Por MERVIN BRENEMAN
Debemos conocer las profecías, pero no caer en el error de los fariseos: estaban seguros de tener la interpretación correcta, pero cuando vino el Mesías no lo reconocieron
JESUS DIJO, “El reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17.20); “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 4.17).
¿De dónde vino el concepto del reino de Dios? ¿Qué entendía la gente cuando Jesús nombró el reino de los cielos o el reino de Dios? Aunque en el período intertestamentario hubo un desarrollo del tema, tenemos que buscar en el Antiguo Testamento para encontrar su origen.
El establecimiento del reino de Dios es uno de los grandes temas que une el Antiguo y el Nuevo Testamento. Si bien la frase exacta “reino de Dios”, no se encuentra en el A.T. (Is. 37.16 habla de “Dios de todos los reinos de la tierra”, y Dn 6.26; 7.14 y 7.27 habla de “su reino”), el concepto es prominente y se va desarrollando a través de toda la Biblia.
La enseñanza de la creación en Génesis destaca el señorío de Dios sobre todo. En los grandes hechos de Dios en la historia, como el éxodo, el pueblo de Israel entendió que Dios reina sobre todas las naciones. Después de cruzar el Mar Rojo, el cántico de Moisés termina diciendo, “Jehová reinará eternamente y para siempre” (Ex 15.18).
Las experiencias de los israelitas a través del éxodo, el peregrinaje en el desierto y la conquista de Canaán confirmaron la fe de ellos, que Dios reina sobre todas las naciones, en todo el mundo. En forma práctica vieron que Dios era el rey de Israel, pues en Sinaí ellos aceptaron su señorío y después, en varias ocasiones, renovaron el pacto con Dios en las llanuras de Moab (Deuteronomio), y en Siquem (Jos 24).
En el tiempo de los jueces, el sentir de la gente es que Dios reina sobre Israel. Cuando la gente quiso hacer a Gedeón su “señor”, él dijo, “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará; Jehová señoreará sobre vosotros” (Jue 8.22). Aunque algunos jueces se portaron como reyes, el ideal aceptado por los israelitas fue que Dios era su rey.
Por eso, cuando los israelitas estaban casi vencidos por los filisteos y pidieron a Samuel que les diera un rey, Samuel se enojó: “Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue” (1 S 8.6). Dios dijo a Samuel, “No te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 S 8.7).
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Muchos pasajes indican que los israelitas vieron a Dios como rey de su pueblo y rey de sus vidas. David oró diciendo, “Tuyo, oh Jehová, es el reino” (1 Cr 29.11). En el culto, Israel confesaba que Dios era su rey: “Pero Dios es mi rey desde tiempo antiguo” (Sal 74.12); “Te exaltaré, mi Dios, mi Rey…” (Sal 145.1).
En el culto también, Israel proclamó el reinado de Dios sobre todo el mundo, sobre todas las naciones: “Jehová reina; regocíjese la tierra” (Sal 97.1). Esta convicción conlleva un énfasis misionero, pues el salmista llama a todos los pueblos a que reconozcan a Dios como rey: “Tributad a Jehová, oh familias de los pueblos, dad a Jehová la gloria y el poder… Decid entre las naciones: Jehová reina” (Sal 96.7, 10).
Este señorío de Dios sobre las naciones del mundo se nota en los oráculos proféticos sobre las naciones vecinas de Israel. La serie de profecías sobre Babilonia, sobre Edom, sobre Asiria, sobre Egipto en secciones largas como Isaías 13.23 enseñan que estas naciones son responsables delante de Dios por su maldad y su injusticia. También enseñan que Dios tiene interés en todas las naciones.
Más adelante veremos cómo la visión del reino futuro de Dios incluye las naciones
EL REINO DE DAVID Y SALOMON
Aunque hubo una convicción profunda en Israel que Dios era su rey y no debían tener un rey humano, la narración en 1 Samuel es ambigua. Dios aprobó la petición de un rey; y aún más, dirigió la selección del rey. Además Dios hace un pacto con el rey que tendrá una gran influencia. 2 Samuel 7, donde se encuentra el pacto davídico, es uno de los capítulos importantes del Antiguo Testamento. Dios hizo un pacto con David y le prometió una casa (una dinastía de reyes), y que su hijo construiría el templo. Además, habla de un reino perpetuo: “Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente” (2 S 7.16).
Bajo David y Salomón, la monarquía, o el reino de Israel, se hizo muy fuerte. Pareciera que allí iba bien el cumplimiento de la promesa de Dios a David. La nación estaba unida; hubo prosperidad material y hubo mucho adelanto en el culto y los escritos, especialmente sapienciales. Un israelita podría haber pensado que el reino de Dios era equivalente al reino de Israel.
Pero Salomón mismo no siguió bien la justicia de Dios. Junto con su apostasía por causa de sus esposas extranjeras hizo mal en oprimir a su pueblo económicamente. De modo que al final de su vida las tribus del Norte se separaron del hijo de Salomón y de la línea real de David.
Los profetas que Dios levantó durante el tiempo de la monarquía dividida vieron que el reino de Dios no iba a cumplirse por medio del Reino del Norte, Israel, ni por medio del Reino del Sur, Judá. Aun en Judá, donde todos los reyes eran descendientes de David, algunos siguieron a Dios y otros eran casi paganos.
Tan era así, que Isaías, hablando a la gente de Jerusalén, les llamó “Príncipes de Sodoma” y “pueblo de Gomorra”, dando a entender que eran tan pecadores que iban a ser destruídos como lo habían sido Sodoma y Gomorra.
Los profetas predijeron destrucción para los reinos de Israel y Judá. No esperaron en ellos para el cumplimiento del reino; más bien hablaron de un remanente: “Si Jehová de los ejércitos no nos hubiese dejado un resto pequeño, como Sodoma fuéramos, y semejantes a Gomorra” (Is 1.9). Jeremías y Ezequiel también ayudaron a la gente a ver que el propósito de Dios seguiría sin la monarquía de Israel.
Los profetas tuvieron un mensaje duro para su propio pueblo. Tuvieron que predecir la destrucción de Jerusalén y el templo y anunciar el cautiverio del pueblo. Capítulo tras capítulo habla de castigo y destrucción. Pero no lo dejaron allí; siempre miraron hacia un reino glorioso en el futuro.
Las profecías de Isaías constantemente oscilan entre los temas de castigo y destrucción por un lado y un reino glorioso en el futuro por el otro. Nótese cómo Isaías en un versículo (1.31) dice: “Y el fuerte será como estopa… y ambos serán encendidos juntamente”; y el versículo siguiente (2.1) inicia un lindo poema del reino futuro cuando “Vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová… y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces.” Asimismo en Amós 9.9, habla de destrucción: “A espada morirán todos los pecadores de mi pueblo,” pero en 9.10 dice: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David…”
LA VISION DE UN REINO FUTURO
Esta visión del reino futuro es muy variada y multifacética. A veces los pasajes presentan un enfoque universal, como en Sofonías 3.9: “En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento.” Otras veces enfocan a Israel.
Hablan de un reino justo y pacífico. Hablan de juntar a Israel de todas partes del mundo y hacer con él un Nuevo Pacto. Hablan de nuevos cielos y nueva tierra.
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La visión del reino de Dios está estrechamente ligada a profecías del Mesías. El Mesías hará justicia: “Juzgará con justicia a los pobres”; “Y será la justicia cinto de sus lomos”; “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” (Is 11.4, 5; 9.7).
Los profetas mayormente llamaron a su propio pueblo que se arrepintiera y volviera a Dios, pues, por causa de su injusticia y pecado Dios tiene que castigarlos. Entonces vienen pasajes de destrucción y desolación como castigo de Dios. Pero, como vimos arriba, en este contexto los profetas dieron predicciones del Mesías y el reino futuro.
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Las profecías del reino no están organizadas sistemáticamente. Vienen como pequeños pedazos de un rompecabezas. A menudo están mezcladas predicciones de eventos cercanos y eventos más lejanos en el futuro. Hay predicciones del Mesías como un rey glorioso que vence a los enemigos de Dios (y de Israel); hay predicciones de un siervo del Señor que sufre;y también del reino glorioso con nuevos cielos y nueva tierra.
Así podemos entender por qué les costó a los judíos reconocer a Jesús como el Mesías. Estaban sufriendo bajo el imperio Romano y habían puesto más hincapié en las profecías de victoria sobre sus enemigos y liberación de la opresión, que también eran profecías del Mesías. Pero no se habían fijado mucho en las profecías de sufrimiento y la expiación por el pecado. Puesto que predicciones de la primera y segunda venida estaban todas mezcladas, y a veces en el mismo pasaje, no era fácil notar que habría más de una etapa en el futuro del reino.
Para nosotros que vivimos después de la primera venida es más fácil mirar para atrás y entender las profecías que han sido cumplidas en Cristo y mirar para adelante en esperanza de la segunda venida. Podemos ilustrarlo comparándolo con lo que nos sucede cuando vemos dos o más picos de montañas desde una distancia.
Cuando estamos lejos, los dos picos, pueden parecer juntos; pero cuando llegamos al primero, encontramos que hay todo un gran valle antes de la segunda montaña. Ahora estamos en el valle entre las dos venidas de Cristo. Vemos el pico que ya fue cumplido, pero miramos hacia adelante a otro pico glorioso.
Una vez estuve explicando esto de los dos picos de profecía en una clase de Antiguo Testamento. Me hicieron otra pregunta importante: Si los del Antiguo Testamento vieron los dos picos como uno, ¿cómo sabemos si el pico futuro hacia el cual todavía miramos es sólo uno o si serán también más de uno? La segunda venida y la institución definitiva del reino futuro de Dios, ¿será un pico o sucederá en varias etapas con “valles” entre las etapas?
La pregunta señala la diferencia básica entre el premilenialismo y el amilenialismo, que son los dos enfoques de interpretación de profecía más comunes en las iglesias hoy día. El premilenialista cree que la segunda venida y el fin de nuestra era sucederá en varias etapas; el amilenialista piensa más en un solo pico, que cuando Cristo venga será la culminación de toda la profecía. Lo más importante es que los dos están esperando la venida de Cristo que puede suceder en cualquier momento.
Volvamos a la primera pregunta, ¿cómo entendieron el reino de Dios los judíos del tiempo de Jesús? Ellos tenían el Antiguo Testamento en que se encuentran las profecías que hemos mencionado. El mismo Antiguo Testamento incluye pasajes llamados “apocalípticos”. Es decir, hablan del fin de esta época: Dios establecerá su reino de manera cataclísmica, violenta y con señales cósmicas.
Estos pasajes se encuentran en varios libros: algunos salmos, en Isaías, Jeremías, Sofonías, Ezequiel y Daniel. Nótese las semejanzas entre estos pasajes (por ejemplo Isaías 24.27; o partes de Ezequiel) con el Apocalipsis de Juan en el Nuevo Testamento.
En el tiempo posterior del Antiguo Testamento, especialmente en los dos siglos antes de Cristo, surgieron del pueblo judío otros escritos apocalípticos que enfatizaron, y exageraron, esta intervención catastrófica de Dios. El va a destruir a sus enemigos e imponer su reino justo. Así la gente esperaba una intervención de Dios para liberar el pueblo de los Romanos e instalar su reino glorioso. Muchos pensaban que él lo haría a través del Mesías, un Mesías político y vencedor.
Nótese cómo el Targum de Miqueas traduce 4.7: “Yavé reinará como rey”, “El reino de Dios será manifiesto.” En Reina Valera Miqueas 4.7 dice: “Y Jehová reinará sobre ellos en el monte de Sión desde ahora y para siempre.” (Los “Targum” son paráfrasis Arameas del Antiguo Testamento Hebreo. Muestran cómo los judíos interpretaron estos pasajes).
Jesús no rechazó todo el énfasis apocalíptico. De hecho el Nuevo Testamento también continúa con algunos de los mismos elementos. Pero Jesús no siguió ni la línea de los apocalípticos ni la línea legalista de los fariseos. Las dos líneas tienen su base en el Antiguo Testamento, pero ambas se habían desviado y habían ido a extremos.
Jesús hizo una combinación sana de las dos; volvió a la verdadera intención del Antiguo Testamento. Su enseñanza realmente ayudó a “desapocaliptizar” el ambiente, aunque afirmó las enseñanzas del Antiguo Testamento sobre el reino. También Jesús “deslegalizó” el énfasis farisaico de las Escrituras, pero afirmó su autoridad y la importancia de obedecer a Dios.
Con este trasfondo, uno puede empezar a escuchar lo que Jesús enseñó sobre el reino de Dios. La enseñanza del Antiguo Testamento sobre el reino es importante y continúa todavía vigente; pero debemos entenderla en el marco del Nuevo Pacto y a la luz de la enseñanza de Jesús y todo el Nuevo Testamento. Pero este desarrollo del reino de Dios en el Nuevo Testamento lo dejamos para otro artículo.
CONCLUSION
¿Qué importancia tiene para nosotros esto? Quiero señalar varias enseñanzas que debemos aprender de lo dicho:
1. Todo el énfasis en el reino de Dios destaca que él es Señor sobre todo. Toda la creación, todas las naciones, todos estamos bajo el señorío de Dios. Nos toca reconocerlo.
2. La visión del reino de Dios también indica que Dios tiene un plan. La creación, el universo, la historia, tienen una meta, y Dios nos guía hacia esta meta.
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3. Que el plan de Dios se expresa en lenguaje de un reino y precisamente el reino davídico, viene a ser como patrón por el reino de Dios. Sugiere un gran cosa: que Dios en su plan, incorpora decisiones humanas, decisiones de sus hijos, que toma en serio la creatividad del hombre. La historia es un diálogo entre Dios y el hombre.
4. La Biblia destaca que el plan de Dios se centra en el Mesías. Nuestro Señor Jesucristo es el centro del reino de Dios.
5. Como discípulos de Cristo, llamados por Dios, somos parte de este gran plan de Dios. ¡Qué privilegio! ¡Qué futuro glorioso!
6. Debemos conocer las profecías, pero no debemos caer en el error de los fariseos que estaban tan seguros que ellos tenían la única interpretación correcta de las Escrituras. Pero cuando vino el Mesías no lo reconocieron. Tocante a las profecías, debemos indagar (sin caer en “ciencia ficción”), y usarlas, pues enfatizan la gloria de Dios; pero debemos estar abiertos a cómo Dios quiere cumplirlas y lo que el Espíritu Santo quiere enseñarnos a través toda la palabra de Dios.