En el incontenible río del tiempo, ha de haber, así lo imagino esta apacible tarde del verano de fines de los noventa, un lento flujo en las orillas y una rápida corriente en su centro. Esta última es la fragorosa sucesión de causas y efectos cotidianos, el pecado de la tarde es la sudorosa pesadilla de esa misma noche. El otro, de más lento retorno, más denso, es el que origina la historia. Es el que urde en puntadas de siglos la causa intrascendente de hoy con el efecto devastador que espantados hombres asumirán dentro de tres o cuatro generaciones.
Así, cuando el año del Señor de 325 los obispos del Concilio de Nicea iniciaron la doctrina de la Trinidad, el credo niceno, estaban enviando secretamente en 1553 a Miguel de Servet a su hoguera. En esta trama transecular un Jean Cauvin, alias Calvino, habrá sido mero servidor, sino mínimo reflejo, de un relámpago iniciado doce siglos antes.
Miguel de Servet, el hereje de Huesca, no quiso ser parte de ese flujo lento y cenagoso que atravesaba los siglos, y declaró su rebeldía a ese dios tricéfalo, tricorporeo o tríptico del que no hablaban los textos sagrados. Condenado por los católicos, fue arrestado, enjuiciado y ejecutado por los calvinistas. El castigo, la quema lenta.
Indago por su vida, hechos y fechas en mi biblioteca, cuatro volúmenes lo detentan y lo eximen de un posible olvido. El hombre que a los veinte años publicó su DE TRINITATIS ERRORIBUS, para sacar a la luz el error de esta invención monstruosa, la cita es de Borges, merece ocho líneas en la PEARS’CYCLOPEDIA de 1930, doce en el DICCIONARIO ENCICLOPEDICO ILUSTRADO SOPENA de 1980, un pequeño párrafo de tres miserables líneas en PROVIDENCIA DE DIOS de Quevedo, escrito en 1700, y una página en el MANKIND’S SEARCH FOR GOOD de la Watchtower Bible and Tract Society of Pennsylvania, publicado en 1990.
Su biografía según estos primitivos textos es simple en cifras, vio la primera luz del día en Villanueva de Sigena, Huesca, España en 1511, la Pears quiere que sea 1512, y vio la ultima luz, la de su hoguera, en Champel, Ginebra, Suiza, el año 1553.
Fue un humanista, geógrafo, astrónomo, filosofo, teólogo, abogado y medico, el latín y el griego no le eran ajenos, la historia de las ciencias le atribuye las primeras ideas sobre la circulación de la sangre, era un hombre de su época, el Renacimiento. Fue con su obra escrita, APOLOGETICA DISCEPTATIO PRO ASTROLOGIA, DIALOGORUM DE TRINITATE, CRISTIANISMI RESTITUTIO y la ya mencionada DE TRINITATIS ERRORIBUS que logró encontrar el camino a la hoguera. Sus hechos, como todas las realidades humanas son más simples, se opuso públicamente a la doctrina teológica de la Trinidad, argumentando “que no se halla en las Escrituras, y sólo parece perpetuar un error filosófico”, la declaró inentendible, imposible por la misma naturaleza de las cosas e incluso la consideró una blasfemia. La Santa Iglesia Católica lo apresó y sentenció a muerte. Logró escapar del abrazo de la Santa Madre Universal para más tarde, por instigación de Calvino, hijo extraviado de aquella, volver a ser arrestado y enviado final y fatalmente a su hoguera.
Quevedo lo cita para advertencia de un posible lector dudoso de la Trinidad que Servet fue quemado vivo por igual pecado por el “abominable hereje” Calvino, (anagrama de Luciano, otro hereje), avisa así al lector incrédulo que sus ideas son condenadas hasta por los heresiarcas.
La PEARS’CYCLOPEDIA dedica nueve líneas a John Calvin, pero en ellas no cita a Michael Servetus, en las ocho líneas dedicadas a éste, Calvino esta citado dos veces. Extrañamente, la biografía de una víctima debe incluir específicamente a su victimario, la de un asesino; en cambio, no precisa la inclusión de su víctima más notable.
Acaso paradójicamente, el librito de la Watchtower, de la ortodoxa secta de los Testigos de Adonaì, (el respeto a la antigua tradición de los Solferim, copistas judíos de los textos sagrados, me impide escribir el verdadero NOMBRE) es el que dedica más espacio a Serveto, incluye un grabado de su rostro y otro del triste semblante de Juan Calvino. El lector, como es lógico, tenderá a ver más cerca a Calvino que a Serveto de tales editores.
El Concilio de Tolosa, en 1229, solucionó la controversia de la Trinidad, obviando argumentos teológicos y doctrinales que no venían al caso, proscribió sabiamente la posesión de libros bíblicos. Posteriormente el Concilio de Narbona prohibió que los legos poseyeran parte alguna de la Santa Biblia, completando así el convencimiento de la verdad.
Revisando mis libros en la búsqueda (sin éxito por lo demás) de la cita original de Borges sobre la Trinidad, di con la asombrosa frase que Miguel Servet dirigió a sus jueces después de escuchar la condena. Un lector inquisitivo la encontrara al final de la nota fechada en 1933, Arte de Injuriar, incluida en Historia de la Eternidad, publicado en 1953. Acuso entonces un quinto volumen, donde seis líneas corroboran el nombre y la hoguera.
Me pregunto si será este intrascendente manuscrito, que terminó de escribir por mero aburrimiento a cuatro siglos de la hoguera, otro reflejo, mínimo, difuso, ya apenas visible, de aquel relámpago encendido en Nicea. Tal vez cada causa queda titilando en el tiempo (como la luz de aquellas estrellas que aun vemos, a pesar de que el astro formidable que la originó es posible que ya no exista), para ir a cumplirse en un efecto cada cierto tiempo, cuando encuentren sobre la tierra las tinieblas apropiadas.