Por Sir. A. Buzzard, teologo unitario.
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La fuente de la muy prolongada confusión acerca de la identidad de Jesús es la suposición extraída de años de pensamiento tradicional de que el título “Hijo de Dios” debe significar en las Escrituras un ser no creado, el miembro de una Divinidad. Esa noción no tiene ninguna posibilidad de ser encontrada en las Escrituras. Es un testimonio al poder del adoctrinamiento teológico que hace que esta idea subsista tan tercamente. En la Biblia “Hijo de Dios” es una alternativa y virtualmente un título sinónimo para el Mesías. Así Juan dedica su evangelio completo a un tema dominante, que creamos y comprendamos que “Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios” (Juan 20:31). La base para igualar estos títulos se encuentra en un pasaje favorito del Antiguo Testamento en el Salmo 2:
“Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido” a quien ha puesto como Rey de Jerusalén (v.6) y de quién él dice: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones” (v.7,8).
“Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido” a quien ha puesto como Rey de Jerusalén (v.6) y de quién él dice: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones” (v.7,8).
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Jesús no vacila en aplicar todo el Salmo a su persona, y lo ve como una predicción de su futura gobernación y de sus seguidores sobre las naciones (Apocalipsis 2:26,27).6
Pedro hace la misma ecuación de Mesías e Hijo de Dios, cuando por revelación divina afirma su creencia en Jesús: “Tú eres el Cristo (Mesías), el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
El sumo sacerdote le pregunta a Jesús:
“Eres tú el Cristo (Mesías), el Hijo del Bendito?” (Marcos 14:61).
Natanael comprende que el Hijo de Dios no es otro que el Rey de Israel (Juan 1:49), el Mesías (v. 41), “aquel de quien Moisés escribió en la ley y también en los profetas” (v.45; cp. Deuteronomio 18:15-18).
El título “Hijo de Dios” es aplicado también en la Escritura a los ángeles (Job 1:6; 2:1; 38:7; Génesis 6:2,4; Salmo 29:1; 89:6; Daniel 3:25), a Adán (Lucas 3:38), a la nación de Israel (Éxodo 4:22); a los reyes de Israel como representando a Dios, y en el Nuevo Testamento a los Cristianos (Juan 1:12). En vano buscaremos para hallar alguna aplicación de este título a un ser no creado, un miembro de la eterna Divinidad. Esta concepto está simplemente ausente de la idea bíblica de la filiación divina.
Lucas sabe muy bien que la filiación divina de Jesús se deriva de su concepción en el vientre de una virgen; él no sabe nada del todo sobre algún origen eterno:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá (María) con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).
El Salmista ha atribuido la filiación Mesiánica a un momento definitivo de tiempo—“hoy” (Salmo 2:7)-en la ocasión de su nombramiento para la dominación del mundo. Pablo encuentra una aplicación adicional del Salmo 2 en la resurrección de Jesús (Romanos 1:4).
Aquí están claramente expuestas por las Escrituras las ideas bíblicas de la filiación de Jesús, las cuales Jesús reconoció como la Palabra de Dios. Esta filiación debe ser fechada desde la concepción de Jesús, su resurrección, o desde su nombramiento para ser Rey. La opinión de Lucas sobre su filiación concuerda exactamente con la esperanza en el nacimiento del Mesías de una mujer, una descendiente de Adán, Abraham, y David (Mateo 1.1; Lucas 3:38). Los textos que hemos examinado no contienen información de una preexistencia personal del Hijo en la eternidad.
Pedro hace la misma ecuación de Mesías e Hijo de Dios, cuando por revelación divina afirma su creencia en Jesús: “Tú eres el Cristo (Mesías), el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
El sumo sacerdote le pregunta a Jesús:
“Eres tú el Cristo (Mesías), el Hijo del Bendito?” (Marcos 14:61).
Natanael comprende que el Hijo de Dios no es otro que el Rey de Israel (Juan 1:49), el Mesías (v. 41), “aquel de quien Moisés escribió en la ley y también en los profetas” (v.45; cp. Deuteronomio 18:15-18).
El título “Hijo de Dios” es aplicado también en la Escritura a los ángeles (Job 1:6; 2:1; 38:7; Génesis 6:2,4; Salmo 29:1; 89:6; Daniel 3:25), a Adán (Lucas 3:38), a la nación de Israel (Éxodo 4:22); a los reyes de Israel como representando a Dios, y en el Nuevo Testamento a los Cristianos (Juan 1:12). En vano buscaremos para hallar alguna aplicación de este título a un ser no creado, un miembro de la eterna Divinidad. Esta concepto está simplemente ausente de la idea bíblica de la filiación divina.
Lucas sabe muy bien que la filiación divina de Jesús se deriva de su concepción en el vientre de una virgen; él no sabe nada del todo sobre algún origen eterno:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá (María) con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35).
El Salmista ha atribuido la filiación Mesiánica a un momento definitivo de tiempo—“hoy” (Salmo 2:7)-en la ocasión de su nombramiento para la dominación del mundo. Pablo encuentra una aplicación adicional del Salmo 2 en la resurrección de Jesús (Romanos 1:4).
Aquí están claramente expuestas por las Escrituras las ideas bíblicas de la filiación de Jesús, las cuales Jesús reconoció como la Palabra de Dios. Esta filiación debe ser fechada desde la concepción de Jesús, su resurrección, o desde su nombramiento para ser Rey. La opinión de Lucas sobre su filiación concuerda exactamente con la esperanza en el nacimiento del Mesías de una mujer, una descendiente de Adán, Abraham, y David (Mateo 1.1; Lucas 3:38). Los textos que hemos examinado no contienen información de una preexistencia personal del Hijo en la eternidad.