los corazones (Ro. 8:27). Dios es conciente de sus acciones por su espíritu santo. Allí radica tangiblemente su personalidad divina. Reitero diciendo que el espírtu santo es la conciencia de Dios, su razón, su voluntad e inteligencia. El espíritu santo, como la mente suprema de Dios, posee la capacidad, la facultad de acordar al lado de los hombres, según lo apreciado en Hech. 15:28:
«Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias. . . »
Cuando se le «miente» al espíritu santo, significa que es al mismo Dios que reina eterno en el glorioso cielo (Ez.. 1:26; Mt.23:22). Pedro les declaró a Ananías y Zafira que habían «mentido» al espíritu santo (Hech. 5:3), pero después el apóstol especifica relevantemente que era a Dios en realidad (Hech. 5:4).
Dios es «contritado» o «apagado» a través de su santo espíritu, que no es una situación independientemente individual. Nuestro espíritu (la mente) puede ser «contritado» o «apagado» además por las circunstancias adversas que enfrentamos, por las vicisitudes extremas e indeseables, por el dolor y la tristeza . . . «y también el entender las locuras y desvarios; conocí que aun esto era aflicción de espíritu», escribe el Predicador (Ec. 1:17). Del mismo modo, pero en diferente esfera, Dios es «contritado» y «apagado» por la desobediencia y rebeldía de sus hijos (véase Ef. 4:30; 1 Ts. 5:18). Recordemos [la relación de semejanzas] entre el espíritu de Dios y el del hombre que se halla en 1 Co. 2:11.
El espíritu santo es la fuerza creadora de Dios (Gn. 1:1, 2), y no una tercera persona de una pagana y diabólica trinidad. Fue el espíritu santo, el célico poder de Dios que capacitó a Jesús para su ministerio terrenal (Lc. 4:18), el que fortalece el interior del hombre convertido (Ef. 3:16), el que dio testimonio de Cristo (Jn. 15:26), el que lo levantó de entre los muertos, y el que vivificará los cuerpos mortales de los creyentes en la resuerrección venidera (Ro. 8:9).
Cristo llama al espríritu santo como «el dedo de Dios» (véase Mt. 12:28 y su correspondiente que es Lc. 11:20). No es probable por cualquier ángulo en que se observe que tal frase aluda “un ser personal”. La preposición «de» (el dedo «de» Dios) implica [pertenencia]. La mente humana es del [hombre]. El espíritu santo, su mente maestra, su poderoso «dedo» que echa fuera los demonios, pertenece a Dios porque está cohesionado a su inmortal esencia. No es una “tercera persona” como lo admite el Tomo de Dámaso (382 d. C.), en el cual se establece en definitiva la “coigualdad” y “cosustanciabilidad” del espíritu santo con el Padre: el único y verdadero Dios (véase por favor 1 Co. 8:6; 1 Tim. 2:5):
«Si alguno no dijere [...] que el Espíritu Santo es siempre, es hereje». «Si alguno no dijere que el Espíritu Santo [...] es [...] verdadero Dios, [...] lo puede todo y todo lo sabe [...], es hereje». «Si alguno no dijere ser tres personas verdaderas [...] y la del Espíritu Santo iguales, siempre vivientes que todo lo contienen, lo visible y lo invisible, que todo lo pueden, [...] es hereje». «Si alguno al llamar [...] y Dios al Espíritu Santo, los llama dioses [...] y no [...] una sola divinidad [...] es hereje». El Magisterio de la Iglesia.
¡Vaya! . . . ¡Qué bien mentido!
El Magisterio de los Santos Unitarios de la Verdadera Iglesia de Cristo.
Dios les bendiga siempre.