Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)
Fue algo familiar a la humanidad en la antigüedad haber conocido por revelación divina, generación tras generación, la promesa de un Mesías Salvador que nacería de forma sobrenatural para presentarse como el genuino «Hijo de Dios», «la Simiente de la Mujer», la descendencia milagrosa que destruiría «la Serpiente y su Simiente» (el diablo y sus hijos), según Gn. 3:15. Posteriormente, esta profecía se corrompió para ser anunciada pagana y engañosamente por todas partes, y me refiero al culto que se le otorgaba a un “dios supremo” y a su “consorte” llamada “la reina del cielo”, y a su hijo “el salvador”. Fue la “madre” de este supuesto “salvador” la que recibió la veneración más ferviente de la tríada, veneración que se estableció desde el Norte de África hasta China. “La reina del cielo” fue conocida en estos puntos geográficos como Astarté, Isis, Venus, Diana, Hariti y Kuan-Yin. Los germanos, los escandinavos, los etruscos, los griegos y romanos no estuvieron exentos en adorarla.
Fue Semiramis, la perversa y sensual esposa de Nimrod, en la tierra de Sinar, en Babilonia (que es mostrada en la Biblia como la primera cultura formalizada en la historia, antes de que los egipcios erigieran sus impresionantes pirámides), quien se encargó de contaminar originalmente las comarcas del planeta con esta costumbre pagana tan indigna ante los ojos de Dios. Cuando Nimrod murió, su fornicara madre y esposa Semiramis engendró un hijo al que llamó Tammuz, pregonando la gran mentira que había sido concebido sin una relación sexual usual, o sea, extraordinariamente, con el fin de justificarlo como un “dios” (“Nimrod Renacido”).“El culto de la diosa madre y del hijo” principio en la nación babilónica y fue llevado a cada recóndito de la inmensa tierra, después de que Dios confundió las lenguas de los hombres en Babel y dispersarlos. Muchas figuras hechas a mano muestran a Semiramis abrazando al supuesto hijo celestial.
La Biblia nunca enseña que dentro del cristianismo se rindiese culto a María, la madre de Cristo, durante los Tres Primeros Siglos de la Iglesia de Dios. En el tiempo que la infernal iglesia romanista católica se consolidó sobre un fundamento pagano-cristiano, muchos de los apóstatas que pertenecían a ella decidieron ofrecerle adoración como “la madre de Dios”, como “la reina del cielo”. Los templos cristianos, bajo el hechizo de los misterios babilónicos, no eran otra cosa más que los antiguos templos profanos donde se adoraba a “la diosa y reina madre”, pero ahora con el nombre de “María”. Diosas, como Isis, eran veneradas y adoradas con velas encendidas, como se hace en esta época moderna con las diferentes vírgenes que existen en toda la faz de la tierra y que han sido colocadas inertes en los “atrios” de la funesta iglesia católica romanista.
Resumiendo: “el culto de la diosa madre y del hijo” se originó en Babilonia. De allí se extendió ampliamente por el mundo para que se adorara con distintos nombres. “El culto a la diosa madre y del hijo” termina ancorado en el dominio romano antiguo, cuando hombres impíos y apóstatas dejaron al Dios de la Biblia y a su Cristo, en el III y IV Siglo de nuestra era, influenciados por la mixtura religiosa católica romanista que continua inculcando hasta estos instantes semejante y letal “culto satánico”.
María, la madre de Cristo, fue una mujer con los defectos y pecados de cualquier ser humano. Jamás poseyó una naturaleza divina como el Dios Padre («…porque ha mirado la bajeza de su sierva»). Ella misma dijo que «Dios» era su «Salvador». Vemos esta verdad en los siguientes versos bíblicos:
«Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva…» (Lc. 1:46-48).
Este artículo no tiene el propósito de ofender a nadie. En nuestro más sincero y ferviente deseo que sea de ayuda para aquellos que se encuentran sumergidos en el negro lodo de las doctrinas y religiones heréticamente desviadas, que no son de Dios, y que poseen la capacidad para empujar al precipicio de la condenación eterna irremediable a los que han concientizado su devastador error.
Dios les bendiga siempre.